32

Danny estaba tumbado en la litera de arriba, escribiendo una carta sobre la que había meditado mucho. Nick había intentado disuadirle, pero ya había tomado la decisión y no iba a dar su brazo a torcer.

Nick estaba duchándose y Big Al en la enfermería, ayudando a la hermana con las visitas nocturnas, de modo que Danny tenía la celda para él solo. Bajó de la litera y se sentó a la pequeña mesa de formica. Contempló la hoja de papel en blanco. Pasó un rato antes de que lograra escribir la primera frase.

Querida Beth:

Esta será la última vez que te escriba. He pensado mucho en esta carta y he llegado a la conclusión de que no puedo condenarte a la misma sentencia de cadena perpetua que me ha sido impuesta.

Miró la fotografía de Beth, pegada con celo a la pared que tenía delante.

Como ya sabes, no saldré en libertad hasta que tenga cincuenta años, y teniendo eso en cuenta, quiero que empieces una nueva vida sin mí. Si vuelves a escribirme, no abriré las cartas. Si vienes a verme, me quedaré en la celda. No me pondré en contacto contigo, y no responderé a ningún intento de ponerte en contacto conmigo. Estoy decidido a ello, y nada me hará cambiar de opinión.

No creas ni por un momento que no os quiero a ti y a Christy, porque os amaré siempre, pero no me cabe duda de que esta forma de proceder será la mejor para todos a la larga.

Adiós, amor mío,

Danny

Dobló la carta y la introdujo en un sobre, que dirigió a Beth Wilson, Bacon Road, 27, Bow, Londres E3. Danny aún estaba contemplando la fotografía de Beth, cuando la puerta de la celda se abrió.

—Cartas —anunció un guardia desde la puerta—. Una para Moncrieff y otra para…

Miró el reloj en la muñeca de Danny, y la cadena de plata alrededor de su cuello, y vaciló.

—Nick se está duchando —explicó Danny.

—De acuerdo —dijo el guardia—. Hay una para ti y una para Moncrieff.

Danny reconoció de inmediato la pulcra caligrafía de Beth. No abrió el sobre, sino que se limitó a romperlo, arrojar los pedazos al retrete y tirar de la cadena. Dejó el otro sobre encima de la almohada de Nick.

Impresas en mayúsculas en la esquina superior izquierda se leían las palabras «Junta de Libertad Condicional».

—No recuerdo cuántas veces le he escrito… —preguntó Alex Redmayne.

—Esta será la cuarta carta que le ha enviado durante el último mes —contestó su secretaria. Alex miró por la ventana. Varias figuras vestidas con toga corrían de un lado a otro de la plaza.

—El síndrome del condenado a cadena perpetua —dijo.

—¿El síndrome del condenado a cadena perpetua?

—O te aíslas del mundo exterior o sigues adelante como si nada hubiera ocurrido. Es evidente que ha decidido aislarse.

—Entonces, ¿sirve de algo escribirle?

—Oh, sí —contestó Alex—. Quiero que no tenga ninguna duda de que no me he olvidado de él.

Cuando Nick regresó de la ducha, Danny seguía sentado a la mesa, repasando unas previsiones económicas que formaban parte de su asignatura de empresariales, mientras Big Al continuaba echado en su cama. Nick entró en la celda con una delgada toalla mojada alrededor de la cintura. Sus chanclas dejaron marcas en el suelo de piedra. Danny dejó de escribir y le devolvió el reloj, el anillo y la cadena de plata.

—Gracias —dijo Nick.

Fue entonces cuando reparó en el sobre marrón que descansaba sobre su almohada. Lo miró durante un momento. Danny y Big Al no dijeron nada, a la espera de la reacción de Nick. Por fin, cogió un cuchillo de plástico y abrió un sobre que las autoridades de la cárcel no podían abrir.

Estimado señor Moncrieff:

La Junta de Libertad Condicional me ha designado para informarle de que su solicitud de reducción de condena ha sido concedida. En consecuencia, su sentencia terminará el 17 de julio de 2002. Los detalles completos de su puesta en libertad y las condiciones le serán enviados en fecha posterior, junto con el nombre de su agente de libertad condicional y la oficina en la que deberá presentarse.

Atentamente,

T. L. Williams

Nick miró a sus dos compañeros de celda, pero no necesitó decirles que pronto sería un hombre libre.

—¡Visitas! —bramó una voz que pudo oírse de un extremo a otro del bloque. Unos momentos después, la puerta de la celda se abrió y un guardia consultó su tablilla—. Tienes visita, Cartwright. La misma dama de la semana pasada.

Danny pasó otra página de Casa desolada y negó con la cabeza.

—Como quieras —dijo el guardia, y cerró la puerta de golpe. Nick y Big Al no hicieron comentarios. Ambos habían tirado la toalla.