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Alba Torres se despertó con un terrible dolor de cabeza producido, sin duda, por la terrible tensión emocional con la que había convivido los últimos días. La jaqueca casi parecía una resaca de las buenas si no fuera porque nada de alcohol había entrado en su cuerpo el día anterior. Aunque era completamente cierto que no recordaba nada del día anterior.
Se quedó tumbada durante un largo rato, mientras sentía la habitación girar locamente a su alrededor. Desde la muerte de su hermano no había sido la misma y su cabeza era una olla a presión que amenazaba con estallar de un instante a otro.
Se esforzó por recordar, Por traer a su memoria aunque fuera un leve retazo de lo que fuera que hizo ayer y, poco a poco, su cabeza fue dibujando una imagen vaga que no terminó de concretar. Abrió los ojos muy despacio, tanteando el universo a su alrededor, dispuesta a volver a cerrarlos al menor indicio de que la habitación comenzase su danza de giróvago.
Nada.
A su alrededor, solo había oscuridad.
Y eso era bueno.
Sentía el lecho húmedo bajo su cuerpo y el aire denso e irrespirable debido al calor que emanaba desde las paredes. Gruesas gotas de sudor descendían por sus sienes, empapando la almohada. Suponía que la ventana debía de tener bajada completamente la persiana y por eso no permitía el paso de aire fresco y todo estaba tan a oscuras. Lo cual era muy extraño. Alba siempre solía dormir, incluso en invierno, con un resquicio de la ventana abierto y las persianas a media altura, para que la claridad de la mañana la ayudase a despertar. Quizás el día anterior la bajó para poder dormir más tiempo. Sí, eso era lo más probable.
Permaneció tumbada un rato más, mientras su cuerpo y su cabeza se acomodaban al estado de vigilia y se decía una y otra vez que el inspector sería capaz de atrapar al asesino de su hermano. Tenía que creer en ello, principalmente, porque pensaba que el inspector era muy capaz de hacerlo y además porque si se lo creía de veras, entonces tendría que ser verdad, ¿no?
Poco a poco la oscuridad dio paso a una débil claridad cuando sus ojos se acostumbraron lo suficiente y se dijo que era el momento de levantarse, abrir la ventana y dejar entrar un poco de aire fresco en la habitación. Trató de mover los brazos para elevarse a una posición sentada pero algo se lo impidió. Un seco chasquido metálico ascendió desde sus muñecas. Su mente confusa no parecía dar con la explicación a su inmovilidad. Instintivamente, se llevó una mano a la cara para apartarse las legañas del sueño y descubrió que le era imposible. Un agudo dolor se extendió por su brazo cuando la dura superficie de metal mordió la piel de su muñeca.
Incorporándose sobre los codos, observó con horror que estaba esposada a la cama. En una fracción de segundo, las pupilas de sus ojos se dilataron hasta alcanzar el tamaño de una moneda de céntimo de euro y el terror se apoderó de ella.
¿Dónde estoy?
Aquella no era su habitación, no estaba en su casa, no había llegado anoche a su hogar, ni se había acostado para descansar.
Todo aquello era una locura…
Era surrealista.
Pensó en ese tipo de secuestros en el que los criminales te retenían unas horas para poder robarte a placer el dinero de las tarjetas de crédito, tan populares en su propio país. Pero no se podía imaginar quién era tan estúpido como para pensar que ella tenía mucho dinero.
Se escuchaba a sí misma respirar entrecortadamente y el calor la abrazó con más intensidad, como si estuviese en el interior de un horno microondas y alguien le hubiese dado al botón de encendido. Estaba empezando a caer en estado de shock y sabía que, una vez que su mente cediera a su paso, ya no habría vuelta atrás. Entonces, le llegó un momento de lucidez extraordinaria y, por un segundo, recordó los acontecimientos del día anterior y comprendió horrorizada quién la había secuestrado.
Un grito terrorífico brotó del interior de su garganta pero fue incapaz de articular sonido alguno. Tenía la boca tapada con una tira de cinta americana. Intentó mover las piernas y las notó también firmemente sujetas.
Aguzó el oído. Oyó o creyó oír voces apagadas. ¡Había alguien al otro lado de la pared! Permaneció unos segundos tratando de calmarse, intentando poner en orden sus pensamientos. Necesitaba hacer algún tipo de ruido para que quien estuviera al otro lado de la pared pudiera oírla y rescatarla. Pero ¿y si se trataba del asesino? Tendría que correr el riesgo. Lo intentó con todas sus fuerzas, pero fue en vano. No podía moverse, no podía hablar.
El tiempo pasó.
Nadie vino.
En su encierro, la oscuridad era total, así que hizo lo único que podía hacer. Esperar y desear estar muerta.