La votación
Quedaría bien decir que Camilo José Cela consiguió ser académico después de reñida elección y gracias al apoyo heroico de sus amigos, pero no es así. CJC supo esperar el momento oportuno y convertir su camino hacía el sillón Q de la Academia en un paseo triunfal. Si hay algo de lo que carecía por completo CJC era del vicio peligroso y enfermizo de las prisas. Ningún árabe supo jamás esperar con tanta paciencia a que el cortejo fúnebre de sus enemigos pasase por delante de su cómodo sillón; nadie, tampoco, sude tener la suficiente memoria como para complacerse al cabo de tantos años ante el cadáver del competidor. La primera gran jugada de CJC en su carrera hacia el sillón de inmortal fue la de retirarse. A finales del mes de octubre de esc mismo año de 1956, mientras mi madre, bastante tocada del ala, seguía en la clínica, Vicente Aleixandre, Rafael Lapesa y Joaquín Calvo Sotelo presentaron la candidatura de Camilo José Cela para la Academia. Pero las muertes del almirante Estrada y de Pío Baroja hicieron aparecer, con un lapso de menos de dos semanas, dos nuevos sillones libres y se complicó no poco el panorama electoral. Tantas vacantes situaban en el alero del azar todos los pactos y multiplicaban hasta el infinito las posibles combinaciones electorales. Después de comer en casa de Marañón con Juan Belmonte, Sebastián Miranda y José María de Cossío, mi padre se convenció de que era mejor retirar su candidatura, no quemar sus posibilidades en una lucha de impredecibles consecuencias y dejar libre el camino hacia la Academia de Agustín de Foxá.
No tuvo que pasar mucho tiempo hasta que Marañón le animase a probar de nuevo fortuna, como posible sucesor del almirante Estrada. A mi padre le hubiera hecho mucha más gracia ocupar el sillón de Pío Baroja, pero sus veleidades románticas no llegaban a tanto. De nuevo fueron Marañón, Aleixandre y Calvo Sotelo los firmantes de su candidatura, única esta vez en presentarse. La mayoría de los académicos se apresuraron a felicitarle de antemano augurando que sería elegido «por aclamación».
El día de la votación, a las nueve de la noche, Joaquín Calvo Sotelo llamó a mi padre, que estaba en el hotel Arycasa de Barcelona, para comunicarle el resultado. De los veinticinco académicos que votaron (dos de ellos por correo), veintiuno escribieron el nombre de Camilo José Cela en la papeleta; cuatro la dejaron en blanco. CJC conservaba una cuartilla en la que figuraban los nombres de todos los asistentes y, al lado, su probable voto. Veintiún síes y cuatro interrogaciones demuestran que el sentido científico del escritor se manifiestaba incluso a la hora de especular, concediendo a los posibles boicoteadores el beneficio de la duda. Aun así, CJC presidió, siempre que le fue posible, el entierro de los que llevaban un interrogante en la lista. Por lo que pudiera ser.