22

Una nueva marcha de entrenamiento por otro pasillo, pero esta vez la hilera de presos iba más deprisa. Ningún recluso quería perderse ni un segundo de visita. Al final del pasillo había una sala de espera grande, con un banco de madera atornillado a la pared. Siguió otra larga espera, hasta que empezaron a llamar a los presos por su nombre. Danny mató el tiempo leyendo e intentando comprender los anuncios clavados en la pared. Había varios sobre las drogas y las consecuencias —aplicables tanto a los reclusos como a los visitantes— de intentar pasar cualquier cosa durante las visitas. Otro informaba de la política de la cárcel en lo tocante a los acosos, y un tercero se refería a la discriminación, una palabra difícil para Danny, y cuyo significado desconocía. Tendría que preguntar a Nick en cuanto volviera a la celda, después de la visita.

Había transcurrido casi una hora cuando sonó «Cartwright» por el sistema de megafonía. Danny se puso en pie de un salto y siguió al guardia hasta una diminuta habitación cuadrada, donde le dijeron que subiera a una pequeña plataforma de madera, con las piernas separadas. Otro madero (carcelero) al que nunca había visto le registró con más minuciosidad incluso que cuando le enchironaron (encarcelaron). Big Al le había advertido de que el cacheo sería más escrupuloso de lo acostumbrado, porque los visitantes a menudo intentaban entregar drogas, dinero, navajas, cuchillos e incluso pistolas a los presos durante las visitas.

Una vez terminado el registro, el guardia colocó una banda amarilla alrededor de la parte superior del brazo de Danny para identificarle como preso, no muy distinta del fluorescente que su madre le obligó a llevar cuando aprendió a montar en bicicleta. Después, le condujeron a la sala más grande en la que había estado desde su llegada Belmarsh. Se detuvo ante una mesa elevada sobre una plataforma que se hallaba a un metro del suelo. Otro guardia comprobó una lista.

—Tu visita está esperando en E9 —dijo. Siete hileras de mesas y sillas estaban dispuestas en largas filas, marcadas de la A a la G. Los presos tenían que sentarse en sillas rojas atornilladas al suelo. Los visitantes se sentaban al otro lado de una mesa en sillas verdes, también clavadas al suelo, lo cual facilitaba la vigilancia del personal de seguridad, ayudados por varias cámaras de circuito cerrado que zumbaban desde lo alto. Cuando Danny caminó entre las filas, vio que los guardias observaban atentamente a los presos y a los visitantes desde una galería elevada. Se detuvo cuando llegó a la fila E y buscó a Beth. La vio por fin, sentada en una silla verde. Pese a que tenía su foto pegada con celo en la pared de la celda, había olvidado lo guapa que era. Llevaba un paquete en los brazos, cosa que le sorprendió, pues los visitantes tenían prohibido llevar regalos a los presos.

Se puso en pie de un brinco en cuanto lo vio. Danny aceleró el paso, aunque le habían advertido varias veces que no corriera. La estrechó entre sus brazos, y el paquete lloró. Danny retrocedió y vio a su hija por primera vez.

—Es preciosa —dijo, mientras tomaba a Christy en sus brazos. Miró a Beth—. Voy a salir de aquí antes de que se entere de que su padre estuvo en la cárcel.

—¿Cómo…?

—¿Cuándo…?

Ambos se pusieron a hablar a la vez.

—Lo siento —dijo Danny—. Tú primero. Beth pareció sorprenderse.

—¿Por qué hablas tan despacio?

Danny se sentó en la silla roja y empezó a hablar a Beth de sus compañeros de celda, mientras engullía un Mars y vaciaba una lata de Coca-Cola Light que Beth había comprado en la cantina, lujos de los que no había disfrutado desde que estaba encerrado en Belmarsh.

—Nick me está enseñando a leer y escribir con corrección —le dijo—. Y Big Al me está enseñando a sobrevivir en la cárcel.

Esperó a ver la reacción de Beth.

—Has tenido suerte de ir a parar a esa celda.

Danny no lo había pensado antes, y de pronto comprendió que debía darle las gracias al señor Jenkins.

—¿Cómo van las cosas por Bacon Road? —preguntó, al tiempo que tocaba el muslo de Beth.

—Algunos vecinos están recogiendo firmas para pedir tu puesta en libertad, y han escrito con espray «Danny Cartwright es inocente» en la pared exterior de la estación de metro de Bow Road. Nadie ha intentado borrarlo, ni siquiera el ayuntamiento.

