CAPÍTULO LXVII

Teherán. En la casa Bakravan: 8.59 de la tarde.

Zarah se encontraba junto a la mesa del comedor dando un último repaso para asegurarse de que todo estaba a punto. Fuentes, cubertería y servilletas de hilo blanco, boles con horisht, carnes y vegetales variados, pan recién hecho y frutas frescas, dulces y condimentos. Sólo faltaba por llegar el arroz que sería servido cuando ella llamara a cenar.

—Está bien —dijo a los sirvientes, y pasó al otro salón.

Sus invitados seguían charlando, pero vio a Sharazad en pie, sola aunque cerca de Daranoush, que mantenía una seria conversación con Meshang. Disimulando su tristeza, se acercó a ella.

—Pareces tan cansada, querida. ¿Te encuentras bien?

—Pues claro que se encuentra bien —dijo Meshang en voz alta y con acento que quería ser jocoso.

Sharazad sonrió, aunque se había puesto muy pálida.

—Es la excitación, Zarah, la excitación tan solo. —Luego volviéndose hacia Farazan—. Si no le importa Excelencia Daranoush no me reuniré con usted a cenar esta noche.

—¿Por qué? ¿Qué pasa? —preguntó Meshang en tono cortante—. ¿Estas enferma?

—Ah, no, queridísimo hermano, es tan sólo la excitación. —Luego, dirigiendo de nuevo su atención al hombrecillo Sharazad añadió—. ¿Tal vez me sea permitido verle mañana? ¿Acaso mañana para cenar?

—Naturalmente, querida —dijo Daranoush antes de que Meshang pudiera contestar por él. Luego, se acercó más a ella y le besó la mano. Sharazad hubo de hacer un esfuerzo supremo para no retirarla de un tirón—. Cenaremos mañana. Tal vez tú y las Excelencias Meshang y Zarah, honraréis mi pobre casa. —Rió entre dientes y su cara se hizo, si fuera posible, más grotesca—. Nuestra pobre casa.

—Gracias, conservaré como un tesoro ese pensamiento. Buenas noches. La paz sea contigo.

—Y contigo.

Se mostró igualmente cortés con su hermano y Zarah, luego, dando media vuelta, se retiró. Daranoush la vio alejarse, embobado con el balanceo de sus caderas y sus nalgas juveniles. «Por Dios, mírala —pensó, mientras se relamía de gusto, y se la imaginaba desnuda, jugueteando para él—. Por Dios, cuando Meshang me propuso el matrimonio solo logró convencerme por la dote, junto con las promesas de una asociación política en el bazar, ambas sustanciales como corresponde que han de ser, naturalmente, tratándose de una mujer embarazada de un extranjero. Pero ahora, por Dios, no creo que resulte difícil acostarse con ella, hacer que me sirva como me gusta ser servido y, a veces, hacer hijos propios. ¿Quién sabe?, es posible que ocurra lo que dice Meshang. Tal vez pierda el que ahora lleva. Tal vez lo pierda, tal vez lo pierda.»

Se rascó con gesto ausente hasta que Sharazad hubo salido de la habitación.

Sharazad cerró la puerta y subió ligera las escaleras. Jari estaba en su habitación dormitando en la inmensa butaca.

—Ah, Princesa, ¿cómo es que...?

—Ahora me voy a la cama, Jari. Puedes dejarme sola y no quiero que se me moleste en modo alguno. Hablaremos a la hora del desayuno. —Pero, Princesa, dormiré en la butaca y...

Sharazad dio una patada en el suelo, irritada.

—¡Buenas noches! ¡Y que no se me moleste!

