22

El sol se encontraba desperezándose en el cielo de la capital cuando el subinspector Olcina decidió que tenía que alejarse del matadero en el que se había convertido la suite del profesor Mesbahi. La virulencia de la tormenta veraniega de la noche anterior quedaba tan solo representada por los últimos charcos de agua sucia que se resistían a la evaporación. En el interior de su americana deportiva, su teléfono comenzó a vibrar y saliendo al pasillo, contestó brevemente. De repente, la cara le brilló como si fuese un chaval que ha recibido por su cumpleaños el regalo que tanto ansiaba.

—Jefe, voy a salir a tomar un poco el aire y comer algo. —Informó al inspector Paniagua. El enorme policía alzó ambas cejas pobladas de tonos salpimentados. Las arrugas de su frente se pronunciaron todavía más y apretó los labios en una delgada línea antes de decir:

—¿Ha quedado para desayunar? —No estaba sonriendo cuando formuló la pregunta, sin duda, en su mente recordaba que el subinspector había llegado con retraso a la escena del crimen—. No parece ser el momento más adecuado.

—Jefe, llevamos aquí toda la noche y no hay mucho más que podamos hacer. Los chicos de la IRGC todavía siguen trabajando en la escena, para cuándo el juez levanté el acta y puedan llevarse el cadáver ya habré terminado. Puedo encontrarme con usted en la central, si le parece.

El inspector pareció ponderar el asunto unos instantes, con el rostro fruncido en un apretado ceño, que acentuaba las arrugas que habían aparecido en su frente. Tenía unas profundas bolsas debajo de los ojos y la piel de la cara del color de la ceniza.

—De acuerdo, vaya a desayunar. Yo me quedaré un rato más por aquí, por si aparece algo de interés. —Condescendió Paniagua, finalmente. Toda su persona había adquirido ese aire sombrío que el subinspector había visto en otras ocasiones. El aura amarga que reservaba para los homicidios más insidiosos o violentos.

En opinión de Olcina, la amargura del inspector era consecuencia de haber presenciado demasiado sufrimiento a su alrededor, de haberse topado cara a cara con los actos más horripilantes que pudiera cometer el ser humano y ser incapaz de evitarlos. Aquel tipo de amargura podía acabar con cualquiera, pero el inspector la asumía con inusitada entereza. De algún modo, parecía como si hubiera conseguido canalizar la amargura hacia vías más fructíferas que la propia destrucción, como atrapar a toda costa a los asesinos que caían en sus redes. Sin embargo, Raúl Olcina estaba hecho de otra pasta. Olcina esperaba más de la vida, quería disfrutarla todo lo que pudiera, como si no existiera un mañana, como si de pronto algo imprevisto pudiese surgir de la nada y arrebatarle su placer. Y por ello, había decidido concederse otra oportunidad con Neme.

Había algo en la mujer de piel dorada que le intrigaba y no era, por supuesto, lo que el resto de los hombres pudieran tener en la cabeza. Por el contrario, se trataba de algo más profundo, menos evidente, como la belleza de un banco de coral que se oculta a varios metros de profundidad, visible únicamente para aquellos osados que se enfundan en un traje de buceo y descienden hacia la oscuridad marina. La vida era para los osados, solía decir Olcina. Y él estaba dispuesto a ser uno de los privilegiados, aunque tuviera que romper algunas de sus propias reglas por el camino.

El subinspector se dirigió hacia la puerta de la suite, pero antes de salir chasqueó los dedos y se giró hacia Paniagua.

—Por cierto, jefe, me llegó un correo electrónico con los nombres de los hinchas del grupo Riazor Blues que acudieron al partido del pasado domingo y he cotejado la lista con los fichados por la Unidad de Intervención Policial. También he hablado con la mayoría de ellos pero, de momento, no he conseguido saber quiénes fueron los que se pelearon con Oswaldo Torres. Sin embargo, he conseguido reducir el número de sospechosos a tan solo una docena de nombres. Quizás alguno de ellos vio lo que le sucedió al ecuatoriano y cante un poco, si le amenazamos con una buena temporada en el talego, casi todos ellos tienen antecedentes penales y saben cómo funcionan las cosas.

