Ahora se encuentra solo y el hombre de oscuro aún no ha regresado, aunque secretamente guarda la sospecha de que se encuentra con él en la habitación. Inmóvil, en silencio, aguardando su momento de debilidad.
De repente, un aullido lacerante y sobrecogedor se apodera por completo de la atmósfera del lugar. No puede taparse los oídos, no tiene forma de protegerse, siente la cabeza como si le fuera estallar y cree flotar en aguas turbulentas y mareantes, que le impiden detener el vertiginoso girar de la habitación. Al menos, no es suyo. Otro está sufriendo el mismo tormento que él. Entonces, tan de improviso como vino, el infernal ulular se detiene.
El cuerpo del hombre vuelve a traicionarlo y libera su vejiga sin poder dominarse. De nuevo, experimenta el imborrable momento de humillación. A su espalda, un sonido deslizante le llena de terror. Los músculos de su abdomen se contraen como sacudidos por la temida descarga eléctrica que nunca llega a producirse, y un creciente horror le bloquea la garganta.
El hombre de oscuro aparece a su lado como por ensalmo y, sin pronunciar palabra, le golpea el estómago con la picana eléctrica. La descarga recorre su cuerpo y le hace rechinar los dientes. Su cuerpo se arquea en un arco imposible que amenaza con tronchar su columna vertebral.
Cuando remiten las convulsiones, se desploma sobre el sillón de dentista, al tiempo, que no puede evitar que sus tripas se suelten una vez más y manchen sus ropas. Afortunadamente se encuentra ya en una posición en la que la humillación que sintiera apenas unos minutos antes, ya no es la mayor de sus penurias. Sin embargo, se estremece ante el hedor que desprenden sus ropas inmundas. Le duele el estómago como si un par de matones lo hubiesen apaleado sin piedad.
Su captor ha desaparecido de su campo de visión y, aunque fuerza la cabeza a un lado y al otro no puede verle. Entonces, una idea que solo puede ser fruto de la demencia más absoluta, se abre paso en su mente.
¡Se ha marchado!
En el aire flota el olor a ozono de la descarga eléctrica, mezclado con el hedor a excrementos y el aroma más terrible de la sangre. Su sangre. Se siente terriblemente exhausto e incluso abrir los ojos le supone un esfuerzo superior a todas sus fuerzas. Nota un regusto amargo en la boca y ansía beber un poco de agua. Negándose a dejarse vencer por el miedo o el dolor, se esfuerza en abrir la boca y susurrar quedamente.
—Agua. Agua, por piedad.
Nadie le contesta, nadie le hace caso. El hombre de oscuro no iba a proporcionarle un simple respiro como aquel.
No en la habitación del dolor.