25

—¿Puedes cuidar de esto durante mi ausencia? —preguntó Nick, al tiempo que se quitaba la cadena de plata del cuello y la entregaba a Danny.

—Claro —dijo Danny, mientras observaba lo que parecía una llave, sujeta a la cadena—. Pero ¿por qué no te la llevas?

—Digamos que confío en ti más que en casi todas las personas que veré hoy.

—Me siento halagado —dijo Danny, y se puso la cadena alrededor del cuello.

—No hace falta —contestó Nick con una sonrisa.

Miró su reflejo en el pequeño espejo de acero que estaba atornillado a la pared encima del lavabo. Le habían devuelto sus efectos personales a las cinco de la mañana, en una bolsa de plástico grande que no se abría desde hacía cuatro años. Tendría que marcharse a las seis si quería estar en Escocia a tiempo para el funeral.

—No puedo esperar —dijo Danny.

—¿A qué? —preguntó Nick, mientras enderezaba su corbata.

—A que me permitan llevar mi ropa de nuevo.

—Te dejarán cuando se celebre la apelación, y en cuanto revoquen el veredicto, nunca más tendrás que llevar la ropa de presidiario. De hecho, saldrás del tribunal libre.

—Sobre todo después de que oigan mi cinta —intervino Big Al con una sonrisa—. Creo que hoy es el día.

Estaba a punto de explicar lo que quería decir, cuando oyeron que una llave giraba en la cerradura. Era la primera vez que veían a Pascoe y a Jenkins vestidos de civil.

—Síguenos, Moncrieff —dijo Pascoe—. El alcaide quiere hablar contigo antes de que partamos hacia Edimburgo.

—Dele recuerdos —apuntó Danny—, y dígale que se deje caer por aquí una tarde a tomar el té. Nick rio al oír que Danny imitaba su acento.

—Si crees que puedes hacerte pasar por mí, ¿por qué no intentas dar mi clase hoy?

—¿Estás hablando conmigo? —preguntó Big Al.

El teléfono estaba sonando, pero Davenport tardó un rato en emerger de debajo de las sábanas para contestar.

—¿Quién coño es? —masculló.

—Gibson —anunció la voz familiar de su agente.

Davenport se despertó de golpe. Gibson Graham solo llamaba cuando había trabajo. Davenport rezó para que fuera una película, otro papel en la televisión, o incluso un anuncio. Pagaban muy bien, aunque solo fuera por poner su voz. Sus admiradoras reconocerían los melodiosos tonos del doctor Beresford.

—Me han preguntado si estabas disponible —dijo Gibson, como si eso ocurriera cada día. Davenport se sentó y contuvo el aliento—. Es una reposición de La importancia de llamarse Ernesto, y quieren que interpretes a Jack. Han contratado a Eve Best para encarnar a Gwendolen. Cuatro semanas de gira antes de estrenar en el West End. El salario no es muy bueno, pero de este modo los productores recordarán que todavía estás vivo.

Expresado con mucha delicadeza, pensó Davenport, aunque la idea no le entusiasmaba. Recordaba demasiado bien lo que significaba pasar semanas de gira, y luego noche tras noche en el West End, sin olvidar las matinales semivacías. Aunque tuvo que admitir que era la primera oferta seria desde hacía casi cuatro meses.

—Me lo pensaré —dijo.

—No tardes mucho —recomendó Gibson—. Sé que ya han llamado al agente de Nigel Havers para ver cómo está de fechas.

—Me lo pensaré —repitió Davenport, y colgó.

Consultó el reloj de la mesilla de noche. Eran las diez y diez Gruñó y volvió a refugiarse bajo las sábanas.

Pascoe llamó con suavidad a la puerta, y Jenkins y él entraron con Nick en el despacho.

—Buenos días, Moncrieff —dijo el alcaide, al tiempo que levantaba la vista de la mesa.

—Buenos días, señor Barton —contestó Nick.

—Será consciente de que, si bien se le ha concedido permiso por asuntos personales con el fin de asistir al funeral de su padre, sigue siendo un preso de categoría A, lo cual significa que dos guardias le acompañarán hasta que regrese esta noche. Las normas también estipulan que debería ir esposado en todo momento. Sin embargo, dadas las circunstancias, teniendo en cuenta que ha sido un preso avanzado durante los dos últimos años, y que solo faltan unos pocos meses para que sea puesto en libertad, voy a ejercer mi prerrogativa de permitir que le quiten las esposas en cuanto cruce la frontera. A menos que el señor Pascoe o el señor Jenkins tengan motivos para creer que intentará escapar o cometer algún delito. Estoy seguro de que no debo recordarle, Moncrieff, que si fuera lo bastante estúpido como para intentar aprovecharse de mi decisión, no me quedaría otra alternativa que recomendar a la Junta de Libertad Condicional que descartara el adelanto de su puesta en libertad… —consultó el expediente de Nick—, el 17 de julio, y que cumpliera la condena en su totalidad, otros cuatro años. ¿Lo ha entendido, Moncrieff?

