CAPÍTULO XXXVII

En el Rig Rossa-Zagros: 3.05 de la tarde.

Tom Lochart salió del ambiente sofocante del «206» y estrechó la mano de Mimmo Sera, el «hombre de la compañía», que le saludó con calor. Acompañaba a Lochart Jesper Almqvist, el técnico de «Schlumberger», un sueco joven y alto, rondando la treintena. Llevaba en la mano su maleta especial con las herramientas perforadoras, encontrándose ya allí el resto de su equipo, in situ.

—Buon giorno, Jasper, me alegro de verle. Ya le está esperando.

—De acuerdo, Mr. Sera. Empezaré a trabajar.

El joven se encaminó hacia las instalaciones. Él era quien había registrado la mayoría de los pozos del campo.

—Entra un momento, Tom. —Sera abrió la marcha, a través de la nieve en dirección al remolque de las oficinas donde había una cafetera sobre la estufa ventruda, adosada a una de las paredes, y en la que ardía alegremente la leña—, ¿Café?

—Gracias, estoy rendido. El viaje desde Teherán ha sido tedioso. Sera alargó una taza.

—¿Qué diablos está pasando?

—Gracias. No lo sé con exactitud. Acabo de dejar a Jean-Luc en la base, he tenido una breve conversación con Scot, luego pensé que lo mejor sería traer inmediatamente a Jasper y venir a verte yo mismo. Todavía no he visto al Khan Nitchak. Lo haré tan pronto vuelva, pero Scot ha sido absolutamente claro al respecto. El Khan Nitchak le ha dicho que el comité nos había dado cuarenta y ocho horas para irnos. Mclv...

—Pero, ¿por qué? Mamma mia, si os vais, habremos de cerrar el campo.

—Lo sé. Caramba, este café está muy bueno. En el pasado, Nitchak se ha mostrado siempre razonable... ¿Te enteraste de que ese comité mató a Nasiri y prendió fuego a la escuela?

—Sí, es terrible. Era un tipo estupendo, aunque partidario del Sha,.

—Lo éramos todos mientras el Sha estuvo en el poder —dijo Lochart, pensando en Sharazad y en Jared Bakravan, y en el Emir Paknouri y en HBC.

Sus pensamientos siempre volvían a HBC y Sharazad. De madrugada la había dejado, odiando tener que hacerlo. Estaba profundamente dormida. Pensó en despertarla, pero había poco que decir. Zagros era responsabilidad suya... y Sharazad tenía un aspecto exhausto, notándosele claramente el golpe en la cara. Le dejó una nota que decía: Regresaré dentro de un par de días. Si surge alguna complicación, ponte en contacto con Mac o con Charlie. Con todo mi amor. —Miró de nuevo a Sera.

—Mclver tiene una cita para esta mañana con un alto funcionario del Gobierno, de manera, que con algo de suerte, tal vez podamos arreglarlo todo. Ha dicho que nos enviará un mensaje tan pronto como esté de regreso. ¿Funciona la radio?

Sera se encogió de hombros.

—De vez en cuando. Como ya es habitual.

—Si me entero de algo, haré que te lo comuniquen esta noche o mañana a primera hora. Espero que todo esto sea sólo una tormenta en un vaso de agua. Pero si hubiéramos de irnos, Mclver me dijo que estableciera temporalmente la base en Kowiss. Desde allí maldito si hay forma de que os podamos dar servicio. ¿Qué opinas?

—Si os obligan a iros, habremos de evacuar. Tendrías que transbordarnos a Shiraz. Allí tenemos un cuartel general de la compañía; nos pueden acoplar en algún sitio o hacernos salir por avión hasta que se nos permita regresar. Madonna, habrán de cerrarse once bases con turnos dobles.

—No te preocupes. Podríamos utilizar los dos «112».

—Menuda faena, Tom —exclamó Sera muy preocupado—. No hay forma de cerrar y sacar a todos los hombres en cuarenta y ocho horas. Ni pensarlo.

—Acaso no sea necesario. Esperémoslo, ¿no te parece?

Lochart se puso en pie.

—Si hubiéramos de evacuar, casi todos los hombres estarían locos de contento... Hace semanas que no hemos hecho un solo relevo y todos ellos tienen permisos pendientes. —Sera se levantó y miró por la ventana. Podía ver el sol vespertino brillando sobre la cima que dominaba el Rig Bellissima—. ¿Te has enterado del formidable trabajo que hizo Scot con Pietro?

