52

Aquella noche, se despertó con la sensación de una mano tapándole la boca. El recuerdo del calor del cuerpo desnudo de ella se extendía por el suyo como una enfermedad. Se incorporó en la cama y escudriñó alrededor buscándola con la mirada pero no había ni rastro de ella en el dormitorio. Sus ropas yacían en un montón desordenado en el suelo, exactamente donde las había dejado antes de acostarse y una ligera brisa hacía mover el visillo de la ventana, pero nada más.

—Es peligrosa. —Dijo la voz, de repente.

El hombre dio un respingo y no pudo evitar aferrarse a las sábanas con tanta fuerza que la frágil tela de algodón se desgarró bajo sus dedos engarfiados. Súbitamente, ella se materializó junto a la ventana. Su piel parecía más oscura contra la palidez de la luz nocturna. Aquella noche había luna llena y su resplandor lamía las calles de Madrid confiriéndoles un brillo de ensueño.

El hombre conocido como El Ángel Exterminador pestañeó repetidas veces como intentando alejar un mal sueño y trató de abrir la boca pero ella se lo impidió posando una mano sobre su boca. La dejó allí durante un rato, presionando con más fuerza cuando él comenzaba a protestar y solo la retiró cuando estuvo segura de que permanecería en silencio, aunque sus dedos se detuvieron jugueteando entre sus labios. Él pensó que le gustaría que dejase de hacer eso, pero no dijo nada. Como si leyese sus pensamientos, sus dedos largos como ramas de arbusto exploraron las profundidades de su boca como si fuesen el instrumental de un dentista demencial. Recorrían sus dientes y herían sus encías con las uñas, hasta que finalmente el hombre no pudo resistirlo más y apartó la cara con brusquedad.

—Es peligrosa. —Repitió la voz.

—¿Cómo…? —Comenzó a preguntar, pero fue interrumpido inmediatamente.

—Shhhhh. ¿No tienes miedo de ella? ¿Ni siquiera un poquito? —Susurró la voz, sinuosa—. Estaba con nosotros en aquel bar. Ambos la vimos hablando con ese odioso Corona Supremo y ha hablado con la policía.

—No tengo miedo de nadie. —Replicó el hombre con cierta altanería, tratando de enfocar con la mirada el rostro de ella, tan pegado al suyo que podía sentir el vello de sus cejas sacudirse con cada respiración de ella.

—Pues deberías. —Contraatacó ella, mirándole directamente a los ojos y haciéndole sentir como si el propio abismo estuviese observándole fijamente—. La chica es peligrosa, Samuel.

Un nuevo respingo sacudió su cuerpo cuando escuchó su nombre y apartó la cara para no mirar aquellos ojos llenos de oscuridad.

—Es solo una niñata, ¿qué puede hacer? Además, a ti nada puede hacerte daño.

—Yo no diría tanto, Samuel. —Se burló ella, usando de nuevo su nombre—. Yo no diría que nada puede dañarme. ¿Acaso, si nos pinchan no sangramos? ¿Si nos envenenáis no morimos? ¿Si nos hacéis daño, no nos vengaremos[20]?

Mientras hablaba, deslizó la mano por su cara y comenzó a acariciarle el vello del pecho.

—De hecho, existen muchas cosas que pueden dañarme y la chica es una de ellas.

—Si eso es cierto, ¿por qué no acabas tú con ella? Estoy seguro de que podrías sin un gran esfuerzo, si te lo propones —Preguntó Samuel con cautela, había aprendido a temer los cambios bruscos de ánimo que experimentaba la voz cuando algo no le gustaba y presentía que se encontraba muy próxima a tener uno de ellos.

—Oh, no. Yo nunca podría. —Respondió la voz, melosa, soltando una risita—. Para eso te tengo a ti, por eso estamos juntos en esto, ¿recuerdas? Tú eres mi brazo castigador. La chica es peligrosa para nosotros y esto es lo más importante. Lo único en lo que tienes que pensar.

Su mano se deslizó más abajo, entre las sábanas, hasta alcanzar su flácido pene. Entonces su boca se apretó contra la suya, explorando con la lengua sus profundidades.

—No lo entiendo. ¿Por qué tiene que morir? No nos ha hecho ningún daño. —Gimió Samuel, a quien el recuerdo de la muerte de Oswaldo Torres todavía le perseguía por las noches. Al menos, durante aquellas noches en las que la voz le dejaba tranquilo.

—Quizás no lo haya hecho aún, pero lo hará. Créeme, la chica es tóxica, Samuel.

Su mano comenzó a acariciar el miembro suavemente.

—¡No te creo!

—¿Acaso te he mentido alguna vez o es que has perdido la fe en mí?

El hombre dejó escapar otro gemido.

—¡Tú sí eres peligrosa! —Se quejó—. ¡No eres real! ¡Eres una invención de mi mente!

Ella no pareció ofenderse por el comentario y aumentó la intensidad de las caricias.

