89

El reloj marcaba las doce del mediodía cuando Martin regresó al despacho del inspector Paniagua. Las horas de sueño le habían sentado de maravilla y, aunque el cuello seguía molestándole bastante, había sido capaz de quitarse el incómodo collarín cervical pero mantenía el apósito que le cubría la maltratada nariz. Tenía todo el cuerpo tieso y dolorido, en un intervalo de pocas horas había sido vapuleado en dos ocasiones y ahora estaba sufriendo las consecuencias.

El lugar estaba desierto y supuso que el inspector y Olcina todavía no habrían llegado aún. Ambos policías tampoco se habían ido de rositas tras su encuentro con El Ángel Exterminador, ni habían descansado después de encontrar el cuerpo sin vida del coronel Golshiri. Sin duda, estarían tan hechos polvo como él. Sobre la mesa había un papel de notas adhesivo de color naranja con un mensaje garabateado que decía que había recibido una llamada del agente Peter Berg.

Martin sin sorprenderse de que Peter le hubiera llamado a la IRGC, extrajo su teléfono móvil y marcó el número que figuraba al pie de la nota.

—Berg al habla. —Respondió la voz de barítono de su viejo compañero, sorprendentemente despierta para ser las seis de la mañana en Nueva Jersey.

—Peter, soy Martin. Acabo de recibir tu mensaje.

—Hola capullo, se trata del pájaro ese que estáis intentado cazar en Madrid. Tengo noticias nuevas.

Una punzada de excitación estremeció el cuerpo de Martin y, en respuesta, su cerebro recibió inmediatamente la queja de sus doloridos músculos.

—¿Qué tienes? —Preguntó, alejando de sí el dolor todo lo que pudo—. Ahora estoy en el edificio de la policía y puedo transmitir el mensaje sin dilación.

—Ya sé dónde estás. —Replicó su amigo con un retintín en la voz que sonaba un poco al tono empleado en el juego del escondite cuando uno de los participantes descubría el escondrijo de un rival—. En ese feo asunto de los homicidios de Teherán, he descubierto que puede haber más caca de vaca de lo que creemos.

—¿Otro de tus contactos en la Interpol te ha contado eso? Déjame adivinar, esta vez te has asegurado que no haya sido la agente rubia quien ha compartido la información.

—Muy gracioso, mamón. Si ese maldito libro que estás escribiendo no funciona, te auguro un porvenir de mierda como cómico en Las Vegas.

—Tengo más chistes en la misma libreta de donde salió el primero, solo tienes que pedírmelo por favor.

—Seguro que sí, colega, pero mi abuela resulta más graciosa que tú, así que mejor paso. —Replicó Peter—. La cosa es que me puse a ejercitar la neurona un poco y traté de averiguar de qué coño iba todo eso de asesinar científicos. Pensé que si encontraba esa relación, estarías más cerca de atrapar a tu psicópata.

No había duda, Peter Berg podía ser el agente más pintoresco y el peor hablado del FBI pero era uno de los mejores detectives que Martin había conocido jamás. Durante un instante, echó terriblemente de menos trabajar junto a él.

—¿Y qué has averiguado?

—Empecé preguntándome cuál era la conexión entre todos los asesinatos.

Martin frunció el ceño.

—Bueno, eso es obvio. Todas las víctimas eran científicos o pertenecían a la comunidad científica iraní y estuvieron relacionados entre sí durante unas pruebas realizadas en las instalaciones del SESAME.

—Sí, eso es cierto. Pero ¿y si existiera una segunda conexión que se nos escapa?

Lo dicho, uno de los mejores detectives, pensó Martin sonriendo.

—¿Qué segunda conexión?

—Al parecer todo comenzó con ese proyecto y con los científicos que fueron asesinados, supuestamente relacionados con el programa nuclear iraní. —Explicó—. Según mis fuentes, ninguno de esos científicos tenía nada que ver con el programa nuclear y todos ellos fueron detenidos e interrogados por el IRGC y el coronel Sadeq Golshiri.

—Eso ya lo sabemos, hice la conexión tras leer un artículo de prensa en Internet. Pero ¿qué es lo que buscaba el IRGC deteniendo a un grupo de científicos?

—Ni puñetera idea. El caso es que todos los científicos que participaron en el proyecto fueron detenidos e interrogados por el mismo tío. Primero tenemos que tres de ellos aparecieron muertos, posiblemente torturados por el coronel para sacarles información de algún tipo, como podemos deducir por la amputación de sus manos. Posteriormente, fueron achacadas sus muertes a supuestos atentados del Mossad para ocultar la verdad. El dato más interesante, sin embargo, se encuentra en los científicos que se libraron de las matanzas. ¿Adivinas quiénes eran? Al menos a dos de ellos los has conocido personalmente.

Un familiar cosquilleo descompuso el estómago de Martin y se le aceleró la respiración.

—El profesor Mesbahi y la doctora Farhadi.

—Premio para el empollón de la clase.

—¿Quién más? —Preguntó—. Has dicho que al menos a dos de ellos los conozco, ¿a quién he dejado de conocer?

Peter hizo una de sus pausas dramáticas y Martin gruñó por lo bajo. Cuando habló su voz había adoptado un tono de cierta superioridad, rematado por un deje mordaz.

—¿Recuerdas que hace unos años se publicó en prensa la noticia de que un científico iraní había inventado una máquina del tiempo? ¿Una especie de ordenador que era capaz de predecir el futuro usando algoritmos matemáticos?

Martin tuvo que reconocer que no tenía ni idea sobre lo que le estaba contando.

—En aquel momento, la noticia se centró en la figura de un tal Behrouz Razeghi, un director del Centro Estatal de Invenciones Estratégicas de Irán. El proyecto se denominó Aryayeq y fue el chiste privado de la comunidad científica internacional durante algún buen tiempo.

—Peter, todo eso parece muy ingenuo, necesito algo más contundente… —Empezó a replicar Martin, aunque el cosquilleo en su estómago estaba creciendo hasta convertirse en todo un terremoto.

—Ya sabía yo que no te podía cebar con cualquier cosa. —Le cortó Peter, soltando una carcajada, pero empleando un cierto retintín que inducía a pensar que era mentira—. No, tienes razón. Toda esa montaña de mierda no fue sino una tapadera para ocultar la verdadera naturaleza del Proyecto Aryayeq y la identidad de sus responsables.

—¿Y te dieron algún detalle sobre ese presunto experimento o quiénes estuvieron involucrados? —Preguntó Martin.

—La verdad es que suena un poco descabellado. —Peter parecía reacio a contestar—. Aunque, al menos, no más que la mierda de pantalla de humo que crearon. Según mi contacto en la Agencia, el Proyecto Aryayeq intentaba realmente llevar a cabo el primer viaje en el tiempo y parece ser que el IRGC y el VEVAK se tomaron un interés inusitado en el asunto.

—¿Qué tiene todo eso de descabellado?

Peter Berg vaciló de nuevo antes de contestar.

—¿Me estás tomando el pelo, colega? ¿Viajes en el tiempo? Tiene que ser un montón de caca de vaca de la buena. Mi amigo en la Interpol me dijo que todo se trataba de los experimentos de un loco. Pero, personalmente, pienso que todos los científicos asesinados formaron parte de alguna manera en ese proyecto.

Por unos instantes, la línea se quedó en silencio.

—¿Martin? ¿Martin, sigues ahí?

—Sí, aquí sigo.

—¿Qué es lo que pasa, colega? Habla conmigo.

Más silencio y, entonces, Martin se decidió por soltar la bomba.

—El coronel Golshiri fue asesinado ayer por el mismo hombre al que perseguimos.

