29

Danny se miró en el espejo de cuerpo entero por primera vez en meses, y su reacción le sorprendió. La influencia de Nick debía de ser más profunda de lo que había creído, porque de repente tomó conciencia de que unos vaqueros de marca y una camisa del West Ham no debían constituir el atuendo más apropiado para aparecer en un tribunal de apelación. Ya se estaba arrepintiendo de haber rechazado la oferta de Nick, consistente en un traje discreto, camisa y corbata, que habrían estado más en consonancia con la gravedad de la ocasión (palabras de Nick), pues la disparidad en su talla era insignificante (dos términos que Danny ya no tenía que buscar en el diccionario).

Danny ocupó su lugar en el banquillo y esperó a que los tres jueces aparecieran. Había salido de Belmarsh a las siete de la mañana en una furgoneta blanca de la cárcel, junto con doce presos más que debían comparecer ante el tribunal de apelaciones aquella mañana. ¿Cuántos regresarían aquella noche? Al llegar, le habían encerrado en una celda y le habían dicho que esperara. Eso le concedió tiempo para pensar. No podía pronunciar ni una palabra en el tribunal. El señor Redmayne le había explicado el procedimiento de la apelación con todo lujo de detalles, puesto que era muy diferente de un juicio.

Tres jueces habrían examinado todas las pruebas del juicio, así como la transcripción, y habría que convencerles de que existían nuevas pruebas que en su momento desconocían el juez y el jurado, antes de que consideraran la posibilidad de revocar el veredicto.

En cuanto oyó la cinta, Alex Redmayne se había convencido de que plantaría la semilla de la duda en la mente de sus señorías, si bien procuraría pasar de puntillas sobre el motivo por el que Toby Mortimer no podía comparecer como testigo.

Transcurrió un rato antes de que abrieran la puerta de la celda de Danny, y Alex se reunió con él. Después de su última consulta, había insistido en que Danny le tuteara, pero este aún se negaba, como si no lo considerara correcto, pese a que su abogado siempre le había tratado de igual a igual. Alex empezó a repasar con detalle la nueva prueba. Pese a que Mortimer se había quitado la vida, todavía se hallaban en posesión de la cinta, que Alex describía como su mejor carta.

—Habría que evitar en todo momento los tópicos, señor Redmayne —dijo Danny con una sonrisa. Alex sonrió a su vez.

—Un año más, y te encargarás de tu propia defensa.

—Confiemos en que no sea necesario.

Danny miró a Beth y a su madre, sentadas en la primera fila de una sala abarrotada de buenos ciudadanos de Bow, que estaban convencidos de que quedaría en libertad aquel mismo día. Solo lamentó no ver al padre de Beth.

Lo que Danny no sabía era que había mucha más gente concentrada ante el tribunal de apelación, gritando y blandiendo pancartas que exigían su liberación. Miró los bancos de la prensa, donde un joven de la Bethnal Green and Bow Gazette estaba sentado con la libreta abierta y el bolígrafo preparado. ¿Tendría una exclusiva para el diario del día siguiente? Tal vez la cinta no sería una prueba suficiente en sí misma, había advertido Alex a Danny, pero en cuanto se escuchara en el tribunal, su contenido sería aireado en todos los periódicos del país, y después…

Danny ya no estaba solo. Alex, Nick, Big Al y Beth eran los generales de lo que se estaba convirtiendo en un pequeño ejército. Alex había admitido que todavía confiaba en que un segundo testigo apareciera para confirmar la historia de Mortimer. Si Toby Mortimer había querido confesar, ¿no era posible que Gerald Payne o Lawrence Davenport desearan dejar las cosas claras, después de más de dos años de vivir con aquel peso sobre su conciencia?

—¿Por qué no va a verles? —había preguntado Danny—. Tal vez le escuchen.

Alex le había explicado por qué no era posible, y a continuación señaló que, incluso si se topara con uno de ellos en un acto social, podrían obligarle a retirarse del caso, o a enfrentarse a una acusación de conducta poco profesional.

