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Como ya sabe, Nicholas, esta será nuestra última entrevista.

—Sí, señorita Bennett.

—No siempre hemos estado de acuerdo, pero creo que ambos hemos salido incólumes de la experiencia.

—Estoy de acuerdo, señorita Bennett.

—Cuando salga de este edificio por última vez, será un hombre libre, pues habrá terminado su período de libertad condicional.

—Sí, señorita Bennett.

—Pero antes de que pueda despedirle oficialmente, he de hacerle algunas preguntas.

—Por supuesto, señorita Bennett.

La mujer cogió un bolígrafo mordisqueado y miró la larga lista de preguntas que el Ministerio del Interior exige que sean contestadas antes de que un preso pueda ser liberado definitivamente.

—¿Toma drogas en la actualidad?

—No, señorita Bennett.

—¿Ha experimentado en fecha reciente la necesidad de cometer un delito?

—En fecha reciente no, señorita Bennett.

—Durante el último año, ¿se ha mezclado con delincuentes conocidos?

—Con delincuentes conocidos no —dijo Danny. La señorita Bennett levantó la vista—. He dejado de mezclarme con esa gente, y no albergo el menor deseo de volver a encontrarme con ellos, como no sea en los tribunales.

—Me alegra saberlo —afirmó la señorita Bennett, mientras marcaba la casilla correspondiente—. ¿Aún tiene un lugar donde vivir?

—Sí, pero intuyo que voy a mudarme pronto. —El bolígrafo quedó suspendido sobre el papel—. A un lugar en el que he vivido antes, aprobado oficialmente.

El bolígrafo marcó otra casilla.

—¿Está viviendo con su familia en la actualidad?

—Sí.

La señorita Benett levantó la vista de nuevo.

—La última vez que le formulé esa pregunta, Nicholas, me dijo que vivía solo.

—Nos hemos reconciliado hace poco.

—Me alegro mucho, Nicholas —dijo la mujer, y marcó una tercera casilla—. ¿Tiene personas a su cargo?

—Sí, una hija, Christy.

—O sea, ¿está viviendo ahora con su mujer y su hija?

—Beth y yo estamos prometidos y, en cuanto haya solucionado un par de problemas pendientes, pensamos casarnos.

—Me alegro mucho por usted —dijo la señorita Bennett—. ¿El Servicio de Libertad Condicional podría ayudarle a resolver esos problemas?

—Es muy amable, señorita Bennett, pero creo que no. Sin embargo, mañana por la mañana tengo cita con mi abogado, y confío en que me echará una mano.

—Entiendo —dijo la señorita Bennett, y volvió a sus preguntas—. ¿Su pareja tiene trabajo fijo?

—Sí —contestó Danny—. Es la secretaria personal del presidente de una compañía de seguros de la City.

—De modo que, en cuanto encuentre trabajo, formarán una familia con dos sueldos.

—Sí, pero en el futuro, mi sueldo será mucho más bajo que el de ella.

—¿Por qué? ¿Qué empleo espera conseguir?

—Espero que me ofrezcan el puesto de bibliotecario en una institución importante —dijo Danny.

—No se me ocurre nada más adecuado —dijo la señorita Bennett, al tiempo que marcaba otra casilla y avanzaba hasta la siguiente pregunta—. ¿Piensa viajar al extranjero en un futuro cercano?

—No entra en mis planes —contestó Danny.

—Y por último —dijo la señorita Bennett—, ¿le preocupa la posibilidad de cometer otro delito en un futuro cercano?

—He tomado una decisión que hará imposible esa opción en el futuro —la tranquilizó.

—Me alegra saberlo —dijo la señorita Bennett, mientras marcaba la casilla final—. No tengo más preguntas. Gracias, Nicholas.

—Gracias a usted, señorita Bennett.

—Espero que su abogado pueda solucionar esos problemas que le preocupan —señaló la señorita Bennett mientras se levantaba.

—Es usted muy amable, señorita Bennett —dijo Danny, y le estrechó la mano—. Eso espero.

—Si alguna vez necesita ayuda, no olvide que solo estoy a una llamada telefónica de distancia.

—Creo que es muy posible que alguien se ponga en contacto con usted en un futuro muy próximo —anunció Danny.

—Eso espero, y deseo que todo les vaya bien a usted y a Beth —dijo la señorita Bennett.

—Gracias —respondió Danny.

