CAPÍTULO LII
Kasigi seguía presuroso al adusto oficial de Policía a través de los lóbregos corredores del hospital atestados de gente. Minoru iba detrás de él, a su vez, a unos pasos de distancia. Hombres, mujeres y niños, enfermos o heridos, yacían en camillas o sillas, de pie o, sencillamente, tumbados en el suelo esperando que alguien acudiera en su ayuda, los enfermos muy graves junto con los leves, algunos haciendo sus necesidades, otros comiendo y bebiendo alimentos que les llevaban los familiares que iban a visitarlos y que eran numerosos..., y todo el que podía se lamentaba a voz en grito. Enfermeras y doctores entraban y salían, agobiados, de las habitaciones. Todas las mujeres conectadas con el hospital vestían el chador salvo algunas británicas y las enfermeras Queen Alexandra cuyo severo tocado era casi el equivalente y aceptable.
Finalmente, el policía encontró la puerta que buscaba y se abrió camino a través de todo aquel gentío. Camas alineadas a cada lado, con otra fila en el centro, todas ocupadas por pacientes masculinos, las familias que les visitaban parloteando o quejándose, los niños jugando y en uno de los rincones del fondo, una mujer vieja guisando en una cocina portátil.
Scragger estaba esposado por una muñeca y un tobillo a la cabecera y los pies, respectivamente, de una cama de hierro. Yacía sobre un colchón de paja con la ropa y los zapatos puestos, con la cabeza vendada, sin afeitar y sucio. Al ver a Kasigi y a Minoru detrás del policía se le iluminó la mirada.
—Hola, amigos —les dijo con voz ronca.
—¿Cómo está, capitán? —dijo Kasigi, horrorizado a la vista de las esposas.
—Estaré formidablemente si quedo libre.
El policía, irritado, los interrumpió a voces, en farsi, en honor de los que miraban.
—¿Es éste el hombre al que querían ver?
—Sí, Excelencia —dijo Minoru como portavoz de Kasigi.
—Pues ya lo han visto. Pueden informar a su Gobierno o a quienquiera que lo desee, que se le está aplicando tratamiento. Será juzgado por el comité de circulación.
Dio media vuelta pomposamente, dispuesto a irse.
—Pero si el piloto capitán no era el conductor —dijo Kasigi pacientemente en inglés, siendo traducido por Minoru y habiendo repetido aquello durante la mayor parte de la noche y desde la madrugada de aquel día a diferentes policías de los más diversos grados, recibiendo siempre la misma respuesta en diferentes grados: «Si el extranjero no hubiera estado en Irán, el accidente jamás habría ocurrido, hubo gentes que resultaron muertas o heridas. Claro que es el responsable.»
—Pero le repito que mi ayudante, aquí presente, fue testigo y declarará que el accidente lo provocó el otro coche.
—Las mentiras delante del comité se castigarán gravemente —dijo el hombre con expresión torva, siendo uno de los que se encontraban en el coche de la Policía causante del accidente.
—No son mentiras, Agha. Hay más testigos —insistió Kasigi con tono cortante. En realidad no tenía ninguno—. Repito que este hombre ha de ser puesto en libertad. Es un empleado de mi Gobierno, un Gobierno que ha invertido millones de dólares en nuestra planta petroquímica «Iran-Toda», en beneficio de Irán y de toda la gente de Bandar Delam en especial. A menos que lo pongan de inmediato en libertad, ordenaré la salida de todos los japoneses y la suspensión de todos los trabajos. —Su tendencia biliosa se acrecentó, ya que no tenía autoridad para ello y tampoco hubiera dado semejantes órdenes—. ¡Todo parará!
—¡Por el Profeta, ya no estamos sometidos al chantaje extranjero! —estalló el hombre dando media vuelta—. ¡Eso tendrá que discutirlo con el comité!
—¡A menos que lo suelten de inmediato, se suspenderán todas las actividades y ya no habrá puestos de trabajo! ¡Ninguno! —A medida que Minoru iba traduciendo, Kasigi observó un silencio y un talante diferentes en quienes los rodeaban. E incluso en el propio policía, penosamente consciente de que todas las miradas estaban clavadas en él y captando también una súbita hostilidad. Un joven que se encontraba cerca, ostentando una banda verde en la manga de su mugriento pijama, farfulló resentido:
—Quieres poner en peligro nuestro trabajo, ¿eh? ¿Quién eres tú? ¿Cómo podemos saber que no seas un hombre del Sha? ¿Has sido depurado por el comité?
