XIV

Quería que el Papa viese la Sibila de Delfos y el profeta Joel en sus tronos, como buenos ejemplos de las figuras que rodearían a los paneles centrales.

Julio II se encaramó por la escala del andamio y contempló atentamente los cincuenta y cinco hombres, mujeres y niños, de algunos de los cuales se veían solamente las cabezas y hombros, pero en su mayoría presentados totalmente. Comentó la magnífica belleza de la Sibila de Delfos y le hizo algunas preguntas sobre lo que iba a pintar en las otras áreas. Por fin dijo:

—¿El resto del techo será tan bueno como este panel?

—Debe resultar mejor, Santo Padre, pues sigo aprendiendo en lo referente a la perspectiva apropiada a esta altura.

—Estoy satisfecho de vos, hijo mío. Ordenaré que el tesorero os entregue otros quinientos ducados.

Ahora ya podía enviar dinero a su casa, comprar alimentos y los materiales que necesitaba para seguir trabajando. Transcurrirían así unos meses tranquilos, durante los cuales podría pintar El Paraíso, Dios crea a Eva y luego el corazón mismo del techo: Dios crea a Adán.

Pero los meses siguientes no tuvieron nada de tranquilos. Advertido por su amigo el chambelán Accursio de que su Piedad era sacada de San Pedro para que el ejército de dos mil quinientos obreros de Bramante pudiera remodelar la pared sur de la Basílica y hacer sitio para el primero de los entrepaños de pared, subió a saltos la larga escalera y comprobó que la Piedad había sido llevada ya a otra pequeña capilla… por suerte sin daño para la escultura. Después, incrédulo, con una sensación de angustia en la boca del estómago, vio cómo caían en pedazos las antiguas columnas de mármol y granito, y como los obreros sacaban los escombros. Monumentos construidos en la pared sur se vinieron abajo al derrumbarse la misma. ¡Y habría costado tan poco llevarlos a otro lugar sin que sufrieran daño alguno!

Que él supiera, nadie tenía llave de la Capilla Sixtina más que el chambelán Accursio y él. Miguel Ángel había insistido en ello, para que nadie pudiera espiar su trabajo o irrumpir en su aislamiento. Mientras pintaba un día el profeta Zacarías en su enorme trono tuvo la sensación de que alguien visitaba la Capilla durante la noche. No poseía prueba tangible alguna, pero adivinaba que las cosas no estaban exactamente igual a como él las había dejado. Alguien subía por la escala durante su ausencia.

Michi se ocultó aquella noche y le informó que los visitantes eran Bramante y, según creía, Rafael. Bramante tenía una llave, por lo visto. Iban allí después de medianoche. Miguel Ángel se enfureció. Antes de que su bóveda estuviera completa y abierta al público, Rafael pintaría sus obras copiando su técnica. Así sería Rafael el autor de la revolución en la pintura, y él, Miguel Ángel, un simple imitador.

Pidió al chambelán Accursio que le consiguiese una audiencia con el Papa, a la que debía asistir también Bramante. En ella, formuló la acusación.

Bramante no respondió palabra. Miguel Ángel exigió que el arquitecto entregase su llave al chambelán, y así se hizo. Una nueva crisis había quedado resuelta. Y Miguel Ángel regresó a su bóveda.

Al día siguiente recibió un aviso de una sobrina del cardenal Piccolomini. La familia insistía en que terminase de esculpir las restantes once estatuas del altar de Siena, o que devolviese los cien florines que se le habían dado como adelanto. En ese momento, no podía desprenderse de aquella suma. Además, la familia le debía el importe de una de las figuras, que ya había sido entregada.

Recibió una carta de Ludovico en la que le informaba que, mientras se efectuaban reparaciones en la casa de Settignano, Giovansimone había tenido un cambio de palabras con él, y amenazó con pegarle, después de lo cual prendió fuego a la casa. Los daños eran insignificantes porque el edificio era de piedra, pero Ludovico estaba enfermo como consecuencia del tremendo disgusto. Y Miguel Ángel envió dinero para reparar la casa y una carta severísima a su hermano.

Aquellos incidentes le deprimieron profundamente. Se vio obligado a suspender el trabajo. Fue a la campiña y caminó muchos kilómetros incansablemente. En medio de su desesperación, recibió un mensaje del cardenal Giovanni, llamándole al palacio Medici. ¿Qué otra cosa habría salido mal?

Giovanni estaba acompañado de Giulio cuando él llegó:

—Miguel Ángel —dijo el cardenal—. Como antiguo compañero bajo el techo de mi padre, siento por usted un cálido afecto.

—Eminencia: siempre lo he creído así.

—Es por eso que deseo que sea un miembro más de mi casa. Tiene que venir a cenar, estar a mi lado en mis cacerías y figurar en mi séquito cuando cruzo la ciudad para oficiar misa en Santa María de Domenica. Quiero que toda Roma sepa que es miembro de mi círculo más intimo.

—¿Y no podría decírselo a toda Roma?

—Las palabras no significan nada. A este palacio vienen eclesiásticos, nobles, ricos comerciantes… Cuando toda esa gente lo vea aquí, sabrá que está bajo mi protección.

Bendijo a Miguel Ángel y salió de la habitación. Miguel Ángel miró a Giulio, quien dio un paso hacia él y le habló cálidamente:

—El cardenal considera que necesita usted de su bondad.

—¿En qué forma?

—Bramante le desacredita a usted allá donde va. Si se convierte en un íntimo de esta casa, el cardenal, sin decir una palabra a Bramante, silenciará a sus detractores.

