EN BUSCA DE LA RAÍZ CAUSAL: LA «CAJA NEGRA» HUMANA
ERIC TOPOL
Profesor de genómica translacional del Instituto de Investigación Scripps; cardiólogo de la Clínica Scripps.
El análisis de las causas profundas, o causas-raíz, es un atractivo concepto que puede aplicarse a todo un conjunto de cuestiones relacionadas con la industria, la ingeniería y el control de calidad. Una de las aplicaciones clásicas de esta noción es la determinación de los motivos que pueden explicar un accidente de aviación mediante la llamada «caja negra», un dispositivo registrador de datos y sucesos invulnerable a las manipulaciones. Pese a que, por regla general, este tipo de cajas son de color naranja brillante, el término simboliza la idea de una materia oscura, de un contenedor provisto de información crítica que puede contribuir a arrojar luz sobre lo sucedido. La obtención de la cinta de audio presente en una caja negra no es sino uno de los elementos necesarios para proceder al análisis de las causas profundas de un accidente de aviación.
Todos y cada uno de nosotros estamos siendo gradualmente transformados en algo similar a un dispositivo registrador de datos y sucesos debido tanto a nuestra identidad digital como a nuestra presencia en la Red. No solo dejamos constancia en ella de nuestros datos —haciéndolo incluso sin darnos cuenta en algunas ocasiones— sino que también hay otros individuos que cuelgan en dicha Red información relativa a nuestra propia persona, todo lo cual queda archivado de forma permanente. Por consiguiente, puede decirse que este estado de cosas se halla en realidad muy próximo a la situación que antes calificábamos de «invulnerable a las manipulaciones». Dado que cada vez se utilizan más los biosensores, las imágenes de alta resolución (basta pensar en las cámaras que habitualmente manejamos y en los aparatos que nos permiten grabar en vídeo, por no hablar de las imágenes médicas digitalizadas) y la secuenciación del ADN, queda claro que el dispositivo humano dedicado al registro de datos y sucesos está llamado a crecer de forma paulatina.
En nuestras ajetreadas e interconectadas vidas, inmersas en un constante flujo de comunicaciones, canalizaciones informáticas y elementos de distracción, lo que se observa es una tendencia generalizada a empujar a las personas a no adquirir un conocimiento profundo de las razones de un determinado suceso. El mejor ejemplo de lo que digo puede observarse en los ámbitos de la salud y de la medicina. Es muy raro que los médicos se interesen por las causas profundas de un fenómeno. Si un paciente se ve aquejado por un conjunto de síntomas corriente, como el de un cuadro de presión arterial alta, diabetes o asma, se prescribe a dicha persona, un tratamiento farmacológico sin procurar discernir en absoluto por qué ese individuo en concreto se ha venido abajo (un nuevo cuadro médico crónico se asemejaría a un suceso comparable al de los accidentes de aviación). Por regla general, hay razones concretas que explican el origen de estos desórdenes de la salud, pero nadie se preocupa de seguirles la pista. Llevando las cosas al extremo, conviene recordar que en la actualidad se ha vuelto extraordinariamente infrecuente realizar la autopsia a un sujeto que fallece, aun cuando se desconozca la causa del deceso. En términos generales, puede decirse que los médicos han abandonado todo empeño de hallar o definir las causas profundas, pero lo preocupante es que su actitud resulta bastante representativa de la que mantenemos la mayoría de nosotros. Irónicamente, esto está sucediendo en un momento en el que existe una capacidad sin precedentes para hallar toda clase de explicaciones. Lo que ocurre es simplemente que estamos demasiado ocupados.
Por consiguiente, para mejorar siquiera levemente el rendimiento cognitivo que tenemos en el mundo digital, donde desde luego no puede decirse que haya escasez de datos, ha llegado la hora de valernos de dicho mundo para comprender, tan plenamente como se revele posible, por qué se producen los acontecimientos inesperados o desfavorables. De hecho, deberíamos utilizar incluso nuestras competencias en ese ámbito para averiguar por qué se llega a tener noticia de que ha sucedido algo importante. Y es que nos encontramos frente a un concepto que no solo posee todas las propiedades de lo que consideramos prototípico de lo científico sino que, además, demasiadas veces ha sido insuficientemente explotado. Cada uno de nosotros está empezando a convertirse en un extraordinario dispositivo registrador de datos y sucesos, en parte integrante de la Red digital que lo abarca todo. Internémonos más profundamente en esa senda. En nuestros días no debería dejarse sin investigar nada que todavía permanezca sin explicación.