JUEGOS DE SUMA POSITIVA

STEVEN PINKER

Titular de la cátedra Familia Johnstone del Departamento de Psicología de la Universidad de Harvard; autor de El mundo de las palabras. Una introducción a la naturaleza humana.

Un juego de suma cero es una interacción en la que las ganancias o los beneficios que obtiene una de las partes igualan a las pérdidas que sufre la parte contraria, con lo que la suma de sus ganancias y pérdidas es cero —o con lo que se obtiene una suma, por expresarlo con mayor precisión, que se mantiene constante en todas las combinaciones de las líneas de acción que adoptan los integrantes de ambas partes—. Las competiciones deportivas son un ejemplo perfecto de lo que son los juegos de suma cero. No es que ganar no lo sea todo, es que ganar es lo único que importa, de modo que los tipos bondadosos acaban siempre en las últimas posiciones. Un juego que no sea de suma cero —esto es, un juego o situación de suma no nula— es una interacción en la que algunas de las combinaciones de las acciones que integran dichos juegos generan una ganancia neta (esto es, una suma positiva) o una pérdida igualmente neta (o sea, una suma negativa) para los dos participantes. La comercialización de los excedentes, como ocurre cuando los pastores y los agricultores truecan la lana y la leche por sacos de grano y de fruta es el ejemplo por antonomasia de este tipo de situaciones, y lo mismo puede decirse del intercambio de favores, como sucede cuando la gente decide cuidar de sus respectivos hijos estableciendo un sistema de turnos.

En un juego de suma cero, un actor o una actriz racionales que trataran de obtener para sí mismos la mayor ganancia posible estarían intentando maximizar necesariamente la pérdida del actor contrario. En un juego de suma positiva, un actor racional y egoísta podría beneficiar al otro actor al permitirle disfrutar de las mismas opciones que le benefician. O por expresarlo en términos más coloquiales, solemos denominar situaciones de ganador-ganador a los juegos de suma positiva y captamos dicha idea con estereotipos como el de que «todo el mundo sale beneficiado».

John von Neumann y Oskar Morgenstern introdujeron en el año 1944, al concebir la teoría de juegos matemática, los conceptos de suma cero, suma no nula, suma positiva, suma negativa, suma constante y suma variable. La herramienta Books Ngram de Google muestra que la popularidad de todos estos términos viene incrementándose en lengua inglesa desde la década de 1950, y que la expresión coloquial «ganador-ganador» (o «winwin»), emparentada con ellos, comenzó a experimentar un ascenso similar en la década de 1970.

Una vez que las personas inician una interacción, las decisiones tomadas no determinan si se hallan o no en un juego de suma cero o en uno de suma no nula, ya que el juego es parte del mundo en el que ambas viven. Sin embargo, al desechar algunas de las opciones que tienen sobre la mesa, es posible que la gente tenga la impresión de que los actores se hallan inmersos en un juego de suma cero cuando en realidad lo que les ocupa es un juego de suma no nula. Es más, los actores pueden cambiar las características del mundo para lograr que su interacción se encuadre en las características propias de un juego de suma no nula. Por este motivo, cuando las personas cobran conciencia de que la teoría de juegos es la que estructura realmente su interacción (es decir, la que les indica si se encuentran en una situación positiva, negativa o de suma cero) pueden tomar decisiones que les permitan obtener valiosos resultados —como un mayor grado de seguridad, armonía o prosperidad— sin tener que incrementar ni las virtudes que les adornan ni la nobleza de su comportamiento.

Pondré algunos ejemplos: los colegas o los parientes que se enzarzan en continuas disputas se avendrán a tragarse el orgullo y preferirán aceptar sus pérdidas o soportarlas a fin de disfrutar de la cordialidad de trato que de ello se deriva en lugar de asumir el coste de una situación marcada por el constante estallido de disputas surgidas al calor de la esperanza de salir vencedor en ese interminable choque de voluntades. Las dos partes que intervienen en una negociación acceden a situar sus aspiraciones en un punto situado a medio camino de sus respectivas posiciones de partida con tal de «llegar a un acuerdo». Los cónyuges que se divorcian terminan comprendiendo que está en su mano reorientar el desacuerdo y pasar de esforzarse en sacar, cada uno por su lado, la máxima tajada posible del otro —enriqueciendo de paso a sus respectivos abogados— a tratar de conservar la máxima suma de dinero posible para ambos poniéndose de acuerdo fuera de los despachos y ahorrándose así las gravosas horas de trabajo de Dewey, Cheatham y Howe[*]. La gente corriente acaba comprendiendo que los intermediarios económicos (en especial las minorías étnicas que se especializan en ese nicho comercial, como los judíos, los armenios, los chinos afincados lejos de su país natal y los indios expatriados) no son parásitos sociales que se dedican a medrar a costa de sus clientes, sino creadores de juegos de suma positiva que enriquecen a todo el mundo con su propia prosperidad. Los países han entendido asimismo que el comercio internacional no beneficia a los socios comerciales extranjeros en detrimento de la nación propia sino que, además de constituir un elemento favorable para las dos partes integrantes de la transacción, las aleja del proteccionismo empobrecedor y las anima a asumir un sistema de economía abierta capaz de enriquecer a todos los intervinientes (como han señalado siempre los economistas clásicos) y de eliminar al mismo tiempo los incentivos conducentes a la guerra y el genocidio (como han alcanzado a mostrar recientemente los científicos sociales). Los países belicosos deponen las armas y optan por compartir los dividendos de la paz en lugar de empeñarse en obtener una o más victorias pírricas.

