NUESTRO ESCRITORIO SENSORIAL

DONALD HOFFMAN

Científico cognitivo de la Universidad de California en Irvine; autor de Inteligencia visual: cómo creamos lo que vemos.

Nuestras percepciones no son ni verdaderas ni falsas. Antes al contrario, nuestra percepción del espacio, el tiempo y los objetos —de la fragancia de una rosa o la acidez de un limón— forma parte en todos los casos de nuestro «escritorio sensorial», un escritorio cuyo funcionamiento revela ser muy similar al de un ordenador.

Hace alrededor de tres décadas que existen escritorios gráficos para los ordenadores personales. Hoy se han convertido hasta tal punto en un elemento más de la vida cotidiana que es fácil pasar por alto uno de los conceptos útiles que encierra su diseño. Un escritorio gráfico es una guía válida para orientar la conducta adaptativa. Los ordenadores son aparatos notablemente complejos, tanto que la mayoría de nosotros no nos preocupamos de aprender cómo funcionan. Los colores, las formas y las ubicaciones de los iconos del escritorio nos aíslan de la complejidad del ordenador, y sin embargo nos permiten embridar su potencia, ya que gracias a ellos obtenemos una información apropiada de lo que estamos haciendo, pudiendo observar, por ejemplo, los movimientos del ratón y los efectos de los clics de los diferentes botones del ratón con los que abrimos, borramos o manipulamos de muy diversas formas nuestros archivos. De este modo, un escritorio gráfico es una guía que orienta la conducta adaptativa.

Los escritorios gráficos ayudan a asimilar la idea de que la conducta adaptativa así orientada no es lo mismo que la enunciación de datos que nos informan de la verdad. Un icono rojo situado sobre el escritorio no nos está informando del color del archivo que representa. De hecho, lo cierto es que un archivo carece de coloración. Lo que ocurre es que el color rojo orienta la conducta adaptativa, tal vez indicando la importancia relativa del archivo o el hecho de que haya sido actualizado recientemente. El escritorio gráfico encauza los comportamientos útiles y oculta aquellos elementos que, en cambio, siendo verdaderos no resultan útiles. La compleja verdad acerca de las puertas lógicas y los campos magnéticos del ordenador carece de toda utilidad práctica, al menos en el caso de la gran mayoría de los usuarios.

De este modo, los escritorios gráficos permiten comprender con mayor facilidad la diferencia que existe entre la utilidad y la verdad —diferencia que en modo alguno puede considerarse trivial—. La utilidad es lo que impulsa la evolución por medio de la selección natural. Por consiguiente, la distinción entre la utilidad y la verdad reviste una importancia crítica para comprender una de las más importantes fuerzas que vienen a moldear nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestras experiencias sensoriales.

Pensemos por ejemplo en el atractivo facial. Cuando vemos un rostro percibimos inmediatamente si resulta atractivo o no, impresión que por lo general se sitúa en algún punto a medio camino entre lo sensual y lo anodino. Dicha sensación puede inspirar poemas, provocar desagrado o determinar que se haga a la mar una flota de mil buques. Y desde luego influye en la probabilidad potencial de concertar o no una cita y establecer un emparejamiento amoroso. Las investigaciones que se están llevando a cabo en el campo de la psicología evolutiva sugieren que la percepción de este atractivo constituye una guía capaz de orientar la conducta adaptativa. La conducta es el emparejamiento, y el sentimiento de atracción inicial hacia una determinada persona es una guía adaptativa, porque parece guardar relación con la probabilidad de que el emparejamiento derive en una descendencia exitosa.

Si el rojo no nos informa del verdadero color de un archivo, tampoco la sensualidad nos indica nada respecto del auténtico atractivo de una cara, dado que los archivos carecen de coloración intrínseca y que los rostros no poseen un atractivo inherente. El color de un icono es una convención artificial que representa aspectos asociados con la utilidad de un archivo incoloro. El sentido inicial del atractivo de un rostro es una convención artificial que representa la utilidad de una determinada pareja.