—Pues claro que lo he sido. ¡Por el único Dios! Hace ya años que soy seguidor del Imán —replicó el policía enfadado, aunque, al mismo tiempo, le invadiera una oleada de miedo—. He ayudado a la revolución, todo el mundo lo sabe. Tú —dijo señalando a Kasigi, y maldiciéndole para sus adentros por causarle todas aquellas dificultades—, ¡sígueme!
Se abrió camino entre los mirones.
—Volveré, capitán Scragger. No se preocupe.
El oficial de Policía abrió la marcha bajando un tramo de escalera, luego siguió a lo largo de un corredor para volver a bajar otras escaleras, todo ello atestado de gente. El nerviosismo de Kasigi se acrecentaba a medida que descendían más y más en el hospital. Finalmente, el hombre abrió la puerta sobre la que había un cartel en farsi.
Kasigi sintió correrle un sudor frío. Estaban en el depósito de cadáveres. Losas de mármol con cuerpos cubiertos con sábanas mugrientas. Hedor a productos químicos, sangre reseca, intestinos y excrementos.
—Mire —dijo el oficial de Policía al tiempo que retiraba violentamente una sábana.
Debajo se encontraba el cuerpo decapitado de una mujer. La cabeza la habían colocado obscenamente cerca del tronco, con los ojos abiertos.
—Su coche fue la causa de su muerte, ¿qué me dice de ella y su familia? —Kasigi captó lo de «su coche» y le estremeció un escalofrío—. ¡Y esto! —Arrancó otra sábana. Otra mujer irreconocible, completamente aplastada—. ¿Bien?
—Nosotros..., nosotros lo sentimos profundamente, claro..., desde luego lamentamos profundamente que alguien resulte herido, lo sentimos muy profundamente, pero es karma. Insha'Allah, pero no es culpa nuestra ni es culpa del piloto que está arriba —dijo Kasigi a quien le resultaba en extremo difícil contener sus náuseas—. Lo lamentamos profundamente.
Minoru tradujo mientras el oficial de Policía se apoyaba con insolencia contra la losa. Contestó y el joven japonés abrió los ojos al máximo debido a su asombro.
—Dice, dice que la fianza, la multa para soltar a Mr. Scragger de inmediato es de un millón de rials. De inmediato. Lo que el comité decida no tiene nada que ver con él.
Un millón de riales eran unos doce mil dólares.
—Eso no es posible pero, ciertamente, podemos pagar cien mil rials dentro de una hora.
—¡Un millón! —vociferó el hombre. Cogió la cabeza de la mujer por el pelo y la agitó delante de Kasigi que hubo de hacer un gran esfuerzo por mantenerse erguido.
—¿Qué me dice de sus hijos, condenados para siempre a ser huérfanos? ¿Acaso no se merecen una compensación? ¿Eh?
—No hay..., no hay esa cantidad de dinero en... en toda la planta. Lo siento.
El policía maldijo y siguió regateando, pero entonces se abrió la puerta. Unos enfermeros entraron con una mesa rodante y otro cuerpo, y se les quedaron mirando curiosos.
—Muy bien. Iremos a su oficina —dijo de pronto el policía.
Para allá se fueron y aceptó la última cantidad que le ofreciera Kasigi, doscientos cincuenta mil rials, alrededor de tres mil dólares, pero sin recibo, claro, tan sólo un acuerdo verbal de soltar a Scragger. Como aquel hombre no le inspiraba confianza, Kasigi le entregó la mitad en su oficina, metiendo la otra mitad en un sobre que conservó en su bolsillo. Regresaron al hospital. Una vez allí, él esperó dentro del coche mientras Minoru y el hombre entraban. La espera le pareció interminable pero, finalmente, Minoru y Scragger bajaron las escaleras junto con el policía. Kasigi descendió del coche y entregó el sobre al policía. El hombre maldijo a todos los extranjeros y se alejó con aire truculento.
—Ya está —dijo Kasigi y sonrió a Scragger.
Se estrecharon las manos. Scragger le dio profusamente las gracias, excusándose por todas aquellas molestias, los dos hombres maldiciendo la suerte, luego bendiciéndola y subiendo rápidamente al coche. El chófer iraní se coló de rondón entre la circulación, maldijo a voces a un coche que adelantaba, con preferencia de paso, y estuvo a punto de colisionar con él mientras hacía sonar la bocina sin cesar.