—¿No podría enviar a alguien en su nombre, para que se apoderara de las pruebas que necesitamos, como hizo Big Al?

—No —contestó con firmeza Alex—. Si se me identificara como instigador de dicha actuación, tendrías que buscar un nuevo abogado, y yo otro trabajo.

—¿Y el camarero? —preguntó Danny.

Alex le dijo que ya había llevado a cabo una investigación sobre Reg Jackson, el camarero del Dunlop Arms, con el fin de averiguar si tenía antecedentes delictivos.

—¿Y?

—Nada —dijo Alex—. Le han detenido dos veces durante los últimos cinco años por posesión de objetos robados, pero la policía carecía de pruebas suficientes para conseguir una condena, de modo que retiraron los cargos.

—¿Y Beth? —preguntó Danny—. ¿Le concederán una segunda oportunidad de testificar?

—No —contestó Alex—. Los jueces leerán su testimonio escrito, así como la transcripción del proceso, pero no les interesa repetir el juicio. —También advirtió a Danny de que no había encontrado nada en las conclusiones del juez que apuntara prejuicios suficientes para iniciar otro juicio—. La verdad es que todo depende de la cinta.

—¿Y Big Al?

Alex le dijo que había pensado en llamar a Albert Crann como testigo, pero decidió que sería más perjudicial que beneficioso.

—Pero es un amigo leal —dijo Danny.

—Con antecedentes delictivos.

A las diez en punto, los tres jueces entraron en la sala. Los funcionarios del tribunal se levantaron, inclinaron la cabeza ante sus señorías y esperaron a que ocuparan sus lugares en el banco. Para Danny, los dos hombres y la mujer de quienes dependía su vida eran figuras borrosas, con la cabeza cubierta con pelucas cortas y sus ropas de cada día ocultas por togas negras.

Alex Redmayne apoyó una carpeta sobre un pequeño atril que tenía delante. Había explicado a Danny que estaría solo en el banco, pues los fiscales no estaban presentes en las apelaciones. Danny pensó que no echaría de menos al señor Arnold Pearson.

En cuanto el tribunal se acomodó, el juez principal, Browne invitó al señor Redmayne a iniciar su recapitulación.

Alex empezó recordando al tribunal los antecedentes del caso, intentando de nuevo sembrar la duda en la mente de sus señorías, pero a juzgar por su expresión estaba claro que no lo estaba consiguiendo. De hecho, el juez Browne le interrumpió en más de una ocasión para preguntar si iba a presentar nuevas pruebas, y le recordó que los tres jueces habían leído las transcripciones del juicio.

Al cabo de una hora, Alex se rindió.

—No le quepa duda, señoría, de que tengo la intención de presentar nuevas pruebas a su consideración. Alex se irguió en toda su estatura mientras pasaba otra página del expediente.

—Señorías, estoy en posesión de una grabación que desearía presentar a su consideración. Es una conversación con el señor Toby Mortimer, un Mosquetero que se encontraba presente en el Dunlop Arms la noche de autos, pero que no pudo prestar declaración en el juicio porque estaba indispuesto.

Danny contuvo el aliento cuando Alex cogió la cinta y la introdujo en la grabadora que tenía delante. Estaba a punto de pulsar el botón de reproducción, cuando el juez Browne se inclinó hacia delante.

—Un momento, señor Redmayne, por favor.

Danny sintió que un escalofrío recorría su cuerpo cuando los tres jueces susurraron entre ellos. Transcurrieron unos instantes, hasta que el juez Browne formuló una pregunta cuya respuesta sabía sin la menor duda, pensó Alex.

—¿El señor Mortimer comparecerá como testigo?

—No, señoría, pero la cinta demostrará…

—¿Por qué no comparecerá ante nosotros, señor Redmayne? ¿Todavía continúa indispuesto?

—Por desgracia, señoría, ha muerto recientemente.

—¿Puedo preguntar la causa de la muerte?

Alex maldijo. Sabía que el juez Browne estaba enterado de los motivos de que Mortimer no pudiera comparecer ante el tribunal, pero quería que quedara constancia de todos los detalles.

