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Danny estaba sentado en su reservado habitual del Dorchester, leyendo The Times. El periodista de deportes informaba de la sorprendente elección de la ministra para el emplazamiento del velódromo. Ocupaba apenas unas líneas de la columna, entre el piragüismo y el baloncesto.

Danny había consultado las páginas deportivas de casi todos los periódicos de ámbito nacional aquella mañana, y los que se habían tomado la molestia de reproducir la declaración de la ministra coincidían en que no le había quedado otra elección. Sin embargo, ninguno, ni siquiera The Independent, dedicaba el menor espacio a informar a sus lectores sobre qué era la Fallopia japónica.

Danny consultó su reloj, y vio que Gary Hall llevaba unos minutos de retraso. Solo podía intentar imaginar las recriminaciones que se habrían sucedido en las oficinas de Baker, Tremlett y Smythe. Volvió a la primera plana; estaba leyendo el artículo sobre el último giro de la amenaza nuclear norcoreana, cuando un Hall sin aliento apareció a su lado.

—Lamento llegar tarde —jadeó—, pero el socio mayoritario me llamó justo cuando estaba a punto de salir de la oficina. Menudo pollo se armó después de la declaración de la ministra. Todos se culpan mutuamente.

Se sentó frente a Danny e intentó serenarse.

—Relájese y deje que le pida un café —dijo Danny cuando Mario se acercó.

—¿Otro chocolate caliente para usted, sir Nicholas? —Danny asintió, dejó el periódico y sonrió a Hall—. Bien, al menos nadie puede culparle a usted, Gary.

—Oh, nadie cree que yo estuviera metido —dijo Hall—. Por eso me han ascendido.

—¿Ascendido? —repitió Danny—. Felicidades.

—Gracias, pero no habría sucedido si no hubieran despedido a Gerald Payne. —Danny consiguió reprimir una sonrisa—. Le llamaron al despacho del socio mayoritario a primera hora de la mañana, y le dijeron que despejara su escritorio y abandonara el edificio antes de una hora. A uno o dos de nosotros nos ascendieron después del chaparrón.

—Pero ¿no se dieron cuenta de que fuimos usted y yo quienes propusimos la idea a Payne?

—No. En cuanto se supo que usted no podía reunir toda la cantidad, se convirtió en idea de Payne. De hecho, se considera que usted ha perdido su inversión, y hasta temen que presente una denuncia contra la empresa.

Algo en lo que Danny no había pensado… hasta entonces.

—Me pregunto qué hará Payne ahora —sondeó Danny.

—Jamás le darán trabajo en nuestra profesión —dijo Hall—. Al menos, si depende de nuestro socio mayoritario.

—¿Qué hará el pobre desgraciado? —continuó sondeando Danny.

—Su secretaria me ha dicho que ha ido a Sussex, a pasar unos días a casa de su madre. Es presidenta del partido en esa circunscripción, que él aún confía en representar en las próximas elecciones.

—Supongo que no tendrá problemas —dijo Danny, con la esperanza de equivocarse—. A menos que haya aconsejado a alguien de la circunscripción invertir en Fallopia japónica.

Hall rio.

—Ese hombre es un superviviente —afirmó—. Apuesto a que será diputado dentro de un par de años, y para entonces nadie se acordará de este escándalo.

Danny frunció el ceño, consciente de que quizá solo había herido superficialmente a Payne, aunque no esperaba que Davenport o Craig se recuperaran con tanta facilidad.

—Tengo otro trabajo para usted —anunció, mientras abría el maletín y extraía un fajo de papeles—. Necesito deshacerme de una propiedad en RedclifFe Square, en el número veinticinco. Su anterior propietario…

—Hola, Nick —dijo una voz.

Danny alzó la vista. Un hombre alto y corpulento al que no había visto nunca se erguía sobre él. Llevaba una falda escocesa, tenía una mata de pelo ondulado castaño y la tez rubicunda, y debía de tener más o menos la edad de Danny. Piensa como Danny, actúa como Nick. Sé Nick. Danny era consciente de que aquella situación se presentaría algún día, pero en los últimos tiempos se había relajado tanto en su nueva personalidad, que no creía posible que le pillaran por sorpresa. Se había equivocado. En primer lugar, tenía que averiguar si ese hombre había estado en el colegio o en el ejército con Nick, porque desde luego no le conocía de la cárcel. Se levantó.

—Hola —dijo Danny, mientras dedicaba al desconocido una sonrisa cordial y le estrechaba la mano—. Te presento a un socio comercial, Gary Hall. El hombre se inclinó y estrechó la mano de Hall.