—Dile que aminore la marcha, Minoru —dijo Kasigi. Minoru obedeció y el conductor asintió, sonrió y obedeció. Pero la moderación duró unos segundos escasos.
—¿Se encuentra bien, capitán?
—Sí. Un dolor de cabeza monumental pero, por lo demás, bien. Lo peor era cuando necesitaba orinar.
—¿Cómo?
—Los bastardos me tenían sujeto con las esposas a la cama y no querían dejarme ir al retrete. Yo no podía hacérmelo en los pantalones ni en la cama y sólo esta mañana, a primera hora, una enfermera me trajo una botella. Tenía la vejiga a punto de estallar. —Scragger se frotó los ojos tratando de eliminar el cansancio—. Se acabaron las dificultades, amigo. Le debo una. ¡Más el rescate! ¿Cuánto ha pagado?
—Nada, para usted nada. Disponemos de fondos para tales eventualidades.
—No hay problema. Andy Gavallan le pagará. Ah, y eso me recuerda que me dijo que había conocido a su jefe hace algunos años. Toda, Hiro Toda.
—Ah so desu ka? —Kasigi estaba genuinamente sorprendido—. ¿Gavallan tenía helicópteros en Japón?
—No, no. Fue en la época en que era comerciante, en Hong Kong, cuando trabajaba para «Struan's».
El hombre sobresaltó a Kasigi que, sin embargo, se mantuvo impávido.
—¿Ha oído hablar de ellos? —preguntó Scragger.
—Sí, una excelente compañía. Toda tiene, o tenía, negocios con «Struan's» —dijo Kasigi con tono afable, pero almacenó la información para un futuro estudio. «¿No fue Linbar Struan quien, de manera unilateral, canceló cinco contratos de arriendo de buques hace ya dos años y que estuvo a punto de hacernos quebrar? Tal vez Gavallan pueda ser un instrumento para resarcirnos, de una forma u otra»—. Siento que lo haya pasado tan mal.
—No es culpa suya, amigo. Pero Andy querrá pagar el importe del rescate. ¿Por cuánto nos han sacudido?
—Se trata de una cantidad muy modesta. Por favor, acéptelo como regalo..., usted salvó mi barco.
—Entonces, le debo dos, camarada —dijo Scragger al cabo de una pausa.
—Nosotros elegimos al chófer... Fue culpa nuestra.
—¿Dónde está? ¿Dónde está Mohammed?
—Murió. Lo siento.
Scragger empezó a maldecir.
—No fue culpa suya. No lo fue en modo alguno.
—Sí, sí, lo sé. Hemos pagado indemnización a su familia y lo mismo haremos con las de las víctimas.
Kasigi intentaba averiguar en qué estado se encontraba Scragger, ya que tenía gran interés en saber cuándo se hallaría en condiciones de volar, y se sentía profundamente irritado por aquel retraso de un día. Era imperativo regresar a Al Shargaz lo antes posible y luego a casa, en Japón. Su trabajo allí había terminado. Ahora ya el ingeniero jefe Watanabe estaba absolutamente de su parte, las copias de sus informes particulares fortalecerían su propia posición corporativa y lo ayudarían enormemente y también a Hiro Toda, para plantear nuevamente la posibilidad de persuadir al Gobierno para que diera a Iran-Toda categoría de Proyecto Nacional.
«¡No la posibilidad sino la certeza! —se dijo, más confiado de lo que jamás lo estuviera—Nos libraremos de la quiebra, enterraremos a nuestros enemigos, "Mitsuwari" y Gyokotomo y nosotros ganaremos prestigio..., y beneficios, ¡grandes beneficios! ¡Ah, sí! Y el inesperado golpe de buena fortuna.» Kasigi se permitió una cínica sonrisa, «la importante y explosiva copia del informe privado que el difunto ingeniero jefe Kassusaka enviara a Gyokotomo, fechado y firmado, que Watanabe "encontrara", milagrosamente, en un expediente olvidado mientras yo me encontraba en Al Shargaz. He de ir con gran cautela en cómo lo utilizo, con la mayor cautela, desde luego, pero por ello es aún más importante que llegue a casa lo antes posible.
