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Alba temblaba descontroladamente cuando el Tercer Corona la había arrastrado por el solitario bar y la había arrojado sin miramientos a la caja de un todoterreno Land Cruiser. En su interior, aguardaba un soldado de los Latin King, probablemente un guardaespaldas del Corona Supremo, alguien acostumbrado a matar y a quien seguramente le habían pedido que lo hiciera para ingresar en la banda.
El soldado la ató por los tobillos y los brazos, le puso una capucha por la cabeza y, por último, le puso unos pesados auriculares en los oídos. Inmediatamente una onda expansiva de música reggaeton saturó sus sentidos. Alba no tenía manera de saberlo, pero aquella era una maniobra habitual de las fuerzas especializadas en secuestros oficiales autorizados, como la CIA norteamericana o el Mossad israelí. La técnica de privación sensorial tenía como finalidad aturdir a la víctima y aislar su cerebro de cualquier noción física y temporal, volviéndola más dócil y haciendo más sencillo su traslado a un lugar seguro y secreto donde poder interrogarla, o peor, torturarla a placer.
Alba Torres ignoraba cuánto tiempo había transcurrido o si el todoterreno se había detenido, cuando unas manos férreas la cogieron por los hombros y la sacaron en volandas, obligándola a caminar sobre piernas de goma. Su agotado cerebro tardó unos segundos en comprender que la circulación de su sangre se acababa de reactivar después de haber estado tanto tiempo atada con fuerza, cuando alguien cortó las ataduras de sus piernas y brazos. Millones de puntas ardientes se clavaron al unísono por todo su cuerpo y a duras penas, consiguió reprimir un gemido de dolor.
Tropezó torpemente varias veces, mientras la sujetaban por los sobacos, y la arrastraban hacia el interior de un edificio. Entonces le sacaron de la cabeza la capucha y los auriculares. Sus oídos tardaron unos segundos en dejar de zumbar y una dolorosa e intensa luz blanca la cegó momentáneamente. Cuando sus ojos consiguieron acostumbrarse a ella, vio ante sí la amenazadora figura del Corona Supremo.
—¿No fui lo suficientemente claro? —Preguntó el Corona San de Muerte.
Alba pestañeó confundida.
—No… No entiendo. —Balbució entrecortadamente.
—Creo haberte dicho que no quería volver a ver tu puto careto. Y aquí estás otra vez, frente a mí.
Alba palideció un poco más, si aquello fuera humanamente posible sin perder toda la sangre del cuerpo. Notó cómo las lágrimas inundaban sus ojos, lloraba pensando en todo lo que le había sucedido en los últimos días y sabía que no lloraba únicamente por la inminencia de la muerte o por el dolor, sino también porque finalmente comprendía que jamás tendría ocasión de vengar la muerte de su hermano.
El Corona Supremo, ignorando por completo sus lamentos, se volvió hacia los dos hombres que la habían llevado hasta allí. Alba podía ver que se encontraba en alguna especie de almacén, de techos altos, en donde se apilaban varios palés con productos electrónicos y una enorme pirámide de bolsas que parecían contener azúcar, lo cual extrañó mucho a la muchacha hasta que finalmente dedujo lo que significaban. Junto a las bolsas, había también algunas cajas metálicas de aspecto militar. Entonces, su pulso se aceleró hasta amenazar con hacer saltar su corazón en mil pedazos cuando vio, al fondo de la nave, un grupo de jaulas con las dimensiones perfectas para contener un animal de tamaño grande o seres humanos.
La voz del Corona San de Muerte, la obligó a centrar su atención sobre él.
—¿Por qué habéis traído aquí a la puta? ¿Quién ha tenido la genial idea? —Preguntó el Corona Supremo a los dos hombres que habían conducido el todoterreno Land Cruiser. A su espalda, dos soldados aguardaban portando fusiles de aspecto amenazador que Alba solo había visto antes en las películas y que su hermano le había explicado que llevaban el nombre de su fabricante y el año de fabricación[21].
—He sido yo, apareció de repente en Los Quiteños preguntado por ti, Corona Supremo. —Respondió el Tercer Corona—. El local estaba hasta los topes, así que pensé que lo mejor sería encerrarla detrás para interrogarla más tarde.
Los ojos del Corona San de Muerte centellearon furiosos. Con dos zancadas fugaces acortó el espacio que le separaba del Tercer Corona y le golpeó en el rostro con saña. Un chorro de sangre brotó de los labios partidos del hombre.
—¡Eres el puto jefe de guerra de este capítulo, joder! ¡El responsable de la seguridad! Si pensaras con otra cosa que no sea la polla, deberías haber sabido que traerla aquí no es la mejor de las ideas. —Le espetó—. ¿Y si la están buscando? Acaso no crees que una niña pija como esta no iba a estar hablando con los chapas[22]. ¿En qué coño estabas pensando?
El Tercer Corona guardó silencio, sabía que era mejor para él no decir nada y asumir su castigo. Su rostro reflejaba el odio y el miedo que sentía en esos momentos. El Corona San de Muerte se giró hacia los dos soldados que tenía a su espalda y les ordenó:
—Haced que alguien se dé una vuelta por el vecindario y que se asegure de que nadie ha seguido a estos gilipollas.
Luego fijó toda su atención en Alba.
—Ahora, tú. —Bramó el Corona Supremo, clavando sus ojos duros como diamantes pulidos sobre Alba—. ¿Qué voy a hacer contigo?
Y dejó escapar una sonrisa lobuna.