—Oh, así que no es real esto… —Su voz se enroscaba con sedosidad en su cerebro. Entraba y salía por sus oídos envolviéndole con su zalamería de embrujo—. Y esto tampoco es real…

Ella se refería, por supuesto, a la dureza de alambre que había alcanzado el miembro bajo su contacto pero el hombre no se dejó engañar.

—¡No, no! ¡No eres real! —Gritó—. ¡No quiero seguir escuchándote!

Entonces, bruscamente ella apartó la mano de su entrepierna y la disparó hacia su cara, abofeteándole con fuerza. Samuel trato de retirar el rostro a tiempo pero no pudo evitar que dos finísimas líneas enrojecidas por la sangre surcasen su mejilla.

—¡No te atrevas a traicionarme! —Aúllo la voz, enfurecida. Sus ojos parecían brillar como agujas al rojo vivo—. Sin mí no eres más que otro patético despojo de hombre. La zorra tiene que desaparecer.

—¡Noooo! —Gimió Samuel, sintiendo un agudo dolor de cabeza taladrar su cerebro—. No puedes obligarme a hacerlo.

Saltando del lecho, ella recogió sus ropas del suelo y girándose hacia él, le mostró los dientes en una mueca lobuna.

—¡Que te jodan! Te arrepentirás de esto. —Siseó con rabia—. Si no te encargas de la zorra, haré que otro lo haga por ti y te arrepentirás para el resto de tus días.

Y desapareció en la oscuridad de la habitación, dejando tras de sí un gélido hálito de puro odio. Samuel permaneció tendido en la cama, mientras se palpaba la mejilla lacerada y sentía su sangre deslizarse, hasta lentamente empapar las sábanas. Se repetía una y otra vez que ella no era real, que nada de lo que había escuchado o sentido había sido verdad, que todo había sido un sueño. Pero, claro, ahí estaba la humedad pegajosa de la sangre… su sangre… para contradecirle. Trémulo, se inclinó sobre un costado y, extendiendo el brazo, encendió la lámpara de la mesilla de noche temiendo encontrarse con ella, agazapada entre las sombras del cuarto, los dedos engarfiados como garras esperando su momento para saltar sobre él y sacarle los ojos.

Estaba solo en la habitación.

Antemortem
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
nota_autor.xhtml
I.xhtml
cap1.xhtml
cap2.xhtml
cap3.xhtml
cap4.xhtml
cap5.xhtml
II.xhtml
cap6.xhtml
cap7.xhtml
cap8.xhtml
cap9.xhtml
cap10.xhtml
cap11.xhtml
cap12.xhtml
cap13.xhtml
cap14.xhtml
cap15.xhtml
cap16.xhtml
cap17.xhtml
cap18.xhtml
III.xhtml
cap19.xhtml
cap20.xhtml
cap21.xhtml
cap22.xhtml
cap23.xhtml
cap24.xhtml
cap25.xhtml
cap26.xhtml
cap27.xhtml
cap28.xhtml
cap29.xhtml
cap30.xhtml
cap31.xhtml
cap32.xhtml
cap33.xhtml
cap34.xhtml
cap35.xhtml
IV.xhtml
cap36.xhtml
cap37.xhtml
cap38.xhtml
cap39.xhtml
cap40.xhtml
cap41.xhtml
cap42.xhtml
cap43.xhtml
cap44.xhtml
cap45.xhtml
cap46.xhtml
cap47.xhtml
cap48.xhtml
cap49.xhtml
cap50.xhtml
cap51.xhtml
cap52.xhtml
V.xhtml
cap53.xhtml
cap54.xhtml
cap55.xhtml
cap56.xhtml
cap57.xhtml
cap58.xhtml
cap59.xhtml
cap60.xhtml
cap61.xhtml
cap62.xhtml
cap63.xhtml
cap64.xhtml
cap65.xhtml
cap66.xhtml
cap67.xhtml
cap68.xhtml
cap69.xhtml
cap70.xhtml
VI.xhtml
cap71.xhtml
cap72.xhtml
cap73.xhtml
cap74.xhtml
cap75.xhtml
cap76.xhtml
cap77.xhtml
cap78.xhtml
cap79.xhtml
cap80.xhtml
cap81.xhtml
cap82.xhtml
cap83.xhtml
cap84.xhtml
cap85.xhtml
cap86.xhtml
cap87.xhtml
cap88.xhtml
cap89.xhtml
cap90.xhtml
VII.xhtml
cap91.xhtml
cap92.xhtml
cap93.xhtml
cap94.xhtml
cap95.xhtml
cap96.xhtml
cap97.xhtml
cap98.xhtml
cap99.xhtml
cap100.xhtml
cap101.xhtml
cap102.xhtml
cap103.xhtml
cap104.xhtml
cap105.xhtml
cap106.xhtml
cap107.xhtml
cap108.xhtml
cap109.xhtml
cap110.xhtml
epilogo.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml