LAS TECNOLOGÍAS DERIVADAS DE LA HIPÓTESIS DEL CISNE NEGRO
VINOD KHOSLA
Empresario tecnológico e inversor en capital riesgo de la compañía Khosla Ventures; exmiembro de la sociedad mercantil colectiva Kleiner Perkins Caufield Byers; fundador de Sun Microsystems.
Pensemos por un momento en el aspecto que presentaba el mundo hace tan solo diez años. Por esa época Google acababa de echar a andar y no existían ni Facebook ni Twitter. No había teléfonos inteligentes y nadie había llegado a imaginar siquiera la posibilidad de tener en el mercado los centenares de miles de apps para el iPhone que hoy existen. El escaso número de tecnologías de amplio impacto (diferentes de los avances tecnológicos que progresan mediante una sucesión de ligeros incrementos) surgidas en la última década son en todos los casos tecnologías derivadas de la hipótesis del cisne negro. En un libro titulado El cisne negro. El impacto de lo altamente improbable, Nassim Taleb viene a decir que un cisne negro es un acontecimiento que, además de contar con una baja probabilidad de ocurrencia, pese a poseer un impacto potencial extremo, únicamente consideramos predecible a posteriori. Los efectos de los cisnes negros pueden ser positivos o negativos, y podemos encontrarlos en todos los sectores de la actividad tecnológica. Con todo, la razón que más imperiosamente me anima a creer que las tecnologías derivadas de la hipótesis del cisne negro constituyen una herramienta conceptual que debería estar presente en el instrumental cognitivo del común de los mortales es simplemente la relacionada con el hecho de que los desafíos que vienen a plantearnos actualmente tanto el cambio climático como la producción de energía son demasiado importantes como para poder abordarlos mediante soluciones conocidas y apuestas seguras.
Todavía recuerdo que hace quince años, cuando empezamos a levantar la empresa Juniper Networks, no existía el más mínimo interés en sustituir por los protocolos de Internet la tradicional infraestructura de telecomunicaciones entonces dominante (y el mantra que todo el mundo repetía era: ATM). A fin de cuentas, la infraestructura que nos había legado el pasado representaba una inversión de varios cientos de miles de millones de dólares y parecía tan inamovible como las actuales infraestructuras energéticas. Lo que recomendaba la creencia popular para maximizar el potencial de las infraestructuras ya existentes era la introducción progresiva de una serie de mejoras escalonadas. Sin embargo, el principal defecto de las creencias populares estriba en el hecho de que no alcanzan a entrever siquiera la posibilidad de que surja una tecnología derivada de la hipótesis del cisne negro. Resulta más que probable que lo que nos aguarda en el futuro no sea un escenario dominado por los tradicionales pronósticos de la econometría, sino más bien un ámbito en el que las circunstancias que hoy consideramos improbables acaben convirtiéndose en el saber popular del mañana. ¿Quién habría tenido la insensatez de predecir en el año 2000 que en la India del 2010 el número de personas con ocasión de utilizar un teléfono móvil duplicaría al de la gente con posibilidad de acceder a una letrina? Hubo un tiempo en el que solo las personas extremadamente ricas podían permitirse el lujo de adquirir un teléfono inalámbrico. Cuando se consigue dar un «pelotazo» tecnológico con las características de un cisne negro no es preciso preocuparse ya de los límites que imponen las infraestructuras existentes, ni ceñirse a las predicciones ni al mercado, dado que basta entonces con cambiar sencillamente los supuestos en vigor.
