V

Con los primeros calores intensos se produjo la primera baja: Soggi. Su entusiasmo declinaba a ojos vistas. No había ganado ningún premio ni conseguido encargos, y aunque Bertoldo le pagaba algunas monedas, sus ingresos solamente superaban a los de Miguel Ángel, que no existían. Por tal motivo, Soggi creyó en la posibilidad de que Miguel Ángel se uniese a él.

En un atardecer tórrido de fines de agosto, esperó a que todos se fueran y después de dejar sus herramientas se acercó al más nuevo de los aprendices.

—Miguel Ángel —dijo—. ¿Qué te parece si tú y yo nos fuéramos de aquí? Todo esto es tan… tan poco práctico. Salvémonos cuando todavía es tiempo.

—¿Salvarnos, Soggi? ¿De qué?

—¡No seas ciego! ¡Jamás podremos conseguir un encargo! ¡Ni dinero! ¿Quién necesita realmente la escultura para seguir viviendo?

—Yo.

Las expresiones de disgusto, renuncia y hasta miedo que se manifestaban en el rostro de Soggi eran más elocuentes que cuanto el infortunado muchacho había podido dar a sus modelos de arcilla o cera.

—¿Y dónde vas a encontrar trabajo? Si muriera Lorenzo… —dijo.

—¡Es un hombre joven todavía! Sólo tiene cuarenta años.

—Si llegara a morir nos quedaríamos sin mecenas y este jardín desaparecería. ¿Es que vamos a tener que vagar por toda Italia como mendigos, sombrero en mano? ¿Necesita un escultor, señor? ¿Le agradaría tener una bella Madonna, o una Piedad? Yo puedo esculpiría si me da casa y comida…

Metió todos sus efectos en una bolsa.

—¡Ma che! —añadió—. Yo quiero dedicarme a un trabajo en el cual la gente venga a mí, no yo a la gente. Y quiero comer todos los días, pasta o carne de cerdo, vino… Y comprarme calzoni cuando los necesite. La gente no puede vivir sin esas cosas. Tiene que comprarlas a diario. Y yo se las venderé todos los días. Viviré de eso. La escultura es el último de los lujos. Figura al pie de la lista. Y yo quiero comerciar con algo que figure en primer lugar. ¿Qué me contestas, Miguel Ángel? No te han pagado ni un escudo. ¡Fíjate que raída tienes la ropa! ¿Es que quieres vivir como un paria toda tu vida? Vente conmigo ahora mismo, y encontraremos trabajo juntos…

Miguel Ángel sonrió, un poco divertido. Luego respondió:

—La escultura figura en el primer lugar de mi lista, Soggi. Es más, no tengo lista. Digo «escultura» y esa palabra abarca toda mi vida.

—Mi padre conoce un carnicero del Ponte Vecchio que está buscando un ayudante. El cincel, al fin y al cabo, es muy parecido al cuchillo.

A la mañana siguiente, Bertoldo se enteró de la desaparición de Soggi y se encogió de hombros.

—Son las bajas de la escultura —dijo—. Todos nacemos con algún talento, pero en la mayoría de los casos la llama se apaga rápidamente.

Se pasó una mano, resignada, por la larga y blanca cabellera.

—Siempre ha pasado lo mismo en los estudios. Uno empieza sabiendo de antemano que una cierta parte de la enseñanza se desperdiciará, pero no es posible abstenerse por esa razón, pues entonces todos los aprendices sufrirían las consecuencias. En los casos como el de Soggi, su impulso inicial no es afinidad hacia la escultura, sino la exuberancia de la juventud. En cuanto empieza a esfumarse su primer entusiasmo, se dicen: «¡Basta de soñar! Hay que buscar un modo de vida más seguro». Cuando seas dueño de una bottega comprobarás que lo que acabo de decir es completamente cierto. La escultura es un trabajo duro, brutal. Uno no debe convertirse en artista porque puede, sino porque tiene que serlo. La escultura es sólo para aquellos que serían desgraciados sin ella.

A la mañana siguiente, Bugiardini, el de la cara de luna llena, llegó como aprendiz al jardín. Miguel Ángel y Granacci lo abrazaron cariñosamente.

Granacci, que había terminado ya el encargo de pintura que le confiara Lorenzo de Medici, había demostrado tal capacidad para la organización, que Il Magnifico le pidió que se hiciera cargo de la administración del jardín. Le agradaba dirigir, pasar sus días cuidando de que llegasen la piedra apropiada y el hierro o el bronce necesario. Casi de inmediato, estableció concursos para los aprendices, obteniéndoles modestos encargos de trabajos para los Gremios.

—Granacci, haces mal en aceptar esa tarea —le dijo Miguel Ángel—. Tú tienes tanto talento como cualquier otro del jardín.

—Hay tiempo para todo, caro mío —respondió Granacci—. He pintado y volveré a pintar.

Pero cuando Granacci reanudó sus trabajos de pintura, Miguel Ángel estaba de peor humor que antes, pues Lorenzo le había encargado a su amigo que diseñase las decoraciones para una obra teatral, así como los adornos para una fiesta.

—Granacci, idiota, ¿cómo es posible que estés cantando tan contento, mientras pintas decoraciones carnavalescas que serán arrojadas a la basura al día siguiente de la fiesta?

—Es que me gusta hacer eso que todos llaman trivialidades. No todo ha de ser profundo y eterno. Una fiesta es importante porque produce placer a quien asiste a ella, y el placer es una de las cosas trascendentales de la vida, tan importante como los alimentos o la bebida o el arte.

—¡Tú… tú… florentino!

La agonía y el éxtasis
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