CAMBIOS DE ESTADO Y TRANSICIONES DE ESCALA
VICTORIA STODDEN
Jurista especializada en cuestiones informáticas; profesora asociada de Estadística de la Universidad de Columbia.
Los físicos han ideado la expresión «cambio de estado» o «transición de fase» para referirse a la ocurrencia de una modificación en un determinado sistema físico, como sucede por ejemplo cuando una sustancia pasa del estado líquido al gaseoso. Desde que se concibiera, este concepto ha venido aplicándose en un amplio y variado conjunto de círculos académicos con la intención de calificar las características de otras clases de transformación —y esto tanto en el campo de lo social (piénsese por ejemplo en el paso por el cual los cazadores y recolectores quedan convertidos en granjeros) como en el ámbito de la estadística (consideremos en este caso las bruscas modificaciones que experimenta la eficacia algorítmica a medida que van variando los parámetros del problema)—. Y pese a ello, la noción misma todavía no ha pasado a formar parte del léxico común.
Uno de los aspectos interesantes de la idea de transición de fase es que apunta a una modificación de estado que parece no guardar relación alguna con la situación física anterior —circunstancia que determina que dicha noción nos ofrezca un modelo que permita comprender fenómenos que desafían nuestra intuición—. Si únicamente hubiéramos conocido el estado líquido del agua, ¿quién habría podido imaginar que esta pudiera transformarse en gas con la simple aplicación de calor? Lo cierto es que, en un contexto físico, contamos con una buena definición matemática de lo que es una transición de fase. Sin embargo, aun en el caso de no disponer de esa precisión, podría resultar extremadamente útil extrapolar la idea del cambio de estado y tratar de explicar con ella una clase mucho más amplia de fenómenos —en particular aquellos que deriven de un cambio brusco e inesperado en el que, además, se constate un aumento de la escala de magnitud.
Imaginemos una serie de puntos en dos dimensiones —por ejemplo, un conjunto de puntos repartidos al azar sobre la superficie de una hoja de papel—. Visualicemos ahora una nube de puntos en tres dimensiones —digamos un grupo de puntos que floten en el interior de un cubo—. Y aun en el caso de que pudiéramos imaginar la disposición de un puñado de puntos en cuatro dimensiones, ¿quién se habría aventurado a sospechar que todos esos puntos vendrían a encontrarse necesariamente en la parte convexa de la nube de puntos anterior? Pues eso es exactamente lo que ocurre invariablemente siempre que hablamos de situaciones superiores a la tridimensional. En tales casos no se ha producido una transición de fase en el sentido matemático de la expresión, pero dado que la dimensión se ha incrementado, el cambio que experimenta el sistema se verifica de un modo que escapa a las expectativas de nuestra intuición.
Llamo «transiciones de escala» a este tipo de cambios —unos cambios que son, en realidad, el inesperado resultado de un incremento de la escala dimensional—. Por ejemplo, el incremento del número de personas que interactúan en un determinado sistema puede producir resultados imprevistos: eso es lo que explica que el funcionamiento de los mercados de grandes dimensiones presente en muchas ocasiones unas características antiintuitivas. Piénsese, por ejemplo, en el efecto restrictivo que pueden tener las leyes promulgadas para controlar el precio de los alquileres en el número de viviendas de renta asequible, o en el hecho de que la legislación sobre los salarios mínimos pueda acabar reduciendo la cifra de empleos de baja remuneración. (James Flynn sostiene que la propia palabra «mercados» constituye un ejemplo de «abstracción taquigráfica»; sin embargo, yo me intereso aquí en la circunstancia de que el funcionamiento de los mercados —cuando operan con un gran volumen de transacciones— venga a contradecir con tanta frecuencia los dictados de la intuición). Piénsese en los positivos e inesperados efectos derivados de la introducción de mejoras en la comunicación —como, por ejemplo, el hecho de que la colaboración y el establecimiento de vínculos entre distintas personas se revele capaz de generar nuevas ideas e innovaciones insospechadas—; o en el antiintuitivo efecto de la enorme capacidad de que disponemos hoy para el procesamiento informático de los datos —una capacidad que ha venido a reducir las posibilidades de reproducir experimentalmente los hechos vinculados con una hipótesis, dado que hemos terminado comprobando que resulta más difícil compartir los datos y los códigos que sus respectivas descripciones—. El concepto de cambio de estado es deliberadamente ambiguo, puesto que ha sido pensado para actuar al modo de un marco cognitivo con el que alcanzar a comprender en qué casos hemos de desconfiar de nuestra intuición natural, dado que en las situaciones en que hemos de abordar problemas de gran envergadura esa intuición tiende a llevarnos, como acabamos de exponer, a conclusiones equivocadas.
Esto contrasta notablemente con una de las ideas que expusiera en su día el sociólogo Robert K. Merton. Me estoy refiriendo a la noción de las «consecuencias imprevistas», en cuya formulación la transición de escala alude antes a un sistema que a un comportamiento individual deliberado, estando al mismo tiempo directamente vinculada con la idea de que se producen efectivamente algunos cambios debidos a un incremento de la escala. Según parece, nuestra intuición tiende a resultar habitualmente inoperante cuando se trata de cuestiones de escala, de modo que necesitamos encontrar un modo de concebir las transformaciones antiintuitivas que constatamos de ese modo en el mundo que nos rodea. Posiblemente la característica más destacada de la era digital radique en el hecho de que la tecnología venga a facilitar la observación de enormes incrementos de escala —tanto en el terreno del almacenamiento y la conservación de los datos, como en los ámbitos de la capacidad de procesamiento de la información y de la conectividad—, y esto, a su vez, nos permite no solo abordar una cantidad de problemas que no conoce precedentes sino hacerlo además a una escala igualmente inaudita. Por este motivo creo que, a medida que la omnipresencia de la tecnología vaya haciéndose más patente, la idea de la transición de escala acabará convirtiéndose en una noción de uso común para todos.