Las calles y las bocacalles se encontraban atestadas de coches. Arriba, el cielo seguía encapotado, pero la tormenta había pasado y Kasigi sabía que el tiempo era bueno para volar. «Quisiera tener mi propio aparato —se dijo—. Digamos un jet "Lear". La recompensa por todo mi trabajo aquí será sustancial.»
Se dejó ir, feliz, disfrutando con su sensación de éxito y poder. —Parece que muy pronto podremos comenzar la construcción, capitán.
—¿De veras?
—Sí. El jefe del nuevo comité nos garantizó su cooperación. Parece que él conoce a uno de sus pilotos, a un tal capitán Starke... Se llama Zataki.
Scragger le lanzó una rápida mirada.
—Es al que Duke, Duke Starke, salvó de los izquierdistas, llevándole luego a Kowiss. Si yo fuera usted, amigo, yo, hummm, andaría con pies de plomo con él. —Aconsejó e informó a Kasigi de lo mercurial que era aquel hombre—. Está completamente loco.
—No daba esa impresión, en absoluto. Curioso..., los iraníes son muy curiosos. Pero vayamos a lo más importante, ¿cómo se encuentra? —Ahora estoy de primera.
Scragger exageraba, contento. El día anterior y toda la noche los había pasado muy mal, con todas aquellas imprecaciones y vocerío, y además esposado, incapaz de hacerse entender, rodeado de hostilidad, miradas por doquier. Perdido. Y asustado. El dolor aumentaba. El tiempo iba pasando con una terrible lentitud, la esperanza empezaba a esfumarse, seguro de que Minoru se encontraba herido o muerto al igual que el conductor, de manera que nadie sabría dónde se encontraba o qué había ocurrido.
—Nada que una buena taza de té no pueda curar. Si quiere que salgamos inmediatamente estoy preparado. Un baño rápido, un afeitado, una taza de té, algo para masticar y podemos emprender nuestro alegre viaje.
—¡Excelente! Entonces, saldremos tan pronto como usted esté dispuesto. Minoru ha instalado ya la radio y la ha comprobado.
Durante todo el vuelo hasta la refinería, y también durante el de regreso a Lengh Kasigi, se había mostrado de un excelente humor. Cerca de Kharg les pareció haber visto el inmenso pez martillo que Scragger mencionara. Volaban bajo y cerca de la playa, las nubes seguían densas y bajas, con relámpagos ocasionales amenazándoles aunque no demasiado, sólo un pequeño bache de vez en cuando. La vigilancia por radar y los permisos de salida fueron eficientes e inmediatos, lo que aumentaba el malestar de Scragger. Dos días para Torbellino sin contar en el que estaban era algo que no se apartaba de la mente de Scragger. «La pérdida de un día lo hace todo más peliagudo —se dijo ansioso—. ¿Qué habrá ocurrido mientras estaba fuera?»
Una vez hubieron dejado atrás Kharg, tomó tierra para repostar y descansar un rato. El estómago le seguía doliendo de manera muy molesta y observó algo de sangre en la orina. «Nada de que preocuparse —se dijo—. Seguro que ha habido una pequeña hemorragia interna después de semejante accidente. Ciertamente, tenía que reconocer que había sido muy afortunado.»
Estaban sobre un banco de arena terminando un excelente almuerzo, arroz frío y trozos de pescado con variantes. Scragger tenía en la mano un gran trozo de pan iraní que había birlado en la impecable cocina y cantidades ingentes de pollo yakatori frío con salsa de soja que le gustaba muchísimo. Kasigi saboreaba una cerveza japonesa que Scragger había rechazado.
—El alcohol no hace buenas migas con el pilotaje.
Kasigi comió parcamente. Scragger voraz y rápido.
—Buen pienso —dijo—. Más vale que nos vayamos tan pronto como esté preparado.
—He terminado. —Pronto estuvieron de nuevo en el aire—. ¿Habrá tiempo para llevarme hoy a Al Shagaz o a Dubai?
—No, si vamos a Lengeh. —Scragger se ajustó ligeramente sus cascos—. Le diré lo que haremos: cuando nos pongamos en contacto con el Control de Tráfico Kish, preguntaré si podemos desviarnos hacia Bahrein. Allí podrá coger un vuelo local o internacional. Necesitaremos repostar en Lavan, pero si están de acuerdo, lo aprobarán. Como he dicho, le debo un par.
