EL PRINCIPIO DE PARETO

CLAY SHIRKY

Investigador en topología de redes tecnológicas y sociales; profesor adjunto del Programa de Telecomunicaciones Interactivas de la Escuela de Posgrado de la Universidad de Nueva York; autor de Excedente cognitivo: creatividad y generosidad en la era conectada.

Se trata de una pauta que puede observarse en todas partes: el uno por ciento de las personas más acaudaladas del planeta controla el treinta y cinco por ciento de la riqueza mundial. En Twitter, el dos por ciento de los usuarios es el responsable del envío del sesenta por ciento de los mensajes circulantes. Y en el sistema nacional de salud de los Estados Unidos, el tratamiento de la quinta parte de los pacientes sujetos a las terapias más costosas genera las cuatro quintas partes del gasto global. Siempre que se traen a colación estas cifras es para ponerlas como ejemplo de una situación chocante, como si ese estado de cosas alterara el orden normal de los acontecimientos, o como si la aparición de algo distinto a una distribución enteramente lineal del dinero, los mensajes o el esfuerzo económico constituyera una sorpresa de la más elevada magnitud.

Lo cierto es que no tiene nada de asombroso. O mejor dicho, no debería tenerlo.

Hace un siglo, el economista italiano Vilfredo Pareto se embarcó en un estudio de las economías de mercado y descubrió que, en todos los países, el quintil integrado por la parte más rica de la población era justamente el que controlaba la mayor parte de la riqueza nacional. Son muchos los nombres que se han adjudicado a los efectos de esta distribución de Pareto: regla del ochenta-veinte, ley de Zipf, distribución de la ley de potencias, norma de que el ganador se lo lleva todo… Sin embargo, el perfil básico de la distribución subyacente es siempre el mismo: los participantes más ricos, los más atareados o los más conectados de un determinado sistema son también los que generan una parte de riqueza, actividad y conectividad muy, pero que muy superior a la media de los intervinientes.

Además, este tipo de pauta es recursiva. En el seno del veinte por ciento de personas que ocupan la franja más alta de una distribución de Pareto, el veinte por ciento superior de esa fracción también será el que se responsabilice de una cantidad desproporcionadamente mayor del factor que se esté valorando, sea cual sea, y así sucesivamente. El elemento situado en la cúspide de un sistema de este tipo tendrá un peso sobre el conjunto de la distribución muy superior al que pueda ejercer siquiera el elemento colocado en la segunda posición de esa misma clasificación. Por ejemplo, la partícula «the» no es solo la palabra más corriente de la lengua inglesa: es también un vocablo que aparece el doble de veces que la segunda voz más común, que es «of».

Este patrón estadístico resultaba tan habitual que Pareto decidió darle el nombre de «desequilibrio previsible». No obstante, y a pesar de que este rasgo de optimismo se manifestó hace ya un siglo y es omnipresente, lo cierto es que todavía hoy somos incapaces de predecir su ocurrencia.

Parte de nuestra torpeza a la hora de esperar lo esperable radica en el hecho de que se nos haya inculcado que la distribución paradigmática que suelen mostrar los sistemas de gran magnitud es la distribución gaussiana, conocida comúnmente con el nombre de campana de Gauss. En una distribución normal o gaussiana —como la que describen las estaturas de los individuos—, la media y la mediana (esto es, el punto medio del sistema) coinciden. La estatura media de un centenar de mujeres estadounidenses elegidas al azar se situará aproximadamente en un metro y sesenta y dos centímetros, y la talla de la mujer que ocupe el puesto número cincuenta de esa tabla será también de un metro y sesenta y dos centímetros.

Las distribuciones de Pareto no se parecen en nada a estas: la recursividad del peso estadístico de la regla del ochenta-veinte implica que la media se halla lejos del centro. Y esto, a su vez, implica que en esos sistemas la mayoría de la gente (o el elemento que se esté ponderando) se encuentra por debajo de la media, patrón que capta adecuadamente el viejo chiste económico: «Bill Gates entra en un bar y todo el mundo se vuelve automáticamente millonario en promedio».

La distribución de Pareto se manifiesta en una gama de sistemas complejos notablemente amplia. En conjunto, las palabras «the» y «of» integran el diez por ciento de la totalidad de voces empleadas en la lengua inglesa. El día en el que un determinado mercado de valores registra el mayor índice de volatilidad bursátil de su historia se revela característicamente dos veces más volátil que el de la segunda jornada más inestable, y diez veces más volátil que el día situado en décima posición. El índice de frecuencia de etiquetado de fotografías en las páginas de Flickr obedece igualmente al régimen de las distribuciones de Pareto, y lo mismo puede decirse de la magnitud de los temblores de tierra, de la popularidad de los libros, del tamaño de los asteroides y de las relaciones sociales de nuestros amigos. El principio de Pareto es un elemento tan fundamental en el ámbito científico que el papel cuadriculado especial para gráficos en el que se muestran las distribuciones de Pareto en forma de líneas rectas en lugar de con un pronunciado perfil curvo se fabrica en grandes cantidades.

Y, sin embargo, pese a que llevamos ya un siglo familiarizándonos con este tipo de distribuciones, es habitual presentar las muestras que dibujan una distribución de Pareto como si se tratara de anomalías que nos impiden concebir claramente la realidad del mundo. Debemos dejar de pensar que los ingresos de una familia media y la mediana de los ingresos familiares de una población dada sean cantidades vinculadas por algún tipo de relación, o que los usuarios más entusiastas de los instrumentos de comunicación y los que utilizan dichos medios de manera más normal estén haciendo cosas parecidas, o aún que el número de relaciones sociales que mantienen las personas extrovertidas no sea sino moderadamente superior a las cifras de relación que manejan los individuos corrientes. Debemos dejar de pensar que el mayor terremoto del futuro o la peor jornada de pánico bursátil vayan a limitarse a igualar las magnitudes de los máximos temblores y desplomes económicos vividos hasta ahora en la historia. Cuanto más tiempo se prolongue la duración de un sistema dado, tanto más probable resulta que ocurra un acontecimiento cuya intensidad o alcance dupliquen los registrados en todos los casos anteriores.

Esto no significa que este tipo de distribuciones superen la capacidad que tenemos de influir en ellas. La pendiente con la que declina una curva de Pareto, desde su punto más elevado a su valor más bajo, puede ser más o menos pronunciada, y en algunos casos las intervenciones políticas o sociales logran influir en dicha pendiente. Las políticas fiscales tienen la capacidad de elevar o disminuir el porcentaje de ingresos netos que percibe el uno por ciento de la población más acaudalada de un grupo o región dados, del mismo modo que también existen medios para restringir la volatilidad general de los mercados, o para reducir el margen de fluctuación de los costes de la atención sanitaria de un país.

Sea como fuere, hasta que no aceptemos que esta clase de sistemas son distribuciones de Pareto, y que seguirán siéndolo por más intervenciones que queramos hacer, no habremos empezado siquiera a concebirlos de manera adecuada. Si procedemos de ese modo, es más que probable que lo que estemos intentando hacer sea colocar un tapón de Pareto en un boquete gaussiano. Pues bien, cien años después del descubrimiento de este desequilibrio previsible deberíamos tratar de rematar la faena y empezar a esperar que este tipo de cosas sucedan.

Este libro le hará más inteligente
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