ENCUENTRA ESE MARCO

WILLIAM CALVIN

Neurobiólogo teorético; profesor emérito de la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington; autor de Global Fever: How to Treat Climate Change.

La automática inclusión de una fase dedicada a «establecer comparaciones y contraposiciones» en un ensayo mejoraría la mayor parte de las funciones cognitivas, y no solo la nota de un trabajo académico. Uno establece una comparación relacionada, digamos, con el hecho de que las entrelazadas melodías del rock and roll se asemejan al modo en que ha de girar uno cuando se encuentra bailando en un barco en el preciso instante en el que la proa cabecea de arriba abajo con un ritmo distinto al de los bandazos de la nave.

La comparación es uno de los procedimientos importantes de que disponemos para poner a prueba las ideas, ya sea con la intención de valorar las dimensiones que adquiere su exposición, con el propósito de volver a traer a la memoria algún recuerdo relacionado con ellas o a fin de ejercer un escepticismo constructivo. De otro modo, podríamos vernos atrapados en el marco que otras personas desarrollen para abordar un determinado problema. Es frecuente que necesitemos saber, por ejemplo, de dónde viene una persona —y en este sentido hemos de tener presente que, a pesar de que la comparación y la contraposición puedan constituir nuestra mejor herramienta, es muy posible que también necesitemos hallar el marco cognitivo—. Los elementos que hayan quedado fuera del marco podrían inducir a los incautos a realizar una inferencia errónea, como sucede cuando estas personas imprudentes dan por supuesto que lo que se deja a un lado carece de importancia. Por ejemplo, cuando oigo la afirmación de que «La temperatura del planeta podría elevarse en dos grados centígrados en el año 2049», me dan ganas de exclamar: «¡Siempre y cuando no se produzca otro brusco cambio climático que nos coloque directamente en esa situación el año que viene!».

La intensificación que está experimentando el calentamiento global, con el subsiguiente aumento de la temperatura, representa justamente el aspecto de la transformación climática que los meteorólogos alcanzan a calcular en la actualidad —ya que esos son sus datos de partida—. Y a pesar de que esto puede generar una serie de datos concluyentes —que conducen a conclusiones como que ni siquiera una gran reducción de las emisiones retrasaría más de diecinueve años el incremento de esos dos grados de temperatura global—, lo cierto es que esos cálculos dejan al margen la totalidad de los abruptos vuelcos climáticos que se observan desde el año 1976, como por ejemplo el relacionado con el hecho de que la cantidad de hectáreas afectadas por la sequía se doblara en 1982, saltando del doble al triple en 1997, para regresar después a los niveles del doble en el año 2005. Esta secuencia se parece más a un movimiento escalonado que a una elevación lineal y progresiva[*].

Aun en el caso de que llegáramos a comprender en todos sus detalles los mecanismos que desencadenan estos bruscos cambios climáticos como la reorganización del régimen de vientos que desemboca en la incidencia de inundaciones y procesos de sequía al trasladar a zonas no habituales la humedad procedente de los océanos —aunque es preciso admitir que la quema de la selva tropical amazónica también podría desencadenar una súbita mutación meteorológica—, el efecto mariposa que contempla la teoría del caos nos indica que seguimos sin poder predecir en qué momento podría producirse de facto un gran cambio en el clima ni qué magnitud cabría esperar que alcanzara esa modificación. Esto significa que los cambios climáticos pueden ser tan sorpresivos como los ataques cardíacos. No es posible predecirlos. No hay forma de saber si tendrá consecuencias pequeñas o, por el contrario, catastróficas. Sin embargo, es frecuente prevenirlos —y en el caso del clima, además, bastaría con eliminar el exceso de anhídrido carbónico que padece el planeta.

La reducción de las cifras de anhídrido carbónico es otro de los factores que suelen quedar excluidos del marco actual de los estudios climáticos. El empeño en reducir las emisiones nocivas es equiparable a echar el pestillo a la puerta de la cuadra después de que el caballo se haya escapado, o puede ser un gesto que merezca la pena realizar, pero no equivale a la recuperación de lo perdido. Por regla general, a los políticos les encanta cerrar con siete candados los portones de los establos, ya que de ese modo se transmite la sensación —y con un coste mínimo— de que se están tomando medidas. La reducción de las emisiones no consigue más que ralentizar el ritmo de la evolución negativa de los acontecimientos, dado que la acumulación de anhídrido carbónico continúa creciendo. (La gente suele confundir la cifra de las emisiones anuales con la acumulación de gases que generan el problema). Por otra parte, es cierto que al eliminar el exceso de anhídrido carbónico el planeta se refrigera, se invierte el proceso de acidificación de los océanos y se revierte incluso el porcentaje de dilatación térmica imputable al incremento del nivel de los mares.

Hace poco he tenido ocasión de escuchar las quejas de un biólogo que lamentaba la forma en que se construyen los modelos con los que se aborda el estudio del comportamiento de los insectos sociales: «No se menciona ninguno de los parámetros que plantean verdaderas dificultades. Únicamente calculan aquellos elementos que son de fácil determinación». Y así es: lo primero que hacen los científicos es precisamente aquello que saben hacer. Sin embargo, los resultados cuantitativos que obtienen no pueden sustituir la trascendencia de una explicación cualitativa en toda regla. Cada vez que se deja algo de lado debido a que se revela inabordable con los instrumentos de cálculo disponibles (como ocurre con las transformaciones repentinas del clima), o a que la solución se mueve en el campo de las meras conjeturas (como es el caso de la eliminación del anhídrido carbónico), es frecuente que los científicos ni siquiera se tomen la molestia de mencionar la posible incidencia de esos extremos en sus conclusiones. El hecho de que «todo el mundo [de nuestro campo de conocimiento] sepa perfectamente que eso es así» no tiene la menor relevancia cuando lo que sucede es que la gente que no es experta en la materia se muestra atenta a todas y a cada una de las palabras que pronuncia el científico de turno.

Por consiguiente, mi consejo es el siguiente: busquen el marco de análisis del problema y pregúntense qué es lo que se ha dejado fuera. Como acabamos de ver que sucede en los casos de los bruscos cambios climáticos, o en los procesos de eliminación del exceso de anhídrido carbónico, eso que falta podría ser la consideración más importante de todas.

Este libro le hará más inteligente
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