AUSENCIA Y EVIDENCIA

CHRISTINE FINN

Arqueóloga; periodista; autora de Artifacts: An Archaeologist’s Year in Silicon Valley.

La primera vez que escuché las palabras «La ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia» me encontraba cursando el primer año de la carrera de arqueología. Hoy sé que fue Carl Sagan quien acuñó ese aforismo al tratar de contrarrestar en una ocasión los intentos destinados a probar algo sobre la base de una ignorancia, pero en la época en que llegó inicialmente a mis oídos, aquella cita desprovista de autor y de contexto era simplemente una de las herramientas que nos ofrecía el profesor que nos la acababa de señalar a fin de instarnos a incluirla en nuestro instrumental cognitivo y ayudarnos a hallar sentido al proceso de la excavación arqueológica.

Desde un punto de vista filosófico, la idea que expresó en su momento Carl Sagan resulta realmente un concepto muy complejo, pero en un yacimiento arqueológico todo se esclarece gracias a la concienzuda y laboriosa tarea de excavar, cepillar y extraer las piezas halladas en el emplazamiento. Se trata de una noción que tiene la utilidad de recordarnos, mientras inspeccionamos el lugar, que hemos de tener en cuenta las posibles realidades que no se hallaban presentes en el yacimiento cuando este era aún un espacio vivo. Lo que encontramos, observamos y reunimos es un conjunto de restos materiales, de artefactos que han logrado llegar hasta nosotros —y que, por regla general, sobreviven gracias a las características de la propia materia de que están compuestos o en virtud de la afortunada circunstancia de que el punto y la forma en que quedaron abandonados viniera a favorecer venturosamente su conservación—. En un yacimiento arqueológico apenas suelen quedar residuos constatables de lo que un día hubo, y un buen ejemplo de ello es la capa de carbonilla y cenizas que atestigua la presencia de un hogar prehistórico. Pero, a pesar de que tras el lavado o la realización del análisis en el laboratorio puedan encontrarse otros restos, lo cierto es que no dejan de constituir un conjunto de pruebas tangibles. No obstante, lo que nos aportaba el concepto de Carl Sagan era la idea de los restos invisibles, la conciencia de aquel material que, desaparecido ya del punto espacial que tomamos como referencia para nuestra incursión en el tiempo pretérito, tuvo en su día, pese a todo, una concreta influencia en el contexto de la realidad viva de la que formó parte.

Aquella exhortación estimulaba poderosamente mi imaginación. Comencé a buscar más ejemplos de aquella concepción en contextos que no tuviesen un carácter filosófico. Empecé a interesarme en la figura de Leonard Woolley, el gran arqueólogo del Oriente Próximo, dado que al proceder a excavar el palacio de Ur, perteneciente a la Mesopotamia del siglo XXI antes de Cristo y situado actualmente en Irak, este científico tuvo la osadía de evocar la existencia de instrumentos musicales de la época basándose precisamente en el hecho de su ausencia. Las pruebas que contribuirían a impulsarle a afirmar esa realidad se encontraban en los orificios que se observaban en los diferentes estratos de la excavación, espectros vacíos de otros tantos objetos de madera que el tiempo había terminado por volatilizar hacía muchos siglos. Woolley aprovecharía la evidencia de esta ausencia para realizar moldes de aquellos orificios y recuperar los instrumentos perdidos mediante la elaboración de reproducciones basadas en dichos moldes. Recuerdo que en aquellos años me llamó mucho la atención el hecho de que, en realidad, estuviera creando tantas obras de arte como objetos perdidos viniera a resucitar. Las liras ausentes constituían en realidad un conjunto de instalaciones artísticas que Woolley había logrado esbozar a partir de sus intervenciones arqueológicas, transformándolas después en otros tantos artefactos. En época más reciente, la artista británica Rachel Whiteread ha conseguido hacerse un nombre gracias a una novedosa comprensión de la forma ausente, puesto que, partiendo del molde de una casa, ha logrado poner de relieve los entresijos y los espacios recónditos de un interior doméstico.

El reconocimiento de la evidencia de una ausencia no implica imponer una forma a lo intangible sino que guarda más bien relación con la apreciación de un elemento potencial en el hecho de que algo se halle ausente. Lo que yo sugiero es que si aceptamos que el concepto de ausencia constituye una idea positiva ocurren cosas interesantes. Los arqueólogos del Oriente Próximo se han sentido desconcertados al encontrar un gran número de baños públicos y otro tipo de estructuras aisladas en remotos lugares de los desiertos del norte de África. ¿Dónde estaban las pruebas de una habitación humana? Pues bien, la clave del enigma residía justamente en una ausencia: eran los nómadas quienes utilizaban aquellos edificios y, como se sabe, los nómadas no dejan tras de sí más que las efímeras huellas de sus camellos en la arena. Los espacios que ocupaban eran de carácter efímero —jaimas que en caso de no desmontar y llevarse consigo estaban confeccionadas con unos materiales que no tardaban en desaparecer en el desierto—. De este modo, al revisar a esta luz las fotografías aéreas del desierto, las ruinas parecen repoblarse de forma embrujadora.

Las evidencias ausentes de nuestra propia presencia se encuentran por todas partes, y son todavía más numerosas que las huellas digitales.

