CAPÍTULO XXXIV
En la oscuridad de la pequeña habitación, el capitán Ross levantó la tapa de cuero de su reloj y consultó los números luminosos.
—Preparados, Gueng —musito en gurjali.
—Sí, sahib —susurró a su vez Gueng, contento de que la espera hubiese terminado.
Con cautela y sigilo, los dos hombres se levantaron de sus jergones, extendidos sobre unas alfombras viejas y malolientes en el duro suelo de tierra batida. Estaban vestidos completamente y Ross, acercándose a la ventana escudriñó los alrededores. El centinela que les habían puesto se encontraba tumbado junto a la puerta, dormido como un leño, con el rifle sobre las piernas. A trescientos kilómetros, más allá de los huertos y de las dependencias, se alzaba el palacio de cuatro pisos del Khan Gorgon. La noche era oscura y fría, con algunas nubes. De vez en cuando, la luna aparecía rodeada de un nimbo.
«Más nieve», se dijo, mientras abría la puerta con suma cautela. Ambos hombres permanecieron allí, en pie, atisbando en la oscuridad con sus cinco sentidos alerta. No se veían luces por parte alguna. Sin hacer el menor ruido, Ross se acercó al centinela y le sacudió con fuerza, pero el hombre no despertó de su drogado sueño que se prolongaría, al menos, durante dos horas más. Había sido fácil administrarle el somnífero en un trozo de chocolate que, a tal fin, conservaban en su botiquín de supervivencia: algo de chocolate con somnífero, y algo con veneno. Una vez más, concentró su atención en la noche esperando, paciente, que la luna se ocultara tras una nube. Con gesto ausente se rascó la picadura de una chinche. Iba armado con su covkri y una granada.
—Si nos detienen, Gueng, sólo queríamos dar un paseo —le había dicho antes—. Lo mejor será que dejemos aquí nuestras armas. ¿Por qué llevamos cookris y una granada? Es una antigua costumbre gurka: ir desarmados significaría una ofensa a nuestro regimiento.
—Creo que me gustaría coger ahora todas nuestras armas, volver a las montañas y abrirnos camino hacia el Sur, sahib.
—Si esto no resulta bien, habremos de hacerlo, pero es un gambito desgraciado —había dicho Ross—. Es un gambito desgraciado. Nos encontraremos atrapados en campo abierto..., esos cazadores todavía siguen buscando y no cejarán hasta que nos cojan. No olvides que llegamos hasta la casa de seguridad nada más. Nos salvamos sólo gracias a la ropa.
Después de la emboscada en la que resultaran muertos Vien Rosemont y Tenzing, él y Gueng habían despojado de sus ropas a algunos de los atacantes, endosándose la vestimenta de hombres de la tribu sobre sus uniformes. Había pensado en librarse completamente de los uniformes, pero luego lo consideró imprudente.
—Si nos cogen, nos han cogido y ahí se termina todo.
Gueng esbozó una sonriente mueca.
—Por lo tanto, más le valdrá convertirse ahora en un buen hindú.. Entonces, si nos matan, no será el fin sino el principio.
—¿Cómo hago eso, Gueng? ¿Lo de convertirme ahora en un buen hindú? —sonrió tristemente recordando la mirada perpleja de Gueng y su profundo encogimiento de hombros. Luego, habían arreglado y acomodado los cuerpos de Vien Rosemont y Tenzing dejándolos juntos sobre la nieve, siguiendo la costumbre de las Tierras Altas—. Este cuerpo ya no tiene valor para el espíritu y debido a la inmutabilidad de la resurrección queda en legado para los animales y las aves que son otros espíritus luchando en su propio karma hacia el Nirvana..., el lugar de la Paz Celestial.
Al día siguiente pudieron ver a quiénes les perseguían implacablemente. Cuando llegaron al pie de las colinas, en los alrededores de Tabriz, apenas un kilómetro les separaba de sus perseguidores. Sólo pudo salvarles su enmascaramiento, permiténdoles fundirse entre la muchedumbre, pues había muchos hombres tribales tan altos como él y también con ojos azules, y también muchos igualmente bien armados. La suerte había seguido acompañándoles al encontrar la entrada trasera al pequeño y sucio garaje de la primera vez. Utilizó el nombre de Vien Rosemont y el hombre que estaba allí les había escondido. Aquella noche, el Khan Abdollah había acudido con sus guardias, en actitud muy hostil y suspicaz.
—¿Quién te dijo que preguntaras por mí?
—Vien Rosemont. Me habló también de este lugar.
—¿Quién es ese Rosemont? ¿Dónde está ahora?
Ross le había contado lo ocurrido durante la emboscada y se dio cuenta de que algo nuevo se ocultaba tras la mirada de aquel hombre, aunque seguía mostrándose hostil.—¿Cómo sé que me estás contando la verdad? ¿Quién eres tú?