—Sí. Los muchachos le llaman ahora Bombero Pietro. Siento lo de Mario Guineppa.

—Che sará, sará! Los médicos son todos stronzi. El mes pasado se había sometido a una revisión médica. Los resultados fueron perfectos. Stronzo! —El italiano lo miró inquisitivo—. ¿Qué pasa, Tom?

—Nada.

—¿Qué tal van las cosas en Teherán?

—Nada bien.

—¿Te dijo Scot algo que yo no sepa?

—¿Algo que justifique la orden del comité? No. No lo hizo. Tal vez yo pueda sonsacarle algo al Khan Nitchak.

Se despidieron y Lochart emprendió vuelo. Una vez en el aire, reflexionó sobre la historia que Scot les contará a él, Jean-Luc y Jasper sobre lo ocurrido en la aldea después de que el comité sentenciara a muerte al Khan Nitchak.

—En el momento en que sacaron al Khan Nitchak de la escuela y me quedé solo, me escurrí por la ventana de atrás y me oculté en el bosque con el mayor sigilo posible. Un par de minutos después escuché un intenso tiroteo y regresé a la base lo más rápidamente que pude... Debo admitir que estaba muerto de miedo. Tengo que deciros que me costó bastante tiempo conseguirlo, en algunos sitios había montones de nieve ensangrentada de tres metros. Poco después de que regresara, acudieron aquí el Khan Nitchak y el mollah con algunos de los aldeanos. ¡Me sentí tan aliviado, Dios mío! Estaba seguro de que habían disparado contra Nitchak y el mollah y supongo que ellos se sentirían igualmente aliviados porque me miraron con ojos desorbitados creyéndome también muerto.

—¿Por qué? —le había preguntado a Tom.

—Nitchak me contó que, poco antes de que el comité se fuera, prendieron fuego a la escuela en la que creían que yo me encontraba. Dijo que habían ordenado que todos los extranjeros abandonaran el Zagros. Todo el mundo..., en especial nosotros con nuestros helicópteros. Teníamos que habernos ido mañana por la noche.

Lochart contemplaba la tierra, abajo, la base ya cerca, la aldea, allí mismo. Se estaba poniendo el sol, ocultándose tras las montañas. Aún quedaba mucha luz del día pero ya no estaba el sol para calentarles. Poco antes de que despegara con Jasper con destino a Rig Rosa, Scot le había contado lo que en realidad sucedió.

—Lo vi todo, Tom. No escapé cuando dije que lo había hecho. No me he atrevido a contárselo a nadie, pero yo me quedé mirando por la ventana de la escuela, absolutamente aterrado y vi lo que sucedió. Todo ocurrió con tanta rapidez. Dios mío, tenía que haber visto a la mujer del viejo Nitchak con el fusil... ¡Que nadie me hable de tigresas! Y dura como el pedernal. Disparó al vientre de un Green Band, le dejó gritar un instante y luego... ¡banggg!, lo calló con otro disparo. Apostaría cualquier cosa a que fue ella quien disparó la primera vez contra el primero de los bastardos, el líder, quienquiera que fuese. Nunca vi una mujer semejante, jamás pensé que pudiera ser así.

—¿Y qué pasó con Nasiri?

—Nasiri jamás tuvo la más mínima posibilidad. Echó a correr y dispararon contra él. Estoy seguro de que lo mataron porque era un testigo y no un aldeano. Yo estaba aterrorizado, las piernas me temblaban y me escurrí por la ventana como he dicho y cuando Nitchak vino aquí, simulé creer su historia. Pero juro por Dios, Tom, que todos esos bastardos del comité estaban muertos antes de que yo abandonara la aldea, de manera que la orden de incendiar la escuela tuvo que darla Nitchak.

—El Khan jamás haría eso, sobre todo estando tú dentro. Alguien debió de verte salir.

—Espero por Dios que estés equivocado ya que, de lo contrario, y a su modo de ver, soy una amenaza viva para la aldea..., el único testigo.

Lochart tomó tierra y se encaminó hacia la aldea. Fue solo. El Khan Nitchak y el mollah lo esperaban en la casa del café, tal como habían acordado. Y muchos aldeanos, aunque ninguna mujer. La casa del café era la sala de reuniones, estaba construida con troncos y adobe; tenía el tejado en vertiente, una chimenea primitiva y vigas negras, merced al humo de tantos años de fuego de leña. Y para sentarse unas toscas alfombras.