—Adiós, Nicholas.

—Adiós, señorita Bennett.

Nicholas Moncrieff abrió la puerta y salió a la calle convertido en un hombre libre. Al día siguiente sería el turno de Danny Cartwright.

—¿Estás despierta?

—Sí —contestó Beth.

—¿Aún esperas que cambie de opinión?

—Sí, pero ya sé que es absurdo intentar convencerte, Danny. Siempre has sido tozudo como una mula. Solo espero que te des cuenta de que, si has tomado la decisión equivocada, esta podría ser nuestra última noche juntos.

—Pero si estoy en lo cierto —dijo Danny—, gozaremos de diez mil noches como esta.

—Pero podríamos vivir toda una vida de noches así sin que corrieras ese riesgo.

—He corrido ese riesgo cada día desde que salí de la cárcel. No tienes ni idea, Beth, de qué es estar mirando siempre hacia atrás, esperando a que alguien diga: «El juego ha terminado, Danny, vas a volver a la cárcel hasta el último día de tu vida». Al menos, de esta forma, alguien tal vez se decida a escuchar mi versión de la historia.

—Pero ¿qué te convenció de que esta era la única forma de demostrar tu inocencia?

—Tú —contestó Danny—. Cuando te vi en la puerta y dijiste: «Siento molestarle, sir Nicholas» —imitó—, me di cuenta de que ya no deseaba ser sir Nicholas Moncrieff. Soy Danny Cartwright, y estoy enamorado de Beth Bacon, de Wilson Road.

Beth rio.

—No recuerdo la última vez que me llamaste así.

—Cuando tenías once años y llevabas coletas.

Beth se tumbó sobre la almohada y guardó silencio un rato. Danny se preguntaba si se habría dormido, pero entonces ella tomó su mano.

—Pero lo más probable es que acabes pasando el resto de tu vida en la cárcel.

—He tenido tiempo más que suficiente para pensar en ello —dijo Danny—, y estoy convencido de que si entro en una comisaría de policía acompañado de Alex Redmayne y me entrego, junto con esta casa, mis bienes y, lo más importante de todo, tú, ¿no crees que alguien podría pensar que soy inocente?

—Casi nadie querría correr ese riesgo —apuntó Beth—. Estarían muy contentos si pudieran pasar el resto de su vida siendo sir Nicholas Moncrieff, con todo lo que eso conlleva.

—Pero esa es la cuestión, Beth. Yo no soy sir Nicholas Moncrieff. Soy Danny Cartwright.

—Y yo no soy Beth Moncrieff, pero preferiría serlo antes que pasar los siguientes veinte años yendo a verte a Belmarsh el primer domingo de cada mes.

—Pero no pasaría ni un día en el que no miraras hacia atrás, malinterpretando la menor insinuación, teniendo que evitar a cualquiera que hubiera conocido a Danny, o incluso a Nick. ¿A quién podrías contar tu secreto? ¿A tu madre? ¿A mi madre? ¿A tus amigos? La respuesta es a nadie. ¿Y qué le diremos a Christy cuando sea lo bastante mayor para comprender? ¿Queremos que viva engañada, sin saber quiénes son en realidad sus padres? No, si esa es la alternativa, prefiero afrontar el peligro. Al fin y al cabo, si tres magistrados del Tribunal Supremo creen que mi caso es lo bastante sólido para considerar el indulto, tal vez pensarán que el caso es todavía más sólido si accedo a entregarme con el fin de demostrar mi inocencia.

—Sé que tienes razón, Danny, pero estos últimos días han sido los más felices de mi vida.

—Y los míos también, Beth, pero serán más felices aún si soy un hombre libre. Confío lo suficiente en la naturaleza humana para creer que Alex Redmayne, Fraser Munro y hasta Sarah Davenport no descansarán hasta que se haga justicia.

—Te gusta mucho Sarah Davenport, ¿verdad? —dijo Beth, mientras le pasaba los dedos por el pelo. Danny sonrió.

—Debo admitir que a sir Nicholas Moncrieff sí, pero ¿a Danny Cartwright? Nunca.

—¿Por qué no pasamos un día más juntos y hacemos algo inolvidable? Y puesto que podría ser tu último día de libertad, te dejaré hacer todo cuanto desees.

—Quedémonos en la cama y hagamos el amor todo el día —dijo Danny.

—Hombres —suspiró Beth con una sonrisa.

