Alfaguara
La editorial Alfaguara fue algo muy distinto porque, en ese terreno al menos, CJC había sido fraile antes que cocinero. Largos años de discusiones con sus propios editores le habían llevado a darse cuenta de la mayor parte de las claves del negocio del libro. Jesús y Juan Huarte pusieron el capital necesario; mi padre, como rex tremendae, mi tío Juan Carlos como director gerente y mi tío Jorge como director literario, con muchos otros protagonistas, claro es, como José Antonio Vizcaíno o Rafael Borras, compusieron eso que se suele llamar «el equipo humano», Y la empresa tiró adelante con el bello nombre que CJC, de inmediato, le asignó.
Alfaguara llegó a ser una editorial muy importante, con un premio que incorporó a nombres como Jesús Torbado y Manuel Vicent al universo literario español. Hasta mantuvo una labor social con la colección de la Novela Popular: un librito que salía a la calle cada quince días, muy barato y, eso sí, editado con mucha modestia. Ahora, con el tiempo, sorprende que una colección capaz de reunir a los autores que publicaron en la Novela Popular (todos los que sonaban en el panorama literario español) fracasara. Quizás no era el momento oportuno. Para potenciarla se emplearon incluso modernas técnicas de marketing; una campaña de anuncios de radio que dio, según los que la plantearon, grandes resultados, porque las suscripciones subieron, en algunos casos, de forma espectacular. En Murcia, por ejemplo, se incrementaron en un cien por ciento. Antes de la campaña había una suscripción a la Novela Popular; tras ella, dos.
La editorial Alfaguara contó con un arma de verdadero interés, la de Camilo José Cela como autor en exclusiva para la casa en unos años en los que cada libro del escritor significaba un éxito seguro. Algunos títulos como los del Diccionario secreto alcanzaron índices de venta sorprendentes para lo que era usual entonces. Pero es posible que esa baza decisiva encubriera también, a la manera de la dialéctica hegeliana, el germen de su ruma. Alfaguara había optado por un negocio completo, con departamento de distribución incluido, así que la editorial fue convirtiéndose poco a poco en una enorme estructura al servicio de un único autor. Por mucho éxito que tuviera éste, la fórmula no bastaba. Como CJC, además, fue siempre reacio a publicar best-sellers, y los libros de gran calidad como los de la colección Puerto seguro tenían un ritmo de ventas muy poco vivo, no tardaron en surgir problemas comerciales y financieros. Pero la editorial Alfaguara tuvo, en lo que respecta a la labor creativa de CJC, un importante papel. Gracias a ella se animó por fin mi padre a escribir la tan esperada y tantas veces pospuesta nueva novela.