LA PERCEPCIÓN EGOCÉNTRICA DEL MUNDO

DAVID EAGLEMAN

Neurocientífico; director del Laboratorio de Percepción y Acción y de la Iniciativa para la Colaboración entre la Neurociencia y el Derecho de la Facultad de Medicina de Baylor, Texas; autor de Incognito: The Secret Lives of the Brain.

En el año 1909, el biólogo Jakob von Uexküll introdujo el concepto de la umwelt. Deseaba disponer de una palabra capaz de expresar una sencilla observación que suele pasarse por alto: la de que los diferentes animales de un mismo ecosistema atienden a distintas señales medioambientales. En el mundo de la garrapata, que es ciega y sorda, las señales relevantes son la temperatura y el olor del ácido butírico. Para el Apteronotus albifrons, o fantasma negro[*], lo importante son los campos eléctricos. Y en el caso de los micromurciélagos, que se orientan por ecolocalización, el elemento determinante viene dado por las ondas de compresión del aire. El pequeño subconjunto del mundo que logra detectar un animal concreto es su umwelt. La realidad global —con independencia de lo que eso pueda venir a significar— se denomina umgebung[**].

La parte más interesante de este repertorio de observaciones radica en el hecho de que cabe suponer que los diferentes organismos asumen que su particular umwelt agota la totalidad de la realidad objetiva que existe «fuera de él». ¿Por qué habríamos de dejar de pensar que puede existir más de lo que nos es dado percibir? En la película titulada El show de Truman, el protagonista, que es el propio Truman, vive en un mundo que un osado productor de televisión ha construido de punta a cabo a su alrededor. En un determinado momento del filme, un periodista pregunta al productor:

«¿Cómo es que Truman nunca ha llegado a sospechar siquiera cuál era la verdadera naturaleza del mundo en el que vivía?». A lo que el productor responde: «Porque tendemos a aceptar la realidad del mundo que se presenta a nuestros ojos». Es decir: aceptamos nuestra umwelt y no nos hacemos más preguntas.

A fin de poder valorar la inmensa cantidad de cosas que nos pasan desapercibidas en la vida cotidiana, imagínese por un instante que es usted un sabueso, concretamente un perro de San Huberto. El largo hocico alberga un órgano nasal dotado de doscientos millones de receptores olfativos. En el exterior, sus húmedas ventanas nasales atraen y capturan las moléculas aromáticas. Las hendiduras situadas a los costados de las mencionadas ventanas nasales se expanden para permitir que aumente el caudal de aire que circula al inhalar en busca de un olor. Incluso sus fláccidas orejas penden hasta el suelo, barriendo y conduciendo hacia el hocico las moléculas olorosas. El mundo en el que se desenvuelve usted es completamente olfativo. Una tarde, siguiendo los pasos de su amo, se detiene de pronto en seco, asaltado por una revelación. ¿Cómo será el mundo para los seres humanos, provistos de ese penoso y pobre órgano nasal? ¿Qué alcanzarán a detectar las personas cuando inhalan esas débiles bocanaditas de aire por sus naricillas? ¿Acaso deja su mundo en blanco el espacio que supuestamente debería estar presidido por el sentido del olfato?

Obviamente, no padecemos ninguna carencia olfativa, puesto que aceptamos la realidad tal y como se nos aparece. Al no poseer las facultades olfatorias de un sabueso, es raro que nos dé por pensar que las cosas pudieran ser de otra forma. De manera similar, mientras no se enseñe a una niña en el colegio que las abejas tienen la capacidad de percibir el espectro ultravioleta y que las serpientes de cascabel pueden ver las longitudes de onda de la porción infrarroja de la radiación electromagnética no le empezará a llamar la atención el hecho de que un gran volumen de información circule a través de un conjunto de canales a los que no nos es dado acceder de forma natural. Por lo que deduzco de las pequeñas encuestas informales que acostumbro a realizar, resulta muy infrecuente que la gente tenga conocimiento de que la fracción del espectro electromagnético que vemos no llega siquiera a la diez billonésima parte del total.

Un buen ejemplo de lo poco conscientes que somos de los límites de nuestro umwelt es el de las personas daltónicas: mientras no son conscientes de que los demás consiguen apreciar tonalidades que ellos no perciben ni se les pasa por la cabeza la idea de que puedan existir colores que no aparecen en su particular pantalla de radar. Y lo mismo puede decirse de las personas que tienen una ceguera congénita, ya que en su caso el hecho de no poder ver no se expresa con términos como los de hallarse «sumido en la oscuridad» o encontrarse con una «casilla vacía» allí donde debieran de tener la vista. Como ya ocurría en el caso de la comparación entre los seres humanos y los perros de San Huberto, las personas ciegas de nacimiento no echan de menos la facultad de la visión, dado que en realidad no la conciben. Sencillamente, la porción visible del espectro no forma parte de su umwelt.

Cuanto más profundiza la ciencia en estos canales ocultos tanto más claramente se aprecia que la sintonización de nuestro cerebro no está preparada sino para detectar una fracción pasmosamente pequeña de la realidad que nos rodea. Para desenvolvernos en el ecosistema que nos es propio nos basta con el conjunto de las capacidades sensoriales de que disponemos. Sin embargo, no alcanza a proporcionarnos ni siquiera una idea aproximada de cuál puede ser la perspectiva global.

Resultaría útil que el concepto de umwelt pasara a ser del dominio público e integrara el habla corriente, ya que lo cierto es que capta con toda claridad la idea de que nuestro conocimiento es limitado, de que existe información que nos resulta imposible obtener y de que hay también posibilidades inimaginables. Pensemos en las críticas que se vierten sobre las medidas políticas que se adoptan, en las afirmaciones dogmáticas, en los categóricos pronunciamientos que escuchamos cotidianamente, e imaginemos sencillamente que todo ese comportamiento pudiera acabar impregnándose de la humildad intelectual que se derivaría del hecho de saber valorar la enorme cantidad de extremos que se nos escapan.

Este libro le hará más inteligente
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