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Martin seguía dándole vueltas a todo lo que le había contado Peter Berg sobre el coronel Golshiri y su implicación en las muertes del proyecto llevado a cabo en las instalaciones del SESAME y la serie de asesinatos de Teherán. Si sus sospechas eran correctas, Sadeq Golshiri estaba en el centro de todas las preguntas sin responder.

Entonces, sus pensamientos se cernieron sobre una pregunta escalofriante: ¿Y si Golshiri fuese el asesino al que perseguían? Sin duda habría tenido los medios a su alcance para cometer los crímenes y encajaba en el perfil de alguien que sabía cómo torturar a sus víctimas para sacarles la información que estaba buscando y luego, ejecutarlas fríamente de un disparo a la cabeza. Pero ¿cuál sería su motivación? Sin motivo, no había culpa y no conseguía discernir la razón por la que un coronel del IRGC pudiera entrar en una espiral de asesinatos en serie como los que investigaban.

En cualquier caso, Martin estaba convencido de que la respuesta se encontraba en la época del proyecto, entonces es cuando se había forjado la relación entre el coronel y las dos víctimas de Madrid. Le había dicho a Olcina, respecto al caso de El Ángel Exterminador, que investigase más a fondo el primer asesinato, que oculto entre sus pruebas y sus enigmas sin resolver se hallaba la resolución del caso, y lo mismo sucedía en la investigación de los asesinatos iraníes.

Abrió su ordenador portátil y lo trajo a la vida deslizando la yema de su dedo por el panel táctil. En la ventana del buscador de Internet escribió la cadena «project sesame, sadeq golshiri» y esperó a que fueran apareciendo los resultados. Estaba obsesionado con todas las cosas que no encajaban en el caso, el perfil inconcluso del asesino, las incongruencias en el ADN, la actitud del coronel Golshiri, el problema con la cronología de los acontecimientos.

El tiempo.

En realidad, cuanto más lo pensaba, más se convencía de que lo realmente peculiar en las muertes de los científicos era el tiempo. La secuencia cronológica estaba, de algún modo, fuera de sincronía, como una pieza musical tocada a un ritmo más rápido. Allegro prestissimo con fuoco era el término musical correcto y no significaba necesariamente que fuera algo malo, pero cuando se aplicaba a una pieza pensada para un tempo más lento, el resultado era aberrante. El patólogo forense les había resaltado la diferencia entre los niveles de potasio, lo que eso significaba. Les había advertido de que algo andaba terriblemente mal y, sin saberlo, les había apuntado en la dirección más plausible.

Pero Martin seguía siendo incapaz de encajar las piezas.

Los primeros resultados de la búsqueda en Internet consistían en artículos promocionales sobre el origen del proyecto y los usos de los aceleradores de partículas en los campos de la industria, biología, química, geología, medicina, medioambiente y la física. Ninguno de ellos mencionaba, ni de pasada, al coronel.

Martin dejó escapar un prolongado suspiro de frustración. Aquello no le estaba conduciendo a ninguna parte y sus pensamientos acabaron derivando a su conversación con el inspector Paniagua. Sospechaba que en el caso del inspector, el trabajo era una excusa para justificar su incapacidad para conectar con su familia. El propio Martin solía decirse a sí mismo que haber viajado a España era una manera de progresar en su vida y de no quedarse estancado en una vida llena de la locura ajena y de muerte. Lo cual, sinceramente, no dejaba de ser otra excusa para no reconocer que el miedo que había sentido después de su apuñalamiento no tenía que ver tanto con la posibilidad de haber perdido su vida como con el temor al daño cruel e innecesario que tal cosa causaría a quienes le querían.

Martin no estaba seguro.

El ordenador emitió un leve pitido que le avisaba de que había recibido un correo electrónico. Abrió el buzón de entrada y vio un mensaje de Peter Berg que acababa de descargarse del servidor. Al abrir el mensaje leyó una breve nota de Peter que explicaba que la Interpol había enviado nuevo material sobre los asesinatos de Teherán y el historial del coronel Golshiri. Martin notó que se le aceleraba el corazón. Imprimió toda la documentación y con los ojos entornados comenzó a leerla.