—Usted no nos debe nada. —Kasigi sonrió para sus adentros—. En la reunión de ayer con el comité, ese hombre, Zataki, preguntó cuándo podríamos disponer de nuestra flota de helicópteros. Le prometí acción inmediata. Como usted sabe, «Guerney» ya no nos da servicio. Nos gustaría disponer de tres de sus «212» y dos «206» para los próximos tres meses y luego podríamos negociar un contrato por un año, dependiendo de nuestras necesidades, y renovable anualmente..., con usted al frente. ¿Sería posible?
Scragger vaciló. No sabía cómo contestar, Normalmente, semejante oferta hubiera enviado alegres tañidos de campanas hasta Aberdeen, Gavallan se habría puesto personalmente al teléfono y todos cobrarían una importante prima. Pero estando programado Torbellino, «Guerney» fuera del panorama y nadie más disponible, no había forma de ayudar a Kasigi.
—¿Cuándo, hummm, cuándo necesitaría que empezasen a funcionar los pájaros? —le preguntó para ganar tiempo y poder pensar.
—Lo más pronto posible —prosiguió diciendo Kasigi de excelente humor, mientras seguía con la vista a un petrolero que había abajo He garantizado a Zataki y al comité que si ellos cooperaban, nosotros empezaríamos de inmediato. Mañana o pasado mañana a más tardar. Tal vez usted pudiera consultar con su oficina central la posibilidad de desviar algunos de los «202» estacionados en Bandar Delam que no trabajen a plena capacidad. ¿Sí?
—Desde luego que lo consultaré con la central tan pronto como tomemos tierra.
—Durante una semana aproximadamente, necesitaremos un enlace aéreo temporal con Kuwait, para recoger y remplazar los equipos procedentes de Japón. Zataki dice que su comité ha llegado hoy a un acuerdo con el comité del aeropuerto de Abadán para que nos lo abran a nosotros, casi seguro este fin de semana...
Scragger sólo escuchaba a medias los confiados planes de aquel hombre que le había mostrado amistad, sin el que aún estaría maniatado a la cama. La elección era sencilla: «O le hablas de Torbellino o lo dejas en la estacada. Pero si se lo dices, traicionas una confianza mucho más importante, una confianza de muchos años. A Kasigi puede escapársele lo de Torbellino. Es probable que se lo diga a De Plessey. La cuestión es, ¿hasta qué punto puedo confiar en él... y en De Plessey?»
Incómodo al máximo miró por la ventanilla y comprobó su posición una vez más.
—Siento la interrupción pero tengo que informar. —Pulsó el botón emisor—. Kish radar, habla Hotel Sierra Tango. ¿Me reciben?
—HST, Kish radar, le recibimos cuatro por cinco. Adelante.
—HST en vuelo charter desde «Iran-Toda» con destino nuestra base en Lengeh, acercándonos a Lavan a trescientos, un pasajero a bordo. Solicito permiso para repostar en Lavan y desviarnos hasta Bahrein para dejar a mi pasajero que tiene asuntos urgentes beneficiosos para Irán.
—Solicitud rechazada, manténgase a trescientos y en la dirección actual.
—Mi pasajero es japonés, jefe de «Iran-Toda» y necesita hacer una consulta urgente al Gobierno japonés respecto al deseo del Gobierno de Irán de reanudar las operaciones de inmediato. Solicito atención especial en este caso.
—Solicitud rechazada. Sólo se autorizan vuelos a través del Golfo, autorizados con veinticuatro horas de antelación. Gire a 095 grados directo a Langeh, informe a la altura de Kish, no por encima de Kish. ¿Toma nota?
Scragger miró a Kasigi que también escuchaba el intercambio.
—Lo siento, amigo —dijo, enfilando en la nueva dirección—. HST comunica: Solicito autorización para Al Shargaz mañana de madrugada con un pasajero.