El inspector asintió, buena parte de la amargura había abandonado su rostro y había dejado paso al cansancio por haberse pasado la noche en vela.

—Haga que alguien se ponga en contacto con esos radicales y al menor indicio de que saben algo que no nos estén contando, mande detenerlos y que los traigan para Madrid. No creo que ninguno de ellos matara a Oswaldo pero, aun así, siguen siendo sospechosos de un homicidio.

—Así lo haré y arreglaré también con uno de los agentes de la calle para que le consigan un coche y alguien le acerque a la central. —Añadió Olcina, antes de irse.

Mientras conducía hacia la cafetería donde había quedado para desayunar con Neme, Olcina no dejaba de darle vueltas a la escena del crimen, tenía la impresión de que el hijoputa que había matado al profesor Mesbahi iba a convertirse en la nueva obsesión del inspector y de que les esperaban más jornadas interminables y horrores colgados del tablón de pruebas que usaban para tener una visión global de los casos. El muro de los pringados, lo llamaba Olcina. Una vez que el inspector colgaba tu foto en él, podías dar por seguro de que terminarías con tu bonito culo entre rejas.

Neme apareció por la puerta de la cafetería tan arrebatadora como la noche anterior. Vestía deportivamente, con un pantalón elástico ajustado de color negro y una camiseta de tirantes que realzaba su busto, sobre la que se había puesto una chaqueta de chándal con capucha. En su mirada, límpida de maquillaje, se registraba un cierta suspicacia que no pasó desapercibida al subinspector.

—Estoy sorprendida de volver a verle tan pronto, señor profesor de matemáticas. —Saludó con ironía—. ¿Has decidido volver a intentarlo de una manera más honesta?

—Algo así.

Ella levantó las cejas sorprendida.

—Según yo lo entiendo, a estas horas debería esperarte una clase llena de alumnos y una pizarra garabateada con números de tiza. ¿No es así?

Olcina acercó el vaso de zumo que había ordenado nada más llegar, deslizándolo con dos dedos sobre la superficie de la mesa.

—¿Un zumo de frutas?

Neme sonrió y levantó el vaso a modo de brindis.

—Un buen comienzo, no te lo voy a negar. Pero espero mucho más de este desayuno que un zumo recién exprimido.

—Lo mismo espero yo. Te lo aseguro. —Asintió Olcina y bebió un poco de su propio vaso.

Entonces llego el camarero y les puso sobre la mesa los desayunos. Olcina había elegido especialmente aquella cafetería porque conocía exactamente la impresión que causaba el despliegue energizante de sabores que prometía a esas horas de la mañana. Cuando Neme sonrió con deleite, Olcina se relajó. Sobre la mesa había platos con fruta exótica, delicados croissants de mantequilla, huevos revueltos y tostadas.

—¿Desayunas de esta manera a diario? —pregunto divertida.

—Dicen que es la comida más importante del día, ¿no? —Respondió en el mismo tono—. Aunque, si te soy sincero, soy más de pincho de tortilla y café, pero hoy he decidido tirar la casa por la ventana. ¿Cómo está el zumo?

Riendo, Neme levantó de nuevo su copa y se la llevó a los labios.

—Está bien. Fresco. —Replicó.

—¿Solo bien? —Preguntó Olcina sorprendido. El zumo que había elegido era un combinado de naranjas, mango, zanahorias y plátano, recién exprimidos, al que le añadían un pequeño vasito con vitaminas extras, guaraná, jingseng y un ingrediente secreto especial. Cien miligramos de cafeína. Después de beberlo, uno tenía la sensación de que era capaz de hacer cualquier cosa que se propusiera, como correr una maratón o convencer a una mujer atractiva de que no era un mal tipo.

—Bueno, consumido con moderación, desde luego. —Repuso ella, riendo de nuevo—. Demasiada cafeína me pone de los nervios y acabo gesticulando demasiado cuando hablo. Resulta muy ridículo.

—Estoy seguro de ello. —Convino Olcina, soltando una carcajada—. De todas formas, anda sin cuidado, que yo me encargo de avisarte en el momento en el que estés a punto de derramar el zumo de un guantazo.