Cerró estrepitosamente la puerta tras Jari, luego, todavía con más ruido sacudió los zapatos. A continuación, se cambió de ropa con gran sigilo. Se puso el velo y el chador. Abrió, cautelosa, las grandes puertas de cristal que daban a la terraza y salió silenciosa. Las escaleras conducían a un patio ajardinado y desde allí se llegaba por un pesadizo a la puerta trasera. Corrió los cerrojos. Chirriaron los goznes. Finalmente, se encontró en la callejuela, y cerró la puerta tras de sí. Mientras se alejaba presurosa, su chador ondeaba tras de ella, semejante a una inmensa ala negra.

En el salón de recepción

Zarah miró el reloj y se dirigió hacia donde estaba Meshang.

—¿Deseas que sirva ya la cena, querido?

—Dentro de un momento. ¿No ves que Su Excelencia y yo estamos ocupados?

Zarah suspiró y fue a reunirse con una amiga pero se detuvo en seco a medio camino al ver llegar al portero con aspecto ansioso, detenerse para mirar en derredor buscando a Meshang y, finalmente dirigirse presuroso a él y susurrarle algo al oído. Meshang se puso pálido. Daranoush Farazan emitió un sonido entrecortado. Zarah corrió hacia ellos.

—Por Dios, ¿qué pasa?

Meshang movió la boca pero sin lograr emitir sonido alguno. En el súbito silencio que se hizo, el asustado sirviente dio la noticia.

—Han llegado Green Bands, Alteza. Green Bands con un... con un mollah. Quieren ver inmediatamente a Su Excelencia.

En el gran silencio que se hizo, todo el mundo recordó la detención de Paknouri, y la citación a Jared, y todas las demás detenciones, ejecuciones y rumores del nuevo Terror, más comités, las prisiones desbordando de amigos, clientes y parientes. Daranoush casi escupía de rabia por encontrarse en aquella casa precisamente en ese momento, se hubiese rasgado las vestiduras por haber aceptado tan alocadamente aliarse con la familia Bakravan, ya condenada causa de la usura de Jared..., la misma usura de que eran culpables todos los mercaderes prestamistas, ¡pero al que cogieron fue a Jared! «Hijo de padre condenado, y yo he aceptado públicamente a celebrar ese matrimonio, y en privado a participar en los proyectos de Meshang, proyectos que ahora puedo comprobar. ¡Oh, Dios, protégeme, que son peligrosamente modernos, peligrosamente occidentales y van a todas luces, contra los dictados y deseos del Imán! Hijo de un padre condenado, debe de haber una salida por detrás en esta casa de los condenados.»

Cuatro Green Bands y el mollah se encontraban en el salón donde les hiciera pasar el sirviente, sentados en los almohadones de seda. Se habían quitado los zapatos, dejándolos junto a la puerta. Los jóvenes miraban asombrados la riqueza de cuanto les rodeaban, sus armas sobre las alfombras junto a ellos. El mollah vestía una elegante túnica y se cubría con un turbante blanco, siendo un hombre majestuoso, en la sesentena, con barba blanca y pobladas cejas oscuras, un rostro de facciones enérgicas y ojos oscuros.

Se abrió la puerta. Meshang entró en el salón semejante a un autómata. Tenía la cara de una palidez cenicienta y le dolía terriblemente la cabeza por la fuerza del terror.

—Saludos.., saludos, Excelencia...

—Saludos. ¿Eres tú Excelencia Meshang Bakravan? —Meshang asintió en silencio Ah, entonces de nuevo saludos y que la paz sea contigo, Excelencia. Te ruego me excuses por venir a hora tan tardía pero soy el mollah Sayami y vengo en nombre del Comité. Acabamos de enterarnos de lo de Excelencia Jared Bakravan y he venido a decirte que, aunque fue la Voluntad de Dios, Su Excelencia jamás fue condenado de acuerdo con la ley, lo ejecutaron por error y sus propiedades han sido confiscadas también por error, por lo que te serán devueltas de inmediato.

Meshang se quedó boquiabierto, no sabiendo qué decir.

