EL UNIVERSO SIN SENTIDO
SEAN CARROLL
Físico teórico del Instituto de Tecnología de California; autor de From Eternity to Here: The Quest for the Ultimate Theory of Time.
El mundo está compuesto por objetos que se atienen a normas. Si insiste usted en buscar «el porqué» de lo que sucede en el universo, en último término no obtendrá más respuesta que esta: debido al estado del universo y a las leyes de la naturaleza.
Este no es un tipo de pensamiento que acuda de manera obvia a la mente de las personas. Si contemplamos el universo con nuestra mirada antropocéntrica no podemos evitar analizar las cosas en términos de causas, fines y formas naturales de ser. En la antigua Grecia, Platón y Aristóteles veían el mundo desde una perspectiva teleológica: la lluvia cae porque el agua ha de ocupar un lugar inferior al del aire; los animales (y los esclavos) se hallan naturalmente al servicio de los ciudadanos libres.
Pero ya desde el principio hubo escépticos. Demócrito y Lucrecio se cuentan entre los primeros naturalistas que nos instaron a pensar que la materia no obedece a unas causas finales ni sirve a unos objetivos subyacentes sino que se atiene a unas leyes. Sin embargo, habría que esperar a que nuestra comprensión de la física recibiera el impulso de pensadores como Avicena, Galileo y Newton para que empezáramos a considerar razonable concebir que el universo evoluciona por su propio empuje, sin que nada exterior a él venga a orientarlo ni a sustentarlo.
En ocasiones, los teólogos apuntan que la función de Dios consiste en «sostener el mundo». Pero sabemos que no es así: el mundo no necesita que se lo sostenga, se limita sencillamente a ser. Pierre-Simon Laplace formuló en su día el tipo concreto de ley que rige el mundo: si conseguimos especificar cuál es el estado del universo (o de cualquier porción aislada del mismo) en un instante temporal dado, las leyes de la física nos dirán qué estado adoptará el cosmos en el instante inmediatamente posterior. Y si entonces aplicamos de nuevo esas leyes, podremos deducir su situación en el momento siguiente. Y así sucesivamente, hasta llegar a construir por completo la historia del universo (al menos en principio, obviamente). No habitamos un universo que avance en una dirección concreta y con un objetivo específico: vivimos en un cosmos atrapado en la zarpa de hierro de una pauta inquebrantable.
Esa forma de entender los procesos que integran el núcleo del mundo físico ejerce una notable influencia en la forma en que asumimos el mundo social. Los seres humanos tendemos a empecinarnos en la idea de que las cosas ocurren por algún motivo. Entre las circunstancias que exigen una explicación basada en los designios de un plan oculto podríamos citar el fallecimiento de un niño, los accidentes de avión o la zozobra causada por un enajenado que de pronto comienza a disparar a diestro y siniestro. Cuando el conocido telepredicador estadounidense Pat Robertson sugirió que el huracán Katrina se había producido en parte como expresión de la ira de Dios ante la endeble moral de la nación, lo que hacía era tratar de proporcionar un contexto explicativo a un acontecimiento aparentemente inexplicable.
Sin embargo, la naturaleza apunta en otra dirección. Las cosas ocurren porque las leyes de la naturaleza dictan que así han de suceder, dado que son una consecuencia del estado del universo y del sesgo de su evolución. La vida en la Tierra no surgió como culminación de un vasto plan sino que es el subproducto del incremento de entropía que registra el entorno, un entorno que se encuentra muy lejos del equilibrio. El desarrollo de nuestro impresionante cerebro no se debió al hecho de que la vida tiende a aumentar de manera constante sus niveles de complejidad e inteligencia, sino a interacciones mecánicas entre los genes, los organismos y el medio ambiente en que se desenvuelve.
Esto no significa que la vida se halle desprovista de propósito y de sentido, sino que ambas nociones son cosas creadas por nosotros, no realidades externas que descubrimos en el andamiaje fundamental del mundo. El mundo sigue siendo escenario de acontecimientos que surgen y se encadenan de acuerdo con las leyes que lo rigen. Depende de nosotros darle sentido y conferirle valor.