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Beth salió de las tinieblas de la estación de metro de Knightsbridge. Era una tarde luminosa y soleada, y las aceras estaban abarrotadas de gente que miraba escaparates y paseaba para hacer la digestión de su comida dominical.

Alex Redmayne había sido extremadamente amable y colaborador durante las últimas semanas, y cuando, hacía menos de una hora, se había separado de él se sentía muy segura. Sin embargo, esa confianza estaba empezando a desvanecerse. Mientras caminaba en dirección a The Boltons, intentó recordar todo cuanto Alex le había dicho.

Nick Moncrieff era un hombre decente que se había convertido en un leal amigo de Danny mientras estuvieron juntos en la cárcel. Unas semanas antes de que le pusieran en libertad, Moncrieff había escrito a Alex para ofrecerle su colaboración en todo cuanto pudiera ser de ayuda para Danny, al que creía inocente.

Alex había decidido poner a prueba esa oferta, y después de la puesta en libertad de Moncrieff le había escrito para solicitar ver los diarios que había escrito en la cárcel, junto con cualquier nota de esa época relativa a la conversación grabada entre Albert Crann y Toby Mortimer. Alex terminaba la carta preguntándose si accedería a comparecer ante el tribunal y testificar.

La primera sorpresa llegó cuando le entregaron los diarios en su despacho a la mañana siguiente. La segunda fue quién se los llevaba. Albert Crann no pudo ser más servicial, contestó a todas las preguntas formuladas por Alex, y solo se puso en guardia cuando le preguntó por qué su jefe no accedía a comparecer ante los magistrados del Tribunal Supremo. De hecho, ni siquiera aceptaba un encuentro extraoficial con el señor Redmayne en su despacho. Alex supuso que Moncrieff no deseaba ninguna confrontación con la policía hasta haber concluido su período de libertad condicional Pero Alex no estaba dispuesto a rendirse tan fácilmente. Mientras comían, había convencido a Beth de que conseguir que Moncrieff cambiara de opinión y accediera a testificar ante los magistrados del Tribunal Supremo, podía significar un factor decisivo a la hora de limpiar el nombre de Danny.

—Relájate —se dijo Beth con una sonrisa, pero ahora estaba sola y empezaba a sentirse más agobiada a cada paso que daba.

Alex le había enseñado una fotografía de Moncrieff y le había advertido de que, cuando lo viera por primera vez, tal vez pensaría por un momento que estaba delante de Danny. Pero debía concentrarse y no permitirse distracciones.

Alex había elegido el día, incluso la hora, de la entrevista: un domingo por la tarde, alrededor de las cuatro. Pensaba que Nick estaría más relajado a aquella hora, incluso vulnerable ante una dama en apuros que se presentara en su casa sin previo aviso.

Cuando Beth se desvió de la calle y entró en The Boltons, su paso se hizo más lento todavía. Lo único que la impulsaba a continuar adelante era la idea de limpiar el nombre de Danny. Rodeó el jardín semicircular, con la iglesia en el centro, hasta llegar al número 12. Antes de abrir el portón, recordó las palabras que Alex y él habían ensayado: «Me llamo Beth Wilson, y le pido disculpas por molestarle un domingo por la tarde, pero creo que usted compartió celda con Danny Cartwright, que era…».

Danny terminó de leer el tercer ensayo recomendado por el profesor Mori; empezaba a sentirse más seguro ante la entrevista con su mentor. Había elegido un trabajo que había escrito hacía más de un año sobre las teorías de J. K. Galbraith sobre la economía de impuestos bajos… cuando sonó el timbre de la puerta. Maldijo. Big Al había ido a ver el partido del West Ham contra el Sheffield United. Danny había querido acompañarle, pero ambos estuvieron de acuerdo en que no podía correr el riesgo. ¿Le sería posible visitar Upton Park la temporada siguiente? Devolvió su atención a Galbraith, con la esperanza de que el visitante, fuera quien fuese, se marcharía, pero el timbre sonó por segunda vez.

Se levantó de mala gana y empujó la silla hacia atrás. ¿Quién sería a aquellas horas? ¿Un testigo de Jehová, o un vendedor a domicilio contumaz? Quienquiera que fuese, iba a oírle por haber interrumpido su domingo por la tarde. Bajó corriendo la escalera y siguió el pasillo, con la esperanza de deshacerse de quien fuera antes de perder la concentración. El timbre sonó por tercera vez.

Abrió la puerta.

—Me llamo Beth Wilson, y le pido disculpas por molestarle un domingo…

Danny contempló a la mujer que amaba. Había pensado en ese momento cada día de los dos años anteriores, y lo que le diría. Pero se quedó sin habla. Beth palideció y se puso a temblar.

—No puede ser —dijo.

—Sí, cariño —contestó Danny, y la tomó en sus brazos.

Un hombre sentado en un coche, al otro lado de la calle, continuó tomando fotografías.

—¿Señor Moncrieff?

—¿Quién es?

—Me llamo Spencer Craig. Soy abogado, y quiero hacerle una proposición.

—¿Cuál, señor Craig?

—Si fuera capaz de devolverle su fortuna, su legítima fortuna, ¿cuánto valdría eso para usted?

—Diga su precio.

—El veinticinco por ciento.

—Eso me parece un poco excesivo.

—¿Devolverle su finca de Escocia, expulsar al actual ocupante de su casa de The Boltons, rescatar la cantidad total pagada por la colección de sellos de su abuelo, además de la propiedad de un ático de lujo en Londres de cuya existencia, sospecho, usted no sabe nada, y reclamar sus cuentas bancarias de Londres y Ginebra? No, no me parece excesivo, señor Moncrieff. De hecho, es muy razonable cuando la alternativa es el cien por cien de nada.

—Pero ¿cómo lo conseguiría?

—En cuanto haya firmado el contrato, señor Moncrieff, se le devolverá la fortuna de su padre.

—¿Sin honorarios ni cargos ocultos? —preguntó Hugo con suspicacia.

—Sin honorarios ni cargos ocultos —prometió Craig—. De hecho, añadiré una pequeña bonificación que, sospecho, complacerá incluso a la señora Moncrieff.

—¿Cuál?

—Si firma el contrato, dentro de una semana será lady Moncrieff.