—Vien Rosemont, antes de morir, me pidió que le diera un mensaje..., pero estaba delirando y muriendo de una forma atroz. Sin embargo, me lo hizo repetir tres veces para asegurarse. Dijo: «Dile al Khan Abdollah que Peter va tras el Gorgon y que el hijo de Peter es peor que Peter. El hijo juega con cartas y suero y también el padre que intentará utilizar una medusa para cazar al Gorgon.» —Vio iluminarse la mirada del viejo, aunque no de contento—. ¿Significa esto algo para usted?
—Sí. Significa que conocía a Vien. Así que ha muerto. Es la voluntad de Dios, pero es una pena. Vien era bueno, muy bueno, y un gran patriota. ¿Quién eres tú? ¿Cuál era tu misión? ¿Qué estabas haciendo en nuestras montañas?
Dudó nuevamente al recordar lo que Armstrong le dijera, cuando le puso al corriente de todo, respecto de que no confiara demasiado en aquel hombre. Y sin embargo, Rosemont, en quien él confiaba, le había dicho cuando se estaba muriendo: «Puedes confiar tu vida a ese viejo bastardo. Yo lo he hecho una media docena de veces y jamás me ha fallado. Ve. a él., te sacará de aquí...»
El Khan Abdollah sonreía, pero el rictus de su boca era cruel al igual que el brillo de sus ojos.
—Puedes tener confianza en mí... Creo que no te queda otro remedio.
—Sí «pero no demasiado» —se dijo, repugnándole la palabra, una palabra que le cuesta la vida a millones de personas, a mas millones todavía, su libertad; y a cada uno de los adultos de la tierra, la paz del espíritu en uno u otro momento—. Tenía que neutralizar Sabalan explicó y luego añadió lo que había ocurrido allí.
—iAlabado sea Dios! Transmitiré la noticia a Wesson y Talbot.
—¿A quién?
—Bah, no importa. Te haré llegar al Sur. Venid conmigo, esto no es seguro..., se ha dado la alarma ofreciendo una recompensa por «dos súbditos británicos, dos enemigos del Islam ¿Quiénes sois?
—Ross. Capitán Ross, y éste es el sargento Gueng. ¿Quiénes son los hombres que nos persiguen? ¿Iraníes..., o soviéticos? ¿O gentes a las órdenes de los soviéticos?
—Los soviéticos no operan abiertamente en mi Azerbaiján, aún no —los labios del Khan se contrajeron en una extraña sonrisa—. Tengo un camión afuera. Subid a él rápidamente y tumbaos en la parte de atrás. Os ocultaré, y cuando sea seguro os llevaré de nuevo a Teherán..., pero tenéis que obedecer mis órdenes. De manera explícita.
De eso hacía ya dos días, pero la visita de los extranjeros soviéticos y la llegada del helicóptero, lo cambió todo a rajatabla. Vio como la luna se ocultaba detrás de una nube y dio un golpecito de aviso a Gueng en el hombro. El hombrecillo desapareció en el huerto. Cuando en la oscuridad le llegó la señal de camino despejado, Ross lo siguió. Fueron saltando a la pídola, uno sobre el otro, moviéndose muy bien, y por fin se encontraron junto a la esquina del ala norte de la gran mansión. Hasta el momento, no encontraron guardias ni perros, aunque Gueng había visto algunos doberman pinschers sujetos con cadenas.
Les fue fácil trepar por una balaustrada hasta la terraza del primer piso. Gueng iba delante, presuroso, atravesó la mitad de ella, pasó el corredor de ventanas cerradas hasta la escalera que conducía a la siguiente terraza. Al llegar arriba se detuvo para orientarse. Ross apareció detrás de él. Gueng señaló hacia la segunda fila de ventanas y sacó su cookri, pero Ross hizo un gesto negativo con la cabeza e indicó una puerta lateral, casi invisible, que había visto en la oscuridad. Probó con el picaporte. La puerta crujió sonoramente. Algunas aves nocturnas chillaron en el huerto, llamándose unas a otras. Los dos hombres concentraron su atención hacia el punto de donde procedían las aves, por si acudía alguna patrulla. Nadie apareció. Dejaron pasar otros cuantos minutos para asegurarse y luego Ross abrió la marcha hacia el interior. La tensión del momento hizo aumentar su adrenalina.
El corredor era largo, con muchas puertas a cada lado y algunas ventanas hacia el Sur. Se detuvo delante de la segunda puerta y probó, cauteloso, el picaporte. La puerta se abrió sin ruido y Ross se deslizó dentro con rapidez seguido de Gueng, siempre con su cookri desenvainado y la granada preparada. La habitación parecía ser una antesala..., alfombras, cojines para recostarse, muebles y sofás de anticuado estilo victoriano. Allí había dos puertas. Esperando haber elegido la correcta, Ross abrió la puerta del lado del chaflán del edificio y entró. Las cortinas estaban echadas, mas un rayo de luna que entraba por una rendija les permitió distinguir con claridad el lecho, y en él al hombre que buscaban, con una mujer, ambos dormidos debajo del grueso edredón. Sin vacilar, se colocaron uno a cada lado de la cama, Ross de la parte del hombre y Gueng de la mujer. De manera simultánea, aplicaron los pañuelos a la boca de los durmientes, manteniéndolos debajo de la nariz con la suficiente presión para que no pudiesen gritar.