Evidentemente, hay que convenir en que algunas de las interacciones humanas son realmente de suma cero, y en este sentido la competencia encaminada a conseguir un compañero o una compañera es uno de los más descollantes ejemplos biológicos. Además, siempre puede darse el caso de que una de las partes trate de conseguir una ventaja individual a expensas del bienestar común, incluso en el caso de los juegos de suma positiva. Sin embargo, la plena comprensión de los riesgos y los costes que conlleva la estructura de la interacción que define la teoría de juegos (y muy particularmente si se trata de una interacción repetida, ya que en tal caso la tentación de intentar conseguir una ventaja en uno de los intercambios puede convertirse en una penalización cuando los roles se inviertan en la oportunidad siguiente) podría constituir un argumento contrario a varias de las formas que adopta la explotación miope.

¿Puede decirse que el hecho de que desde el año 1950 aumente la conciencia de que el carácter de las interacciones de suma cero o suma no nula (ya se formule dicha comprensión en esos términos o en otros) conduce a una situación de mayores posibilidades de paz y prosperidad en el mundo? No sería inverosímil pensar que sí. El comercio internacional y la integración en las distintas organizaciones internacionales se han disparado en las décadas en que el pensamiento relacionado con la teoría de juegos ha impregnado el discurso popular. Y tal vez no hay nada casual en que el mundo desarrollado haya asistido a un tiempo a un espectacular crecimiento económico y a un declive históricamente inaudito de varias de las formas características de la violencia institucionalizada, como el enfrentamiento bélico entre grandes superpotencias, el estallido de guerras entre estados prósperos, la perpetración de genocidios y la explosión de letales disturbios étnicos. Desde la década de 1990, este tipo de bendiciones han comenzado a incrementarse igualmente en el mundo en vías de desarrollo, debido en parte al hecho de que los países que lo integran han abandonado sus ideologías fundacionales —unas ideologías que glorificaban la existencia de una lucha de clases de suma cero en el seno de la sociedad y una pugna del mismo tipo entre las naciones— para pasar a abrazar ideas que ensalzan la cooperación comercial de suma positiva. (Todas estas afirmaciones pueden corroborarse acudiendo a la literatura propia de los estudios internacionales).

El enriquecimiento y los efectos pacificadores que se derivan de la participación en los juegos de suma positiva son muy anteriores a la conciencia que hemos cobrado recientemente de dicho concepto. Los biólogos John Maynard Smith y Eörs Szathmáry han argumentado que las principales transiciones que se han registrado a lo largo de la historia de la vida han estado presididas por una dinámica evolutiva capaz de generar juegos de suma positiva: eso es justamente lo que sucedió con el surgimiento de los genes, los cromosomas, las bacterias, las células provistas de núcleo, los distintos organismos, la reproducción sexual y las sociedades animales. En cada uno de los diferentes procesos de transición de una fase a otra, los agentes biológicos pasaron a formar parte de conjuntos de mayores dimensiones en los que realizaban distintas tareas especializadas al objeto de intercambiar beneficios con el todo y de desarrollar elementos de salvaguarda destinados a evitar que una de las partes integrantes de un determinado conjunto pudiera explotar al resto en detrimento del todo. El periodista Robert Wright ha trazado esquemáticamente un perfil evolutivo similar en un libro titulado Nonzero, haciéndolo extensivo a la intrahistoria de las sociedades humanas. El hecho de que las personas cultas reconozcan explícitamente el significado y las implicaciones de la abstracción taquigráfica denominada «juegos de suma positiva», o de otras expresiones relacionadas con ella, podría estar dando alas al proceso que acaso empieza a despuntar en el mundo de las decisiones humanas pese a llevar varios miles de millones de años operando en la esfera natural.

Este libro le hará más inteligente
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