—Stanby One. —Sus auriculares transmitían toda clase de ruidos,
Hacia estribor proseguía el puente marino de petroleros, en una u otra dirección, desde o hacia las terminales del Golfo, de Arabia Saudita, los Emiratos Árabes, Abu Dhabi, Bahrein, Kuwait e Iraq. Ninguno cargaba en Kharg o Abadán donde, habitualmente, solían cargar una docena de ellos mientras otra docena se mantenía a la espera. Ahora, sólo podían verse enjambres de barcos esperando, algunos hacía más de dos meses. El cielo seguía cubierto y con mal aspecto,
—HST, habla Kish. En esta ocasión se autoriza su solicitud de ir a Al Shargaz desde Lengeh, mañana miércoles veintiocho salida a mediodía. Hasta nuevas órdenes todos, repito, todos los vuelos a través del Golfo habrán de solicitarse con veinticuatro horas de antelación y todas, repito, todas las puestas en marcha de motores necesitan autorización. ¿Ha tomado nota?
Scragger soltó un taco y luego acusó recibo.
—¿Qué pasa? —preguntó Kasigi.
—Nunca necesitamos antes autorización para poner en marcha los motores. Los bastardos se están poniendo difíciles en verdad. —Scragger estaba pensando en el viernes y en sus dos «212» que habían de despegar, y en Kish, demasiado ruidoso y demasiado eficiente—Vaya hatajo de cretinos.
—Sí. ¿Le será posible cubrir nuestras necesidades de helicópteros con usted al frente?
—Hay montones de tipos mejores que yo,
—Ah, lo siento mucho, pero sería muy importante para mí. Sabría que la operación está en buenas manos.
Scragger vaciló de nuevo,
—Gracias, si puedo, lo haré, claro que lo haré, seguro.
—Entonces, todo está arreglado. Lo solicitaré oficialmente a su Mr. Gavallan. —Kasigi miró de soslayo a Scragger. «Algo ha cambiado —se dijo—. Pero, ¿qué? Ahora que lo pienso, el piloto no ha reaccionado con todo el entusiasmo que yo hubiera pensado cuando le anuncié el trato..., a pesar de que tiene que haberse dado cuenta del valor del contrato que se le ofrece. ¿Qué es lo que oculta?»—. ¿Puede ponerse en contacto con Bandar Delam a través de su base en Kowi,s para pedirles que nos faciliten para mañana un «212» al menos? —preguntó empezando a tantear.
—Sí, sí, claro. Tan pronto como lleguemos.
«Ah —se dijo Kasigi, después de observar y escuchar con toda atención—, yo tenía razón, ahora hay algo definitivamente diferente. La cordialidad ha desaparecido. ¿Por qué? Estoy seguro de no haber dicho nada que pueda ofenderle. No puede tener relación con el trato..., es demasiado bueno para cualquier compañía de helicópteros. ¿Su salud?
—¿Se siente bien?
—Estupendamente, amigo. Me siento muy bien.
Esta vez la sonrisa era auténtica y la voz la de siempre. Entonces, tenía que ser algo relacionado con los helicópteros.
—Si no tengo su ayuda, las cosas se me pondrán muy difíciles.
—Sí. Lo sé. A mí me gustaría ayudarle cuanto me fuese posible.
«Ah, ah, la sonrisa se había desvanecido y la voz vuelve a ser grave. ¿Por qué? ¿Y por qué ese a mi me gustaría ayudarle, como si quisiera ayudar pero le estuviera prohibido por alguien? ¿Gavallan? ¿Podría ser que supiera que Gavallan no estaría dispuesto a ayudarnos a causa de "Struan's"?»
Durante largo tiempo, Kasigi analizó todo tipo de permutaciones pero le fue imposible llegar a una respuesta satisfactoria. Y, finalmente, volvió a la estratagema única, casi infalible, con un extranjero como ése.
—Amigo mío —dijo con su tono de voz más sincero—, sé que hay algo que le preocupa, dígame qué es. —Viendo que el rostro de Scragger adoptaba una expresión, si cabía más solemne, se apresuró a dar el coup de grace—. Puede decírmelo, puede confiar en mí. Soy amigo suyo de verdad.
—Sí, sí, lo sé, camarada.
Kasigi observaba la cara de Scragger y esperaba. Vigilaba al pez retorciéndose con un anzuelo que estaba unido a un sedal tan fino y, sin embargo, tan fuerte que se prolongaba hasta la pala de un rotor rota, un apretón de manos, el peligro compartido a bordo del Rikumaru, servicio de guerra compartido y una reverencia común por los camaradas muertos. «Tantos de nosotros muertos y tan jóvenes. Sí —pensó con súbita ira—, pero si nosotros hubiéramos tenido una décima parte de sus aviones, de su armamento y de sus buques, y una vigésima parte de su petróleo y materias primas, hubiésemos sido invencibles y el Emperador jamás hubiera tenido que poner fin a la guerra de la manera que él lo hizo. Hubiéramos sido invencibles de no ser por la bomba, por las dos bombas. Que los dioses atormenten por toda una eternidad a quien inventó la bomba que quebrantó su voluntad, la cual tuvo prioridad sobre la nuestra.»