—El Gobierno islámico está comprometido a cumplir con la ley de Dios —El mollah frunció el ceño mientras proseguía—. Dios sabe bien que no podemos controlar a todos los fanáticos o a la gente estúpida o equivocada. Dios bien sabe que algunos, por su propio celo, cometen errores. Y también Dios sabe bien que hay muchos que utilizan la revolución como instrumento diabólico, ocultándose bajo el manto de «patriotas», muchos que falsean el Islam con sucios propósitos, muchos que no obedecen la palabra de Dios, muchos que intrigan para que entremos en disputas, inclusos muchos que llevan el turbante sin tener derecho a ello, muchos que no merecen llevarlo, incluso algunos ayatollahs, incluso ellos, pero con la ayuda de Dios les arrancaremos a todos ellos su turbante, limpiaremos Irán y pondremos en fuga al demonio, quienquiera que sea...

Meshang no asimilaba las palabras. Tenía la mente a punto de explotar por la esperanza.

—¿Él... mi padre... me devuelven nuestra.., nuestras propiedades? —Nuestro Gobierno islámico es el gobierno de la ley. La soberanía pertenece sólo a Dios. La ley del Islam tiene autoridad absoluta sobre todo el mundo..., incluido el Gobierno islámico. Incluso el Mensajero Más Noble, que la paz sea con él, estaba sometido a la ley que sólo Dios reveló y que sólo fue difundida por la lengua del Corán —El mollah se puso en pie—. Fue la Voluntad de Dios pero a Su Excelencia Jared

Bakravan no le juzgaron de acuerdo con la ley.

—¿Es... es cierto?

—Sí, es la Voluntad de Dios, Excelencia. Todo te será devuelto. ¿Acaso tu padre no nos ayudó generosamente? ¿Cómo puede florecer un Gobierno islámico sin el apoyo y la ayuda de los mercaderes? ¿Cómo puede existir sin ellos? ¿Cómo podemos exisistir si no nos ayudan a luchar contra los enemigos del Islam, los enemigos de Irán y el Infiel...?

En los alrededores del Bazar

El taxi se detuvo en la atestada plaza. Lochart bajó y pagó al taxista, mientras dos de una masa de ansiosos futuros pasajeros, un hombre y una mujer, forcejeaban por introducirse en el espacio que él acababa de dejar vacío. La plaza estaba rebosante de gente que entraba y salía de la mezquita y del bazar y que se agolpaban en derredor de los puestos callejeros. En general, le prestaban escasa atención, aunque el uniforme y la gorra contribuían a abrirle paso. La noche estaba helada y encapotada. El viento había arreciado y hacía oscilar las llamas de las lámparas de aceite de los vendedores callejeros. Al otro lado de la plaza se encontraba la calle de la casa Bakravan y hacía ella se dirigió con paso ligero, dio vuelta a una esquina y se apartó para dejar pasar al mollah Sayani y a los Green Bands. Luego, prosiguió su camino.

Se detuvo ante la puerta en el alto muro, aspiró profundamente y llamó con fuerza. Volvió a llamar. Otra vez. Oyó pasos, vio un ojo a través de la mirilla.

—Soy yo, portero, Excelencia capitán Lochart —dijo contento. La puerta se abrió.

—Saludos, Excelencia —dijo el portero que todavía no se había recobrado de la abrupta llegada y partida del mollah y sus Green Bands.,. entre las humildes reverencias de la propia Excelencia Vil Genio, se dijo verdaderamente asombrado, quien, apenas se hubieron corrido los cerrojos de la puerta, empezó a dar saltos como un loco, tamborileando con los pies sobre el suelo, volviendo a entrar silencioso en la casa. Y ahora, por Dios, aparecía el Infiel que una vez estuvo casado con la prometida de Excelencia Pis.

Una ráfaga de aire hizo revolotear por el patio las hojas. Otro sirviente de ojos desorbitados se encontraba en la puerta de entrada abierta.

—Saludos, Excelencia —farfulló—. Avisaré..., diré a Su Excelencia Meshang que has llegado.