—¡La puta…! —Exclamó Peter, quedamente.

—Aún hay más, toda esa «caca de vaca» de los viajes en el tiempo coincide con nuestras sospechas sobre el modus operandi del asesino. No sabemos cómo lo hace pero las deducciones son irrefutables y siempre llegamos a la misma conclusión. De algún modo, el sospechoso tiene que poder adelantarse al futuro, y si pudieras verme sabrías que estoy haciendo el gesto de comillas con los dedos al usar el verbo adelantar. Es la única manera en que puede haberse sacado de la manga algo como el truco de la mano amputada. ¡Las manos cortadas tienen que provenir del futuro!

—¡No me jodas, tío! ¿Os habéis vuelto locos de repente allá en España? ¿Qué coño le ponen a la cerveza en esa ciudad?

—Peter… —Le cortó bruscamente Martin, impaciente—. Por favor, no tengo mucho tiempo…

—Está bien, está bien, no te rayes.

—¿Qué más tienes sobre los científicos? ¿Quién escapó de las garras del coronel Golshiri?

—Joder, colega, no entiendo mucho todo el galimatías científico, pero el caso es que hubo un tío, otro profesor más, que estuvo en las instalaciones del acelerador SESAME y tras su estancia en Jordania fue detenido por el IRGC junto con el resto de científicos. En definitiva, todo aquel que sabía algo sobre el experimento.

—Bien, bien. ¿Y qué sucedió después?

—¿Después? Pues que inexplicablemente consiguió escapar o lo dejarían ir si no obtuvieron lo que buscaban, lo cual viniendo del IRGC es muy poco probable. Después de eso, desapareció de repente. Nadie volvió a verle en la Universidad de Teherán, ni en ninguno de los lugares de empollón que solía frecuentar. Lo cual tampoco es de extrañar.

—¿No hay ningún tipo de indicio de dónde se pudo meter?

—Nada, ni una maldita pista.

—Entonces, ¿por qué piensas que es relevante?

Hubo un prolongado silencio al otro la lado de la línea. A Peter le encantaban sus pausas teatrales antes de revelar un dato esclarecedor en sus investigaciones.

—Porque semanas más tarde volvió a reaparecer. Un operador de vigilancia de la Agencia en Teherán le sacó una fotografía con un grupo afín al fundamentalismo musulmán.

—No me irás a decir que pasó a formar parte de una cédula de Al-Qaeda, ¿verdad? —Dijo Martin con un tono horrorizado en sus palabras.

—Nada de eso. —Contestó Peter, divertido—. El operador piensa que tuvo que ver con una compra de armas más que otra cosa. Pero te gustará saber que lucía un bonito muñón allí donde debería estar su jodida mano izquierda.

Martin enmudeció de repente. La última pieza que le faltaba para completar el perfil del asesino acababa de presentarse ante él.

—¿Cómo? Nadie lo sabe o está dispuesto a hablar. ¿Coincidencia? Puede ser, pero apostaría mi vieja Blockhead[33] a que se trata de tu hombre. —Dijo.

—¡Dios mío! ¿Sabes cómo se llamaba ese científico?

—Lo siento, capullo. Nadie quiere soltar prenda sobre el tema y no he encontrado ningún puto documento o transcripción en donde lo mencionan por su nombre. Pero sí te puedo decir que desde ese instante, pasó a formar parte de la lista de personas de interés de la Agencia.

—¿Qué interés podía tener la IRGC en un profesor en paro? ¿No has dicho que pensaban que se trataba de una simple compra de armas?

—Ni puta idea pero esa es la historia que mis fuentes me han contado.

—¿Qué estaba haciendo entonces con ese grupo?

—Sea lo que sea que le hizo ese coronel Golshiri convirtió al tipo en un homicida y se reunió con los fundamentalistas para armarse hasta los dientes. —Respondió su amigo—. Aunque, por lo que yo sé, se juntó con esos tíos para comprar una puta escopeta para cazar patos. ¿Te das cuenta de que no soy adivino, verdad?