—Somos amigos, piloto, no grite —musitó Ross junto al oído del hombre ya que desconocía su nombre y tampoco sabía quién era la mujer, sólo lo conocía como «el piloto». Pudo ver que el inexpresivo sobresalto del piloto al ser despertado de pronto se transformaba en ira cegadora al volver a la realidad y cómo alzaba unas manos inmensas para destrozarle. Ross las evitó aumentando la presión debajo de la nariz de Erikki, manteniéndole fácilmente inmovilizado.
—Voy a soltarte, no grites, piloto. Somos amigos, británicos, soldados británicos. Asiente con la cabeza si estás despierto y me has comprendido —dijo, esperando unos instantes hasta que sintió más que vio el asentimiento del hombretón, vigilando sus ojos. Éstos le gritaban peligro—. Manténla amordazada, Gueng —dijo en gurkali—. Hasta que hayamos terminado por este lado. No temas nada, piloto, somos amigos.
Aflojó la presión y se hizo a un lado de un salto cuando Erikki se lanzó hacia él; después, aquél se volvió en la cama para atacar a Gueng, pero se detuvo en seco. La luz de la luna brillaba sobre el curvo cookri que sujetaba junto a la garganta de Azadeh. Ésta tenía los ojos prácticamente desorbitados y parecía petrificada.
—¡Deténte! Déjala en paz... —dijo Erikki con voz ronca en ruso ya que al ver tan sólo los ojos orientales de Gueng pensó que se trataba de uno de los hombres de Cimtarga, y él. todavía se sentía confuso y embargado por el pánico. Aún tenía la cabeza embotada por el sueño, y por el dolor que le producía el haber estado volando tantas horas, la mayor parte del tiempo con instrumentos en malas condiciones—. ¿Qué queréis?
—Habla inglés. Eres inglés, ¿no?
—No, no. Soy finlandés —respondió Erikki, y trató de ver a Ross que era poco más que una silueta bajo el rayo de luna—. ¿Qué queréis?
—Siento haber tenido que despertarte así, piloto —se apresuró a decir Ross, acercándose algo más a él y manteniendo la voz baja—. Lo siento, de verdad, pero tengo que hablar contigo en secreto. Es muy import...
—Dile a ese bastardo que suelte a mi mujer. ¡Ahora mismo!
—¿Mujer? Ah, sí, claro. Lo siento. ¿No gritará? Dile que no grite, por favor.
Observó cómo el hombretón se volvía hacia la mujer que yacía inmóvil debajo del grueso edredón, con la boca aún tapada, bajo la amenaza del cookri firme en la mano de Gueng. Le vio alargar cauteloso la mano y tocarle, con la mirada clavada en el cookri. El tono de su voz fue cariñoso y alentador, pero no habló en inglés ni en farsi, sino en otro idioma. Ross, aterrado, pensó que sería ruso y se sintió más desorientado si cabía, ya que esperaba encontrarse con un piloto británico de «S-G», sin compañera de cama, y no con un finlandés con una esposa rusa. Le aterraba la idea de haber conducido a Gueng a una trampa. Los ojos del hombre se volvieron de nuevo a él y el presagio de peligro se hizo más intenso.
—Dile que suelte a mi mujer —dijo Erikki en inglés, resultándole difícil concentrarse—. No gritará.
—¿Qué le has dicho? ¿Hablabas ruso?
—Sí, era ruso y le he dicho: «Dentro de un segundo ese bastardo te soltará. No grites. No grites, limítate a ponerte detrás de mí. No te muevas de prisa, sólo detrás de mí. No hagas nada a menos que yo ataque al otro bastardo. En ese caso lucha por tu vida.»
—¿Eres ruso?
—Ya te lo he dicho, soy finlandés y me canso pronto de hombres con cuchillos en la noche, sean británicos, rusos o, incluso, finlandeses.
—¿Eres piloto de «S-G Helicopters»?
—Sí, apresuraos y soltadla quién quiera que seáis o haré algo. Ross no había conseguido dominar sus temores todavía.
—¿Es rusa ella?
—Mi mujer es iraní. Habla ruso y yo también —dijo Erikki con tono glacial, mientras se movía un poco para salir del estrecho rayo de luz y sumergirse en las sombras—. Ponte a la luz porque no puedo verte y, por última vez, ordena a ese pequeño bastardo que suelte a mi mujer, dime lo que queréis y luego marchaos.
—Lamento todo esto. Suéltala, Gueng.
Gueng no hizo el menor movimiento. Tampoco apartó la curva hoja de ella.
—Sí, sahib —dijo en gurkali—. Sí, sahib, pero antes coge el cuchillo que hay debajo de la almohada del hombre.
