ATRACTORES CULTURALES

DAN SPERBER

Catedrático de filosofía y ciencias cognitivas de la Universidad Central Europea de Budapest.

En el año 1967, Richard Dawkins comenzó a divulgar la idea del «meme», esto es, de la unidad teórica de transmisión cultural capaz de replicarse a sí misma y de sufrir un proceso de selección de carácter darwiniano. La noción de «meme» se ha convertido en un elemento de notable éxito de entre los muchos que se han añadido al instrumental cognitivo común. Y en este sentido, quisiera sugerir que el concepto de meme debería ser, si no sustituido, sí al menos completado con la idea de lo que yo denomino un atractor cultural.

El éxito mismo de la palabra «meme» constituye por sí solo, o eso parece, un ejemplo de la idea de meme: a estas alturas la palabra se ha empleado ya miles de millones de veces. Ahora bien, debemos plantearnos la siguiente pregunta: ¿cabe afirmar que la noción de meme se replica cada vez que se emplea dicho vocablo? Lo cierto es que no. No se trata ya únicamente de que los «memetistas[*]» cuenten con un gran número de definiciones diferentes del concepto de «meme», sino también de que la mayoría de las personas que emplean el término —y esto es mucho más importante— no tienen una idea clara de lo que constituye en realidad un meme. Se emplea esta voz con un significado vago, que solo adquiere relevancia en unas circunstancias particulares. Estos significados se superponen, pero no son réplicas unos de otros. ¡A fin de cuentas, la idea de meme, en tanto que opuesta a la propia palabra «meme», podría no constituir un ejemplo tan bien buscado como pudiera parecer!

El caso de la idea de meme ilustra un desconcertante rompecabezas de alcance más general. Las culturas contienen efectivamente un conjunto de elementos —ideas, normas, relatos, recetas, bailes, ritos, herramientas, prácticas, etcétera— que tienen la particularidad de producirse de forma repetida. Dichos elementos conservan poco más o menos su apariencia en el espacio-tiempo social. A pesar de sus variantes, un estofado irlandés es siempre un estofado irlandés, Caperucita Roja no deja de ser Caperucita Roja y la samba sigue siendo la samba. La manera más obvia de explicar esta estabilidad observable en el macronivel de la cultura consiste en suponer, o esa impresión tenemos, que existe una cierta fidelidad al elemento original en el plano micro de la transmisión interindividual. La peripecia de Caperucita Roja ha tenido que haberse replicado con la suficiente fidelidad en la mayoría de las ocasiones para que el relato haya conservado su apariencia tras varios siglos de transmisión oral, puesto que de lo contrario el cuento habría experimentado todo tipo de derivas, con lo que la historia misma habría terminado por desvanecerse, como el agua que cae sobre la arena. La macroestabilidad implica la existencia de una microfidelidad, ¿no es cierto? Pues bien, no, no es cierto. Lo que observamos al estudiar los microprocesos de transmisión —dejando a un lado aquellos que utilizan técnicas de replicación en sentido estricto, como ocurre con los elementos impresos o con los reenvíos de Internet— es una mezcla de preservación del modelo y de construcción de una versión adaptada a las facultades y los intereses del transmisor. Puede que de una versión a otra los cambios se revelen de escasa entidad, pero cuando se producen en el conjunto de toda una población, su efecto acumulativo debiera poner en peligro la estabilidad de los elementos culturales. Sin embargo —y en esto reside el aspecto desconcertante del rompecabezas al que me refería—, no es eso lo que sucede. Si no es la fidelidad lo que explica la estabilidad, ¿qué es entonces lo que permitiría dar cuenta de ella?

Veamos. Los bits culturales —o los memes, si se prefiere diluir el concepto y asignarle ese término— no conservan su apariencia porque se repliquen una y otra vez, sino porque las variaciones que se producen prácticamente a cada paso en su reiterado proceso de transmisión no dan lugar a «alejamientos aleatorios» que se aparten radialmente del modelo inicial, alejándose de él en todas direcciones, sino que tienden a gravitar en torno a un conjunto de atractores culturales. El hecho de poner el punto final al cuento de Caperucita Roja en el momento en que el lobo devora a la niña convertiría el relato en una historia más fácil de recordar, pero el final feliz es un atractor cultural demasiado potente. Si a alguien se le hubiera contado únicamente el cuento que termina con el banquete del lobo, me atrevo a conjeturar una de estos dos desenlaces para la situación: o bien esa persona se habría abstenido por completo de volver a referir la historia (generándose así una selección), o bien habría optado por modificarlo y reconstruirlo, asignándole un final feliz (obedeciendo así a la atracción a la que me refiero). Si el cuento de Caperucita Roja se ha mantenido estable a lo largo del tiempo no ha sido únicamente por el hecho de haber sido replicado fielmente en todo ese proceso, sino también por la circunstancia de que las variaciones presentes en todas sus versiones han tendido a cancelarse unas a otras.

