EL CONTINUO PERSONALIDAD / DEMENCIA

GEOFFREY MILLER

Psicólogo evolutivo de la Universidad de Nuevo México; autor de Spent: Sex, Evolution, and Consumer Behavior.

Nos encanta trazar líneas divisorias claras entre el comportamiento normal y el anormal. Siempre resulta tranquilizador, al menos para las personas que se consideran normales. Pero no obedece a ninguna definición precisa. Tanto la psicología como la psiquiatría o la genética de la conducta coinciden últimamente en sus conclusiones y tienden a mostrar que no existen líneas de separación obvias entre lo que podría considerarse una «variación normal» de los rasgos fundamentales de la personalidad humana y las enfermedades mentales «anormales». La forma en que tendemos a concebir instintivamente la demencia —es decir, nuestra psiquiatría intuitiva— está profundamente equivocada.

Para comprender la locura hemos de entender primero la personalidad. En la actualidad, los científicos concuerdan en afirmar que hay cinco grandes rasgos que describen adecuadamente las variaciones relacionadas con los rasgos de la personalidad. Estos «cinco grandes» rasgos de la personalidad son: la apertura, los escrúpulos de conciencia, la extroversión, la complacencia y la estabilidad emocional. Por regla general, los «cinco grandes» se distribuyen formando una campana de Gauss y, además de mostrarse estadísticamente independientes unos de otros, son genéticamente heredables, se mantienen estables a lo largo de la vida, son factores que se evalúan de forma consciente al elegir pareja o aceptar nuevos amigos, y también se hallan presentes en otras especies, como es el caso de los chimpancés. Los mencionados rasgos permiten predecir una amplia gama de comportamientos, tanto en el colegio como en el trabajo, en la actuación parental, en la propensión a la delincuencia, en la economía o en la política.

Es frecuente observar que los desórdenes mentales se hallan asociados con otros tantos casos de inadaptación extrema de los cinco grandes rasgos de la personalidad. Un exceso de escrúpulos de conciencia permite prever la eventual aparición de un desorden obsesivo compulsivo, mientras que la existencia de unos niveles demasiado bajos de ese mismo tipo de escrúpulos hacen pensar en una posible adicción a las drogas o en el surgimiento de otros desórdenes relacionados con el «control de los impulsos». Una baja estabilidad emocional ha de llevarnos a anticipar la aparición de estados de depresión o de ansiedad, junto con otras clases de alteraciones, como las de índole afectiva bipolar[*], los trastornos límite de la personalidad o los desórdenes histriónicos. Un bajo índice de extroversión favorece el llamado desorden de personalidad por evitación o del trastorno esquizoide de la personalidad. Un bajo nivel de complacencia puede dar lugar a trastornos antisociales como el de la psicopatía y el denominado desorden paranoide de la personalidad. Un elevado grado de apertura podría derivar, a la manera de un continuum, en una esquizotipia y una esquizofrenia. Los estudios realizados en gemelos muestran que estos vínculos entre los rasgos de la personalidad y las enfermedades mentales no solo existen en el plano del comportamiento sino también en el nivel genético. Y de hecho, los padres que manifiestan características un tanto extremas en relación con alguno de los rasgos de personalidad descritos tienen muchas más probabilidades que la media de tener un hijo que padezca la enfermedad mental asociada con la exageración de dicho rasgo.