—Si va a por él, hermano, si llega siquiera a tocarlo, mátala. Yo me ocuparé de él —contestó Ross también en gurkali, añadiendo luego en inglés con tono amable—. Tienes un cuchillo debajo de tu almohada, piloto. No lo toques, por favor. Lo siento, pero si lo haces antes de que todo quede solucionado... Ten paciencia, por favor, Suéltala, Gueng —dijo sin apartar por un instante su atención del hombre. De reojo pudo ver el contorno vago de una cara, un cabello largo y alborotado que casi la cubría, luego, ella se colocó detrás de los inmensos hombros, ciñéndose su largo camisón invernal, de manga larga. Ross estaba de espaldas a la luz y poco podía ver de la mujer salvo el odio reflejado en sus ojos semiocultos, pese a la oscuridad—. Siento haber llegado como un ladrón en la noche. Les pido perdón —le dijo a ella.
Azadeh no contestó. Él repitió las palabras de excusa en farsi mas ella siguió sin responder.
—Le ruego que presentes excusas por mí a tu esposa.
—¡Habla inglés! ¿Qué diablos quieres? —Erikki se sintió mejor al saberla ya segura, aun cuando seguía teniendo plena consciencia de lo cerca que se encontraba el otro hombre con el cuchillo curvo.
—Somos una especie de prisioneros del Khan, piloto, y he venido a ponerte sobre aviso y a pedirte ayuda.
—A ponerme sobre aviso, ¿de qué?
—Hace unos días, ayudé a uno de sus capitanes..., a Charles Pettikin —dijo, y al punto observó el impacto sufrido por aquel nombre y se sintió algo más tranquilo. Rápidamente refirió Erikki lo ocurrido en Doshan Tappeh, el ataque de la SAVAK y cómo lograron escapar, describiendo con toda exactitud el físico de Pettikin para que no pudiera haber duda alguna.
—Charlie nos habló de ti —dijo Erikki asombrado aunque no olvidado ya todo temor—, pero no que te hubiera dejado cerca de Bandar-e Pahlevi. Sólo nos contó que algunos paracaidistas británicos le habían salvado de un SAVAK que le hubiera volado la cabeza.
—Le pedí que olvidara mi nombre. Yo, hummm, estábamos llevando a cabo un trabajo.
—Buena suerte la de Charlie, nos... —Ross vio a la mujer susurrar algo al oído de su marido, distrayendo su atención. El hombre asintió, y se volvió luego a mirarle—. Tú puedes verme, yo no puedo verte a ti. Ponte a la luz... En cuanto a Abdollah, si fueseis sus prisioneros estaríais aherrojados o en una mazmorra, no sueltos por el palacio.
—Se me informó que el Khan nos ayudaría si nos encontrásemos en dificultades. Nos vimos en una situación difícil y él dijo que nos ocultaría hasta que le fuera posible llevarnos a Teherán de nuevo. Entretanto, nos metió en una cabaña escondida, al otro lado de la propiedad. Y un guardia nos vigila de forma permanente.
—¿Que os ocultaría de qué?
—Estábamos llevando a cabo un trabajo, hummm, un trabajo de alto secreto, y como nos perseguían nos...
—¿Cuál era ese trabajo altamente secreto? Sigo sin poder verte. Ponte a la luz.
Ross se movió algo aunque no lo suficiente.
—Teníamos que volar un establecimiento secreto, de radar, de los americanos para impedir que los soviéticos o sus partidarios se apoderaran de él. Rec...
—¿Sabalan?¿Cómo diablos estás enterado de eso?
—Se me está obligando a volar con un soviético y algunos izquierdistas para registrar algunos emplazamientos de radar cerca de la frontera. Uno de ellos, en la cara Norte, lo habían volado y hasta el momento, en el resto, no se ha encontrado nada que valga la pena. Al menos eso es lo que yo sé, naturalmente. Prosigue, ¿ponerme en guardia respecto a qué?
—¿Dices que te están obligando?
—El Khan y los soviéticos retienen a mi mujer como rehén a cambio de mi cooperación y buen comportamiento —se limitó a decir Erikki.
—¡Santo Cielo! —El cerebro de Ross trabajaba a marchas forzadas—. Yo, humm, reconocí la insignia «S-G» cuando trazabas círculos con el aparato y venía a advertirte que los soviéticos estaban aquí, llegaron a primera hora de esta mañana, y proyectan secuestrarte con la amable ayuda del Khan... Parece ser que está haciendo el juego a ambos lados, agente doble. —Se dio cuenta del asombro de Erikki—. Tu pueblo ya tiene la experiencia de esas mañas.
—Secuestrarme a mí, ¿para qué?
—No lo sé con exactitud. Después de que tu helicóptero llegara, envié a Gueng de reconocimineto..., se introdujo por una ventana de atrás. Díselo, Gueng.
—Fue después de que hubieran almorzado, sahib, el Khan y el soviético. Estaban junto al coche del soviético que ya se iba... Yo me encontraba cerca, entre los matorrales, y podía oírles bien. Al principio no entendía nada pero el Khan dijo: «Hablemos en inglés, hay sirvientes cerca.» El soviético dijo: «Gracias por toda la información y `por el ofrecimiento.» El Khan dijo: «Así que, ¿tenemos un acuerdo? ¿Todo, Patar?» El soviético dijo: «Sí, recomendaré todo cuanto quieres. Me ocuparé de que el piloto jamás vuelva a molestarte. Cuando haya terminado aquí se le llevará al Norte.» —Gueng calló al escuchar la nota de sobresalto de Azadeh—. ¿Sí, memsahib?