—¡Espera! —Ahora ya Lochart podía oír el murmullo excitado que llegaba del comedor, el tintineo de las copas, las risas propias de una fiesta—. ¿Está ahí mi mujer?

—¿Tu mujer? —El sirviente recobró con dificultad su presencia de ánimo—. La, humm, Su Alteza se ha ido a acostar, capitán Excelencia. La ansiedad de Lochart aumentó.

—¿Está enferma?

—No parecía enferma, Excelencia, se fue cuando ya estaban a punto de cenar. Diré a Su Excelencia Meshang qu...

—No es necesario que le molestes, y tampoco a sus invitados —encantado ante la oportunidad de verla a ella sola primero—. Primero la veré a ella. Luego bajaré y me anunciaré yo mismo.

El sirviente le vio subir las escaleras de dos en dos, esperó a que desapareciera de la vista y luego corrió presuroso en busca de Meshang.

Lochart fue de un corredor a otro. Se forzó a andar con tranquilidad, encantado ante la sorpresa que le iba a dar, y lo felices que se iban a sentir. Más tarde, los dos irían a ver a Meshang y éste habría de escuchar su plan. Finalmente, se encontró ante la puerta de su dormitorio e hizo girar el tirador. Al no abrirse la puerta, llamó con los nudillos.

—Soy yo, Sharazad, Tommy —dijo con voz queda. Su espíritu cantaba mientras se mantenía a la espera—. ¿Sharazad? —Esperó. Volvió a llamar. Esperó, llamó esa vez con más fuerza—. ¡Sharazad!

—¡Excelencia!

—Ah, hola, Jari —dijo, sin darse cuenta, debido a su impaciencia que la doncella estaba temblando—. Sharazad, cariño, abre la puerta, soy yo, Tommy.

—Su Alteza dio orden de que no se la molestara.

—Eso nada tiene que ver conmigo, claro que no. ¿Tal vez ha tomado un somnífero?

—Nada de eso. Excelencia.

Fue entonces cuando Lochat concentró su atención en Jari. —¿De qué estás tan asustada?

—¿Yo? No estoy asustada, Excelencia. ¿Por qué habría de estar asustada?

«Algo va mal», se dijo. Volvió a llamar, impaciente, a la puerta.

—¡Sharazad! Esperar, esperar, esperar. Esto es ridículo —murmuró—. ¡Sharazad! —Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo empezó a dar golpes en la puerta—. ¡Abre la puerta, por todos los cielos!

—¿Qué estás haciendo aquí?

Era Meshang, desbordante de furia. Al fondo del corredor, Lochart vio aparecer a Zarah y se controló.

—Buenas..., buenas noches, Meshang —dijo latiéndole con fuerza el corazón, intentando mostrarse razonable y cortés. «¿Y por qué diablos no abre la puerta? Ésta no es la manera que se suponía que tuviera lugar el encuentro»—. He vuelto para ver a mi mujer.

—Ya no es tu mujer, se ha divorciado. ¡Y ahora, vete!

Lochart le miró, atónito.

—¡Pues claro que es mi mujer!

—Por Dios que eres realmente estúpido. ¡Era tu mujer! Y ahora abandona mi casa.

—Tú estás loco. ¡No puedes divorciarla sin más!

—¡FUERA DE AQUI!

—¡Jódete! —Lochart golpeó de nuevo en la puerta—. ¡Sharazad! Meshang, dando media vuelta, dijo furioso a Zarah.

—Ve y tráete algunos Green Bands. ¡Ve a buscar a los Green Bands! Arrojarán a este loco de aquí.

—Pero, Meshang, ¿no será peligroso implicarlos en nues...? —Ve a buscarlos.

Finalmente, el genio de Lochart explotó. Cargó el hombro contra la puerta. Retembló aunque sin llegar a abrirse. Entonces, levantó el pie y golpeó la cerradura con el tacón. Ésta saltó y se abrió la puerta.

