HAY SESGOS EN LAS TECNOLOGÍAS
DOUGLAS RUSHKOFF
Especialista en sociología de los medios de comunicación; guionista de documentales; autor de Program or Be Programmed: Ten Commands for a Digital Age.
A la gente le gusta creer que las tecnologías y los medios de comunicación son elementos neutros y que únicamente su utilización o su contenido determinan el efecto que ejercen en la sociedad. A fin de cuentas no son las armas de fuego las que matan a la gente, sino las personas las que acaban con la vida de sus semejantes. No obstante, está claro que la afinidad de las armas de fuego con el asesinato de seres humanos es muy superior al que puedan tener, pongamos por caso, las almohadas —pese a que más de una almohada se haya empleado para asfixiar a un pariente de edad avanzada o a un cónyuge adúltero—.
Nuestra generalizada incapacidad para reconocer e incluso admitir los sesgos que afectan a las tecnologías que empleamos nos impide llegar a operar realmente a través de ellas. Aceptamos nuestros iPads, nuestras cuentas de Facebook y nuestros automóviles tal como vienen —como condicionamientos preexistentes— en lugar de verlos como instrumentos dotados de la capacidad de actuar como vectores de determinados sesgos.
Marshall McLuhan nos exhortaba a admitir que nuestros medios de comunicación ejercen sobre nosotros un efecto que va más allá de cualquier contenido que pueda transmitirse a través de ellos. Y a pesar de que su mensaje quedara a su vez distorsionado por el medio que empleó para expresarlo (¿el medio es el «qué»?), no por ello resulta menos cierto que su verdad se revela lo suficientemente sólida como para poder aplicarla a todo tipo de tecnología. Somos libres de utilizar cualquier clase de coche para dirigirnos al trabajo —a gasolina, a gasoil, eléctrico o movido por una pila de hidrógeno—, de modo que la percepción de esa libertad de elección nos impide ver el fundamental sesgo que afecta al automóvil en relación con la distancia, los desplazamientos cotidianos entre el domicilio y el trabajo, los barrios periféricos y el consumo de energía.
De igual manera, las tecnologías denominadas blandas, desde las que permiten la implantación de una moneda única a las que sustentan la psicoterapia, muestran sesgos tanto en su construcción como en su puesta en práctica. Da igual cómo gastemos los dólares estadounidenses: hagamos lo que hagamos no contribuiremos sino a fortalecer el sistema bancario y la concentración de capital. Tienda al psicoterapeuta en su propio diván y coloque al paciente en la silla del analista y observará inmediatamente que el terapeuta comienza a manifestar los síntomas de todo un conjunto de patologías tratables. Las cosas están dispuestas de ese modo en el ámbito de la psicoterapia, del mismo modo que en Facebook todo conspira para que nos veamos a nosotros mismos en función de lo que nos «gusta» o no, o que un iPad está pensado para que nos acostumbremos a empezar a pagar por el consumo de medios de comunicación y a dejar de producirlos por nosotros mismos.
Si la idea de que las tecnologías se hallan plagadas de sesgos acabara convirtiéndose en algo sabido por todos, podríamos ponerlas en práctica de forma consciente y deliberada. Ahora bien, si no logramos que dicha noción sea de dominio público, tanto nuestras tecnologías como sus efectos seguirán amenazándonos y confundiéndonos.