Las primeras muertes se produjeron en Teherán, entre los meses de noviembre y enero. El profesor Amir Sadr, de la Universidad Shahid Behesthi, especializado en física nuclear fue asesinado por un desconocido que le asestó varias puñaladas mortales antes de perderse entre la multitud. Meses más tarde, se produjo un nuevo asesinato. Esa vez se trataba de Ahmadi Abbas, experto en física cuántica de la Universidad de Teherán, muerto por la explosión de un artefacto adherido a los bajos de su automóvil y detonado en la distancia por un motorista. Irán acusó al Mossad de orquestar ambos asesinatos y detuvo a un sospechoso que confesó haber sido entrenado por soldados israelíes para llevar a cabo el último atentado.

Pese a sus prioridades, Martin dejó escapar un silbido de aversión, despreciaba a todos los gobiernos que organizaban ataques terroristas amparados en sus ideas políticas o su religión. A sus ojos eran todos unos miserables. Desgraciadamente para él, aquella pieza de información de la Interpol no le servía de gran cosa. Salvo, claro está, el detalle de que el responsable de la detención del sospechoso fue el coronel Sadeq Golshiri.

Entonces leyó el siguiente informe.

Un nuevo científico había sido asesinado en Teherán y se relacionaba directamente con las dos muertes anteriores. Un nuevo atentado. Leyó rápidamente los folios impresos esperando encontrar los indicios que le condujeran a relacionar esos asesinatos, ocultos siempre bajo la tapadera de atentados políticos cometidos por el Mossad, la IRGC o cualquier otro enemigo del estado que se le podía ocurrir a los representativos gubernamentales iraníes. En ninguno de ellos se mencionaba los macabros paquetes y solo uno de ellos había recibido un disparo en la cabeza. Sin embargo, Interpol pudo saber que el segundo científico asesinado sufrió un traumatismo previo y que ya estaba muerto cuando se produjo la explosión de su vehículo. Además, como había explicado Peter, a todos ellos le faltaba la mano izquierda. ¿Por qué las mutilaciones? Estas no coincidían con la tesis de los atentados barajada por la policía iraní. Martin no podía imaginarse a un asesino a sueldo del Mossad amputándoles las manos a sus víctimas. Normalmente lo que buscaría sería cometer su crimen y salir huyendo del lugar lo más rápido posible. Todo aquello olía a tapadera.

Entonces, encontró una foto de la Agencia IRGC, una oficina de noticias semioficial que distribuía voluntariamente la propaganda del gobierno a cambio de favores y exclusivas. En la foto se veía a un grupo de policías iraníes levantando el cadáver de una de las víctimas. Martin contrastó el nombre del pie de foto con las notas del informe: profesor Massoud Jassim, Universidad de Teherán. La tercera víctima. Especializado en biotecnología y nanotecnología, asesinado de un disparo en la cabeza desde una motocicleta cuando se dirigía a su domicilio. El vehículo estaba cubierto con una lona azul y el cuerpo se hallaba tumbado en el suelo, en medio de la calle. ¿Por qué tenía la sensación de que aquella escena estaba recreada? Todo parecía dentro de lo normal. El coche estaba siendo levantado por una grúa y…

De repente, lo vio.

¡Los cristales! No había ni rastro de cristales en el suelo asfaltado. Un reflejo en el lado del conductor le indicó además que la ventanilla se encontraba intacta y no había sido hecha añicos por un disparo a bocajarro. No podía estar seguro de la ventanilla del copiloto pero algo le decía que estaba sobre la pista buena. El profesor Massoud Jassim no había sido asesinado en aquella calle de Teherán.

Regresó a su ordenador portátil e hizo una nueva búsqueda en Internet. Esta vez escribió: «massoud jassim, sadeq golshiri». Y la primera noticia que apareció le golpeó con la fuerza de un tren de mercancías. El profesor Massoud Jassim había sido retenido unas horas por el IRGC en relación a un asunto incierto. Desde la tranquilidad de su hogar, el profesor se quejaba del abuso de poder del IRGC y proclamaba su amor incondicional hacia su país y el régimen. La idea, se explicaba el profesor, de que él no pusiese sus conocimientos científicos y su experiencia en manos de su país rozaba la perversidad.

