25

El bar Los Quiteños se hallaba en el barrio de Tetuán, un distrito de la ciudad que había sido tomado en la última década por inmigrantes latinos y comerciantes chinos. Hendido en dos por la calle Bravo Murillo, el barrio de Tetuán era un enorme espacio repleto de locales comerciales y de importación de productos asiáticos, bares latinos de mala nota, casas de apuestas electrónicas y burdeles legales ocultos tras las fachadas de discotecas de moda, que actuaba como imán para las reyertas entre bandas marroquíes y latinas. A causa de todo esto, el barrio había pasado a estar en la lista de distritos más conflictivos de la Policía, junto con Centro, Usera y Villaverde, y había sido necesario crear planes específicos de seguridad para la zona. A pesar de todo, el barrio, que en sus orígenes se llamaba Tetuán de las Victorias y debía su nombre a una batalla librada en la conocida ciudad marroquí durante la Guerra de África en el siglo XIX, representaba la hegemonía multicultural de Madrid como ningún otro. Sus ciudadanos más apacibles se entremezclaban en los parques y mercados y convivían en paz alejados de sus vecinos más indeseables.

El bar Los Quiteños en donde su Oswaldo y Walter Delgado se habían hecho la foto juntos era una extraña mezcla entre restaurante y bar de copas que tenía fama de ser un lugar de encuentro de algunos pandilleros de origen ecuatoriano.

Alba Torres miraba ansiosa a su alrededor. Había elegido una mesa al fondo desde la que podía observar a los clientes que entraban y salían del local. Suponía que aquel lugar era un sitio habitual de ocio para Walter y que, tarde o temprano, aparecería por allí. Mientras tanto, su plan consistía en aguardar todo el tiempo que fuera necesario hasta que el criollo se dejase ver. Y entonces, llamaría al inspector Paniagua para informarle. Quizás no fuera un plan muy fiable pero era lo único que se le había ocurrido.

En esos momentos, se le acercó una camarera y le preguntó si quería pedir algo para comer. Alba ojeó la carta y se decidió por un ceviche de camarones y una cerveza Pilsener bien fría. La Pilsener era una cerveza que se elaboraba en Guayaquil y era la más popular de su país. Dejó vagar la vista por el local y reconoció la pared con el rótulo de neón que aparecía en la fotografía, junto a ella se encontraba una especie de reservado en el que se sentaba una pareja. La mujer era muy guapa y tenía una preciosa piel de color avellana, cuando se fijó en que Alba la estaba observando, clavó sobre ella unos profundos ojos que la miraron sin pestañear. La muchacha se apresuró a apartar la vista avergonzada.

La camarera regresó con su bebida y Alba decidió extraer la fotografía de su bolso para mostrársela. No estaba muy segura de si era lo más recomendable pues nada podía impedir que la camarera pusiese sobre aviso a Walter, si este aparecía por el local, pero pensó en arriesgarse y ver a dónde le conducía la respuesta de la camarera.

—¿Puedes decirme si has visto a este chico por aquí?

La camarera la miró extrañada, como si hubiese sacado un conejo de su bolso en vez de una simple fotografía y meneó la cabeza negando.

—No, no me suena. Pero yo solo trabajo en el turno de comidas y esa foto parece estar sacada por la noche.

Alba pareció desalentarse por la noticia y la camarera se apresuró a explicar:

—Por la noche no servimos comida, el bar está frecuentado por una clientela más de copas, que otra cosa. Además, tenemos un chico que pone música latina y caribeña para animar. —Dijo ella sonriendo—. ¿Es amigo tuyo?

—No, es mi hermano. —Contestó Alba.

—Bueno, si quieres encontrarlo, te será más fácil por la noche. Ahora te traigo el ceviche, cielo.

Y se marchó.

Alba dejó caer los hombros descorazonada y pensó en lo que podía hacer a continuación. Quedarse y esperar todo ese tiempo no podía ser muy aconsejable porque parecía seguro que su presencia durante todo ese tiempo llamaría mucho la atención en el bar. En cualquier caso, siempre cabría la opción de regresar más tarde y, si tenía un poco de suerte, encontrar a Walter Delgado por la noche. Mientras aguardaba la comida su atención regresó a la pareja que se sentaba bajo el letrero. La mujer reposaba la barbilla sobre la mano y cruzaba las piernas mientras miraba a su compañero con un aire que sugería cierta fragilidad y, sin embargo, parecía ejercer un sutil dominio sobre el hombre que la acompañaba, quien posaba sus brazos sobre la mesa, con las manos entrelazadas alrededor de una botella de Pilsener, y lanzaba miradas de soslayo al resto de clientes del bar. De vez en cuando, ella levantaba la cabeza hacia él y le posaba delicadamente una mano como si tratase de animarle o de apaciguarle.

Entonces, Alba recordó un sencillo juego que practicaba cuando era pequeña y que consistía en mirar a una persona y tratar de adivinar cómo era, a qué se dedicaba, qué estaba haciendo en ese lugar y cosas así. Como no tenía nada mejor que hacer para matar el tiempo, tomó como modelos a aquella pareja y se imaginó que la mujer era la esposa de un rico cultivador de tabaco caribeño. Le había cautivado por su belleza y el viejo millonario la había cortejado día y noche hasta conseguir que se casara con él. Desde luego, ella no estaba enamorada. Estudiando al hombre decidió que no daba el perfil de marido, así que se trataba de su amante. Ambos estaban en aquel bar planeando su futura huida y cómo iban a quedarse con el dinero del marido, en cuanto el amante acabase con su vida. Ella heredaría todo el dinero. El hombre era lo suficientemente fornido y le rodeaba un aire de violencia que sugería que sería capaz de matar al marido con sus propias manos…

Alba se estremeció. La imagen de aquel hombre golpeando salvajemente el rostro convertido en una pulpa sanguinolenta de otra persona no era algo bonito de contemplar. Entonces, la camarera apareció de improviso, sobresaltándola. Sin querer golpeó con una de sus manos la botella de cerveza y la derramó sobre la mesa.

