PATRONES FIJOS DE CONDUCTA

IRENE PEPPERBERG

Investigadora asociada de la Universidad de Harvard; profesora asociada adjunta de psicología de la Universidad Brandeis; autora de Alex & Me: How a Scientist and a Parrot Discovered a Hidden World of Animal Intelligence and Formed a Deep Bond in the Process.

El concepto que encabeza este artículo se lo debemos a los primeros etólogos, es decir, a científicos como Oskar Heinroth y Konrad Lorenz, autores que definieron dicha noción como una respuesta instintiva, compuesta en términos generales por una serie de pautas de conducta predecibles, que acostumbra a verificarse en presencia de un fragmento específico de información de entrada al que muy a menudo se le da el nombre de «desencadenante». Se entendía por entonces que en la verificación de los patrones fijos de conducta, como se denomina a esas pautas de comportamiento troquelado, no intervenían en modo alguno los procesos de carácter cognitivo. No obstante, con el paso del tiempo hemos comprendido que los patrones fijos de conducta no tienen ni mucho menos un carácter tan inamovible como pensaban los etólogos, pero el concepto ha seguido formando parte de la literatura histórica —al modo de un recurso con el que poder describir de manera científica lo que en el lenguaje corriente podríamos identificar quizá con los denominados «actos reflejos»—. El concepto de los patrones fijos de conducta, pese a resultar muy simple, puede revelarse útil como fórmula metafórica con la que estudiar el comportamiento humano e intentar modificarlo.

Si nos adentramos en la literatura relacionada con los patrones fijos de conducta observaremos que muchas de esas respuestas instintivas son en realidad aprendidas, basándose su adquisición en la interpretación de un conjunto de señales total y absolutamente elementales. Pondré un ejemplo: se ha descubierto que el supuesto patrón fijo de conducta del pollo de la gaviota argéntea americana recién salido del cascarón, consistente en golpear el punto rojo que presenta el pico de sus progenitores para provocar el reflejo de regurgitación y así poder comer, es en realidad mucho más complejo de lo que se había imaginado. El ornitólogo y etólogo Jack P. Hailman demostró que lo innato era únicamente la tendencia a picotear un objeto oscilante cualquiera que se interpusiera en el campo de visión del polluelo. La habilidad para impactar efectivamente en el pico, y más aún, en la mancha encarnada de dicho apéndice, pese a constituir un patrón conductual de desarrollo uniforme y de aparición bastante rápida, se adquiere por vía de la experiencia. Está claro que algunas de las características de la sensibilidad a los estímulos han de ser forzosamente innatas, pero es muy probable que los factores específicos que determinan que esa sensibilidad se desarrolle y dé lugar a distintos actos conductuales dependan tanto de la forma en que el organismo en cuestión interactúe con su entorno inmediato como del tipo de respuesta que retroalimente sus acciones. No hay por qué concebir necesariamente el sistema —y menos aún en el caso de los seres humanos— a la manera de un simple mecanismo de respuesta condicionada R a un estímulo dado S, ya que también es posible entender que se halla más bien vinculado con la evaluación de la mayor cantidad posible de información entrante.

En este caso, si queremos entender la razón de que los seres humanos actuemos frecuentemente, en tanto que tales, de ciertas formas predecibles (y particularmente si abrigamos el deseo, o contemplamos la necesidad, de modificar esas respuestas conductuales), lo más relevante es recordar nuestro legado animal y buscar los posibles desencadenantes que mejor parezcan estimular nuestros patrones fijos de conducta. ¿Podría darse el caso de que esos patrones fijos de conducta fuesen de hecho una respuesta aprendida con el paso del tiempo y relacionada en un principio con algo aún más básico de lo que ahora mismo alcanzamos a imaginar? En caso de que así fuera, las consecuencias podrían incidir en varios aspectos de nuestra vida, desde nuestras interacciones sociales a los procesos de toma rápida de decisiones en que nos vemos embarcados al desempeñar nuestros respectivos roles profesionales. Asumiendo que tenemos ya una comprensión adecuada de nuestros patrones fijos de conducta, así como una clara visión de los que rigen el comportamiento de aquellos individuos con los que interactuamos, podremos empezar a repensar nuestras pautas de conducta —dado que poseemos la elevada capacidad de procesamiento de datos que caracteriza a los seres humanos—.

Este libro le hará más inteligente
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