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PARQUE NACIONAL DE LOS GLACIARES, MONTANA

¿Por qué el campista se había alejado tanto de los circuitos habituales? Martin no acababa de comprenderlo, comenzaba a sentirse irritado. No porque sintiera que el agente Dreyfuss estuviera menospreciando a Gareth Jacobs Saunders sino porque tenía la certeza de que había algo raro en todo el asunto. Algo que no alcanzaba a comprender y sobre lo que sus tripas le advertían mandando punzadas de aprensión a todo su ser. Martin sentía que no estaba en la onda correcta con la situación y tenía la impresión de que ello conllevaría una tragedia.

Un crujido en la radio del Black Hawk hizo que el pulso de Martin se acelerase, mientras trataba de mantener su respiración calmada, la voz del piloto inundó su cerebro, transmitida a través de los enormes auriculares que llevaba puestos.

—Caballeros, prepárense. —Informó el piloto—. Estamos aproximándonos al destino. El tiempo estimado de llegada es de quince minutos. Ahí fuera se está poniendo muy feo, tenemos casi encima una tormenta que viene por el noroeste.

Tras el anuncio, Martin permaneció con los ojos cerrados unos instantes, concentrado en inspirar y expirar el aire de sus pulmones rítmicamente. A su espalda, escuchaba la lluvia golpear contra el fuselaje del Black Hawk como si pretendiera traspasarlo. Las cuatro palas del rotor del helicóptero batían el aire con determinación y producían un cadencioso sonido que invitaba a dormir.

Desarrollado por la compañía Sikorsky Aircraft, el Black Hawk se hizo mundialmente famoso por haber tenido un papel destacable en la incursión que acabó con la vida de Osama bin Laden en 2011. Aquel modelo había sufrido una serie de severas modificaciones para disminuir el ruido de sus dos motores General Electric T700 y la incorporación de una sección de cola completamente renovada.

Entonces la voz nasal del agente Dreyfuss restalló en su cabeza mientras comenzaba a detallar los pormenores tácticos de la operación.

—Atención, cuando toquemos tierra, nos separaremos en dos equipos. Bravo Uno y Bravo Dos. Agente especial Cordero, usted formará parte del equipo Bravo Dos, que permanecerá en la retaguardia mientras que Bravo Uno hará de avanzadilla. Bravo Uno, ustedes realizarán una exploración perimetral del lugar y lo asegurarán antes de que el equipo Bravo Dos proceda a acceder a la cabaña.

Las caras tensas de los miembros de la Unidad de Rescate de Rehenes indicaban que estaban preparados para la acción. Varios de ellos realizaban una última revisión rutinaria a sus armas, consistentes en fusiles de asalto Colt y chequeban sus gafas de visión nocturna AN/AVS-6 montadas sobre los cascos. Martin hizo lo propio con su pistola reglamentaria Sig Sauer y la pequeña linterna Maglite que llevaba acoplada al cañón. Al lado de los imponentes fusiles de asalto, la ligera pistola parecía un juguete y, en cierto modo, le hacía sentirse un poco desamparado.

En ese mismo momento se dio cuenta tanbién de que estaba hambriento. No había comido nada desde que le sacasen de manera tan poco ortodoxa del sala del Tribunal de Justicia de Rhodes y le condujeran sin muchos preámbulos a su apartamento para equiparase y de ahí al helipuerto donde les aguardaban el resto de los integrantes de la unidad de respuesta táctica y los dos Black Hawks. Su estómago comenzaba a movérsele al compás de las sacudidas del helicóptero y amenazaba con expulsar la poca materia sólida que contuviese.

Martin nunca hubiera sospechado que Saunders abandonaría la ciudad que había sido su coto de caza particular y buscase refugio en un paraje tan remoto. Aquello no estaba contemplado en el perfil que había elaborado de Saunders durante el último año. Se preguntaba qué tendría de especial aquel lugar. Estaba seguro de que algo se le escapaba y ello le hacía enfurecer.

La investigación de Gareth Jacobs Saunders había comenzado trece meses atrás, cuando unos trabajadores de la construcción que estaban demoliendo un viejo almacén se encontraron con una de las macabras esculturas del asesino. Saunders había dispuesto en forma de abanico o espiral media docena de brazos seccionados, unidos en el centro por un alambre de acero. Vistos desde arriba los brazos formaban un enrojecida flor recién abierta. En ese momento, el IRGC se hizo cargo de la investigación y comenzó a elaborar el perfil psicológico. Martin ya había advertido a sus jefes de la presencia de un asesino depredador en la zona pero hasta la fecha no había podido relacionar los asesinatos entre sí. El apodo de El Artista vino después, cuando varios agentes del FBI dieron con la casa de Gareth Jacobs y esta apareció plagada de esculturas, como una galería de arte. Sangrientas piezas artísticas de carne y hueso humanos. Cuando pisó por primera vez la casa que Gareth Jacobs llamaba su hogar, Martin había sentido como si entrase en una representación real de los nueve círculos del infierno de Dante.

La luz interior del Black Hawk se apagó de repente y la cabina se quedó iluminada tan solo con las lámparas de situación de combate que emitían una luz difuminada de color rojo.

—Cinco minutos para llegar al destino. —Anunció el piloto. Y su voz fue sustituida inmediatamente por la de Dreyfuss.

—Señores, no sabemos qué vamos a encontrarnos ahí abajo, así que mantengan los ojos bien abiertos y vigilen sus espaldas. —Aconsejó—. No importa lo buenos que sean o que crean ser, ahí fuera estaremos casi ciegos por culpa de la tormenta y Saunders tendrá ventaja sobre nosotros. Recuerden, bajo ningún concepto permitan que dicte las reglas del juego.

Martin afirmó levemente con la cabeza de manera aprobatoria. Sin lugar a dudas, el agente Jonah Dreyfuss sabía lo que se traía entre manos. Pasaron los segundos, luego los minutos y entonces una señal acústica les indicó que habían llegado. Martin Cordero inspiró con fuerza y trató de visualizar la maniobra de desembarque antes de iniciarla, esperando no cometer el tipo de errores que pondrían en evidencia su falta de experiencia en esos menesteres. Cuando llegó el momento, estaba todo lo preparado que cabía esperar.

—Otro día, otro dólar. —Masculló el agente que se encontraba junto a él. Luego, le guiñó un ojo y salió por el portón.

En silencio y con la destreza que proporcionaba haber repetido el mismo baile en innumerables ocasiones, los miembros del IRGC descendían del Black Hawk y se fundían en la noche sin estrellas.

A mí no me pagan por esto, pensó Martin hoscamente y siguió al agente lo mejor que pudo. En un abrir y cerrar de ojos, se encontró al amparo de un grupo de arbustos, mientras el equipo Bravo Uno ya se adentraba en la espesura, delante de ellos.

El batir de los rotores de los dos Black Hawks apenas se hacía sentir ante la fiereza de la tormenta que caía inclemente sobre sus cabezas. Las ramas de los árboles se combaban bajo la fuerza del viento y dibujaban sombras sobre el suelo que se estiraban y encogían como si tuvieran vida propia. La densa niebla que emanaba del suelo, recubierto de espesa vegetación, formó alocados remolinos cuando los rotores de los helicópteros aceleraron y estos levantaron el vuelo. Restos de hojas y lluvia golpearon el rostro de Martin, quien hacía todo lo posible por protegerse la cara con el brazo levantado.

Entonces se produjo el brillante resplandor de un relámpago. A continuación, otro.