—¡Traed a los Green Bands! —chilló histérico Meshang—. ¿No comprendes que ahora están de nuestra parte, que hemos sido rehabilitados... —Entonces, también él atravesó corriendo la puerta. Aturdido, vio que la habitación estaba vacía, también el cuarto de baño, y no había otro sitio donde pudiera estar.

Los dos, él y Lochart, se volvieron hacia Jari que se hallaba de pie en la puerta, mirando incrédula. Zarah, cautelosa, estaba detrás de ella, en el vestíbulo.

—¿Dónde está? —vociferó Meshang.

—No lo sé, Excelencia. No ha salido de aquí ni un solo momento. Mi habitación se halla junto a la suya y yo tengo un sueño ligero...

Jari gritó al cruzarle Meshang la boca con el dorso de la mano, golpeándola con tal fuerza que la hizo caer al suelo.

—¿Adónde ha ido?

—No lo sé, Excelencia, creí que estaba en la cam... —volvió a gritar cuando Meshang le propinó un puntapié en el costado.

—¡Dios mío, no sé dónde está, no sé dónde está, no sé dónde está!

Lochart se encontraba junto a la cristalera. Se abrió con facilidad, el picaporte no estaba cerrado. Salió rápido a la terraza, bajó las escaleras y se acercó a la puerta de atrás. Volvió lentamente, las ideas confusas. Meshang y Zarah lo observaban desde la terraza.

—El cerrojo de la puerta de atrás está abierto. Debe haber salido por ahí.

—¿Adónde ha ido? —Meshang tenía el rostro congestionado por la furia y Zarah se volvió hacia Jari que seguía a gatas en el dormitorio, quejándose y llorando por el miedo y el dolor—. Cállate, perra, o te azotaré. ¡Jari! Si no sabes adónde ha ido, ¿adónde crees que ha podido ir?

—No..., no lo sé, Alteza —sollozó la anciana.

—¡Piensaaaa! —chilló Zarah al tiempo que le propinaba otra bofetada.

—No lo sééééé —aulló Jari a su vez—. Estuvo todo el día extraña, Excelencias, me despidió esta tarde y salió ella sola y me reuní con ella a las siete y volvimos juntas pero no dijo nada, nada, nada...

—¡Por Dios!, ¿por qué no me lo dijiste? —vociferó Meshang.

—¿Qué había que decir, Excelencia? Por favor no me dé otro puntapié, por favor.

Meshang buscó dónde sentarse. La violenta oscilación del más absoluto terror al anunciarle la llegada del mollah y los Green Bands a la absoluta euforia al serle comunicada la noticia tranquilizadora y su rehabilitación y luego la furia al ver allí a Lochart y comprobar la desaparición de Sharazad, le habían dejado momentáneamente trastornado. Movía la boca pero no le salía sonido alguno y pudo ver a Lochart interrogando a Jari pero sin ser capaz de entender lo que decían.

Una vez se hubo ido el mollah, él había regresado al comedor para comunicar tartamudeando la buena noticia que Dios le enviaba, todo había sido regocijo. Zarah había llorado de felicidad abrazándole y lo mismo hicieron las demás mujeres, y los hombres le habían estrechado calurosamente las manos. Todos salvo Daranoush. Daranoush ya no estaba allí, había volado. Por la puerta trasera.

—¡Se ha ido!

—¡Como un zurrón lleno de cuescos! —exclamó alguien.

Todos habían empezado a reír, al sentarse cada uno de ellos aliviado por no encontrarse ya en el peligro inminente de ser acusados por asociación, junto a la inesperada bomba de que a Meshang le hubieran sido devueltas sus riquezas y poder, les había hecho sentirse a todos alegres.

—¡Realmente no puedes tener de cuñado a Daranoush el Osado, Meshang!

