EL FRACASO ABRE LAS PUERTAS DEL ÉXITO

KEVIN KELLY

Redactor independiente de la revista Wired; autor de What Technology Wants.

Podemos aprender prácticamente lo mismo de un experimento que no funcione que de otro que sí se revele operativo. El fracaso no es algo que debamos evitar sino una realidad que conviene cultivar. Esta es una lección de la ciencia que no solo resulta provechosa en la investigación de laboratorio, sino también en el campo del diseño, el deporte, la ingeniería, el arte, el espíritu empresarial e incluso la propia vida cotidiana. Todas las sendas de la creatividad generan sus mejores resultados cuando se asumen los fallos. Un gran diseñador gráfico será capaz de producir montones de ideas, pero será asimismo consciente de que la gran mayoría de ellas no llegarán a cuajar. Un magnífico bailarín no tarda en comprender que la mayor parte de los movimientos nuevos que se le ocurren jamás cosecharán el éxito. Y lo mismo cabe decir de cualquier arquitecto, ingeniero electricista, escultor, corredor de maratón, microbiólogo o experto en ciernes en cualquier área de conocimiento. A fin de cuentas, ¿qué es la ciencia sino una forma de extraer una experiencia de las cosas que no funcionan, antes que una lección de aquellas que sí se revelan operativas? Lo que este instrumento cognitivo sugiere es que tratemos de alcanzar el éxito sin dejar de hallarnos en disposición de aprender de la serie de fracasos que quizá nos acechen por el camino. Más aún, la verdad es que deberíamos llevar hasta el límite, con tanta prudencia como determinación, las investigaciones exitosas o las metas logradas, hasta descubrir el punto en el que se quiebran, se caen, se estancan, se estrellan o fracasan.

No siempre se ha considerado al chasco una realidad tan noble. De hecho, en buena parte del mundo actual sigue sin admitirse que el fracaso constituya realmente una virtud. Se asume como un signo de debilidad, muy a menudo juzgado como un estigma que impide el disfrute de una segunda oportunidad. Son muchos los lugares del planeta en los que se enseña a los niños que el fracaso es sinónimo de desgracia y que es preciso hacer todo cuanto esté en nuestras manos para alcanzar el éxito y evitar el fiasco. Sin embargo, el ascenso de Occidente se debe en muchos aspectos al fomento de la tolerancia al fracaso. De hecho, muchos de los inmigrantes educados en una cultura que se muestra intolerante respecto del fracaso logran prosperar y salir del estancamiento tan pronto como se trasladan a una cultura con capacidad para tolerar los reveses de la vida. El fracaso abre las puertas del éxito.

La principal innovación que la ciencia aporta en el caso de tener que encajar una derrota se concreta en la exposición de un método capaz de gestionar los contratiempos. De este modo, las meteduras de pata quedan reducidas y se les adjudica un perfil bajo, manejable y constante, instando a seguirles el rastro con vistas a su posterior enmienda. No puede decirse que los fracasos estrepitosos se produzcan de una forma verdaderamente deliberada, pero sí que, cada vez que algo no sale como debiera, se consigue encauzarlos a fin de poder aprender algo nuevo. La cuestión pasa entonces a girar en torno a la eventualidad de fracasar positivamente. La propia ciencia está aprendiendo a explotar mejor los resultados negativos. Debido a que su distribución resulte costosa, los resultados negativos no suelen compartirse, al menos no en la mayoría de los casos, lo cual limita a su vez la capacidad potencial que tienen dichas consecuencias adversas de acelerar el aprendizaje de terceras personas. Sin embargo, los resultados negativos —a los que cada vez se tiende más a conceder visibilidad pública (incluso en el caso de aquellos experimentos que hayan conseguido mostrar que carecen de todo efecto constatable)— están convirtiéndose en una de las herramientas esenciales del método científico.

La idea de brindar una buena acogida al fracaso está vinculada con el concepto de romper las cosas para mejorarlas —y muy particularmente los objetos complejos—. Con mucha frecuencia, el único modo de perfeccionar un sistema complejo consiste en sondear sus límites, obligándolo a fallar de distintas formas. Por regla general, suele comprobarse la calidad de los programas lógicos que concibe la informática —que son una de las cosas más complejas que somos capaces de realizar a día de hoy— pidiendo a los ingenieros que busquen sistemáticamente modos de dejarlos bloqueados. De manera similar, una de las formas de solucionar los problemas que plantea un dispositivo complejo averiado consiste en forzar deliberadamente sus múltiples funciones, obligándolas a arrojar resultados negativos (o a mostrar fallos temporales) a fin de localizar la disfunción que causa el problema. En ocasiones, los grandes ingenieros muestran por las cosas que se estropean un respeto que a veces provoca el asombro de los legos en la materia, del mismo modo que los científicos acostumbran a manifestar, al enfrentarse al fracaso, una paciencia que muy a menudo deja perplejo a quien no sea científico. Y, sin embargo, el hábito de recibir con los brazos abiertos los resultados negativos es uno de los trucos más básicos que existen para ponerse en disposición de alcanzar el éxito.

Este libro le hará más inteligente
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