Le sirvió un poco de fruta y huevos en su plato, mientras se esforzaba por luchar con la sensación de ligereza, de ausencia de gravedad, que se había apoderado de la parte posterior de su cabeza. Al final de la comida, se saltaron los croissants y se decidieron por un par de cafés con leche. Entonces Neme cambió sutilmente la sonrisa y el tono jovial que había mantenido durante todo la mañana, acercando su silla a la mesa, fijó sus profundos ojos en los de Olcina y dijo:

—Raúl eres muy divertido. Me pregunto qué es lo que te impulsa a ocultar quién eres a los demás.

A Olcina la pregunta le pilló desprevenido y dio un respingo involuntario, había esperado poder llevar el control de la conversación y evitar tener que hablar sobre su manía de mentir acerca de su trabajo. Pasó la mano por su cara y se alegró de que la dosis extra de cafeína que contenía el zumo estuviese surcando veloz por sus venas. Lejos de sentirse cansado, se sentía con fuerzas y como nuevo. Sin embargo, la pregunta le había incomodado de un modo inesperado.

—La gente nunca lo entendería. —Contestó con un hilo de voz.

—¿No lo entenderían o es que sientes miedo de lo que puedan pensar si lo supieran?

Olcina estaba boquiabierto, la franqueza de Neme resultaba desarmante y no sabía cómo reaccionar.

—¿Si supieran qué?

Ella le miró con curiosidad, como si tratase de valorar la sinceridad de Olcina para hablar del tema.

—Quién eres, en realidad.

Sintiéndose un poco más incómodo cada vez y tratando de disipar los negros nubarrones que se cernían sobre su paraíso, Olcina contestó:

—No es eso, es solo que no me gusta mezclar las cosas.

Ella se lo quedó mirando, aguardando en silencio. Y Olcina, entonces, levantó la mano en un gesto que quería decir que todo estaba bien, que no era gran cosa.

—Es simplemente que existen cosas que es mejor que la gente no conozca sobre mí. Cuando salgo por las noches, me gusta divertirme. Bailar hace que me sienta… normal. Y no quiero que nada empañe esa sensación.

Neme volvió a soltar una carcajada.

—Ahora estás siendo un poco melodramático, no te parece. ¿Qué puede ser tan terrible?

Olcina rellenó ambas tazas con más café y sonrió para sus adentros. Si supieras de dónde vengo, estoy seguro de que no reirías de esa manera, pensó.

—¿Qué importancia tiene? —Preguntó, sin embargo—. Lo único que te interesa saber es que soy un buen tipo y mejor pareja de baile.

—Qué encantador. —Replicó Neme con una sonrisa—. Pero debes saber que una chica decente nunca se fía a la primera de cualquier hombre que se le aproxime. No resulta nada recomendable para nuestra salud.

—¡Mierda, así que eres una chica decente! —Le siguió la broma, Olcina—. A mí deberías darme una oportunidad.

Ella hizo un mohín y replicó:

—Estamos desayunando juntos, ¿no?

—No es suficiente. —Insistió Olcina, a quien no se le escapó la insinuación velada que acompañaba siempre a esa frase—. Te propongo un trato, quedemos una de estas noches. Tú me enseñas esos pasos de baile de los que hablamos y, si al final de la noche, sigues insistiendo en querer saber más sobre mí, te respondo sin tapujos a cualquier cosa que me preguntes.

Neme pretendió considerarlo por unos instantes.

—Trato hecho. —Dijo finalmente, extendiendo una mano—. Ha conseguido usted una nueva cita, señor profesor de matemáticas. En cualquier caso, ya estoy intrigada por lo que vas a contarme.

—Entonces, no se hablé más. Déjame que pida la cuenta y salgamos de aquí. Se me está haciendo tarde y tengo que estar en Canillas en quince minutos.

Ella le lanzó una mirada suspicaz, como si no terminase de creerle y Olcina le dedicó una sonrisa que mostraba toda su dentadura y añadió:

—De verdad, tengo que irme. ¿Nos vemos más tarde?

—De acuerdo.