Al fallecer mis padres y heredar yo su casa, me entregué a la tarea de reorganizar sus habitaciones, labor que se me antojó a un tiempo emotiva y arqueológica. En la última repisa en que miré, la de la chimenea, comprobé que se habían acumulado, a lo largo de treinta y cinco años de vida matrimonial, montones de fotografías, cachivaches diversos, pequeños tesoros hallados a la orilla del mar y cajitas repletas de botones y monedas antiguas. Me pregunté qué conclusiones podría sacar alguien que no conociera la historia de mis padres —digamos, por ejemplo, un especialista en ciencias forenses o un arqueólogo convencional— en caso de que su narrativa se hubiera tenido que basar exclusivamente en ese variopinto conjunto de pruebas tangibles. Sin embargo, al llevarme todo aquello de allí en un arrebato emocional tuve la clara sensación de estar sacando de la habitación, junto con los objetos materiales, una gran cantidad de elementos no presentes ni palpables. Se trataba de algo invisible e imposible de cuantificar, de algo que había mantenido unidas todas aquellas cosas en su específico contexto.

Me percaté de que estaba ante una sensación ya conocida, y me vino a la memoria mi primera excavación arqueológica. La realicé para hacer aflorar los restos de un sabueso de largas patas, uno de aquellos «espléndidos perros de caza» que, según refiere el autor clásico Estrabón, solían venderse en el Imperio romano, sin reparar en los costes de llevarlos hasta allí desde Britania. Al arrodillarme junto a aquella fosa de dos mil años de antigüedad, tratando de recoger con el máximo cuidado hasta el más diminuto de los fragmentos óseos, tuve la impresión de haber iniciado una labor escultórica y sentí la presencia de algo que, en realidad, se hallaba ausente. Me sería imposible cuantificarlo, pero era aquella invisible «evidencia» lo que, al parecer, había conferido su condición canina al animal allí enterrado.

Este libro le hará más inteligente
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
Section001.xhtml
Section002.xhtml
Section003.xhtml
Section004.xhtml
Section005.xhtml
Section006.xhtml
Section007.xhtml
Section008.xhtml
Section009.xhtml
Section010.xhtml
Section011.xhtml
Section012.xhtml
Section013.xhtml
Section014.xhtml
Section015.xhtml
Section016.xhtml
Section017.xhtml
Section018.xhtml
Section019.xhtml
Section020.xhtml
Section021.xhtml
Section022.xhtml
Section023.xhtml
Section024.xhtml
Section025.xhtml
Section026.xhtml
Section027.xhtml
Section028.xhtml
Section029.xhtml
Section030.xhtml
Section031.xhtml
Section032.xhtml
Section033.xhtml
Section034.xhtml
Section035.xhtml
Section036.xhtml
Section037.xhtml
Section038.xhtml
Section039.xhtml
Section040.xhtml
Section041.xhtml
Section042.xhtml
Section043.xhtml
Section044.xhtml
Section045.xhtml
Section046.xhtml
Section047.xhtml
Section048.xhtml
Section049.xhtml
Section050.xhtml
Section051.xhtml
Section052.xhtml
Section053.xhtml
Section054.xhtml
Section055.xhtml
Section056.xhtml
Section057.xhtml
Section058.xhtml
Section059.xhtml
Section060.xhtml
Section061.xhtml
Section062.xhtml
Section063.xhtml
Section064.xhtml
Section065.xhtml
Section066.xhtml
Section067.xhtml
Section068.xhtml
Section069.xhtml
Section070.xhtml
Section071.xhtml
Section072.xhtml
Section073.xhtml
Section074.xhtml
Section075.xhtml
Section076.xhtml
Section077.xhtml
Section078.xhtml
Section079.xhtml
Section080.xhtml
Section081.xhtml
Section082.xhtml
Section083.xhtml
Section084.xhtml
Section085.xhtml
Section086.xhtml
Section087.xhtml
Section088.xhtml
Section089.xhtml
Section090.xhtml
Section091.xhtml
Section092.xhtml
Section093.xhtml
Section094.xhtml
Section095.xhtml
Section096.xhtml
Section097.xhtml
Section098.xhtml
Section099.xhtml
Section100.xhtml
Section101.xhtml
Section102.xhtml
Section103.xhtml
Section104.xhtml
Section105.xhtml
Section106.xhtml
Section107.xhtml
Section108.xhtml
Section109.xhtml
Section110.xhtml
Section111.xhtml
Section112.xhtml
Section113.xhtml
Section114.xhtml
Section115.xhtml
Section116.xhtml
Section117.xhtml
Section118.xhtml
Section119.xhtml
Section120.xhtml
Section121.xhtml
Section122.xhtml
Section123.xhtml
Section124.xhtml
Section125.xhtml
Section126.xhtml
Section127.xhtml
Section128.xhtml
Section129.xhtml
Section130.xhtml
Section131.xhtml
Section132.xhtml
Section133.xhtml
Section134.xhtml
Section135.xhtml
Section136.xhtml
Section137.xhtml
Section138.xhtml
Section139.xhtml
Section140.xhtml
Section141.xhtml
Section142.xhtml
Section143.xhtml
Section144.xhtml
Section145.xhtml
Section146.xhtml
Section147.xhtml
Section148.xhtml
Section149.xhtml
Section150.xhtml
Section151.xhtml
Section152.xhtml
Section153.xhtml
Section154.xhtml
notas.xhtml