—Salam, Kalandar, la paz sea contigo —dijo Lochart, utilizando el título honorífico para significar que el Khan Nitchak era también líder de la base.

—La paz sea contigo, Kalandar de los «Hombres Voladores» —respondió el anciano con cortesía—. Por favor, siéntate aquí cómodamente. ¿Ha sido benéfico tu viaje?

Lochart notó el tono y se dio cuenta de que en aquella mirada no había la cordialidad de los viejos tiempos.

—Según la Voluntad de Dios. He echado de menos mi casa aquí, en el Zagros, y mis amigos del Zagros. Tú eres bendito de Dios, Kalandar. —Lochart tomó asiento en la incómoda alfombra e intercambió frases amables, esperando que el Khan Nitchak le permitiera abordar la cuestión. La habitación provocaba una auténtica sensación de claustrofobia y olía a rancio. Además, la atmósfera estaba cargada con los olores a cuerpo humano, así como a cabras y a ovejas. Los demás hombres lo miraban en silencio.

—¿Qué trae a Tu Excelencia a nuestra aldea? —preguntó el Khan Nitchak.

Al punto, todo el mundo guardó un silencio expectante.

—Me escandalizó enterarme de que unos forasteros habían venido a nuestra aldea y habían tenido la impertinencia de asediarte con manos malvadas.

—Es la Voluntad de Dios. —Nitchak entornó los ojos—. Unos forasteros vinieron a nuestra aldea pero luego se fueron, dejando nuestra aldea como siempre ha estado. Desafortunadamente, la situación no será la misma respecto a vuestro campamento.

—¿Por qué, Kalandar? Hemos sido buenos para la aldea y hemos empleado a muchas de sus gent...

—No me corresponde a mí poner en tela de juicio a nuestro Gobierno, o a esos comités de nuestro gobierno o a nuestro Jefe del Pueblo el Ayatollah. El joven aviador vio y oyó, así que no hay más que decir.

Lochart atisbó la añagaza.

—El joven aviador vio y oyó sólo lo que aconteció en la escuela, Kalandar. Solicito que se nos conceda a nosotros, como viejos aunque bien conocidos huéspedes... —eligió con sumo cuidado la palabra—que se nos conceda tiempo para intentar un cambio en una decisión que parece ir en contra de los intereses del Zagros.

—El Zagros tiene una extensión de mil quinientos kilómetros, y atraviesa las tierras Kash'kai hasta Baktiari y las tierras de un centenar de otras tribus. Yazdek es Yazdek —dijo con aspereza, para citar luego el Rubaiyat: «Entrega tu cuerpo al sino y soporta el dolor, porque lo que la Pluma ha escrito para ti, no dejará de estar escrito.»

—Cierto, mas, ¿no escribió también Omar Kheyyam «La Bondad y la Maldad que existen en el corazón del hombre, las alegrías y las penas que son nuestra fortuna y destino, no las achaques a la rueda del cielo porque, a la luz de la razón, la rueda es mil veces más débil que tú»?

Entre los aldeanos corrió un murmullo. El viejo mollah asintió, complacido, y no dijo palabra. Los ojos del Khan Nitchak sonrieron aunque no lo hiciera su boca y, desde ese momento, Lochart supo que la reunión se desarrollaría en un clima más halagüeño. Bendijo a Sharazad que le abriera los oídos, los ojos y los sentidos al Rubaiyat que, en farsi, excedía todos los límites de la elegancia.

Todo el mundo esperaba. El Khan Nitchak se rascó la barba, echó mano a su bolsillo y sacó un paquete de cigarrillos. Lochart, con ademán indiferente, sacó el pishkesh, un encendedor «Dunhill» chapado en oro que le comprara a Effer Jordon precisamente con ese propósito. «Puedes estar seguro de que te mataré, Effer, si no funciona a la primera.» Acarició la ruedecilla. La mecha se encendió al punto y Lochart respiró de nuevo. Su mano era firme cuando se inclinó hacia delante y sostuvo la llama para el anciano.

El Khan Nitchak vaciló, luego, encendió y aspiró el humo con fuerza. —Gracias.