Danny escuchaba las noticias de Beth mientras devoraba tres Mars y bebía dos Coca-Colas más, consciente de que no le dejarían llevar nada a su celda una vez terminara la visita.

Quería abrazar a Christy, pero se había dormido en los brazos de Beth. Ver a la niña había reforzado todavía más su decisión de aprender a leer y escribir bien. Quería ser capaz de contestar a todas las preguntas del señor Redmayne, prepararse para la apelación y sorprender a Beth contestando a sus cartas sin cometer faltas de ortografía.

—Todos los visitantes deben marcharse —anunció una voz por el sistema de megafonía.

Mientras consultaba el reloj de pared, Danny se preguntó adónde había ido a parar la hora más corta de su vida. Se levantó lentamente del asiento, tomó a Beth en sus brazos y la besó con dulzura. No recordó que este era el método más común utilizado por los visitantes para pasar drogas a sus colegas, ni que el personal de seguridad les estaría vigilando con suma atención. Algunos presos hasta tragaban las drogas para que no las descubrieran cuando les registraban antes de regresar a sus celdas.

—Adiós, cariño —dijo Beth cuando la soltó por fin.

—Adiós —dijo Danny, desesperado—. Ay, casi me olvido añadió, y extrajo un papel del bolsillo de los vaqueros. Apenas le había entregado el mensaje, cuando un guardia apareció a su lado y se apoderó de él.

—No puedes intercambiar nada durante la visita, Cartwright.

—Pero es solo… —empezó Danny.

—No hay pero que valga. Es hora de que se vaya, señorita.

Danny vio cómo se alejaba Beth, cargada con su hija. Sus ojos las siguieron hasta que desaparecieron de la vista.

—Tengo que salir de aquí —dijo en voz alta.

El guardia desdobló la nota y leyó las primeras palabras que Danny Cartwright había escrito a Beth: «Pronto volveremos a estar juntos». El guardia compuso una clara expresión de preocupación.

—¿Corte de pelo normal? —preguntó Louis cuando el siguiente cliente ocupó la silla de la barbería.

—No —susurró Danny—. Quiero que mi pelo se parezca al de tu último cliente.

—Eso tiene un precio —dijo Louis.

—¿Cuánto?

—Igual que a Nick, diez pitillos al mes.

Danny sacó un paquete de Marlboro, todavía sin abrir, de los vaqueros.

—Hoy, y un mes por adelantado —dijo Danny—, si haces bien el trabajo. El barbero sonrió cuando Danny metió los cigarrillos en su bolsillo.

Louis rodeó lentamente la silla; de vez en cuando se detenía para examinar. Finalmente dio su opinión.

—Lo primero que debes hacer es dejarte crecer el pelo y lavarlo dos o tres veces por semana —dijo—. Nick nunca tiene un pelo fuera de sitio, y se le riza un poco en la nuca —añadió, mientras se paraba detrás de él—. También tendrás que afeitarte cada día. Y cortarte un poco más las patillas, si quieres parecer un caballero. —Después de otro vistazo, añadió—: Nick lleva la raya a la izquierda, no a la derecha, así que ese será el primer cambio que haré. Además, su pelo es algo más claro que el tuyo, pero eso se soluciona con un poco de zumo de limón.

—¿Cuánto tiempo tardará? —preguntó Danny.

—Seis meses, no más, pero tendré que verte una vez al mes, como mínimo —añadió.

—No voy a ir a ningún sitio —dijo Danny—, así que resérvame el primer lunes de cada mes, porque el trabajo tiene que estar terminado cuando se celebre la apelación. Por lo visto, mi abogado cree que es importante el aspecto cuando estás en el banquillo de los acusados, y quiero parecer un caballero, no un criminal.

—Muy astuto tu abogado —reconoció Louis, al tiempo que cubría a Danny con una capa verde antes de levantar la maquinilla. Veinte minutos después, se había producido un cambio casi imperceptible—. No olvides que tendrás que afeitarte cada mañana —dijo Louis, al tiempo que alzaba el espejo ante su cliente y sacudía algunos cabellos de sus hombros—. Y lavarte el pelo con champú al menos dos veces a la semana, si pretendes quedar aceptable, por utilizar una de las expresiones de Nick.

—Volved a vuestras celdas —gritó el señor Hagen. El guardia pareció sorprendido cuando vio que un paquete sin abrir de veinte cigarrillos cambiaba de manos—. Has encontrado otro cliente para el servicio suplementario que ofreces, ¿eh, Louis? —preguntó con una sonrisa.

Danny y Louis guardaron silencio.

—Qué curioso, Cartwright —dijo Hagen—. Jamás habría dicho que fueras marica.