LA CODIFICACIÓN PREDICTIVA
ANDY CLARK
Profesor de filosofía de la Universidad de Edimburgo; autor de Supersizing the Mind: Embodiment, Action, and Cognitive Extension.
La noción de que el cerebro es, en esencia, un instrumento de predicción es una idea llamada a revelarse, en mi opinión, extremadamente valiosa. Y no solo en el ámbito en el que actualmente triunfa (el de la neurociencia cognitiva computacional), sino en todas las disciplinas humanas, esto es, tanto en la esfera de las artes como en la de las humanidades y en la de nuestra propia comprensión personal de lo que significa pertenecer al género humano y mantenerse en contacto con el mundo.
La expresión «codificación predictiva» se utiliza actualmente de muchas maneras, y en una amplia variedad de disciplinas. Con todo, el uso que recomiendo y que juzgo interesante incluir en el instrumental cognitivo cotidiano tiene un alcance más limitado. Dicho uso guarda relación con la forma en que el cerebro explota la predicción y la anticipación a fin de hallar sentido a las señales que ingresan en él y emplearlas para orientar la percepción, el pensamiento y la acción. Utilizada de este modo, la codificación predictiva es uno de los corpus de investigación computacional y neurocientífica más fecundos y técnicamente prometedores de los últimos tiempos (cuyos teóricos clave son, entre otros, los siguientes: Dana Ballard, Tobias Egner, Paul Fletcher, Karl Friston, David Mumford y Rajesh Rao). Este corpus de investigación emplea tanto los principios matemáticos como los modelos que exploran en detalle la idea de que este tipo de codificación pudiera servir de base, de distintas maneras, a la percepción e informar los procesos relacionados con la creencia, la decisión y el razonamiento.
La idea fundamental es muy sencilla: percibir el mundo equivale a predecir adecuadamente nuestros propios estados sensoriales. El cerebro utiliza el conocimiento que tiene almacenado en relación con la estructura del mundo y con las probabilidades de que un determinado estado sensorial o acontecimiento se produzca inmediatamente después de otro para predecir las probables características del estado presente, teniendo en cuenta tanto los rasgos del estado anterior como dicho cuerpo de conocimientos. Los desajustes que puedan producirse entre la predicción y la señal recibida generan señales de error que matizan la predicción o impulsan (en los casos más extremos) el aprendizaje y la neuroplasticidad de la respuesta.
Quizá convenga comparar este modelo con otros más antiguos en los que la percepción se considera un proceso «de abajo arriba», esto es, aquel tipo de circunstancias en las que la información entrante construye progresivamente, por medio de algún tipo de proceso de acumulación de pruebas que parte de las características más sencillas y va incrementando poco a poco su precisión, un modelo del mundo dotado de un elevado nivel de definición. De acuerdo con la alternativa que define la codificación predictiva lo que ocurre es justamente lo contrario. En la mayoría de los casos lo que hacemos es determinar las características de bajo nivel aplicando una cascada de predicciones que se inician en la parte más alta del proceso —un proceso en el que las expectativas de orden más general que nos hacemos en relación con la naturaleza y el estado del mundo establecen los límites de nuestras ulteriores predicciones, que siempre cuentan con un grado de detalle superior (o que son, por decirlo de otro modo, de grano más fino)—.
Esta inversión del proceso tiene implicaciones muy profundas.
En primer lugar, la noción de contacto sensorial sólido (o «verídico») con el mundo pasa a ser el resultado de la aplicación de las expectativas correctas a la señal entrante. Si sustraemos esas expectativas, todo cuanto podemos esperar, en el mejor de los casos, es la predicción de un conjunto de errores susceptibles de suscitar situaciones de neuroplasticidad y aprendizaje. Esto significa, efectivamente, que toda percepción es una forma de «percepción experta» y que la idea de poder acceder a algún tipo de verdad sensorial pura resulta insostenible (¡a menos que con dicha noción nos estemos limitando a denotar otra clase de percepción instruida o experta!).
En segundo lugar, el lapso temporal que precisa la percepción adquiere un carácter crítico. Los modelos de codificación predictiva sugieren que lo primero que emerge es la esencia general de la escena (incluyendo el sentimiento emocional de conjunto) y que después los detalles van matizándose de forma progresiva a medida que el cerebro comienza a utilizar ese contexto más amplio —siempre y cuando lo permitan el tiempo y el trabajo neuronal— para generar una cascada de predicciones pormenorizadas de precisión cada vez más exacta. Esto significa que, en un sentido nada metafórico, puede afirmarse que percibimos antes el bosque que los árboles.
En tercer lugar, la línea divisoria entre la percepción y la cognición se difumina. Aquello que percibimos (o que creemos percibir) viene fuertemente determinado por lo que sabemos, mientras que lo que sabemos (o pensamos saber) se halla constantemente condicionado por lo que percibimos (o tenemos la impresión de percibir). Esto equivale a abrir un espléndido oteadero desde el que contemplar diversas patologías del pensamiento y la acción, lo que a su vez nos permite explicar que las alucinaciones y las falsas creencias acostumbren a ir de la mano, y no solo en el caso de la esquizofrenia sino también en el de otros estados más familiares como el del llamado «sesgo de confirmación» (esto es, el relacionado con nuestra tendencia a descubrir más fácilmente las pruebas que corroboran nuestros puntos de vista que las evidencias proclives a desautorizarlos).
En cuarto lugar, si tenemos en cuenta ahora que no solo se puede proceder a suprimir los errores de predicción mediante la modificación de esas predicciones sino también mediante la transformación de las cosas predichas, nos encontraremos ante una sencilla y potente explicación de la conducta y de la forma en que manipulamos y obtenemos muestras de nuestro entorno. Desde este punto de vista, el cometido de la acción es conseguir que las predicciones se vuelvan verdaderas, proporcionándonos además una interesante explicación de un conjunto de fenómenos que van desde la homeostasis al mantenimiento de nuestro statu quo emocional e interpersonal.
De este modo, el hecho de comprender la percepción como una forma de predicción nos ofrece, a mi juicio, una excelente herramienta para apreciar al mismo tiempo la solidez y los potenciales peligros de la forma más elemental de nuestro modo de entrar en contacto con el mundo. Lo que acabamos de explicar sugiere que ese contacto primordial con el mundo se realiza a través de las expectativas que construimos sobre lo que estamos a punto de ver o de experimentar. La idea de una codificación predictiva, al ofrecer una forma concisa y técnicamente fecunda de reaccionar, nos proporciona una herramienta cognitiva más que valiosa en los campos de la ciencia, el derecho, la ética y la comprensión de nuestra propia experiencia cotidiana.