Una de las conclusiones que se pueden derivar implícitamente de lo anterior es que, muy a menudo, los «locos» simplemente muestran una personalidad con unas características que son solo un tanto más extremas de lo que habitualmente acostumbra a promover el éxito o a considerarse satisfactorio en las sociedades modernas —o una serie de conductas solo levemente más extremas de lo que solemos encontrar cómodo—. Otra de las implicaciones posibles, aunque menos grata en este caso, es la de que, hasta cierto punto, todos estamos un poco locos. Todos los seres humanos actuales dan pruebas de padecer un gran número de desórdenes mentales. En la mayoría de los casos se trata de trastornos menores, pero en otros la alteración es considerable. Y entre dichas alteraciones no solo cabe incluir los clásicos desórdenes psiquiátricos como la depresión y la esquizofrenia, sino también distintas formas de estupidez, de irracionalidad, de inmoralidad, de impulsividad y de enajenación. Como ya se reconoce en el nuevo campo de la psicología positiva, lo cierto es que todos nos hallamos muy lejos de una óptima salud mental, dado que en muchos sentidos todos estamos más o menos locos. No obstante, tanto la psiquiatría tradicional como la intuición humana se resisten a afirmar que un determinado comportamiento pueda constituir un desorden si su prevalencia social se revela superior al diez por ciento de la población.

El continuo que media entre la personalidad y la locura es un elemento importante en la política y en la atención sanitarias que se ofrecen en el ámbito de la salud mental. Las distintas formas de revisar la quinta edición de la obra de referencia fundamental en el campo de la psiquiatría, titulada Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM-5) —que deberá ver la luz en el año 2013—, provoca actualmente agrios debates todavía irresueltos. Uno de los problemas radica en el hecho de que el sistema de la seguridad sanitaria estadounidense exige la emisión de un diagnóstico específico de que se padece una enfermedad mental antes de acceder a cubrir el coste de la medicación y las terapias psiquiátricas a los pacientes afiliados al mismo. Por otra parte, la Agencia de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos únicamente aprueba la administración de una medicación de carácter psiquiátrico en el caso de las enfermedades mentales genuinamente comprobadas. Estas cuestiones vinculadas tanto con los seguros como con la aprobación de la administración de fármacos presionan a los facultativos a ofrecer una definición de las distintas enfermedades mentales que resulta, en último término, artificial y extrema, además de mutuamente excluyente y fundada en un listado de síntomas excesivamente simplista. Por otra parte, los aseguradores también quieren ahorrar dinero, de modo que la presión que ejercen va encaminada en otra dirección, la de conseguir que algunas de las variantes comunes de la personalidad —como la timidez, la propensión a la pereza, la irritabilidad y el conservadurismo— no sean clasificadas como enfermedades susceptibles de generar un tratamiento incluido en las pólizas de sus entidades. Sin embargo, lo cierto es que la ciencia no encaja en la cuadrícula de imperativos que dibuja el sistema de las compañías aseguradoras. Queda por ver si la redacción de la próxima edición del DSM-5 se realiza con la intención de adecuarse a las necesidades de las empresas de seguros de los Estados Unidos y los funcionarios de la Agencia de Alimentos y Medicamentos de ese país o con el objetivo de lograr una mayor precisión científica en el ámbito internacional.

Los psicólogos han mostrado que, en muchos ámbitos, nuestras intuiciones instintivas se revelan falibles, pese a que muy a menudo cumplen una función adaptativa. La física del sentido común —esto es, el conjunto de conceptos ordinarios de tiempo, espacio, gravedad y cantidad de movimiento— no puede conciliarse con la teoría de la relatividad, la mecánica cuántica o la cosmología. Nuestra biología intuitiva o, dicho de otro modo, la serie de ideas relacionadas con la esencia de las especies y las funciones teleológicas, no alcanza a compaginarse con las teorías de la evolución, la genética poblacional o el adaptacionismo. Nuestra ética intuitiva, que tiende al autoengaño, al nepotismo, a las conductas excluyentes, antropocéntricas y punitivas, no se corresponde con ningún conjunto coherente de valores morales, ya sean estos de raíz aristotélica, kantiana o utilitarista. Y según parece, la psiquiatría intuitiva que manejamos adolece de límites similares. Y cuanto antes adquiramos una clara conciencia de esos límites, tanto mejor lograremos ayudar a las personas que padecen alguna grave dolencia mental y tanto más humildes nos mostraremos en relación con nuestra propia salud psicológica.

Este libro le hará más inteligente
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