—Nada.
Gueng se concentró deseoso de no olvidar el más mínimo detalle.
—El soviético dijo: «Me ocuparé de que el piloto jamás vuelva a molestarte. Cuando haya terminado aquí se le llevará al Norte de forma permanente.» Y entonces... —reflexionó un instante—. Ah, sí. Entonces dijo: «El mollah no volverá a molestarte y a cambio tú capturarás para mí a los saboteadores ingleses. Vivos, de ser posible los querría vivos.» El Khan dijo: «Sí, los capturaré. Patar, pued...»
—Petr —dijo Azadeh poniendo la mano en el hombro de Erikki—. Su nombre es Petr Mzytryk.
—¡Santo Cielo! —farfulló Ross—. Así, todo encaja.
—¿Qué? —preguntó Erikki.
—Te lo diré luego. Acaba, Gueng.
—Sí, sahib. El Khan dijo: «Los capturaré, Patar. Si puedo vivos. ¿Cuál será mi recompensa si los capturo vivos?» El soviético rió: «Lo que quieras dentro de lo razonable. ¿Y la mía?» Entonces el Khan dijo: «La traeré conmigo en la próxima visita.» Eso fue todo, sahib. Luego, el soviético subió a su coche y se fue.
Azadeh se estremeció.
—¿Qué? —dijo Erikki.
—Se refería a mi —aclaró ella con voz tenue.
—No entiendo —dijo Ross.
Erikki vaciló, se sentía la cabeza más pesada que antes. Azadeh le había dicho que su padre quería almorzar con él y también le había hablado de la invitación de Petr Mzytryk a Tbilisi... «y también a su marido, por supuesto si está libre. Me gustaría enseñarle nuestra tierra...» y lo atento que el soviético se había mostrado.
—Es..., es personal. No tiene importancia —dijo—. Al parecer me has hecho un gran favor. ¿Cómo puedo ayudarte? —Sonrió, cansado, y alargó la mano—. Me llamo Yokkonen. Erikki Yokkonen y ésta es mi mujer, Az...
—¡Sahib! —silbó Gueng poniéndole en guardia. Ross se detuvo bruscamente. Vio la otra mano de Erikki debajo de la almohada.
—No muevas un músculo —le dijo, con el kookri de repente fuera de su vaina.
Erikki reconoció el tono y obedeció. Con extrema cautela, Ross apartó la almohada, pero la mano no se hallaba cerca del cuchillo. La hoja centelleó bajo un rayo de luna. Ross reflexionó un momento y luego se lo devolvió a Erikki por la empuñadura.
—Lo siento, pero siempre es mejor asegurarse. —Estrechó la mano que el finlandés le alargaba y que había permanecido firme en todo momento y se dio cuenta de su enorme fuerza. Le sonrió y se volvió ligeramente quedando su rostro por primera vez completamente iluminado—.Me llamo Ross, capitán John Ross y éste es Gueng...
Azadeh se irguió de súbito, lanzando una exclamación. Todos la miraron y en aquel momento Ross la vio por vez primera con toda claridad. Era Azadeh, su Azadeh de hacía diez años atrás. Azadeh Gorden, como él la conociera por entonces, la Azadeh Gorden de la Tierra Alta, mirándole, más bella que nunca, con los ojos más grandes que nunca, una vez más como llegada del cielo.
—Dios mío, Azadeh, no te había visto la cara...
—Ni yo la tuya, Johnny. —¡Azadeh... Dios mío! —tartamudeó Ross. Sonreía y también ella.
Pero luego oyó a Erikki, bajó la vista y se lo encontró mirándole, empuñando con fuerza el enorme cuchillo. Le embargó el temor y también a ella.
—Tú eres «Johnny Brighteyes» —dijo Erikki con una voz sin inflexiones.
—Sí, sí, lo soy... Tuve el privilegio de conocer a tu mujer hace años, muchos años... ¡Santo Cielo, Azadeh! ¡Es maravilloso verte!
—Y a ti —su mano no se había apartado del hombro de Erikki.
Éste la sentía encima y le estaba abrazando, pero no se movió, hipnotizado por el hombre que tenía ante sí. Azadeh le había hablado de John Ross, del verano que pasaron juntos y del resultado de ese verano; un resultado que el hombre nunca supo: la posible existencia de un niño, como también que ella jamás había intentado buscarle para decírselo y que, además, no quería que lo supiera jamás.