Son muchas las personas que argumentan que debemos desplegar rápidamente las energías alternativas que ya somos capaces de manejar. Sin embargo, estas personas se revelan incapaces de valorar el potencial que ofrecen las posibilidades tecnológicas derivadas de la hipótesis del cisne negro: lo que hacen es descartarlas debido a que confunden la «improbabilidad» de las mismas con la supuesta «irrelevancia» de su eventual surgimiento, quedando por tanto incapacitadas para imaginar el arte de lo posible que permite poner sobre la mesa la tecnología misma. Este solo hecho puede hacernos correr el riesgo de gastar enormes sumas de dinero en un conjunto de proyectos basados en convicciones convencionales obsoletas. Y lo que es aún más importante, no podrá contribuir a resolver los problemas que hemos de encarar. El hecho de que nos centremos en encadenar una serie de soluciones graduales y cortoplacistas no conseguirá sino apartarnos del esfuerzo que es preciso realizar para hilar las jugadas maestras que pudieran modificar los supuestos arraigados en los ámbitos del aprovechamiento energético y de la utilización de los recursos sociales. Pese a que no puede decirse que en la actualidad andemos escasos de tecnologías capaces de producir avances de carácter gradual (ya sea en el campo de la energía solar fotovoltaica, de los aerogeneradores o de las baterías de iones de litio), lo cierto es que ni siquiera sumando los efectos energéticos de todas ellas resolveríamos nuestros problemas. Eso significa que podemos considerarlas irrelevantes, dada la magnitud de las dificultades a que hemos de enfrentarnos. Es posible que contribuyan a generar en algunos casos distintos negocios interesantes, e incluso que en ocasiones estos puedan adquirir una notable envergadura, pero la verdad es que no conseguirán influir en las vastas cuestiones que gravitan hoy predominantemente sobre la energía y los recursos. Para lograr influir en ellas hemos de tratar de realizar un salto cuántico en el ámbito tecnológico, y no solo atreviéndonos a invertir en su procura, sino asumiendo igualmente que dicho salto cuenta con pocas probabilidades de éxito. Tendremos que crear tecnologías derivadas de la hipótesis del cisne negro. No nos quedará más remedio que facilitar esa multiplicación de recursos que solo mediante la tecnología puede crearse.
Así las cosas, cabe preguntarse lo siguiente: ¿cuáles son esas tecnologías de nueva generación, esos procedimientos tecnológicos asociados con la hipótesis del cisne negro y destinados al aprovechamiento energético? Son un conjunto de inversiones de alto riesgo caracterizadas por una elevada probabilidad de fracaso pero que permiten, sin embargo, realizar grandes saltos tecnológicos potencialmente capaces de ejercer un impacto inmenso en todo el planeta si se ven coronados por el éxito: me estoy refiriendo a la posibilidad de conseguir que la energía solar resulte más económica que el carbón, o viable sin necesidad de subsidios públicos; o a la necesidad de lograr que la eficiencia de la iluminación doméstica e industrial y el funcionamiento del aire acondicionado se eleve en un ochenta por ciento —y al empeño de que todo ello funcione mediante unos procedimientos más económicos que los que ahora empleamos—. Pensemos por un momento en la posibilidad de incrementar en un cien por cien la eficiencia de los motores de nuestros vehículos, en un almacenamiento extremadamente económico de la energía y en el sinfín de saltos tecnológicos que todavía hoy nos resultan inimaginables. Evidentemente, es muy poco probable que un único hallazgo pueda tener todos esos efectos. Pero bastaría con que de diez mil iniciativas osadas surgieran siquiera diez conmociones similares a la generada por Google para provocar un vuelco en todo cuanto pudieran haber logrado los planteamientos convencionales o los pronósticos de los económetras —y lo que es todavía más importante: se superarían así las perspectivas que parecen cernirse sobre nuestro futuro energético.
Para lograrlo, hemos de reinventar las infraestructuras de la sociedad aprovechando el potencial de las mentes más brillantes y motivándolas para que se pongan a trabajar en un conjunto totalmente nuevo de supuestos para el porvenir. O dicho de otro modo, lo que hemos de preguntarnos no es tanto «¿qué puede acabar sucediendo?» como «¿qué está pasando?». Tenemos que crear un entorno dinámico de competencia creativa y brillantez colectiva capaz de generar ideas innovadoras de forma transversal a todas las disciplinas y de sentar las bases para el triunfo de la innovación. Debemos estimular un ecosistema social susceptible de incentivar la asunción de riesgos en terrenos claramente presididos por la voluntad innovadora. Y en este sentido, resulta esencial popularizar el concepto de las tecnologías asociadas con la hipótesis del cisne negro, ya que solo ellas lograrán inculcar la mentalidad que se precisa en los ámbitos en que hoy trabajan los emprendedores, los responsables políticos, los inversores y las personas que integran el público en general —mentalidad que consiste en asumir que todo puede ocurrir y que quizá no haya nada imposible—. Si sabemos aprovechar las capacidades de esas mentes nuevas y brillantes, motivándolas adecuadamente al lograr que el mercado les envíe las señales y los estímulos más acordes con la situación, conseguiremos que surja un nuevo conjunto de asunciones futuras, inimaginables para las mentalidades actuales, y que esas novedades radicales terminen convirtiéndose en las ideas comúnmente aceptadas del mañana.