El fenómeno de la sinestesia puede ayudarnos a comprender que la naturaleza de nuestras experiencias sensoriales es de carácter convencional. En muchos de los casos de sinestesia lo que ocurre es que un estímulo que se experimenta de forma normal de un determinado modo (por ejemplo, como sonido) viene a experimentarse automáticamente de una manera diferente (digamos como un color). Una persona que padezca una sinestesia que afecte a la percepción de los sonidos y los colores ve colores y formas simples cada vez que escucha un sonido. Un mismo sonido desencadena siempre la percepción de los mismos colores y las mismas formas. Las personas que sufren una sinestesia que incide en las sensaciones asociadas con el gusto y el tacto tienen sensaciones táctiles en las manos cada vez que experimentan el gusto de algo. El mismo sabor desencadena invariablemente la percepción de las mismas sensaciones táctiles en las manos. Es muy característico que la particular conexión que experimenta entre los sonidos y los colores la persona que sufre de una sinestesia fonocromática difiera de los vínculos sensoriales que viene a percibir otra persona con esa misma sinestesia. En este sentido, dichas conexiones responden a una convención arbitraria. Imaginemos ahora el caso de una persona que, padeciendo de una sinestesia fonocromática, deja de tener experiencias auditivas al recibir un estímulo sonoro y que, en lugar de ellas, percibe únicamente las experiencias sinestésicas de índole cromática. Este individuo experimentaría solamente como colores aquello que el resto de nosotros percibimos en forma de sonidos. En principio, esta persona estaría recibiendo la misma información acústica que recibimos los demás, salvo que el formato de su percepción no sería el asociado con el sonido sino el vinculado con los colores.

Esto nos devuelve al concepto del escritorio sensorial. Nuestras experiencias sensoriales —como las de la visión, el sonido, el gusto y el tacto— pueden verse a la manera de otros tantos escritorios sensoriales, todos ellos surgidos de la evolución con la finalidad de orientar nuestra conducta adaptativa, y no con el objetivo de informarnos de ninguna verdad objetiva. De ahí se deduce que hemos de tomarnos en serio nuestras experiencias sensoriales. Si algo presenta un sabor pútrido es muy probable que decidamos no ingerirlo. Si un animal hace el sonido de la serpiente de cascabel lo más probable es que debamos evitarlo. Es la selección natural la que ha dado forma a las experiencias sensoriales a fin de imprimir una particular orientación a ese tipo de conductas adaptativas.

No obstante, tampoco hay que entender de manera literal la idea de que es preciso tomarse en serio las experiencias sensoriales que tenemos. Este es justamente uno de los casos en que el concepto de escritorio sensorial resulta útil. Nos tomamos en serio los iconos que campean sobre el escritorio gráfico de un ordenador. Esto significa, por ejemplo, que ponemos sumo cuidado en no arrastrar descuidadamente un icono a la basura si tememos perder un archivo valioso. Sin embargo, no entendemos de manera literal ni el color, ni la forma, ni la ubicación de los diferentes iconos. Su función no consiste en representar la verdad de la cosa. Si están ahí es para facilitar la puesta en práctica de conductas útiles.

Los escritorios sensoriales difieren de una especie a otra. Es probable que a los ojos de un macaco, el rostro capaz de hacer zarpar a una flota de mil naves resulte anodino. La carroña que a mí me sabe a podrido es un manjar para el paladar de un buitre. Las experiencias gustativas que yo tengo orientan la conducta que resulta más apropiada en mi caso, puesto que el hecho de ingerir carne putrefacta podría enviarme a la tumba. Del mismo modo, las experiencias gustativas del buitre guían los comportamientos que se revelan más adecuados para dichas aves, dado que la carroña constituye su principal fuente de alimento.

Cabe comprender buena parte de la evolución por medio de la selección natural al modo de una carrera armamentística entre un conjunto de escritorios sensoriales enzarzados en una recíproca competencia. El mimetismo y el camuflaje explotan las limitaciones de los escritorios sensoriales del predador y la presa. Una mutación capaz de alterar el escritorio sensorial de un determinado animal y de reducir el margen de explotación de dichas limitaciones conlleva el disfrute de una ventaja selectiva. Este ciclo integrado por la explotación y la reorganización de los escritorios sensoriales es uno de los motores más creativos de la evolución.

En el plano personal, el concepto de escritorio sensorial podría enriquecer nuestro instrumental cognitivo, ya que permite perfeccionar la actitud que mantenemos respecto de nuestras propias percepciones. Es habitual asumir que la forma en que uno percibe el mundo responde, al menos en parte, a su verdadera realidad. Y dado que suelo experimentar, por ejemplo, un mundo compuesto de espacio, de tiempo y de objetos, es también frecuente suponer que dichas experiencias constituyen otras tantas verdades objetivas —o al menos que no andan lejos de serlo—. La noción del escritorio sensorial reorganiza todo este conjunto de supuestos. Relaja el ascendiente con que gravitan las experiencias sensoriales sobre la imaginación. El espacio, el tiempo y los objetos podrían no ser sino aspectos de un escritorio sensorial específico: el que es propio del Homo sapiens. Podrían ser no una forma de penetración profunda en la verdad objetiva de las cosas sino meras convenciones útiles surgidas de una evolución destinada a permitirnos sobrevivir en nuestro particular nicho ecológico. Nuestro escritorio es simplemente un escritorio más.

Este libro le hará más inteligente
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