—No, no, por Dios —recordó haber dicho, echándose al coleto una copa de champaña—. ¿Cómo se podría confiar en un hombre semejante?

—Ni siquiera con una bacinilla de pis. Por el Profeta, siempre me ha parecido que Daranoush el Puerco, cobraba demasiado por sus servicios. El bazar debería rescindir su contrato.

Nuevos vítores y asentimiento general y Meshang se había bebido otra copa de champaña, regodeándose con las nuevas y gloriosas posibilidades que se abrían ante él: el nuevo contrato para la recogida de basuras del bazar que él, como parte ofendida obtendría para sí, un nuevo sindicato para financiar al Gobierno bajo su orientación y un mayor beneficio, nuevas asociaciones con ministros más importantes que Alí Kia, y por cierto, ¿dónde estará ese hijo de perro?, nuevos acuerdos con los campos petrolíferos, monopolios para una mejor maniobra, un nuevo matrimonio para Sharazad, tan fácil ahora porque, ¿quién no querría formar parte de su familia, de la familia mercader? «Ya no sería necesario pagar una dote de usura que sólo acepté por fuerza mayor. Devueltas todas mis propiedades, haciendas en las playas del mar Caspio, calles enteras de casas en Jaleh, apartamentos en los suburbios del Norte, tierras y huertos y campos y aldeas. Todo recuperado.»

Luego, el sirviente asestó un duro golpe a su júbilo, cuando le susurró al oído que Lochart había regresado, que se encontraba ya en su casa, en el piso superior. Subió corriendo las escaleras y ahora veía, impotente, al hombre que tanto aborrecía interrogar a Jari, mientras Zarah escuchaba con la misma atención.

Hizo un esfuerzo por concetrarse.

—... no estoy segura, Excelencia —estaba diciendo Jari entre sollozos—. ella..., sólo ella..., ella sólo me dijo que el joven que había salvado su vida en la primera «Protesta de las Mujeres» era un estudiante universitario.

—¿Se reunió con él alguna vez a solas?

—Ah, no, Excelencia, no, como he dicho le conocimos durante la marcha y nos invitó a tomar café para recuperarnos del susto —dijo Jari. Estaba aterrada de que pudieran cogerla en una mentira pero todavía más aterrada de decir lo que en realidad había pasado. «¡Que Dios nos proteja! —imploró para sí. ¿Adónde habrá ido, adónde?»

—¿Cómo se llamaba, Jari?

—No lo sé, Excelencias. Puede haber sido Ibrahim o... o Ismael. No lo sé. Ya se lo he dicho, no era importante.

Lochart tenía la cabeza como un bombo. Ningún indicio, nada. ¿Adónde había podido ir? ¿A casa de una amiga? ¿A la Universidad? ¿A otra marcha de protesta? No debía olvidar los rumores que corrían por el mercado de nuevos disturbios de los estudiantes universitarios, esa noche se esperaban más explosiones, más marchas de uno y otro lado. Green Bands contra izquierdistas, pero el Comité había prohibido todas las marchas que no estuvieran patrocinadas por el Imán y la paciencia del Comité estaba llegando a su fin.

—Debes tener alguna idea, Jari, alguna forma de ayudarnos. —Hay que azotarla. Lo sabe —dijo Meshang con voz gutural. —¡No lo sé, no lo sé...! —gimió Jari.

—¡Cállate, Jari! —Lochart se volvió hacia Meshang, el rostro pálido y la violencia contenida—. No sé adónde habrá ido pero sí sé el por qué: tú la obligaste a divorciarse y te juro por Dios Todopoderoso que si sufre algún daño, el más mínimo, lo pagarás.

—Tú la dejaste, la dejaste sin dinero. —Meshang trató de mostrarse agresivo—. Tú la abandonaste y estás divorciado, tú...

—Recuérdalo, lo pagarás. Y si me prohíbes la entrada en esta casa cuando quiera que vuelva, o a ella cuando regrese, por Dios que también serás responsable.