Contrajo los ojos al dejar Lochart el encendedor sobre la alfombra, delante de él.

—Tal vez aceptarías este regalo de todos los del campamento que están agradecidos a tu consejo y protección. ¿Acaso no derribaste las puertas y tomaste posesión de nuestra base en el nombre del Pueblo? ¿No ganaste la carrera del tobogán, venciendo a los mejores de nosotros por la calidad de tu valor?

Otro murmullo recorrió la habitación. Todo el mundo esperaba, con inmenso deleite a medida que se endurecía la contienda, aunque todos sabían que el Infiel no había dicho más que la verdad. El silencio se hizo más intenso. Finalmente, el Khan alargó la mano, cogió el encendedor y se puso a examinarlo muy de cerca. Con su nudoso pulgar accionó la tapa, como viera hacer a tantos otros en el campamento. Sin apenas presión se encendió a la primera y todo el mundo se sintió tan complacido como él por la calidad del pishkesh.

—¿Qué consejo necesita Tu Excelencia?

—Nada en particular, en realidad ninguno, Excelencia Kalandar —respondió Lochart desaprobador, siguiendo el juego de acuerdo con la antigua costumbre.

—Pero debe de haber algo que haga que Tu Excelencia se sienta mucho mejor. —El anciano aplastó su cigarrillo en la tierra. Al fin, Lochart dejó que le persuadiera.

—Bien, ya que Tu Excelencia tiene la magninimidad de preguntar, si Tu Excelencia quisiera interceder en favor nuestro cerca del comité para que nos dé algo más de tiempo, mi agradecimiento sería inmenso. Tu Excelencia, que conoce estas montañas como la palma de tu mano, sabe que no podemos obedecer órdenes de forasteros que, evidentemente, no saben que no nos es posible hacer salir a todo el personal de las instalaciones, como tampoco proteger éstas, la propiedad del Zagros de la ilustre rama Yazdek del Kash-kai, ni llevarnos nuestras máquinas y herramientas, para mañana a la puesta del sol.

—Cierto, los forasteros no saben nada —asintió con tono amable el Khan Nitchak. «Así es —se dijo—, los extranjeros no saben nada, y esos hijos de perra que se atrevieron a querer imponernos sus asquerosas costumbres de extranjeros, pronto fueron castigados por Dios»—Tal vez el comité acepte conceder un día más.

—Eso sería más de lo que yo me atrevería a pedir. Pero escasamente suficiente, Kalandar, para demostrarles lo poco que conocen a tu Zagros. Tal vez necesiten que se les dé una lección. Debieran de haber dado, al menos, dos semanas...; después de todo, tú eres el Kalandar de Tazdek y en las once instalaciones, así como en todo el Zagros, conocen al Khan Nitchak.

El Khan Nitchak se sintió muy orgulloso, al igual que los aldeanos; agradablemente arrastrados por la lógica del Infiel. Cogió sus cigarrillos y su encendedor. Prendió a la primera.

—Dos semanas —dijo, y todo el mundo se sintió muy satisfecho, incluido Lochart. Luego, añadió, para darse tiempo a reflexionar si dos semanas no sería un plazo demasiado largo—: Enviaré un mensajero y pediré dos semanas.

Lochart, poniéndose en pie, dio gracias profusas al Khan. Dos semanas darían tiempo a McIver. Afuera, el aire tenía sabor a vino y Lochart lo aspiró, llenando, agradecido, sus pulmones. Se sentía satisfecho por la forma en que había manejado tan delicada negociación.

—Salaam, Khan Nitchak, la paz sea contigo.

—Y contigo.

Al otro lado de la plaza se alzaba la mezquita y, junto a ella, la escuela en ruinas. Al otro lado de la mezquita estaba enclavada la casa de dos pisos del Khan Nitchak y en la puerta se encontraba su mujer y dos de sus hijos, con algunas otras aldeanas vestidas con gran colorido,

—¿Por qué prendieron fuego a la escuela, Kalandar?

—Oyeron decir a uno de los del comité: «Así debería perecer todo lo extranjero. Así perecerá la base y todo cuanto contiene... Aquí no necesitamos extranjeros, no queremos extranjeros aquí.»

