Capítulo décimo: Episodio final

Los años oscuros

He llamado «años oscuros» a aquellos en los que mi padre, tras el divorcio primero y la anulación después del matrimonio religioso con mi madre, se mudó a Guadalajara, y a Madrid más tarde, cambiando de vida y hasta de forma de ser. Son oscuros sólo para mí y para los amigos innumerables que dejó en el camino, amarrados a su primera etapa. En realidad mi padre no fue nunca tan visible y notorio como en sus últimos años, personaje permanente de la jet set y huésped continuo de la prensa rosa. Pero al mismo tiempo esa vertiente pública se completaba con otra particular, privada, en la que a su mundo sólo se tenía acceso —Dios sabrá por qué razón— conociendo la palabra clave. Nunca me interesé por los rituales que permitían hacerse con ella, quizá porque mi sentido de la dignidad era el que mi padre me había enseñado, a sangre y fuego a veces, durante toda su vida anterior.

Mi padre volvió a Palma en muy raras ocasiones desde entonces. Cuando nació su nieta Camila. En ocasión del bautizo de la niña. Para recibir algún homenaje aislado, y se acabó. Mallorca, como quedó patente a la muerte de mi padre, fue borrada con meticuloso afán de su vida y, a la manera de una operación más de ésas que tantas veces han intentado rescribir la Historia, desaparecieron de ella personas, lugares, recuerdos y afectos.

El nacimiento de Camila fue entre todas las pocas ocasiones para la vuelta a la isla, creo, la que se justificó de forma más espontánea. Ya al quedar embarazada Gisèle, y mientras guardaba cama por prescripción facultativa, mi padre, vecino aún de La Bonanova, se había acercado, feliz, a nuestra casa a verla.

—Si nace un niño le doy un millón de dólares.

—¿Y si es una niña? —le preguntó, con muy poco suiza guasa, mi mujer. Mi padre se quedó pensativo, pero no por mucho tiempo.

—Si es una niña, la admitiremos en la familia.

Gisèle deseaba con toda su alma que fuese una niña porque, como suele decir a menudo, ella es madre de niñas. Lo había demostrado de antemano con los nacimientos de Sara e Inés. Llegó el momento del parto. Al salir el bebé, no me fijé en su sexo pero conté los dedos de sus manos y de sus pies. Deformación profesional, se llama esa figura. Fue el ginecólogo, Pablo Tomás, quien aclaró el detalle:

—Es una niña. Una niña preciosa.

Siento no poder reproducir por escrito lo que dijo Gisèle, feliz, en ese momento, cuando estaba bajo los efectos del pen— total sódico.

Poco después de esa visita vino la marcha de Mallorca y la transformación, lenta primero y mucho más rápida después. El crepúsculo cuando avanza la noche se comporta de una manera muy semejante.

Me cuesta muchísimo reconocer a mi padre en el personaje de las fotos de los años oscuros. Le veía disfrazado con chaqueta cruzada azul marino con botones dorados, como si fuera carnaval y quisiera ir de almirante, o llevando unos bombachos color beige y calcetines a cuadros. Le veía con un gato en brazos cuando, antes, la única relación que tuvo con esos pobres animales fue la de sus perros bóxer persiguiéndolos. Leía que ponían en su boca expresiones un tanto ñoñas, de aquellas que CJC me había enseñado que no debían jamás ni insinuarse y menos aún en público. Cambió de gustos, pues, y de forma de pensar. Cruzó el abanico de las ideologías para instalarse en el extremo opuesto. Se introdujo en círculos de amistades formados por aquellas personas a las que el CJC de antes apenas hubiera atendido más allá de un segundo. Pero lo hizo y eso basta, de acuerdo con las reglas de juego que me legó; no cabe ni el juicio, ni la crítica, ni el reproche porque cada cuál es libre de llevar su vida hacia donde le plazca. Puede que esos cambios fuesen el resultado de una carrera hacia delante que una persona de tanto amor propio como mi padre no podía detener, so pena de aceptar que se había equivocado. Puede que, muy al contrario, fuera esa vida la que quiso vivir de veras y hasta las últimas consecuencias, porque mi padre no hacía nunca nada a medias. Puede que influyese, quién sabe, el que Camilo José Cela estuvo muy cerca de morir en el año 1988 y entendió que se le regalaba una nueva oportunidad para ser vivida con todas sus consecuencias.

Cela, mi padre
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