—Sí, gracias, alcaide —dijo Nick.

—En ese caso, no tengo nada más que decir, salvo darle el pésame por la pérdida de su padre, y desearle que tenga un buen día. —Michael Barton se levantó y añadió—: Lamento que este triste acontecimiento no haya tenido lugar después de su puesta en libertad.

—Gracias, alcaide.

Barton asintió, y Pascoe y Jenkins salieron con el preso.

El alcaide frunció el ceño cuando vio el nombre del siguiente preso que se presentaría ante él. No le apetecía nada el encuentro.

Durante el descanso de la mañana, Danny se encargó de las responsabilidades de Nick como bibliotecario de la cárcel, colocó en sus estantes los libros devueltos y estampó la fecha en aquellos que los presos deseaban llevarse. Después de terminar dichas tareas, tomó un ejemplar de The Times del estante de los periódicos y se sentó a leerlo. Los periódicos llegaban cada mañana a la cárcel, pero solo podían leerse en la biblioteca: seis ejemplares de The Sun, cuatro del Mirror, dos del Daily Mail y uno solo de The Times. Danny pensaba que era un fiel reflejo de las preferencias de los reclusos.

Danny había leído The Times cada día durante el último año, y ya estaba familiarizado con su distribución. Al contrario que Nick, todavía era incapaz de terminar el crucigrama, aunque dedicaba tanto rato a la sección de negocios como a las páginas deportivas, pero hoy sería diferente. Pasó las páginas hasta llegar a la sección que siempre se había saltado.

La necrológica de sir Angus Moncrieff, Bt MC OBE[5], ocupaba media página, aunque fuera la inferior. Danny leyó los detalles de la vida de sir Angus, desde sus días en la Loretto School, seguida de Sandhurst, donde se graduó y recibió el cargo de subteniente en los Cameron Highlanders. Después de obtener la MC en Corea, sir Angus había ascendido hasta llegar a coronel del regimiento en 1994, cuando le concedieron el OBE. El último párrafo informaba de que su esposa había muerto en 1970 y de que el título pasaría ahora a su único hijo, Nicholas Alexander Moncrieff. Danny cogió el Concise Oxford Dictionary, que nunca tenía lejos, y buscó el significado de las siglas Bt, MC y OBE. Sonrió cuando pensó que anunciaría a Big Al la noticia de que ahora compartían celda con un caballero, el baronet sir Nicholas Moncrieff. Aunque Big Al ya lo sabía.

—Hasta luego, Nick —dijo una voz, pero el preso ya había salido de la biblioteca antes de que Danny pudiera deshacer el malentendido.

Danny jugueteó con la llave que colgaba de la cadena de plata, y deseó, al igual que Malvolio, ser alguien que no era. Eso le recordó que debía entregar su trabajo sobre Noche de reyes al finalizar la semana. Pensó en el error cometido por el preso y se preguntó si se repetiría cuando fuera a la clase de Nick. Dobló The Times y lo devolvió al estante; después se dirigió hacia el departamento de educación.

El grupo de Nick ya estaba sentado detrás de sus pupitres, esperándole, y estaba claro que nadie les había dicho que su profesor habitual iba camino de Escocia para asistir al funeral de su padre. Danny entró decidido en la sala y sonrió a la docena de caras expectantes. Se desabrochó la camisa a rayas blancas y azules para que se viera bien la cadena de plata.

—Abrid vuestros libros por la página nueve —comenzó Danny, con la esperanza de sonar como Nick—. Veréis unas fotos de animales a un lado de la página, y una lista de nombres en el otro. Lo único que quiero que hagáis es unir las fotos con los nombres. Tenéis dos minutos.

—No puedo encontrar la página nueve —dijo uno de los presos.

Danny se acercó a ayudarle, justo cuando un guardia entraba en la sala. Una expresión de perplejidad apareció en su rostro.

—¿Moncrieff?

Danny alzó la vista.

—Pensaba que estabas de permiso por asuntos personales —agregó, y echó un vistazo a su tablilla.

—Tiene toda la razón, señor Roberts —dijo Danny—. Nick ha ido al funeral de su padre, en Escocia, y me pidió que me ocupara de su clase de la mañana.

La perplejidad de Roberts aumentó.

—¿Me estás tomando el pelo, Cartwright?

—No, señor Roberts.

—Pues vuelve a la biblioteca antes de que dé parte.

Danny salió a toda prisa de la sala y volvió a su mesa de la biblioteca. Intentó reprimir las carcajadas, pero pasó un rato antes de que pudiera concentrarse lo suficiente para continuar el trabajo sobre su comedia favorita de Shakespeare.

El tren de Nick entró en la estación de Waverley unos minutos después de las doce. Un coche de policía estaba esperando para conducirles desde Edimburgo a Dunbroath, que distaba setenta y cinco kilómetros. Cuando se alejaron del bordillo, Pascoe consultó su reloj.

—Deberíamos llegar con mucho adelanto. La ceremonia no empieza hasta las dos.

Nick miró por la ventanilla del coche, mientras la ciudad daba paso al campo. Sentía una libertad que no experimentaba desde hacía años. Había olvidado lo hermosa que era Escocia, con sus ásperos verdes y marrones, y el cielo casi púrpura. Casi cuatro años en Belmarsh, con la única vista de altos muros de ladrillo coronados de alambre de espino, difiiminan los recuerdos.

Intentó ordenar sus pensamientos antes de llegar a la iglesia parroquial en la que había sido bautizado y donde su padre sería enterrado. Pascoe había accedido a que, después de que terminara la ceremonia, pudiera pasar una hora en compañía de Fraser Munro, el abogado de la familia; suponía que era él quien había presentado una solicitud de seguridad mínima, y desde luego sin esposas, para cuando cruzaran la frontera.

El coche de la policía frenó ante la iglesia un cuarto de hora antes de que la ceremonia empezara. Un anciano caballero, a quien Nick recordaba de su juventud, avanzó hacia ellos cuando el policía abrió la puerta de atrás. Vestía un frac negro, cuello de puntas y corbata de seda negra. Parecía más un enterrador que un abogado. Se quitó el sombrero e inclinó un poco la cabeza. Nick le estrechó la mano y sonrió.

—Buenas tardes, señor Munro —dijo—. Me alegro de volver a verle.

—Buenas tardes, sir Nicholas —contestó el hombre—. Bienvenido a casa.

—Leach, aunque ha salido provisionalmente de incomunicación, permítame recordarle que solo es provisional —dijo el alcaide—. Si causa el más mínimo alboroto ahora que está de vuelta en el ala, no dude ni un momento de que regresará a aislamiento sin la menor posibilidad de recurrir a mí.

—¿Recurrir a usted? —se burló Leach, que estaba de pie ante la mesa del alcaide con un guardia a cada lado.

—¿Está poniendo en duda mi autoridad? —preguntó el alcaide—. Porque en ese caso…

—No, señor —dijo Leach con sarcasmo—. Solo su conocimiento de la Ley de Prisiones de 1999. Me metieron en incomunicación sin que se diera parte de mí.

—Un alcaide puede llevar a cabo tal acción sin necesidad de ningún informe previo, si tiene motivos para creer que hay razones suficientes para…

—Quiero presentar de inmediato una solicitud para ver a mi abogado —anunció Leach con frialdad.

—Tomo nota de su solicitud —respondió Barton, que intentaba mantener la calma—. ¿Quién es su abogado?

—El señor Spencer Craig —contestó Leach. Barton anotó el nombre en la libreta que tenía delante—. Solicitaré que presente una protesta oficial contra usted y tres miembros de su personal.

—¿Me está amenazando, Leach?

—No, señor. Solo me aseguro de que conste oficialmente que he presentado una protesta.

Barton ya no pudo disimular su exasperación, y asintió con brusquedad, la señal de que los guardias debían quitar de su vista al preso de inmediato.

Danny quería contar a Nick la buena noticia, pero sabía que no regresaría de Escocia hasta pasada la medianoche.

Alex Redmayne había escrito para confirmar que la fecha de su apelación había sido fijada para el 31 de mayo. Solo faltaban dos semanas. El señor Redmayne también quería saber si Danny deseaba asistir a la vista, y le recordaba que no había prestado declaración en el juicio. Danny había contestado de inmediato para confirmar que deseaba estar presente.

También había escrito a Beth. Le habría gustado que fuera la primera en saber que Mortimer había hecho una confesión completa, y que Big Al había grabado hasta la última palabra en la grabadora de Danny. La cinta se hallaba ahora oculta dentro de su colchón, y se la entregaría al señor Redmayne durante su siguiente visita. Danny quería informar a Beth de que ahora estaban en posesión de la prueba que necesitaban, pero no podía correr el riesgo de ponerlo por escrito.

Big Al no intentaba ocultar que estaba muy complacido consigo mismo, y hasta se ofreció a testificar. Parecía que Nick tenía razón: Danny iba a salir libre antes que él.