El agente Jonah Dreyfuss se volvió hacia sus hombres y ordenó avanzar con una sacudida de su mano, los dedos índice y corazón estirados, señalando el camino. Martin recorrió en silencio los pocos metros que le separaba de la primera hilera de árboles por dónde había desaparecido el equipo Bravo Uno. Su cuerpo ya estaba completamente empapado por el sudor creado por sus nervios y la lluvia. La adrenalina que fluía como un torrente por sus venas hacía que le temblasen las piernas en un frenético baile de San Vito.

De nuevo, un relámpago volvió a inundar de luz el paisaje. La mesosfera estallaba bajo la fuerza sónica de un trueno brutal que hizo que Martin se encogiera bajo el estruendo, mientras trataba por todos los medios de seguir el paso del resto de agentes. Tenía que conceder que aquellos hombres estaban bien entrenados y se movían entre la espesura sin apenas hacer ruido.

A su derecha, con una separación de diez metros, avanzaba el otro equipo. Caminaban en fila de a uno, con una estudiada posición táctica que permitía que cada uno vigilase la espalda de quien tenía delante y, al mismo tiempo, el flanco contrario. Los cuerpos encogidos y tensos, listos para la acción. De repente, el agente que abría la marcha se detuvo bruscamente y levantó el puño haciendo una señal para que aguardasen. El grupo de Martin también se quedó inmóvil en el sitio. En el entrenamiento táctico del FBI te enseñaban a anticiparte a cualquier amenaza, visible o invisible. A planificar la manera de aproximarte hacia lo desconocido. Responder con calma ante situaciones caóticas. Orden contra caos. Pero nada te preparaba para enfrentarte a alguien como Gareth Jacobs. Y, de algún modo, Martin podía leer la tensión y el miedo reflejados en los cuerpos de los agentes que le acompañaban. Todos y cada uno de ellos había leído los informes, visto las fotografías forenses, comentado las noticias.

Y todos y cada uno de ellos sentía miedo.

Reanudaron la marcha y al poco tiempo volvieron a detenerse. Varios intercambios de señas indicaron que habían llegado a su destino. Tras una pequeña abertura en la espesura arbolada se encontraba la cabaña. Martin inspiró profundamente varias veces para recuperar el aliento, mientras se encogía sobre sí mismo y aguardaba con el resto de su equipo.

—Bravo Uno en posición. —Susurró una voz en la oreja de Martin. Antes de bajar del Black Hawk, el agente Jonah Dreyfuss le había proporcionado una radio y un diminuto auricular que se insertaba en el interior de la oreja para que pudiera comunicarse.

—Bravo Uno, avancen hasta el claro y realicen una inspección perimetral. Solo reconocimiento, si ven al objetivo la regla de enfrentamiento es que no establezcan contacto y mantengan su posición. Repito, no quiero ningún contacto con Saunders. ¿Entendido?

—Entendido. —Contestó otra voz en la radio.

Martin, agazapado y a cubierto entre unos arbustos, pudo ver que el equipo Bravo Uno se ponía de nuevo en marcha, esta vez caminando con mucha más cautela. Dio unos golpecitos en el hombro del agente que tenía frente a él y le pidió sus gafas de visión nocturna. El otro se quitó el casco a regañadientes y se lo pasó. El resplandor verdoso de las gafas le permitió ver la silueta fantasmagórica de la cabaña. Era una estructura destartalada, del tipo que uno esperaba ver en una película de terror tipo Viernes 13 o en una atracción de parque diseñada para asustar adolescentes con acné y hormonas revolucionadas.

La parte principal de la cabaña estaba construida en madera y disponía de dos ventanucos circulares que flanqueaban la puerta de entrada. Mas allá, el resto de la construcción se hallaba semienterrado entre las ramas de los enormes árboles que la rodeaban. Parecía que toda la cabaña hubiera brotado directamente del suelo, como un árbol más, en vez de haber sido construida por una mano humana. Unos podridos escalones daban acceso al porche en el que colgaban adornos que se mecían salvajemente a merced del viento. La fuerte lluvia impedía que Martin pudiese ver de qué estaban fabricados los adornos o adivinar su forma exacta, pero un escalofrío recorrió su empapada espalda.