¿Cuál es el motivo que explica, si hay alguno, la existencia de atractores culturales? Lo cierto es que si observamos la presencia de dichos atractores es porque hay en nuestras mentes, en nuestros cuerpos y en nuestro entorno una serie de factores modificadores que inciden en la forma en que interpretamos y reproducimos las ideas y las conductas. (Si escribo la palabra «reproducimos» con un guión intermedio es porque, en la mayoría de los casos, lo que producimos es una nueva muestra simbólica de tipo idéntico al original sin que haya una reproducción en el sentido habitual de la palabra, esto es, en el sentido de que se verifique el copiado de la muestra previa, sea esta la que sea). En aquellos casos en que los miembros de una determinada población comparten estos factores modificadores, lo que se constata es el afloramiento de atractores culturales. Pondré a continuación unos cuantos ejemplos rudimentarios.

Los números redondos son atractores culturales, ya que resultan más fáciles de recordar y nos proporcionan un elemento simbólico más apto para apreciar las magnitudes. Esta es la razón de que celebremos el veinticinco aniversario de una boda, el número cien de una determinada publicación, el hecho de que un disco venda un millón de copias, etcétera. Esto, a su vez, genera un atractor cultural específico de los precios de las cosas, característicamente situado inmediatamente por debajo de las cifras redondas —como sucede por ejemplo con 9,99 euros o con 9990 euros, dos etiquetas que nada tienen de infrecuente—, a fin de evitar la evocación de una magnitud más alta.

En la difusión de las técnicas y los artefactos, la eficacia resulta un potente atractor cultural. Los cazadores de la era paleolítica que aprendían de sus mayores la forma de utilizar el arco y las flechas no se proponían tanto copiar a los ancianos como adquirir ellos mismos toda la destreza posible en el arte de lanzar los dardos. Es esa atracción del deseo de eficacia, sobre todo teniendo en cuenta que no existen demasiadas maneras de resultar eficaz, la que explica —mucho mejor que la idea de una replicación fidedigna— la estabilidad cultural (y también las transformaciones históricas) de las distintas tradiciones técnicas.

En principio, no tendría por qué haber límite alguno a la diversidad de los seres sobrenaturales que los seres humanos somos capaces de imaginar. Sin embargo, como bien ha argumentado el antropólogo Pascal Boyer, las religiones humanas no explotan más que un reducido número del total potencial de seres de este tipo. Los integrantes de esta clase de entidades —esto es, los espectros, los dioses, los espíritus de los antepasados, los dragones y otras cosas por el estilo— comparten los dos rasgos siguientes:

  1. Todos ellos violan alguna de las principales expectativas intuitivas que albergamos respecto de las cualidades inherentes a los seres vivos: la expectativa de que sean mortales, la de que pertenezcan a una única especie, la de tener un acceso limitado a la información, etcétera.
  2. Todos ellos satisfacen el resto de nuestras expectativas intuitivas y resultan ser por tanto, pese a su carácter sobrenatural, bastante predecibles.

¿A qué obedece este hecho? Pues se debe a que la circunstancia de ser «mínimamente antiintuitivo» (por emplear la expresión del propio Boyer) no solo contribuye a la construcción de «misterios relevantes» (en este caso, el término es mío) sino que también constituye un atractor cultural. Los seres imaginarios cuyo carácter antiintuitivo sea superior o inferior a lo definido por esta horquilla caracterológica caerán en el olvido o sufrirán una transformación que los encamine en la dirección de este atractor.

¿Y cuál es el atractor en torno al cual gravita el «meme» meme? Si la idea de meme —o mejor dicho la constelación de versiones banalizadas de dicha noción— ha terminado convirtiéndose en una unidad de extraordinario éxito en la cultura contemporánea no se debe únicamente al hecho de que se haya replicado de manera fidedigna una y otra vez, sino a que nuestras conversaciones tienden a girar con mucha frecuencia (y en ello reside el atractor cultural) en torno a los fragmentos culturales que se han demostrado capaces de cosechar un éxito notable —fragmentos que, en una época marcada por los medios de comunicación de masas y la red de Internet, se revelan propensos a surgir cada vez más a menudo y a mostrarse de facto notablemente relevantes en el marco de nuestra comprensión del mundo—. Dichos fragmentos atraen nuestra atención incluso —o quizá fuera mejor decir especialmente— en aquellos casos en que no alcanzamos a comprender exactamente en qué consisten y cómo han logrado aflorar. Por este motivo, el significado de «meme» ha terminado apartándose de la concisa idea científica que expresara en su momento Dawkins para convertirse en una forma de aludir a esos objetos tan asombrosos como desconcertantes.

Esta es la respuesta que doy a la pregunta inicial, así que permítanme que concluya planteando una pregunta (que el tiempo se encargará de contestar): ¿puede decirse que la propia idea del «atractor cultural» se halla a su vez lo suficientemente próxima de un atractor cultural como para que una versión de la misma acabe transformándose a su vez en un «meme»?

Este libro le hará más inteligente
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