—Vaya que torpe soy. Cuánto lo siento. —Se apresuró a disculparse.

—Cielo, no tienes por qué disculparte. —Dijo la camarera mientras dejaba a un lado el plato de camarones y secaba la cerveza derramada con la servilleta de Alba—. Ahora mismo te traigo otra y una servilleta limpia.

—¡Aguarde! Mejor cambie la cerveza por un refresco que ya estoy lo bastante nerviosa.

—Como quieras. Vuelvo en un santiamén.

Cuando Alba levantó la mirada del estropicio que acababa de hacer, se fijó en que el hombre se había erguido y había bajado los brazos de la mesa. Sin duda, el incidente le había llamado la atención y ahora la miraba fijamente con ojos fríos como el hielo. La mujer mulata también la miraba y sonreía, pero no era una sonrisa cálida como cabría esperar de un rostro tan hermoso como el suyo, sino tensa. Alba bajó inmediatamente la vista y la centró en el plato de ceviche de camarones, el cual de repente dejó de parecerle tan apetitoso como aparecía en la foto del menú. El rojo de la salsa le recordaba demasiado a la escena que se acababa de imaginar. No sabía de dónde había sacado la idea de que el hombre tenía pinta de asesino pero sin duda la visión le había afectado considerablemente. No podía contener el tembleque de sus manos y las hundió entre las piernas.

—Aquí tienes tu refresco y la servilleta, corazón. —La camarera se fijó, entonces, en su turbación y preguntó—: ¿Va todo bien, cielo?

—Sí, sí. Soy una tonta y hoy me he levantado un poco agitada. Gracias. —Repuso, mientras trataba de recomponerse antes de seguir haciendo el ridículo.

—No te preocupes, eso nos pasa a todas. Que te aprovechen los camarones, son nuestra especialidad, y espero que encuentres a tu hermano. —Y se marchó de nuevo, guiñándole un ojo a modo de despedida.

Alba aguardó unos segundos antes de atreverse a levantar la mirada y espiar a hurtadillas el otro lado del restaurante. La pareja se había marchado. Y, sin saber muy por qué, la muchacha dejó escapar un suspiro de alivio.

Antemortem
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
nota_autor.xhtml
I.xhtml
cap1.xhtml
cap2.xhtml
cap3.xhtml
cap4.xhtml
cap5.xhtml
II.xhtml
cap6.xhtml
cap7.xhtml
cap8.xhtml
cap9.xhtml
cap10.xhtml
cap11.xhtml
cap12.xhtml
cap13.xhtml
cap14.xhtml
cap15.xhtml
cap16.xhtml
cap17.xhtml
cap18.xhtml
III.xhtml
cap19.xhtml
cap20.xhtml
cap21.xhtml
cap22.xhtml
cap23.xhtml
cap24.xhtml
cap25.xhtml
cap26.xhtml
cap27.xhtml
cap28.xhtml
cap29.xhtml
cap30.xhtml
cap31.xhtml
cap32.xhtml
cap33.xhtml
cap34.xhtml
cap35.xhtml
IV.xhtml
cap36.xhtml
cap37.xhtml
cap38.xhtml
cap39.xhtml
cap40.xhtml
cap41.xhtml
cap42.xhtml
cap43.xhtml
cap44.xhtml
cap45.xhtml
cap46.xhtml
cap47.xhtml
cap48.xhtml
cap49.xhtml
cap50.xhtml
cap51.xhtml
cap52.xhtml
V.xhtml
cap53.xhtml
cap54.xhtml
cap55.xhtml
cap56.xhtml
cap57.xhtml
cap58.xhtml
cap59.xhtml
cap60.xhtml
cap61.xhtml
cap62.xhtml
cap63.xhtml
cap64.xhtml
cap65.xhtml
cap66.xhtml
cap67.xhtml
cap68.xhtml
cap69.xhtml
cap70.xhtml
VI.xhtml
cap71.xhtml
cap72.xhtml
cap73.xhtml
cap74.xhtml
cap75.xhtml
cap76.xhtml
cap77.xhtml
cap78.xhtml
cap79.xhtml
cap80.xhtml
cap81.xhtml
cap82.xhtml
cap83.xhtml
cap84.xhtml
cap85.xhtml
cap86.xhtml
cap87.xhtml
cap88.xhtml
cap89.xhtml
cap90.xhtml
VII.xhtml
cap91.xhtml
cap92.xhtml
cap93.xhtml
cap94.xhtml
cap95.xhtml
cap96.xhtml
cap97.xhtml
cap98.xhtml
cap99.xhtml
cap100.xhtml
cap101.xhtml
cap102.xhtml
cap103.xhtml
cap104.xhtml
cap105.xhtml
cap106.xhtml
cap107.xhtml
cap108.xhtml
cap109.xhtml
cap110.xhtml
epilogo.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml