XII.
PROPÓSITO
1
Suzanna permaneció un rato largo sentada junto al cuerpo de Jerichau, pensando, aunque al tiempo se esforzaba por no pensar. Colina abajo el proceso de destejedura seguía su curso todavía; la marea de la Fuga se iba acercando a Suzanna. Pero ella no podía enfrentarse a aquella belleza, al menos de momento. Cuando los hilos empezaron a llegar a unos cincuenta metros de donde la muchacha se encontraba, ésta se retiró dejando el cuerpo de Jerichau en el lugar en que yacía.
El alba iba haciendo palidecer las nubes en lo alto. Suzanna decidió subir escalando hasta un terreno más elevado para obtener una vista desde arriba cuando se hiciera de día. Cuanto más ascendía más viento hacía; un viento crudo, del Norte. Pero valía la pena aquella tiritona, porque el promontorio sobre el que se encontraba de pie le ofrecía un magnífico panorama, y a medida que el día se fue afianzando la muchacha comprendió lo astuto que había sido Shadwell al elegir precisamente aquel valle. Estaba rodeado por todas partes por elevadas colinas cuyas laderas se hallaban por completo despojadas de cualquier tipo de edificación, por humilde que fuera. En realidad el único signo de presencia humana era el primitivo sendero que había sido más utilizado en las últimas veinticuatro horas que en toda su anterior existencia.
Fue en aquella carretera, cuando el alba por fin llenó de color las colinas, donde Suzanna vio el coche. El vehículo avanzó con dificultad por la cresta de la colina durante un breve trecho, y luego se detuvo. El conductor, minúsculo desde el lugar estratégico en que se encontraba Suzanna, salió y se puso a contemplar el valle. Parecía que la Fuga allá abajo no era visible para aquel testigo tan desenfadado, porque el conductor volvió a subir al coche inmediatamente, como si se hubiera percatado de que se había equivocado de camino. Sin embargo no se alejó de allí, como Suzanna había supuesto. En lugar de eso sacó el vehículo del sendero y lo aparcó entre los arbustos de tojo, donde quedaba fuera de la vista. Después volvió a bajar del coche y echó a andar en dirección al lugar donde ella se encontraba, siguiendo una ruta en zigzag a lo largo de la ladera de la colina sembrada de cantos rodados.
Y entonces a Suzanna le pareció que lo reconocía; confió en que la vista no la estuviera engañando, y que realmente fuese Cal quien se dirigía hacia ella.
¿La habría visto? Parecía que no, porque ahora estaba empezando a descender. Suzanna corrió un trecho para acortar la distancia entre ellos; luego se subió a una roca y desde allí empezó a hacerle señas moviendo los brazos. La señal le pasó inadvertida a Cal durante unos segundos, hasta que por casualidad miró en dirección a la muchacha. Entonces, se detuvo y se puso las manos sobre los ojos a modo de visera. A continuación comenzó a desandar lo andado y a subir por la pendiente hacia ella. Y, ¡si!, era Cal. Incluso entonces Suzanna temió estar confundida, hasta que el sonido de la ronca respiración de él le llegó a los oídos, y oyó también el crujido de sus talones sobre la hierba húmeda de rocío.
Cal recorrió los últimos metros que los separaban dando tumbos más que corriendo, y poco después ya se encontraba a sólo unos pasos de distancia; Suzanna corrió hacia aquellos brazos abiertos que la esperaban para abrazarlo.
Y esta vez fue ella quien dijo «Te quiero», y respondió a las sonrisas de Cal con besos y más besos.
2
Intercambiaron lo esencial de sus respectivas historias lo más rápidamente que pudieron, dejando los detalles para otra ocasión menos urgente.
—Shadwell ya no quiere vender la Fuga —le dijo Suzanna—. Quiere poseerla.
—¿Y jugar a ser el Profeta para siempre? —le preguntó Cal.
—Eso lo dudo. Supongo que dejará de fingir una vez tenga el control.
—Entonces tenemos que impedir que se haga con el control —le dijo Cal—. Hay que desenmascararlo.
—O sencillamente matarlo —dijo Suzanna.
Cal asintió.
—Entonces no perdamos tiempo —dijo.
Se pusieron de pie y miraron hacia abajo, hacia el mundo que ahora ocupaba todo el valle a lo largo y a lo ancho y que se extendía bajo ellos. El proceso de desteje dura aún no estaba terminado por completo; filamentos de luz avanzaban abriéndose paso lentamente entre la hierba, abriendo la flora y la fauna allá por donde pasaban.
Más allá del punto en el cual el Reino daba paso al Mundo Entretejido, la tierra prometida resplandecía. Era como si la Fuga se hubiera traído del sueño su propia estación, y tal estación fuera una perenne primavera.
Había una luz en los reverberantes árboles, en los campos y en los ríos, que no procedía de lo alto, del cielo, que se mostraba frío, sino que irrumpía de cada brote y de cada gotita. Hasta la piedra más antigua fue recreada aquel día. Como los poemas que Cal había ensayado mientras iba conduciendo. Viejas palabras, nueva magia.
—Nos está esperando —dijo Cal.
Y juntos bajaron por la colina.