—La culpa fue mía, no suya, Erikki —le había dicho con toda sencillez—. Yo estaba enamorada. Acababa de cumplir los diecisiete años y él tenía diecinueve... Johnny Brighteyes lo llamaba yo. Jamás había visto antes a un hombre con unos ojos tan azules. Estábamos profundamente enamorados pero sólo fue un amor de verano, no como el nuestro, que es para siempre, al menos el mío lo es. Sí, me casaré contigo si mi padre lo permite, sí, si Dios lo quiere, pero sólo si tú puedes vivir feliz sabiendo lo que hubo una vez hace muchos, muchísimos años, cuando yo estaba creciendo. Tienes que prometerme, que jurarme, que puedes ser feliz como hombre y como marido, porque acaso algún día nos lo encontremos... Yo me sentiré feliz de volverle a ver y le sonreiré, pero mi alma será tuya, mi cuerpo será tuyo, mi vida será tuya, y tuyo será cuanto poseo...
Él había jurado como Azadeh deseaba, sinceramente y con toda su alma, feliz, dando de lado la preocupación de ella. Él era moderno, comprensivo y finlandés... ¿Acaso Finlandia no había sido siempre progresista, no había sido Finlandia el segundo país de la tierra después de Nueva Zelanda en conceder el voto a la mujer? Aquello no le causaba la más mínima preocupación. Ninguna en absoluto. Sólo sentía por ella el que no hubiera sido prudente porque le había hablado de la ira de su padre, ira que le parecía comprensible.
Y ahora el hombre estaba allí, guapo, fuerte y joven, con una estatura más adecuada a la de ella, que la suya, con una edad más cercana a la de ella que la suya. Se sintió desgarrado por los celos...
Ross estaba intentando concentrarse, deslumbrado por la presencia de Azadeh. Apartó los ojos de ella y también su recuerdo y volvió a mirar a Erikki. Pudo leer con claridad en sus ojos.
—Hace mucho tiempo conocí a tu mujer, en Suiza.. Asistí allí al colegio durante una breve temporada.
—Sí, lo sé —dijo Erikki—. Azadeh me ha hablado de ti. Estoy..., estoy..., ha sido..., ha sido un encuentro repentino para todos nosotros. —Se levantó de la cama, dominando con su estatura a Ross, con el cuchillo todavía en la mano, y todos conscientes de la presencia del arma. Vio a Gueng, al otro lado de la cama, empuñando todavía su kookri—Bien. Te lo repito, capitán, gracias por la advertencia.
—¿Dices que los soviéticos te obligaron a volar?
—Azadeh es el rehén que garantiza mi buen comportamiento —dijo con sencillez.
Ross asintió pensativo.
—No hay mucho que puedas hacer al respecto si el Khan es hostil. ¡Qué situación, Dios mío! Se me había ocurrido que como tú estabas amenazado hubieras querido escapar y nos pudieras haber llevado en tu helicóptero.
—De ser factible, lo haría, sí..., sí, claro. Pero siempre que vuelo llevo veinte guardias conmigo y a Azadeh..., a mi mujer y a mí nos vigilan constantemente cuando estamos aquí. Hay otro soviético llamado Cintarga que se ha convertido en mi sombra y Abdollah Khan es en extremo cuidadoso. —Aún no había decidido qué hacer con aquel hombre, Ross. Miró a Azadeh y vio que su sonrisa era sincera, la mano sobre su hombro también. Era evidente que aquel hombre ya no significaba para ella otra cosa que un viejo amigo. Pero, pese a ello, sentía un impulso casi irresistible de correr amok. Se obligó a sonreír a Azadeh.
—Hemos de ser muy cautelosos, Azadeh,
—Mucho. —Había sentido la tensión bajo su mano cuando dijo «Johnny Brighteyes» y supo que, de los tres, ella era la única capaz de controlar el nuevo peligro. Al propio tiempo, le excitaban los celos de Erikki, que con tanto empeño trataba de disimular ante ella, como también la franca admiración en la mirada de su ya lejano amor. «Ah, sí, Johnny Brighteyes, estás más atractivo que nunca, más delgado que nunca, más fuerte que nunca —se dijo—..., más excitante con tu cuchillo curvo, sin afeitar, con tu ropa sucia y tu olor a hombre... ¿Cómo podría no reconocerte?»—. Hace un momento, cuando nombraste a ese hombre «Peter» y yo te corregí diciendo «Petr», eso te dijo algo, ¿no, Johnny? ¿Qué fue?
—Se trata de un mensaje cifrado que debía transmitir al Khan —contestó Ross, penosamente consciente de que ella seguía hechizándole—: «Dile a Abdollah Khan que Peter —podía tratarse tanto del Patar que nombra Gueng como del Petr soviético—, que Peter va a por la cabeza del Gorgon y que el hijo de Peter es aún peor que Peter. El hijo juega con cuajada y suero, y también el padre, que intentará utilizar una medusa para capturar al Gorgon.»
—¿Resulta fácil Erikki? —preguntó Azadeh.
—Sí —asintió Erikki aturdido—. ¿Por qué una cuajada y suero?
—Tal vez sea así —dijo Azadeh sintiéndose más y más excitada—: Dile a Abdollah Khan que Petr Mzytryk, KGB, va a por su cabeza y que el hijo de Mzytryk, supongamos que también pertenece a la KGB, es peor que su padre. El hijo juega con cuajada y suero, tal vez esto signifique que el hijo está involucrado con los kurdos y su rebelión, que amenaza la base del poder de Abdollah Khan en Azerbaiján, que la KGB, el padre y el hijo también están implicados, y que Petr Mzytryk utilizará una Medusa para capturar al Gorgon —reflexionó un momento—. ¿Podría tratarse de otro juego de palabras y que significase utilizará a una mujer, acaso a una mujer diabólica para hacerse con mi padre?