Miguel Ángel estudió un instante el hermoso rostro de Giulio y, por primera vez, sintió simpatía hacia él, de la misma manera que Giulio le estaba ofreciendo, también por primera vez, su amistad.

Ascendió la tortuosa senda hasta la cima del cenáculo y desde allí contempló los tejados y terrazas de Roma. El Tíber atravesaba la ciudad como una continua «S». Se preguntó si podría unirse al séquito del cardenal Giovanni y pintar al mismo tiempo la Capilla Sixtina. Estaba agradecido a Giovanni por su deseo de ayudarlo, y él necesitaba ciertamente ayuda. Pero aun cuando no estuviese trabajando día y noche, ¿cómo podía convertirse en un dependiente del cardenal? Los años eran tan cortos, las frustraciones tan numerosas, que a no ser que trabajase al máximo de su capacidad jamás lograría reunir un volumen de obra importante. ¿Cómo podía pintar varias horas por la mañana, ir a los baños, dirigirse a la residencia de Giovanni, conversar cortésmente con varias docenas de invitados y consumir una deliciosa cena que se prolongaría varias horas?

El cardenal Giovanni lo escuchó atentamente cuando le expresó su gratitud y le dio las razones por las cuales no podía aceptar su ofrecimiento.

—¿Por qué le es imposible, cuando Rafael lo hace con tanta facilidad? —preguntó Giovanni—. También él produce una gran cantidad de trabajo de alta utilidad, a pesar de lo cual cena todas las noches en un palacio distinto, sale con sus amigos, va a los teatros… ¿Por qué él sí y usted no?

—Sinceramente, ignoro la respuesta, Eminencia. Yo trabajo desde el amanecer hasta la noche, y después a la luz de una vela o una lámpara. Para mí, el arte es un tormento, doloroso cuando sale mal, delicioso cuando todo va bien, pero siempre un tormento que me domina. Cuando he terminado una jornada de trabajo, quedo totalmente vacío. Todo cuanto tenía dentro de mí ha quedado dentro del mármol o el fresco. Por eso no tengo nada que dar en otras partes.

La agonía y el éxtasis
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
Libroprimero.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
Section0003.xhtml
Section0004.xhtml
Section0005.xhtml
Section0006.xhtml
Section0007.xhtml
Section0008.xhtml
Section0009.xhtml
Section0010.xhtml
Section0011.xhtml
Section0012.xhtml
Librosegundo.xhtml
Section0013.xhtml
Section0014.xhtml
Section0015.xhtml
Section0016.xhtml
Section0017.xhtml
Section0018.xhtml
Section0019.xhtml
Section0020.xhtml
Section0021.xhtml
Section0022.xhtml
Librotercero.xhtml
Section0023.xhtml
Section0024.xhtml
Section0025.xhtml
Section0026.xhtml
Section0027.xhtml
Section0028.xhtml
Section0029.xhtml
Section0030.xhtml
Section0031.xhtml
Section0032.xhtml
Section0033.xhtml
Section0034.xhtml
Section0035.xhtml
Section0036.xhtml
Section0037.xhtml
Section0038.xhtml
Section0039.xhtml
Librocuarto.xhtml
Section0040.xhtml
Section0041.xhtml
Section0042.xhtml
Section0043.xhtml
Section0044.xhtml
Section0045.xhtml
Section0046.xhtml
Section0047.xhtml
Section0048.xhtml
Section0049.xhtml
Section0050.xhtml
Section0051.xhtml
Section0052.xhtml
Section0053.xhtml
Section0054.xhtml
Libroquinto.xhtml
Section0055.xhtml
Section0056.xhtml
Section0057.xhtml
Section0058.xhtml
Section0059.xhtml
Section0060.xhtml
Section0061.xhtml
Section0062.xhtml
Section0063.xhtml
Section0064.xhtml
Section0065.xhtml
Section0066.xhtml
Librosexto.xhtml
Section0067.xhtml
Section0068.xhtml
Section0069.xhtml
Section0070.xhtml
Section0071.xhtml
Section0072.xhtml
Section0073.xhtml
Section0074.xhtml
Section0075.xhtml
Section0076.xhtml
Section0077.xhtml
Section0078.xhtml
Section0079.xhtml
Section0080.xhtml
Section0081.xhtml
Section0082.xhtml
Libroseptimo.xhtml
Section0083.xhtml
Section0084.xhtml
Section0085.xhtml
Section0086.xhtml
Section0087.xhtml
Section0088.xhtml
Section0089.xhtml
Section0090.xhtml
Section0091.xhtml
Section0092.xhtml
Section0093.xhtml
Section0094.xhtml
Section0095.xhtml
Section0096.xhtml
Section0097.xhtml
Section0098.xhtml
Section0099.xhtml
Section0100.xhtml
Section0101.xhtml
Librooctavo.xhtml
Section0102.xhtml
Section0103.xhtml
Section0104.xhtml
Section0105.xhtml
Section0106.xhtml
Section0107.xhtml
Section0108.xhtml
Section0109.xhtml
Section0110.xhtml
Section0111.xhtml
Section0112.xhtml
Libronoveno.xhtml
Section0113.xhtml
Section0114.xhtml
Section0115.xhtml
Section0116.xhtml
Section0117.xhtml
Section0118.xhtml
Section0119.xhtml
Librodecimo.xhtml
Section0120.xhtml
Section0121.xhtml
Section0122.xhtml
Section0123.xhtml
Section0124.xhtml
Section0125.xhtml
Section0126.xhtml
Libroundecimo.xhtml
Section0127.xhtml
Section0128.xhtml
Section0129.xhtml
Section0130.xhtml
Section0131.xhtml
Section0132.xhtml
Section0133.xhtml
Section0134.xhtml
autor.xhtml