A punto de volverse loco, Lochart se dirigió a la puerta cristalera que daba a la terraza.

—¿Adónde vas? —le preguntó Zarah apresurada.

—No lo sé... Yo... A la Universidad. Tal vez se haya ido a tomar parte en otra marcha aunque no se me ocurre por qué ha tenido que huir para hacer eso...

Lochart no pudo evitar reconocer el auténtico terror que le embargaba. Quizás había sido tan extrema su rebeldía que hubiera perdido momentáneamente la cabeza e intentara matarse... Desde luego, no suicidándose, pero cuántas veces no le habría dicho en el pasado:

—No te preocupes jamás por mí, Tommy. Soy Creyente, siempre intento hacer el trabajo de Dios y siempre que muera haciendo el trabajo de Dios, con el nombre de Dios en los labios, iré al Paraíso.

«¿Y qué hay de nuestro hijo por venir? Una madre no lo haría, no podría. ¿Podría hacerlo ella, alguien como Sharazad?»

En la habitación reinaba la más absoluta quietud. Permaneció allí en pie, por toda una eternidad. Entonces, de repente, su ser lo arrastró a nuevas aguas.

—Sed testigos míos —dijo con una voz extraña y clara—. Atestiguo que no hay más Dios que Dios y que Mahoma es el Profeta de Dios..., y por tercera y última vez. Ahora, ya estaba hecho, se hallaba en paz consigo mismo. Se dio cuenta de que todos lo miraban. Estupefactos...

Meshang rompió el silencio, calmada ya su ira.

—Allah-u Akbar! Bienvenido. Pero no basta con decir tan sólo el Chahada.

—Lo sé. Pero esto es el principio.

Le vieron desaparecer en la noche. Todos ellos deslumbrados por haber testigos de la salvación de un alma, un incrédulo transmutado en Creyente de manera tan inesperada. Todos ellos desbordaban de alegría, de distintos grados de alegría.

—¡Dios es Grande!

—¿No lo cambia esto todo, Meshang? —murmuró Zarah.

—Sí, sí y no. Pero ahora él irá al Paraíso. Es la Voluntad de Dios. —De repente, se sintió muy cansado. Sus ojos se clavaron en Jari que empezó de nuevo a temblar—. Jari, vas a ser azotada —dijo con la misma calma—, hasta que me digas toda la verdad. 0 estés en el infierno. Vamos, Zarah, no debemos olvidar a nuestros invitados.

—¿Y Sharazad?

—Hágase la Voluntad de Dios.

Cerca de la Universidad: 9.48 de la noche.

Sharazad salió a la calle principal donde se estaban reuniendo los Green Bands y sus partidarios. Miles de ellos. Hombres en su mayoría. Todos armados. Al frente iban los mollahs exhortándoles a mantener la disciplina, a no disparar contra los izquierdistas hasta que ellos abrieran fuego, a intentar persuadirles de su maldad.

—No olvidéis que son iraníes, no extranjeros satánicos. Dios es Grande... Dios es Grande...

—Bienvenida, niña —dijo un viejo mollah cariñosamente—. La paz sea contigo.

—Y contigo —dijo Sharazad—. ¿Nos estamos manifestando contra los sin Dios?

—Ah, sí, dentro de un rato, hay mucho tiempo por delante.

—Tengo una pistola —dijo ella con orgullo, enseñándosela—. Dios es Grande.

—Dios es Grande. Pero es mejor que la matanza cese y los equivocados reconozcan la Verdad, renuncien a sus herejías, obedezcan al Imán y retornen al Islam. —El viejo vio la juventud y la resolución de ella y se sintió inspirado y entristecido—. Más valiera que la matanza cesara, pero si los de la Mano Izquierda no dejan de oponerse al Imán, la paz de Dios sea con él, entonces, con la Ayuda de Dios, aceleraremos su marcha al Infierno...

Torbellino
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