EL AFICIONADO AL BRICOLAJE
JAMES CROAK
Artista.
La palabra «bricolaje», que es de origen francés y alude a las labores que realiza el «manitas», o la persona habilidosa a la que le gusta «hacer las cosas por sí misma», ha conseguido pasar recientemente a los campos del arte y la filosofía, de modo que los científicos harían bien encontrándole un hueco en la caja de herramientas en la que guardan su instrumental cognitivo. Una persona aficionada al bricolage es alguien dotado de maña y de talento, el tipo de individuo capaz de construir cualquier cosa a partir de otra muy distinta, es decir, de aporrear una tubería de desagüe tirada por ahí, sujetarle un trozo de chapa de latón de la que se emplea en algunos tejados, pasarle una capita de pintura, y voilà!, ofrecernos un buzón de correos. Si uno observa de cerca lo que ha sucedido, todos los componentes individuales siguen ahí —es decir, continúa habiendo un trozo de latón sacado de un viejo tejado y un pedazo de cañería—, pero ahora el montaje realizado revela ser superior al conjunto de las partes, habiendo adquirido además una utilidad diferente. En el mundo de las letras, suele considerarse que el entusiasta del bricolaje es una especie de MacGyver intelectual, dedicado a hilvanar retazos de su legado literario con los elementos presentes en las subculturas que le rodean hasta conseguir un pastiche repleto de significación.
El bricolaje no es nuevo, pero sí es cierto que se ha convertido en una nueva forma de entender las realidades antiguas —o dicho de otro modo: se ha transformado en una epistemología, dando lugar al surgimiento de una serie de ideas contrarias a la Ilustración, al inacabable desfile de «ismos» que transitarían los siglos XIX y XX—. El marxismo, el modernismo, el socialismo, el surrealismo, el expresionismo abstracto, el minimalismo: la lista es interminable y muy a menudo excluyente, puesto que cada nueva corriente insistirá en que sus antecesoras o coetáneas no tienen razón de ser. La realización de una exégesis de estas vastas teorías por medio de la deconstrucción —es decir, substituyendo los indicios por presencias efectivas— y otras actividades similares mostró a lo largo del siglo pasado que estas cosmovisiones no eran verdaderos descubrimientos sino constructos nacidos de la creativa inteligencia de una serie de adeptos al bricolaje dispuestos a trabajar en la sombra, encolando y uniendo entre sí toda una serie de escenarios significantes a partir del montón de cachivaches textuales esparcidos por todas partes.
En la actualidad recluimos en sus respectivos anaqueles las cosmovisiones filosóficas de orden general, condenando también con ellas al ostracismo a los mejores movimientos estilísticos existentes en los campos del arte y las conclusiones especulativas. Ya nadie iza en los mástiles la bandera de ningún «ismo», puesto que nadie se cuadra ya con solemne y respetuoso saludo ante las grandes narrativas. El pluralismo y las modestas descripciones del mundo han quedado transformados en una actividad privativa de las bellas artes y las bellas letras, dado que el Zeitgeist[*] prima las explicaciones personalizadas y los mundos privados. Si la predicción más habitual mantenía hasta hace poco que la pérdida de estas grandes narrativas acabaría por desembocar en una situación marcada por la ausencia de finalidad (cosa propia del fin de la historia), lo que en realidad constatamos —y en todas partes— es que han surgido aficionados al bricolaje que se han dedicado a enfrascarse en la elaboración de metáforas generadoras de sentido.
Los gráficos dinámicos, el bioarte, el informatismo, la expresión artística en redes virtuales, el arte de sistemas, el Glitch Art, el hacktivismo, el arte robótico, la estética relacional y otros movimientos similares[**] forman una amalgama caracterizada por un denominador común: el de haber sido concebidos por un conjunto de «manitas» contemporáneos, creadores de un inacabable cóctel. ¿Por qué no replantearse la pintura paisajística decimonónica que tomaba como motivo el río Hudson? No hay ningún inconveniente. ¿O se preferirá quizás el neo-Rodin o el pos-New Media? ¿Llegaremos a ver a un mormón coquetear con la Escuela de Fráncfort? No lo dude: el mes que viene será una realidad. Tras la suspensión la búsqueda de la validez universal, asistimos al apogeo de una notable libertad: la de armar retazos de vida rebosantes de significado a partir de los dispersos elementos que más a mano encontremos. Todo lo que se necesita es un aficionado al bricolaje.