Entonces, un fuerte relámpago se abrió entre las copas de los árboles y un estallido de verde fósforo centelleó ante sus ojos, cegándolo por unos instantes.

—¡Joder, el maldito rayo me ha dejado ciego! —Gruñó alguien en la radio.

Inmediatamente la voz autoritaria del agente Dreyfuss rugió en su auricular.

—Mantengan el silencio en la radio. Que nadie vuelva a usar la radio sin mi permiso y sería mejor también que no usen las gafas de visión nocturna, si la tormenta sigue teniendo aparato eléctrico no podremos ver nada aquí fuera.

Martin maldijo para sus adentros y se disponía a quitarse el casco con las gafas AN/AVS-6 y devolvérselo al agente cuando algo captó su atención en una de las vigas del porche. Algo que despertó todas la alarmas de su mente y envió una descarga de puro terror a su sistema nervioso.

—¡Dreyfuss, es una trampa!

—¡Maldita sea, he dicho que mantengan silencio en la radio! —Bramó el Agente Dreyfuss.

—Dreyfuss, soy Martin Cordero. ¡Retire a sus hombres! ¡Todo esto es una maldita ratonera! —Repitió—. Saunders sabe que estamos aquí… —No pudo seguir, Jonah Dreyfuss le interrumpió inmediatamente.

—Agente especial Cordero si no cierra su bocaza en este mismo instante, me veré obligado a excluirle de esta…

—¡Cállese y escúcheme! —Grito a su vez, Martin—. Sobre el porche, hay una cámara de vigilancia. Está oculta en una de las vigas transversales. Saunders sabe que estamos aquí.

—No se preocupe por eso, mis hombres están perfectamente cualificados para lidiar con cualquier eventualidad. —Respondió Dreyfuss—. Déjenos hacer nuestro trabajo y libere la radio.

—¡Pero, no lo entiende! ¡Es una trampa!

Martin estaba desesperado, la tozudez del agente Dreyfuss le impedía ver las cosas con claridad y, sin duda, estaba cometiendo un gravísimo error que podría acabar con la muerte de alguno de los agentes del IRGC. Pero Dreyfuss, como responsable de la operación, no estaba dispuesto a perder más tiempo y gruñó una última orden amenazadora por la radio.

—Agente Byrne, si el agente especial Cordero vuelve a proferir una sola palabra más, tiene mi permiso para retirarle su arma y esposarle. ¿Ha entendido?

—Alto y claro, señor. —Respondió el agente al que Martin había pedido prestadas las gafas de visión nocturna.

—Perfecto, entonces. —Continuó Dreyfuss dando por zanjado el asunto—. Equipo Bravo Uno, ¿cuál es su estatus?

—En posición. Ni rastro de Saunders.

—Recibido. Avancen en formación y entren en la cabaña. Estén alertas, al parecer tiene equipo de vigilancia instalado y podrían estar siendo vigilados. Quiero máxima precaución, pero si se produce el contacto tienen luz verde para usar sus armas. Repito, el uso de la fuerza armada está autorizado, si ven a ese hijo de puta de Saunders disparen a matar y pregunten después.

—Entendido, señor.

Martin se quitó finalmente el casco y se lo devolvió al agente Byrne, quien lo recogió mientras movía sus labios silenciosamente formando dos palabras: «Lo siento».

Martin se encogió de hombros y desenfundó su pistola Sig Sauer. Incluso a través de la espesa cortina de agua que caía sobre ellos, podía ver que el agente del IRGC estaba preocupado, quizás asustado, y no era para menos. Gareth Jacobs Saunders no era un enemigo al que menospreciar y si lo hacías, lo más probable es que te estuvieses jugando la vida en ello.

Y, como una premonición de lo que iba a suceder a continuación, un relámpago estalló sobre sus cabezas.

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