LOS SUPERORGANISMOS CONTINGENTES
JONATHAN HAIDT
Psicólogo social de la Universidad de Virginia; autor de La hipótesis de la felicidad: la búsqueda de verdades modernas en la sabiduría antigua.
Los seres humanos somos una especie de jirafas del altruismo. Somos unos bichos raros de la naturaleza, capaces de prestar al grupo (en el mejor de los casos) todo un conjunto de servicios similares a los que realizan las hormigas. Nos mostramos siempre muy dispuestos a unir nuestras fuerzas a fin de crear enormes superorganismos, pero a diferencia de los insectos eusociales lo hacemos de una manera muy particular, ya que no solo nos desentendemos flagrantemente del parentesco sino que lo hacemos, además, de forma temporal y contingente, bajo determinadas circunstancias (especialmente en el caso de los conflictos intergrupales, como podemos ver en el caso de las guerras, de los deportes y de los negocios).
Desde que, en el año 1966, George Christopher Williams publicó su clásica obra titulada Adaptation and Natural Selection, los biólogos se han unido a los científicos sociales para erigir una sociedad en la que el altruismo quede desacreditado. Así, se explicaría todo acto humano o animal que presente características altruistas argumentando que, en realidad, se trata de acciones egoístas camufladas, vinculadas en último término con la llamada «selección de parentesco» (esto es, con el hecho de que los genes se las arreglen para lograr realizar copias de sí mismos) o con el altruismo recíproco (por el que los agentes se procuran ayuda únicamente en la medida en que cabe esperar una recompensa positiva, incluyendo una mejora de su reputación).
Sin embargo, en los últimos cinco años ha comenzado a aceptarse cada vez más la doble idea de que «la vida es una jerarquía de niveles dotados de la facultad de autorreplicarse» y de que la selección natural opera en múltiples planos a la vez, como bien han afirmado Bert Hölldobler y Edward Osborne Wilson en su más reciente libro, titulado The Superorganism. Los superorganismos se forman cada vez que se resuelve el llamado «problema del polizón» en uno de los niveles de la jerarquía, y siempre que se consigue que los agentes individuales logren unir sus respectivos destinos y sobrevivir o perecer como grupo. Ese tipo de «grandes transiciones» son poco frecuentes en la historia de la vida, pero, cuando han sucedido, los superorganismos resultantes suelen alcanzar un éxito increíble. Las células eucariotas, los organismos multicelulares y las colonias de hormigas son todos ellos ejemplos de esta clase de transiciones.
Basándonos en las conclusiones que establecen Hölldobler y Wilson en su obra sobre las sociedades de insectos, podemos afirmar que un «superorganismo contingente» es un grupo de personas que forman una unidad funcional integrada por miembros que están en todos los casos dispuestos a sacrificarse por el bien del grupo a fin de superar un determinado desafío o una amenaza, procedente por regla general de otro superorganismo contingente. Es la más noble facultad humana, a la vez que la más aterradora. En ella reside el secreto del éxito de las organizaciones de tipo similar a las colmenas, desde las corporaciones jerárquicas de la década de 1950 a las mucho más fluidas empresas con sede electrónica de nuestros días. Ese es también el objetivo de la instrucción básica que acostumbra a proporcionar el ejército. Y es, asimismo, la recompensa que determina que mucha gente desee formar parte de una hermandad, del cuerpo de bomberos o de un grupo de rock. Y ese es, igualmente, el sueño del fascismo.
El hecho de incluir la expresión «superorganismo contingente» entre las herramientas de nuestro instrumental cognitivo podría contribuir a superar los cuarenta años de reduccionismo biológico que hemos venido padeciendo, y podría, a la vez, ayudarnos a tener una visión más acertada tanto de la naturaleza humana como del altruismo de que somos capaces y del potencial que nuestra especie aún no ha desarrollado. Y podría explicar igualmente la tendencia que nos empuja a sumarnos, de manera temporal y contingente, a una unidad más amplia que la que nosotros mismos constituimos —una tendencia que, de otro modo, parecería de todo punto desaforada—.