LA EXPERIMENTACIÓN
ROGER SCHANK
Psicólogo e informático teórico de Engines for Education, Inc.; autor de Making Minds Less Well Educated Than Our Own.
Algunos conceptos científicos han quedado tan arruinados por nuestro sistema educativo que se ha vuelto necesario explicar aquellos que todo el mundo cree conocer aunque en realidad ignora.
Es en el colegio donde aprendemos en qué consiste la experimentación. Lo que se nos enseña es que los científicos realizan experimentos, de modo que si más tarde, en los laboratorios de los institutos, reproducimos exactamente lo que hicieron en su día esos científicos obtendremos los mismos resultados que ellos lograron. Aprendemos asimismo diversas cuestiones relacionadas con los experimentos que acostumbran a realizar los científicos —por regla general, las propiedades físicas y químicas de las cosas—, y se nos indica, igualmente, que los profesionales de la ciencia suelen publicar los resultados de sus experimentos en distintas revistas científicas. Por consiguiente, lo que aprendemos es, en efecto, que la experimentación se reduce a un proceso aburrido que en algunos casos corre a cargo de los científicos y que no tiene nada que ver con nuestra vida cotidiana.
Y ese es el problema. La experimentación es una actividad que todo el mundo realiza, y de forma constante. Los bebés experimentan con las cosas, tratando de averiguar lo que ocurre si se las llevan a la boca. Los niños pequeños experimentan con distintas conductas a fin de determinar de qué situaciones son capaces de salir impunes. Los adolescentes experimentan con el sexo, las drogas y el rock and roll. Sin embargo, como por regla general las personas no consideran que todas esas cosas sean realmente experimentos ni formas de reunir pruebas para sostener o refutar una determinada serie de hipótesis, tampoco piensan que la experimentación sea algo que estén poniendo constantemente en práctica y que, por tanto, tienen que aprender a hacer mejor.
Cada vez que tomamos un medicamento que nos ha recetado el médico estamos efectuando un experimento. Sin embargo, no registramos con sumo cuidado los resultados tras la ingesta de cada una de las dosis ni realizamos controles, además de mezclar las variables al no modificar únicamente una conducta, y solo una, en cada caso, de manera que si llegamos a sufrir alguno de los efectos secundarios del fármaco somos incapaces de determinar cuál ha podido ser la verdadera causa.
Procedemos de la misma manera en el ámbito de nuestras relaciones personales: si estas salen mal no alcanzamos a identificar la causa del chasco, puesto que las circunstancias han sido diferentes en cada uno de los casos.
Ahora bien, pese a que resulte difícil, cuando no imposible, realizar experimentos controlados en un gran número de facetas de la vida, sí tenemos la posibilidad de llegar a entender que también estamos efectuando un experimento cuando aceptamos un empleo nuevo, o probamos a aplicar una nueva táctica en un determinado juego, o elegimos asistir a un centro de estudios concreto, o tratamos de imaginarnos cómo se siente una persona determinada, o cuando nos preguntamos por qué tenemos nosotros unas emociones específicas.
Cada aspecto de la vida constituye un experimento, y siempre nos resultará más sencillo entender sus circunstancias si las percibimos precisamente así, como un experimento. Sin embargo, puesto que no es esa la actitud que tenemos ante las peripecias de la vida somos incapaces de entender que hemos de razonar lógicamente sobre la base de las pruebas que alcancemos a reunir, que debemos ponderar con todo cuidado las condiciones en que se haya desarrollado nuestro experimento, y que tenemos que decidir no solo el momento más adecuado para repetirlo, sino la forma de hacerlo, siempre con la vista puesta en la obtención de mejores resultados. La actividad científica que rodea a la experimentación misma guarda relación con la elaboración de un pensamiento claro ante las pruebas derivadas del experimento en sí. Sin embargo, la gente que no considera que sus acciones constituyan otros tantos experimentos y que no sabe cómo ha de proceder para reflexionar metódicamente a partir de los datos recabados seguirá extrayendo de sus experiencias un número de conclusiones determinantes inferior al de quienes enfocan la cuestión de un modo más sistemático.
Casi todos hemos aprendido la palabra «experimento» en el contexto de una aburrida clase de ciencias de segundo de primaria, y desde entonces hemos ido llegando a la conclusión de que lo mejor es prescindir de la ciencia y de la experimentación en nuestras vidas, ya que ambas actividades resultan irrelevantes en el día a día. Si en los colegios nos enseñaran los conceptos cognitivos básicos —como los asociados con una experimentación llevada a cabo en el contexto de las vivencias cotidianas— en lugar de concentrar todos los esfuerzos en inculcarnos el álgebra, por entender que esa es la mejor forma de enseñar a razonar a la gente, entonces descubriríamos que podemos pensar con una eficacia muy superior tanto en el plano de la política como en la educación de los hijos, las relaciones personales, los negocios y todos los demás aspectos de la vida corriente.