Martin sintió un familiar cosquilleo en la boca de su estómago. Ese revoloteo de mariposas que acompañaba siempre al descubrimiento de una pista importante. Abrió una nueva búsqueda relacionada con el resto de científicos y el coronel y se quedó estupefacto. El coronel Golshiri, siguiendo órdenes del IRGC, había retenido ilegalmente a los tres científicos, los había interrogado bajo la sospecha de ser colaboradores del MEK[31] y revelar secretos del Programa Nuclear iraní a Israel, y semanas más tarde habían empezado a aparecer muertos. Lo más curioso es que solo uno Amir Sadr había formado parte del Programa Nuclear. Todos ellos trabajaban en campos como la física cuántica, la biotecnología y la nanociencia. Entonces, ¿qué es lo que buscaba Golshiri? ¿Cuál era el motivo que había llevado a la Guardia Revolucionaria a retener e interrogar a esos tres científicos? Y, lo que era más importante, ¿qué relación tenían con los asesinatos de Madrid?

Martin frunció el ceño preocupado, los científicos muertos, por qué los habían matado y cómo los habían matado pesaba en su estado de ánimo que se estaba volviendo más sombrío. Se preguntaba qué sabía en realidad sobre el asesino. Para ser honestos, muy poco. Hizo el mismo ejercicio con Sadeq Golshiri y la respuesta no varió. Necesitaba más información. Entonces, cambió de estrategia y se preguntó de qué estaba seguro. Bueno, estaba seguro de que el coronel y las víctimas se conocían con anterioridad a la cumbre. Estaba seguro de que el asesino tenía una lista de víctimas y que no todos los nombres incluidos en ella habían sido tachados. Estaba seguro de que la secuencia cronológica no coincidía.

¿De qué más podía estar seguro?

También era innegable que si el asesino había sido capaz de matar a tres científicos en Teherán, y repetido la jugada en Madrid, engañando a todo el mundo con el truco del ADN, era más astuto e inteligente de lo que suponía. Alguien con un coeficiente intelectual elevado como… ¡un científico o un físico cuántico!

¿Podría ser tan simple?

Las pulsaciones de su corazón se aceleraron como un coche de carreras. Quizás la clave se encontraba en esos interrogatorios. Quizás uno de los científicos interrogados quisiera vengarse por algo o de alguien. ¿No había establecido esa relación Marc Claver? ¿No había sugerido Marc que el asesino podría ser otro hombre de ciencia que estuviese castigando a sus colegas? Pero ¿por qué? ¿Por apropiarse de su trabajo? ¿O destruirlo?

El sol se había puesto por el horizonte y había dejado paso a una hermosa luna gibosa menguante que clareaba el cielo nocturno. Decidió ir a la cocina y prepararse un café ristretto que se bebió de pie sin degustar de demasiado su sabor.

La secuencia.

¿Por qué regresaba siempre a pensar en la secuencia cronológica? La presunción de que la mutilación de las manos se produjo antes que las muertes, y que estas fueron anteriores a la entrega de los paquetes. Era lo lógico, ¿no? Pensar otra cosa resultaba… ¿Imposible? ¿Improbable? ¿Una locura? Tenía toda la lógica del mundo… Pero estaba todo mal según las pruebas forenses.

Súbitamente, otra idea le cruzó por la mente. Una idea que le erizó el vello del cuello e hizo que un escalofrío recorriera su espina dorsal. Si el asesino era uno de los científicos interrogados, ¿no tendría más sentido que quisiera vengarse del hombre que lo interrogó? El hombre que había interrogado a las víctimas de Teherán. El hombre que conocía a todas las víctimas. El coronel Golshiri no era el asesino que estaban buscando, era el patrón que unía a todos los asesinatos.

¡Sadeq Golshiri era la siguiente víctima del asesino!

Antemortem
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