Ross se sobresaltó.
—¿El Khan es..., el Khan es tu padre?
—Sí, me temo que así es. Mi apellido es Gorgon, no Gorden —dijo Azadeh—. Pero la directora del colegio de Chateau d'Or me dijo el primer día que no me sería fácil con un nombre como Gorgon, que me harían la vida imposible con bromas, así que más valía que fuera, sencillamente, Azadeh Gorden y no la hija de un Khan.
Erikki rompió el silencio.
—Si el mensaje es correcto, el Khan no deberá confiar en absoluto en esos matyeryebyets.
—Así es, Erikki. Pero mi padre jamás confía en nadie. Absolutamente en nadie. Si mi padre trabaja para ambos lados, como Johnny cree, no hay forma de saber qué hará. ¿Quién te dio ese mensaje para él, Johnny?
—Un agente de la CIA, y me dijo que podía confiar mi vida a tu padre.
—Siempre he sabido que los de la CIA estaban..., están locos —dijo Erikki mordaz.
—Éste era muy bueno —dijo Ross con tono más tajante de lo que hubiera deseado, Vio a Erikki enrojecer y desvanecerse la sonrisa de ella.
Volvió a instalarse el silencio. Esta vez más denso. La luz de la luna que iluminaba la habitación se esfumó al ocultarse ésta tras un montón de nubarrones. La oscuridad resultaba incómoda. Gueng, que había permanecido observando y escuchando, se sintió acometido por una inquietud creciente y suplicó en silencio a todos los dioses que les libraran de la Medusa, el diablo pagano con víboras en lugar de cabellos del que los misioneros le habían hablado durante sus primeros años en la escuela de Nepal. En ese momento, aquel sentido especial suyo le advirtió de inminente peligro, así que musitó una advertencia, y se acercó a la ventana para escudriñar el exterior. Por la escalera de enfrente, llegaban dos guardias armados sujetando a un doberman.
Los otros permanecieron rígidos. Oyeron las pisadas de los guardias a lo largo de la terraza y al perro cómo olfateaba y tiraba de la cadena. Después supieron que se encaminaban hacia la puerta exterior. De nuevo crujió al abrirla. Los guardias entraron en el edificio. Se escucharon voces ahogadas ante la puerta del dormitorio y el olfateo del perro. Más tarde, cerca de la puerta de la antesala. Gueng y Ross se situaron en posición de emboscada, con los cookris preparados. Finalmente, los guardias recorrieron el pasillo, salieron del edificio y bajaron la escalera de nuevo.
—Por lo general no vienen. Nunca —dijo Azadeh agitándose nerviosa, Ross musitó presuroso.
—Tal vez nos hayan visto rondar por aquí. Más vale que nos vayamos. Si escucháis tiroteo, vosotros no nos conocéis. Si aún estamos libres mañana por la noche, ¿podríamos venir aquí, digamos, después de la medianoche? Acaso pudiéramos concebir un plan.
—Sí —dijo Erikki—. Pero venid antes. Cimtarga me advirtió que tal vez hubiéramos de salir antes del amanecer. Venid, si podéis, alrededor de las once de la noche. Más vale que preparemos varios planes... Salir de aquí no va a resultarnos nada fácil. ¡En absoluto fácil!
—¿Cuánto tiempo habrás de trabajar para ellos..., antes de terminar? —No lo sé. Tal vez tres o cuatro días.
—Muy bien. Si no nos ponemos en contacto con vosotros, olvidadnos. ¿De acuerdo?
—¡Que Dios te proteja, Johnny! —le dijo Azadeh con tono ansioso—. No te fíes de mi padre, no permitas que te coja..., que te coja él o los otros.
Ross sonrió y la habitación se iluminó incluso para Erikki.
—No habrá problemas... Buena suerte para todos nosotros.
Saludó con alegre ademán y abrió la puerta. En cuestión de segundos él y Gueng habían desaparecido sigilosamente, tal como llegaran. Erikki vigiló desde la ventana y tan sólo vio unas sombras bajando las escaleras, dándose cuenta de la manera tan inteligente y silenciosa con que ambos hombres hacían uso de la noche, envidió a Ross su indiferente elegancia de modales y movimientos.
Azadeh se encontraba en pie junto a él, una cabeza más baja, rodeándole la cintura con el brazo. Al cabo de un momento, él le pasó a su vez el brazo por los hombros. Escucharon ansiosos, esperando oír gritos y disparos, pero la noche siguió en calma. La luna hizo otra vez su aparición de entre las nubes. Ni el más mínimo movimiento por parte alguna. Erikki consultó su reloj. Eran las cuatro y veintitrés minutos de la madrugada.