—Podríamos llevar a Christy al zoo por la mañana, y después ir a comer pescado frito con patatas fritas en Ramsey.

—Y después, ¿qué? —preguntó Beth.

—Iré a Upton Park y veré a los Hammers[17], mientras tú llevas a Christy a casa de tu madre.

—¿Y por la noche?

—Puedes elegir la película que quieras… siempre que sea del nuevo James Bond.

—¿Y después?

—Lo mismo que cada noche de esta semana —dijo Danny, al tiempo que la abrazaba.

—En cuyo caso, lo mejor sería ceñirse al plan A —opinó Beth—, para que mañana por la mañana llegues a tiempo a tu cita con Alex Redmayne.

—Ardo en deseos de ver su cara —dijo Danny—. Cree que tiene una cita con sir Nicholas Moncrieff para hablar de los diarios, y de la posibilidad de que consiga hacerle cambiar de opinión y convencerle de que comparezca como testigo, cuando en realidad se encontrará cara a cara con Danny Cartwright, quien quiere entregarse.

—Alex estará encantado —aseguró Beth—. Siempre está diciendo: «Si tuviera una segunda oportunidad…».

—Bien, está a punto de conseguirla. Te aseguro, Beth, que ardo en deseos de que se celebre ese encuentro, porque me sentiré libre por primera vez en años. Danny se inclinó y la besó en los labios. Cuando ella se quitó el camisón, apoyó la mano sobre su muslo.

—Esto es algo de lo que tendrás que prescindir durante los próximos meses —susurró Beth. De repente, un estrépito similar a un trueno resonó en el piso de abajo.

—¿Qué coño ha sido eso? —preguntó Danny, al tiempo que encendía la luz de la mesilla de noche.

Oyó el sonido de unos pasos pesados que subían la escalera. Bajó de la cama justo cuando tres policías con chalecos antibalas y porras irrumpían en el dormitorio, seguidos de tres más. El primero agarró a Danny y le tiró al suelo, aunque no había intentado resistirse. Dos le aplastaron la cara contra la alfombra, mientras el tercero le inmovilizaba los brazos a la espalda y le esposaba. Con el rabillo del ojo, vio que una mujer policía sujetaba a Beth, desnuda contra la pared, mientras otra la esposaba.

—¡Ella no ha hecho nada! —gritó, mientras se soltaba y cargaba contra los policías, pero antes de poder dar el segundo paso, una porra aterrizó con todas sus fuerzas sobre su nuca y le derribó.

Dos hombres saltaron encima de él. Uno clavó una rodilla en su espalda, mientras otro se sentaba sobre sus piernas. Cuando el inspector Fuller entró en la habitación, pusieron a Danny en pie.

—Leedle sus derechos —dijo Fuller, mientras se sentaba en el extremo de la cama y encendía un cigarrillo. Una vez finalizado el ritual, Fuller se levantó y se acercó a Danny.

—Esta, vez, Cartwright —dijo, sus rostros apenas separados por unos centímetros—, voy a encargarme de que tiren la llave. En cuanto a tu novia, se acabaron las visitas de los domingos por la tarde, porque también vamos a encerrarla en una prisión.

—¿Acusada de qué? —escupió Danny.

—Complicidad y encubrimiento bastará. La condena habitual son seis años, si no recuerdo mal. Lleváoslos.

Arrastraron abajo a Danny y a Beth como si fueran sacos de patatas y los sacaron por la puerta principal, donde tres coches de policía, con las luces destellando y las puertas posteriores abiertas, les esperaban. Las luces de los dormitorios alrededor de la plaza empezaron a encenderse mientras los vecinos, sobresaltados, miraban por la ventana para ver qué sucedía en el número 12.

Arrojaron a Danny a la parte posterior del coche de en medio. Quedó embutido entre dos agentes, cubierto tan solo con una toalla. Vio que Big Al padecía el mismo trato en el vehículo de delante. Los coches salieron en hilera de la plaza, sin rebasar el límite de velocidad ni conectar las sirenas. El inspector Fuller estaba complacido de que toda la operación hubiera durado menos de diez minutos. Su informador había sido veraz hasta el último detalle.

Solo un pensamiento cruzó por la mente de Danny. ¿Quién le creería cuando dijera que tenía una cita con su abogado a la mañana siguiente, con la intención de entregarse antes de presentarse en la comisaría de policía más cercana?