Lochart se sintió entristecido. «Eso es lo que la mayoría de vosotros piensa, si no todos —se dijo—. Y sin embargo, muchos de nosotros intentamos formar parte de Irán, hablar vuestra lengua, queremos que se nos acepte pero jamás lo haréis. Entonces, ¿para qué quedarnos? ¿Por qué intentarlo? Acaso por la misma razón que impulsara a Alejandro Magno a quedarse, que le indujera a él y a diez mil de sus oficiales a casarse con mujeres iraníes en una inmensa ceremonia..., porque en ellas y en Irán existe una magia indefinible, totalmente obsesiva, que llega a consumir como me consume a mí.»

Las mujeres que rodeaban a la esposa del Khan Nitchak prorrumpieron en risas por algo que ella había dicho.

—Es mejor cuando las esposas se sienten felices, ¿eh? Ése sí que es un regalo de Dios a los hombres, ¿eh? —dijo el Khan con jovialidad.

Lochart asintió, pensando en lo fantásticamente afortunado que había sido el Khan Nitchak y qué gran regalo de Dios era su mujer..., al igual que Sharazad lo era para él y, pensando en ella, acudió de nuevo a su mente todo el horror de la noche anterior, su terror por haber estado casi a punto de perderla, la locura de ella y su infelicidad. Y luego cómo la abofeteó y cómo hubo de contemplar la huella de sus golpes, cuando lo único que él quería era la felicidad de Sharazad, tanto en este mundo como en el otro, si es que lo había.

—Y yo muy afortunado de que sea tan buena tiradora, ¿eh?

—Sí —asintió Lochart antes de ser capaz de contenerse. Sintió que el estómago se le revolvía y se maldijo por haber permitido que su atención flojeara. Se dio cuenta de cómo lo observaban aquellos astutos ojos y añadió presuroso—: ¿Tiradora? ¿Tu mujer es buena tiradora? Perdóname por favor, Excelencia, pero no te he oído con claridad. ¿Quieres decir con un fusil?

El viejo no dijo nada, se limitó a observarle. Finalmente, asintió pensativo. Lochart sostuvo su mirada con firmeza y luego la dirigió hacia el otro lado de la plaza, preguntándose si habría sido una trampa deliberada.

—He oído decir que muchas mujeres kash'kai saben manejar un fusil, Parece ser que, hummm, que Dios te ha bendecido de muchas maneras, Kalandar,

—Mañana te enviaré recado de cuánto tiempo concede el comité. La paz sea contigo —dijo al cabo de un momento el Khan Nitchak.

Mientras regresaba a la base, Lochart se preguntaba: «¿Era una trampa y he caído en ella? Si la observación del Khan ha sido involuntaria, impulsada por el orgullo que siente de ella, entonces tal vez, sólo tal vez, estemos seguros y también lo está Scot. En cualquier caso, disponemos de tiempo..., acaso dispongamos de tiempo, pero no así Scot.»

El sol ya se había puesto por aquel lado de la meseta y la temperatura había vuelto a bajar rápidamente por debajo de cero. El frío había ayudado a la activación de su cerebro, pero no logró vencer su ansiedad ni mitigar su cansancio.

«Una semana, dos semanas o tan sólo unos días. No dispones de mucho tiempo», se dijo. En Teherán Mclver le había hablado de obtener licencias de exportación para los tres «212» a fin de llevarlos a Al Shargaz para «someterlos a reparación».

—Enviaré uno de los tuyos, Tom, otro de aquí y un tercero de Kowiss —le había dicho—. Y de allí a Nigeria. Pero, por Dios santo, guarda el más absoluto secreto respecto a esta última parte. Aquí están los documentos de salida con la fecha del miércoles próximo. Creo que deberías pilotarlo tú, personalmente, y marcharte de aquí mientras puedes hacerlo. Sales de aquí y te quedas en Al Shargaz... Hay muchos pilotos que pueden sustituirte con el «212» a partir de allí.

«Sólo que Mac no lo comprende.» Finalmente salió del bosque frente a la base. Scot y Jean-Luc le esperaban junto a un «212».

«Cualquiera que sea la decisión del Khan, enviaré a Scot fuera de aquí en el transbordador —pensó Lochart, Y después de tomada aquella decisión, se liberó de algunas de sus preocupaciones—. Pero la cuestión principal es: ¿iniciamos la evacuación o no? Para llegar a tomar una decisión, habrás de decidir antes hasta qué punto confías en el Khan Nitchak. No mucho, en definitiva.»

Torbellino
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