Miró al cielo, todavía no apuntaba el alba. Cuando amaneciera habría de irse, no a la cara norte del Sabalan sino a otro emplazamiento de radar más al Oeste. Cimtarga le había dicho que la CIA todavía seguía operando en determinados emplazamientos más cercanos a la frontera turca, pero que hoy día el Gobierno de Jomeiny había ordenado que los cerraran, los evacuaran y los dejaran intactos.
—Jamás harán eso —le había dicho Erikki—. Jamás.
—Puede que sí o puede que no. —Cintarga se echó a reír—. Tan pronto como recibamos la orden tú y yo los sobrevolaremos con mis «hombres tribales» y les haremos apresurarse...
«¡Matyerl Y Matyer Johnny Brighteyes llega para complicar nuestras vidas. Pero aun así, gracias sean dadas a todos los dioses por el aviso que nos ha traído. ¿Qué estará planeando Abdollah para Azadeh? Debería matar a ese viejo cerdo y acabar de una vez. Sí, pero no puedo. Juré por los antiguos dioses, juramento que no puede ser quebrantado, no tocar a su padre..., al igual que él juró por el Dios Único no ponernos impedimentos, aunque siempre encontrará alguna manera de romper el juramento. Como el juramento que tú le hiciste a Azadeh de que podrías vivir feliz como ella sabiendo... lo de él... lo de él..., ¿acaso no lo hiciste?» Se le enturbió la mente y se sintió contento de encontrarse en la oscuridad.
«Así que la KGB planea secuestrarme. Si existe un auténtico plan, estoy listo. ¿Y Azadeh? ¿Qué estará planeando ahora para ella ese demonio de Abdollah? Y en este preciso momento llega ese Johnny para acosarnos a todos... Nunca pensé que fuera tan atractivo, tan fuerte y un hombre con el que no conviene enfrentarse, con ese brutal cuchillo suyo, un cuchillo concebido para matar...»
—Vuelve a la cama, Erikki —le dijo Azadeh—. Hace mucho frío, ¿verdad?
Erikki asintió y siguió su consejo, tumbándose de costado, enormemente perturbado... Una vez cubiertos por el inmenso edredón ella se acurrucó junto a él. No lo bastante para provocar una reacción, aunque sí lo suficiente para parecer normal e indiferente.
—Ha sido realmente extraordinario encontrarle en estas circunstancias, Erikki. John Ross... En la calle seguro que no le habría reconocido. Estoy tan contenta de que te casaras conmigo, Erikki —dijo con voz tranquila y amorosa, segura de que Erikki, en su fuero interno, estaba reduciendo a migajas a su largamente perdido amor—. Me siento tan segura contigo... De no haber sido por ti, hubiera muerto de terror.
Lo dijo como si esperara una respuesta. «Pero no la espero, cariño», se dijo satisfecha, y suspiró.
Erikki la oyó suspirar y se preguntó por qué lo haría, sintiendo su calor contra él, odiando la furia que le dominaba. «¿Será acaso porque lamenta haber sonreído a su amante como lo ha hecho? ¿O porque está furiosa conmigo? Debe de haberse dado cuenta de mis celos. ¿O la entristece que haya olvidado mi juramento? ¿Tal vez me aborrezca porque yo aborrezco a ese hombre? Juro que la exorcizaré hasta que le olvide...»
«Ah, Johnny Brighteyes —pensaba ella—, qué éxtasis sentí entre tus brazos, incluso la primera vez, cuando se supone que ha de doler. Pero yo nunca lo sentí. Sólo un dolor que se convirtió en brasa y luego en fusión que me arrancó la vida y luego me la devolvió mejor que antes. Y hasta qué punto mucho mejor que antes. Y luego Erikki...»
Ya habían entrado en calor bajo el edredón. Le puso la mano sobre un costado. Le sintió moverse ligeramente y disimuló su sonrisa, segura de que su calor le estaba penetrando ya. Sería tan fácil hacerlo más intenso. Pero imprudente. Muy imprudente. Porque entonces ella sabría que sólo la tomaba pensando en Johnny, que la tomaría por despecho de Johnny y no para amarla a ella..., incluso pensando acaso que la aquiescencia de ella significaba que se sentía culpable e intentaba pagar por su culpa. «Nada de eso, amor mío, no soy una chiquilla alocada, tú eres el culpable, no yo. Y aunque te mostraras más vigoroso que de costumbre y más rudo, algo que en condiciones normales me haría sentir un mayor placer, esta vez no lo sería porque, te guste o no, resistiría aún más que tú, consciente de mi otro amor... Así que es diez mil veces mejor esperar, cariño. Hasta el amanecer. Para entonces, mi amor, si soy afortunada, te habrás convencido de que estás equivocado con tu odio y tus celos, y volverás a ser de nuevo mi Erikki. ¿Y si no lo haces? Entonces, empezaré de nuevo... Hay mil formas de cicatrizar las heridas de mi hombre.»
—Te amo, Erikki —le dijo y besó la sábana que le cubría el pecho. Luego, dando media vuelta, acomodó su espalda a la de él y se quedó dormida sonriendo.