—Encantado de conocerle, Gary. Soy Sandy, Sandy Dawson —añadió, con pronunciado acento escocés.

—Sandy y yo nos conocemos desde hace mucho tiempo —dijo Danny, con la esperanza de averiguar cuánto.

—Ya lo creo —dijo Dawson—, pero no veía a Nick desde que terminamos el colegio.

—Fuimos a Loretto juntos —dijo Danny, y sonrió a Hall—. ¿A qué te dedicas, Sandy? —preguntó, desesperado por descubrir otra pista.

—Como mi padre, sigo en el negocio de la carne —dijo Dawson—. Contento de que el buey de las Tierras Altas sea la carne más popular del reino. ¿Y tú, Nick?

—Me lo he tomado con mucha calma desde… —comenzó Danny, intentando descubrir si Dawson sabía que Nick había estado en la cárcel.

—Sí, por supuesto —dijo Dawson—. Un asunto terrible, y muy injusto. Pero me alegra ver que has salido incólume de la experiencia. —Una expresión perpleja apareció en el rostro de Hall. A Danny no se le ocurrió ninguna respuesta adecuada—. Espero que aún encuentres tiempo para jugar de vez en cuando al criquet: Era el mejor lanzador rápido de nuestra generación en el colegio —explicó a Hall—. Lo sé muy bien; yo era el guardameta.

—Y muy bueno —añadió Danny, al tiempo que le palmeaba la espalda.

—Siento interrumpiros —se disculpó Dawson—, pero no podía pasar de largo sin saludar.

—Claro —dijo Danny—. Me alegro de verte, Sandy, después de tanto tiempo.

—Yo también —dijo Dawson, y dio media vuelta para marcharse.

Danny volvió a sentarse, confiando en que Hall no hubiera escuchado el suspiro de alivio que siguió a la marcha de Dawson. Empezó a sacar unos papeles de su maletín, cuando Dawson regresó.

—Supongo que nadie te habrá dicho que Squiffy Humphries murió, ¿verdad?

—No, lo siento —dijo Danny.

—Sufrió un infarto mientras jugaba al golf con el director. El equipo nunca fue lo mismo después de que Squifly se retirara.

—Sí, pobre Squifly. Un gran entrenador.

—Te dejo en paz —dijo Dawson—. Pensé que te gustaría saberlo. Todo Musselburgh asistió a su funeral.

—Era lo menos que merecía —afirmó Danny. Dawson asintió y se alejó.

Esta vez, Danny no apartó la vista del hombre hasta que le vio abandonar la sala.

—Lo siento —dijo.

—Siempre es violento encontrarse con antiguos compañeros de colegio años después —dijo Hall—. Casi nunca me acuerdo de sus nombres. Creo que sería difícil olvidar a ese. Menudo personaje.

—Sí —dijo Danny, mientras repasaba a toda prisa las escrituras de la casa de Redcliffe Square. Hall estudió el documento un rato.

—¿Qué precio espera que alcance la propiedad? —preguntó por fin.

—Alrededor de tres millones —calculó Danny—. La hipoteca es de poco más de un millón, y yo he puesto otro millón, así que cualquier cantidad superior a dos millones doscientas o dos millones trescientas me proporcionaría beneficios.

—Lo primero que haré será llamar a un perito.

—Es una pena que Payne no enviara uno al solar de Stratford.

—Afirma que lo hizo —dijo Hall—. Supongo que el perito nunca había oído hablar de la Fallopia japónica. Para ser sincero, nadie de la oficina sabía qué era.

—Yo tampoco, desde luego —admitió Danny—. Bien, hasta hace muy poco.

—¿Algún problema con el actual propietario? —preguntó Hall, mientras examinaba la última página de las escrituras—. ¿Es quien creo? —añadió, antes de que Danny pudiera contestar.

—Sí, Lawrence Davenport, el actor —dijo Danny.

—¿Sabía que es amigo de Gerald?

—Apareces en la primera plana del Evening Standard, jefe —dijo Big Al, mientras salía del Dorchester y se mezclaba con el tráfico que iba en dirección a Hyde Park Córner.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Danny, temiendo lo peor.

Big Al pasó el periódico a Danny. Leyó el titular: «¿Indulto para Cartwright?».

Leyó en diagonal el artículo, y luego lo releyó con más detenimiento.

—No sé qué vas a hacer, jefe, si citan a sir Nicholas Moncrieff ante el tribunal para prestar declaración en defensa de Cartwright.

—Si todo sale como he planeado —dijo Danny, mientras miraba la foto de Beth rodeada de cientos de partidarios de Bow—, no seré yo el acusado.