LA CONTRAPOSICIÓN ENTRE LA CIENCIA Y EL TEATRO
ROSS ANDERSON
Profesor de ingeniería de la seguridad del Laboratorio Informático de la Universidad de Cambridge; investigador en los campos de la economía y la psicología vinculados con la seguridad de la información.
Las sociedades modernas despilfarran miles de millones en el establecimiento de medidas de protección que no tienen por verdadero objetivo la reducción del riesgo sino más bien la difusión de una sensación de seguridad. Las personas que trabajamos en el ámbito de la ingeniería de la seguridad nos referimos a ello con el nombre de «dramatización de la seguridad», y podemos ver ejemplos por todas partes. Nos cachean cuando entramos en edificios que no constituyen objetivos creíbles para ningún terrorista. Los operadores de las redes sociales crean la ficción de ofrecer la posibilidad de conversar con un pequeño grupo de «amigos» íntimos con el fin de inducir a los usuarios a revelar todo un conjunto de datos personales que luego pueden acabar vendiéndose a los anunciantes. Lo que de este modo consiguen los usuarios no es privacidad, sino un sucedáneo de privacidad. La política medioambiental ofrece un tercer ejemplo: la reducción de las emisiones de carbono podría costar enormes sumas de dinero y de votos, de modo que los gobiernos se apuntan a las meras políticas gestuales, optando por la adopción de medidas notablemente visibles pese a saber que su efecto es prácticamente nulo. Los especialistas saben que la mayoría de las acciones que llevan a cabo los gobiernos y que, además, esgrimen con el argumento de que contribuyen a fomentar la seguridad del planeta no son más que una pantomima.
Todo este teatro florece con la incertidumbre. Cada vez que surja una situación en la que los riesgos resulten difíciles de valorar, o cuyas consecuencias apenas se acierte a predecir, podrá darse perfectamente el caso de que resulte más fácil manejar las apariencias que la realidad. Es preciso recordar que dos de las principales misiones de la ciencia consisten en reducir la incertidumbre y en poner de manifiesto la existencia de brechas lógicas entre lo aparente y lo real.
Hasta ahora, el enfoque con el que acostumbrábamos a abordar tradicionalmente estas cuestiones consistía en acumular con gran esfuerzo un conjunto de conocimientos capaces de permitir que las personas comprendieran los riesgos, las opciones y las consecuencias de las incertidumbres a las que tienen que enfrentarse. Sin embargo, el teatro tiene más de constructo deliberado que de efecto secundario de la ignorancia, de modo que quizá necesitemos adquirir también un mayor grado de refinamiento en cuanto a la elaboración y el uso de los mecanismos teatrales. Además, los periodistas y los divulgadores científicos han de adquirir una mayor destreza a la hora de interrumpir el espectáculo o perturbar su desarrollo, arrojando para ello luz sobre los rincones más sombríos del escenario y levantando las máscaras a fin de que todo el mundo se dé cuenta de que se trata efectivamente de una careta.