—¿De qué se trata?
—Yo, hummm, no puedo decírselo, todavía no..., lo siento. La mente de Kasigi captó señales de peligro.
—¿Por qué amigo mío? Le aseguro que puede confiar en mí —le dijo con tono tranquilizador.
—Sí, sí.,., pero no depende sólo de mí. En Al Shargaz mañana. Compréndame, ¿quiere?
—Si es algo tan importante debería saberlo ahora, ¿no cree?
De nuevo Kasigi se mantuvo a la espera. Conocía el valor de esperar y del silencio en un momento semejante. No era necesario recordar al otro hombre aquel «le debo dos». Todavía no.
Scragger también recordaba. «En Bandar Delam, Kasigi me ha salvado mi condenado cuello y sobre eso no hay la menor duda. En Siri, a bordo de su barco demostró que tenía cojones y hoy ha demostrado ser un buen amigo, no necesitaba haberse molestado tanto con tal rapidez. Lo mismo pudo haberlo hecho mañana o pasado.»
Vigilaba con mirada atenta todos los instrumentos y el exterior, y no observó peligro dentro o fuera. Pronto aparecería Kish a estribor. Miró a Kasigi de soslayo. Éste tenía la vista fija hacia delante, impávido el rostro de facciones atractivas y vigorosas, con sólo un ligero ceño. «¡Mierda, amigo! Si no cumples, lo más probable es que Zataki pierda los estribos. Pero no pueden cumplir, no puedes, amigo, y es duro verte ahí sentado, sin recordarme lo que te debo.»
—Kish, habla HST. Abeam Kish, firme a trescientos.
—Kish, manténgase a trescientos. Tiene tráfico al Este a tres mil.
—Ya los veo —respondió. Eran dos cazas. Se los señaló a Kasigi que no los había visto—Son unos «F14», probablemente procedentes de Bandar Abbas —dijo.
Kasigi no contestó, limitándose a asentir, lo que hizo que Scragger se sintiera peor. Pasaron los minutos. El zumbido progresaba.
Y entonces, Scragger se decidió, apesadumbrado por tener que hacerlo.
—Lo siento —dijo bruscamente—, pero habrá de esperar hasta Al Shargaz. Andy Gavallan puede ayudarle. Yo no puedo.
—¿Puede ayudar? ¿De qué manera? ¿Qué problema hay?
—Si alguien puede ayudar es él —dijo Scragger al cabo de una pausa—. ¡Dejémoslo así, amigo!
Kasigi escuchó el tono terminante mas hizo caso omiso, dejando reposar la cuestión por un momento, mientras en su mente sonaban nuevas señales de peligro. Su respeto por Scragger se había acrecentado al no haber caído el hombre en su añagaza revelándole el secreto. «Pero eso no le exonera —se dijo aumentando su ira—. Me ha dicho lo suficiente para prevenirme, ahora es mi turno de averiguar el resto. ¿De manera que la clave es Gavallan? ¿De qué?
Kasigi sentía como si le fuera a estallar la cabeza. «¿Acaso no he prometido a ese demente de Zataki que empezaríamos a trabajar de inmediato? ¿Cómo se atreven estos hombres a poner en peligro todo nuestro proyecto..., nuestro Proyecto Nacional? Sin helicópteros no podemos empezar. Esto equivale a traicionar a Japón. ¿Qué están planeando?»
Con un esfuerzo titánico, mantuvo su expresión amable.
—Bien, veré a Gavallan tan pronto como sea posible, y esperemos que usted pueda ponerse al frente de nuestra nueva operación, ¿eh?
—Como Andy Gavallan diga. Eso depende absolutamente de él.
«No estés tan seguro —pensó Kasigi—, porque, pase lo que pase, tendré helicópteros, inmediatamente, los vuestros, los de "Guerney", no me importa cuáles sean. Pero, ¡por mis antepasados samurai que "Iran-Toda" no se enfrentará a nuevos riesgos! ¡De ninguna manera! ¡Y tampoco yo!»