Martin, ignorando la pulla, pensó en ello.

—Tiene que haber algo más. ¿Crees que podría echarle un vistazo a los papeles de esa vigilancia?

—Ni de coña, entregarle ese documento a un listillo de agente del FBI retirado es lo último que unos neuróticos como los de la IRGC querrían hacer en su puñetera vida.

Martin maldijo por lo bajo, tenía que ver esos archivos confidenciales, las fotografías, las grabaciones de vigilancia, por sí mismo. Que te contasen algo no era igual que meterse uno en el ajo, sentía que estaba tratando de armar un rompecabezas sin disponer de todas las piezas al mismo tiempo y resultaba muy frustrante. Pero Peter tenía razón, jamás le permitirían ver esos archivos. Sin embargo, conocía demasiado bien a Peter Berg y sospechaba que aún tenía algún tipo de golpe de efecto por soltar, el verdadero motivo de su llamada. Al enorme californiano le gustaban demasiado los dramas.

—Peter… —Insistió Martin, con un poco de fastidio.

—¿Sí?

—¡Suéltalo de una vez, joder!

Martin escuchó una risotada al otro lado de la línea.

—No te pongas así, no es propio de ti soltar tacos como un vulgar camionero. —Se burló Peter, para inmediatamente ponerse más serio y añadir—: Ahora viene lo mejor, capullo. No sé nada más de ese científico, ni de los fundamentalistas, pero sí te puedo decir que el difunto coronel Golshiri no fue quien dirigió todo el cotarro y simplemente se limitaba a seguir órdenes como un buen perro guardián.

—¿Cómo es posible que la Guardia Revolucionaria no fuese quien llevase la riendas? ¿Órdenes de quién?

—De un miembro del VEVAK. Al parecer, el Ministerio de Inteligencia y Seguridad Nacional se hizo cargo de todo y le encomendó la tarea a uno de sus agentes, por entonces responsable de la Oficina de Seguridad.

—El nombre, Peter. —Le instó Martin, impaciente.

—Sayd Lakhani.

—¡Santo cielo! ¿El embajador Lakhani?

Otra risotada. Sin duda, Peter estaba disfrutando del momento como un niño con un juguete nuevo.

—El mismo que viste y calza. —Respondió jocosamente su excompañero del FBI.

—Gracias, Peter, has sido de gran ayuda.

—Todavía voy a hacer más, déjame que haga unas llamadas a ver si consigo los documentos de la operación de vigilancia. No prometo nada pero nunca se sabe.

—Gracias, de nuevo. No sé cómo devolverte el favor.

—Bueno, colega, si alguna vez decides que ya estás hasta los cojones de Madrid, ya sabes dónde encontrarme.

Apenas colgó el auricular, Martin comenzó a bullir por dentro. ¿Conocía el asesino aquella información? Martin sintió que se le hacía un nudo en el estómago y la respiración comenzó a alterársele como si acababa de correr la maratón de Nueva York. ¡Pues claro que sí! Por supuesto que el asesino conocía la identidad del diplomático y su implicación en lo que pasó. Estaba todo demasiado bien planificado como para que fuese una casualidad y, si esta deducción era cierta, la vida del embajador corría un grave peligro. Pero, entonces, se detuvo en seco, boquiabierto. Si el embajador Lakhani era la siguiente víctima en la lista del asesino, aquello solo podía significar una cosa.

¡Se encontraban en disposición de atraparle!

Los pensamientos volaban dentro de su cabeza. Por una vez en toda la investigación podían llevar la iniciativa y, si jugaban bien sus cartas, tendrían al asesino allá donde quisieran. ¡Podían tenderle una trampa!

Martin se levantó como un resorte y salió disparado en busca de alguien que pudiese informarle del paradero del inspector.

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