Y salió disparado hacia el aparcamiento donde había dejado el Megane, no sin antes atrapar sobre la marcha uno de los deliciosos croissants de mantequilla que había sobre la mesa. En su trabajo, uno nunca sabía cuándo iba a volver a comer y la mañana, como se solía decir, se presentaba larga de cojones. Pensando en Neme arrancó el coche, una sonrisa bailaba en sus labios. Sin embargo, sin avisar, como la temperamental tormenta que cayó la noche anterior, un muro gris de inseguridad encapotó sus pensamientos. La insistencia de la mulata por conocer más sobre él, se encontraba ciertamente en los lindes de lo que se consideraba una curiosidad normal, pero no conseguía sacudirse de encima la sensación de que un interés oculto se encontraba detrás de todo ello. Había algo en su forma de comportarse que le parecía, de algún modo, peligroso. No peligroso en el sentido físico o violento de la palabra, sino peligroso en el sentido de impredecible. Sus tripas se le encogieron como ropas mojadas que se estrujasen para extraerles toda la humedad. La cafeína estaba haciendo de las suyas en su organismo y si no encontraba un aseo pronto, Neme y sus preguntas iban a ser la menor de sus preocupaciones.

—Me lo tengo bien merecido por imaginar cosas raras. —Se dijo en voz alta, mientras estacionaba el Megane en un espacio vacío del aparcamiento del complejo policial.

En su interior, le esperaba el inspector y las fotos del cadáver mutilado del profesor iraní. Pero antes se dirigió a los aseos más cercanos. Y entonces pensó que quizás no había sido tan buena idea haber desayunado tan opíparamente.

Antemortem
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
nota_autor.xhtml
I.xhtml
cap1.xhtml
cap2.xhtml
cap3.xhtml
cap4.xhtml
cap5.xhtml
II.xhtml
cap6.xhtml
cap7.xhtml
cap8.xhtml
cap9.xhtml
cap10.xhtml
cap11.xhtml
cap12.xhtml
cap13.xhtml
cap14.xhtml
cap15.xhtml
cap16.xhtml
cap17.xhtml
cap18.xhtml
III.xhtml
cap19.xhtml
cap20.xhtml
cap21.xhtml
cap22.xhtml
cap23.xhtml
cap24.xhtml
cap25.xhtml
cap26.xhtml
cap27.xhtml
cap28.xhtml
cap29.xhtml
cap30.xhtml
cap31.xhtml
cap32.xhtml
cap33.xhtml
cap34.xhtml
cap35.xhtml
IV.xhtml
cap36.xhtml
cap37.xhtml
cap38.xhtml
cap39.xhtml
cap40.xhtml
cap41.xhtml
cap42.xhtml
cap43.xhtml
cap44.xhtml
cap45.xhtml
cap46.xhtml
cap47.xhtml
cap48.xhtml
cap49.xhtml
cap50.xhtml
cap51.xhtml
cap52.xhtml
V.xhtml
cap53.xhtml
cap54.xhtml
cap55.xhtml
cap56.xhtml
cap57.xhtml
cap58.xhtml
cap59.xhtml
cap60.xhtml
cap61.xhtml
cap62.xhtml
cap63.xhtml
cap64.xhtml
cap65.xhtml
cap66.xhtml
cap67.xhtml
cap68.xhtml
cap69.xhtml
cap70.xhtml
VI.xhtml
cap71.xhtml
cap72.xhtml
cap73.xhtml
cap74.xhtml
cap75.xhtml
cap76.xhtml
cap77.xhtml
cap78.xhtml
cap79.xhtml
cap80.xhtml
cap81.xhtml
cap82.xhtml
cap83.xhtml
cap84.xhtml
cap85.xhtml
cap86.xhtml
cap87.xhtml
cap88.xhtml
cap89.xhtml
cap90.xhtml
VII.xhtml
cap91.xhtml
cap92.xhtml
cap93.xhtml
cap94.xhtml
cap95.xhtml
cap96.xhtml
cap97.xhtml
cap98.xhtml
cap99.xhtml
cap100.xhtml
cap101.xhtml
cap102.xhtml
cap103.xhtml
cap104.xhtml
cap105.xhtml
cap106.xhtml
cap107.xhtml
cap108.xhtml
cap109.xhtml
cap110.xhtml
epilogo.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml