LA VIDA TIENE UN DESENLACE FATAL

SETH LLOYD

Ingeniero especialista en mecánica cuántica del Instituto Tecnológico de Massachusetts; autor de Programming the Universe.

Pensemos en la capacidad de razonar con claridad frente a la incertidumbre.

Si todo el mundo aprendiera a manejarse mejor ante lo desconocido no solo mejoraría el instrumental cognitivo de los individuos (instrumental que quizá tenga su sede en una región cerebral situada justo al lado de la capacidad de utilizar un control remoto), sino que también el conjunto de la humanidad vería incrementadas sus posibilidades de éxito.

Hace muchos años que existe ya un método científico bien desarrollado para operar con lo que se ignora: me refiero a la teoría matemática de las probabilidades. Las probabilidades son unas cantidades cuyos valores reflejan el grado de posibilidad de que un determinado conjunto de acontecimientos llegue o no a verificarse en la práctica. A la gente no se le suele dar bien eso de estimar las probabilidades. Y las dificultades no se deben únicamente al hecho de que las personas no suelan ser excesivamente competentes con las sumas y las multiplicaciones. Lo que ocurre es más bien que a la gente se le atragantan las probabilidades por razones situadas en un plano más profundo, de carácter intuitivo, ya que tienden a sobrevalorar la probabilidad de que ocurran acontecimientos raros pero espeluznantes —como el de que un ladrón penetre de pronto en nuestro dormitorio mientras descansamos, por ejemplo—. Y a la inversa, las personas infravaloran la probabilidad de ocurrencia de sucesos que son comunes pero también silentes e insidiosos, como la lenta acreción de glóbulos de materia grasa en las paredes de una arteria, o la liberación de una nueva tonelada de dióxido de carbono a la atmósfera.

No puedo mostrarme optimista respecto a las probabilidades de que la gente alcance a entender la ciencia probabilística. Si hablamos de la comprensión de la probabilidad, hay que decir que, por regla general, la gente suele patinar. Fijémonos en el siguiente ejemplo, que está basado en una anécdota real que contaba Joel Cohen, de la Universidad Rockefeller. Un grupo de estudiantes de posgrado observó que la probabilidad de que las mujeres fueran admitidas en los programas de licenciatura de las grandes universidades era significativamente inferior a la de los hombres. Los datos no admitían controversia: las probabilidades de admisión que tenían las mujeres que solicitaban el ingreso en la universidad apenas llegaban a las dos terceras partes de las que poseían los solicitantes masculinos. Los estudiantes de posgrado decidieron presentar una demanda contra la universidad, alegando que se estaba produciendo una discriminación por razones de género. Sin embargo, al examinarse los datos de admisión del centro, procediendo a escrutar la situación de cada uno de los departamentos, se constató un hecho extraño: en el seno de cada uno de esos departamentos las probabilidades de ser admitidas de las mujeres eran «superiores» a las de los hombres. ¿Cómo explicar esa situación?

La respuesta resultó ser muy sencilla, aunque antiintuitiva. Los departamentos que tenían menos puestos que ofrecer eran precisamente los que más solicitudes femeninas recibían. Esos departamentos solo admitían un pequeño porcentaje de solicitantes, fueran hombres o mujeres. Los hombres, por el contrario, dirigían sus solicitudes a aquellos departamentos que contaban con un mayor número de plazas y que, por consiguiente, tendían a aceptar un mayor porcentaje de solicitudes. En el interior de cada uno de los departamentos, las mujeres tenían más probabilidades de resultar admitidas que los hombres, pero eran pocas las mujeres que solicitaban ingresar en aquellos donde la admisión resultaba más sencilla.

Este resultado antiintuitivo indica que los comités de admisión no estaban discriminando a las mujeres. Lo que no significa que no exista un sesgo de género. El número de becas de posgrado disponible en un campo concreto viene determinado en gran medida por el gobierno federal, que es el órgano encargado de decidir cómo asignar los fondos destinados a la investigación en las diferentes áreas de conocimiento. La universidad no es la responsable de que se produzca una discriminación sexual: es el conjunto de la sociedad que opta por dedicar una mayor cantidad de recursos —y por consiguiente más becas de posgrado— a aquellos campos de estudio que más atractivos resultan a los ojos de los hombres.

Evidentemente, siempre hay gente que se desenvuelve bien con las probabilidades. Una compañía de seguros automovilísticos que no calcule con exactitud las probabilidades de accidente de sus clientes está condenada a la quiebra. En efecto, cuando abonamos el importe de una prima para asegurarnos frente a la eventualidad de que se produzca un acontecimiento infrecuente estamos aceptando la estimación que la compañía ha realizado de las probabilidades de que ocurra. Con todo, conducir un vehículo es una de esas acciones corrientes que, sin embargo, revisten una cierta peligrosidad —uno de esos procesos en los que los seres humanos acostumbramos a subestimar las probabilidades de que se produzca un suceso negativo—. Por consiguiente, hay personas que tienden a considerar innecesario procurarse un seguro para el automóvil[*] (circunstancia que quizá no haya que considerar sorprendente, dado que una considerable mayoría de personas juzga que sus capacidades al volante son superiores a las del automovilista medio). Y si el gobierno de un determinado estado exige a los ciudadanos que adquieran un seguro automovilístico es porque supone, acertadamente, que la gente subestima las probabilidades de que ocurra algún accidente.

Pensemos ahora en el vivo debate actual en los Estados Unidos en torno al hecho de si debiera exigirse o no por ley la protección de un seguro sanitario. La vida, al igual que la conducción en carretera, es una actividad común pero expuesta a algunos riesgos, y también en este caso es habitual que la gente subestime el peligro, pese a saber que la vida tiene un desenlace fatal —y con una probabilidad del cien por cien—.

Este libro le hará más inteligente
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