—Se suicidó, señoría, después de una sobredosis de heroína.

—¿Era un reconocido adicto a la heroína? —continuó el juez Browne implacable.

—Sí, señoría, pero por suerte esta grabación se realizó durante un período de remisión.

—Sin duda comparecerá ante nosotros un médico para confirmarlo.

—Por desgracia no, señoría.

—¿Debo entender que no estuvo presente un médico cuando se grabó la cinta?

—Sí, señoría.

—Entiendo. ¿Dónde se grabó la cinta?

—En la prisión de Belmarsh, señoría.

—¿Estuvo usted presente?

—No, señoría.

—En ese caso, señor Redmayne, siento curiosidad por saber quién estuvo presente.

—El señor Albert Crann.

—Y si no es médico o miembro del personal de la prisión, ¿cuál era su situación en aquel momento?

—Es un preso.

—¿Sí? Debo preguntarle, señor Redmayne, si posee alguna prueba de que esta grabación se efectuara sin que el señor Mortimer fuera coaccionado o amenazado. Alex vaciló.

—No, señoría, pero estoy seguro de que podrá decidir cuál era el estado mental del señor Mortimer una vez haya escuchado la cinta.

—Pero ¿cómo podemos estar seguros de que el señor Crann no estaba apoyando una navaja contra su garganta, señor Redmayne? De hecho, tal vez su sola presencia bastó para meter el miedo en el cuerpo al señor Mortimer.

—Tal como he señalado, señoría, se formará una opinión mejor una vez haya oído la cinta.

—Permita que consulte unos momentos con mis colegas, señor Redmayne. Una vez más, los tres jueces susurraron entre ellos.

Al cabo de unos instantes, el juez Browne volvió a centrar su atención en el abogado defensor.

—Señor Redmayne, somos de la opinión de que no se puede permitir la reproducción de la cinta, dado que es inadmisible.

—Pero, señoría, ¿puedo recordarle que una directiva reciente de la Comisión Europea…?

—Las directivas europeas aún no se aplican en mi tribunal —dijo el juez Browne, pero se corrigió al instante—, en este país. Permítame advertirle que si el contenido de esta cinta llegara a hacerse público, me vería obligado a denunciar el asunto al CPS.

El único periodista del banco de la prensa guardó su bolígrafo. Por un momento, había pensado que tenía una exclusiva, pues el señor Redmayne reproduciría la cinta durante las conclusiones de la vista, y él decidiría si a sus lectores podía interesarles, aunque a sus señorías no. Pero ya no sería posible. Si el periódico publicaba una sola palabra de la cinta después de las instrucciones del juez, incurriría en desacato al tribunal, algo que hasta los directores más rebeldes evitaban.

Alex removió unos papeles, pero sabía que no debía volver a molestar al juez Browne.

—Continúe su alegato, señor Redmayne, por favor —dijo el juez.

Alex continuó desafiante con las escasas pruebas que tenía a su disposición, pero ya no pudo aportar nada capaz de provocar que el juez Browne enarcara una ceja. Cuando Alex volvió a su sitio, se maldijo por lo bajo. Tendría que haber entregado la cinta a la prensa el día antes de la vista; de ese modo el juez se habría visto obligado a admitir la conversación como nueva prueba. Pero el juez Browne había demostrado ser demasiado astuto para permitir que Alex pulsara el botón de reproducción.

Más tarde, su padre le señaló que si sus señorías hubieran oído una sola frase no habrían tenido otro remedio que escuchar el resto de la cinta. Pero no habían oído ni una palabra, y mucho menos una frase.

Los tres jueces se retiraron a las doce y treinta y siete minutos, y volvieron al cabo de poco con un veredicto unánime. Alex agachó la cabeza cuando el juez Browne pronunció las palabras:

—Apelación rechazada.

Miró a Danny, que acababa de ser condenado a pasar los siguientes veinte años de su vida en la cárcel, por un crimen que Alex sabía que no había cometido.