CAPÍTULO LXII

En el cuartel general de la Base Aérea de Kowiss: 9.46 de la mañana

—Hábleme más del ministro Kia, capitán —dijo pacientemente mollah Hussain. Estaba sentado detrás de la mesa escritorio en la oficina del jefe de la Base. Un Green Band de rostro duro vigilaba la puerta.

—Le he dicho cuanto sé —repuso Mclver exhausto.

—Pues entonces, haga el favor de hablarme del capitán Starke cortés, insistente, sin apresuramientos, como si tuvieran por delante todo el día, toda la noche y todo el día siguiente.

—También le he dicho todo sobre él, Agha. He estado hablándole de los dos durante casi un par de horas. Me encuentro cansado y no me queda nada más por decir. —Mclver se levantó de la silla y, después de desperezarse, se sentó de nuevo. Era inútil tratar de salir. Lo había intentando una vez y el Green Band le había indicado, en silencio, que, volviera a sentarse—. A menos que usted no tenga algo específico, yo no recuerdo nada que pueda añadir.

No le había sorprendido que el mollah tratara de hacer indagaciones respecto a Kia. Él había repetido una y otra vez de qué extraña manera Kia se había convertido de repente en director, surgiendo de nada sabía dónde, así como sus propios y limitados tratos con él durante la últimas semanas, aunque nada le dijera sobre los cheques en los Ban cos contra los Bancos de Suiza que habían engrasado el camino para lo «125» y logrado sacar los «212» de la caldera. «Maldito si voy a actuar como Wazari con Kia», pensó.

«Lo de Kia es comprensible, pero, ¿por qué Duke Starke? Dónde fue Duke a la escuela, qué es lo que come, cuánto tiempo hace que esta casado, si tiene una mujer o más, cuánto tiempo lleva en la compañía, es católico o protestante... Todo, hasta el más pequeño detalle y luego. vuelta a repetirlo. Insaciable. Y siempre la misma respuesta tranquila, evasiva a mi pregunta de por qué.»

—Porque me interesa, capitán.

Mclver miró por la ventana. Lloviznaba. Nubes bajas. Truenos lejanos. «Seguramente ha habido corrientes altas y algunas mangas de vientos reales en los nubarrones hacia el Este... Una cobertura perfecta para la carrera a través del Golfo. ¿Qué está pasando con Scrag, Rudi y sus muchachos? —Le vino de nuevo a la mente como una obsesión. Con un esfuerzo, apartó aquella idea dejándola para más tarde, al igual que su cansancio y preocupación, para preguntarse qué demonios iba a hacer cuando terminara el interrogatorio—. ¡Cuidado! ¡Concéntrate! Si no lo haces al cien por cien, cometerás un error y, entonces, os podéis dar todos por perdidos.»

Sabía que sus reservas estaban profundamente mermadas ya. Aquellanoche había dormido muy mal, lo que no había contribuido a aumentarlas. Como tampoco la inmensa tristeza de Lochart por Sharazad. «Muy difícil para Tom afrontar la realidad. Era imposible decirle: "¿No te das cuenta de que esto había de terminar así, Tom, mi querido amigo? Sharazad es musulmana, es rica, tú nunca lo serás; su herencia está cimentada en acero, la tuya es una tela de araña; su familia es su razón de ser, la tuya no; ella puede quedarse, tú no y para coronarlo todo la espada de Damocles pendiente sobre tu cabeza. El HBC." Muy triste todo ello —se dijo—. ¿Acaso tuvo alguna vez probabilidades de éxito? Quizá con el Sha en el poder. Pero no con la rigidez de los nuevos gobernantes.»

«¿Qué haría yo si fuese Tom?» Con un esfuerzo contuvo aquel vagar de ideas. Sentía los ojos del mollah clavados en él. Apenas los había apartado desde que Changiz le condujera allí y luego se fuera.

«Sí, claro, el condenado coronel Changiz.» En el coche, hasta llegar allí y durante la espera, también él había estado intentando sonsacarle. Pero sólo para poder establecer con exactitud cuándo y con qué frecuencia estaban programados sus «125» en dirección a Kowiss, cuántos Green Bands habían destacados en su sector de la base, cuándo habían llegado, cuántos se habían quedado en la base y si rodeaban y vigilaban los «125» durante todo el tiempo que permanecían aparcados. Un interrogatorio que parecía banal, sin preguntarle nada fuera de lo corriente, pero Mclver tenía la seguridad de que todo ello iba encaminado a establecer una posible ruta de fuga..., si llegara el caso. Y el corolario final, el cambio.

—Incluso en una revolución se pueden cometer errores, capitán. Más que nunca se necesitan amigos en las altas esferas. Es triste, pero real.

—Tú me rascas la espalda y yo clavo mis garras en la tuya. El mollah se puso en pie.

—Ahora le llevaré de regreso.

—Ah, muy bien. Gracias.

Mclver estudió a Hussain con disimulo. La piel tensa bajo los altos pómulos. Los ojos castaños, casi negros, debajo de las pobladas cejas permanecían herméticos. Era un hermoso y extraño rostro que enmascaraba un espíritu de resolución inmensa. «¿Para el bien o para el mal?», se preguntó Mclver.

En su torre de radio: 9.58 de la mañana.

Wazari se encontraba agazapado cerca de la puerta que daba al tejado, esperando todavía. Cuando Mclver y Lochart lo dejaran en la oficina, se había visto ante el desesperado dilema de irse o quedarse. Después, llegó Changiz con los soldados de aviación, y casi de manera simultánea, Pavoud con el resto del personal así que hubo de escurrirse hasta allí sin ser visto y, desde entonces, se estaba ocultando. Poco antes de las ocho de la mañana, Kia hizo acto de presencia en un taxi.

Desde su atalaya, había visto a Kia en un paroxismo de furia por el hecho de que Mclver no estuviera esperando junto al «206», preparado Para despegar. Los soldados de aviación con brazaletes verdes le habían comunicado lo ordenado por Changiz. Kia protestó ruidosamente, obteniendo tan sólo encogimiento de hombros, por lo que había entrado como un huracán en el edificio proclamando a voces que telefonear a Changiz y se pondría en comunicación por radio con Teherán de inmediato, pero Lochart lo interceptó al pie de la escalera comunicándole que los teléfonos no funcionaban, que en el equipo de radio el servio era defectuoso y que hasta el día siguiente no disponían de nadie que pudiera repararlo.

—Lo siento, ministro, no hay nada que nosotros podamos hacer a menos que quiera ir usted mismo al cuartel general —había oído Wa zari decir a Lochart—. Estoy seguro de que el capitán McIver no tardara mucho, El mollah ha enviado a por él.

Aquello había desinflado a Kia haciendo que él sintiese una satisfacción inmensa, que no llegó a calmar su acuciante ansiedad, por que había seguido allí con el viento y el frío, desamparado, perdido amargado.

Su seguridad temporal no ahuyentaba sus inquietudes, temores o sos pechas en cuanto a Kia ese día y, otra vez, ante el comité al día siguiente «Se le necesitará para ser interrogado de nuevo.» ¿Por qué estaban tan nerviosos esos bastardos de McIver y Lochart, eh? ¿Por qué le mintieron a Changiz, ese renegado hijo de puta, respecto al cambio de personal Rig Abu Sal? No estaba previsto ningún condenado cambio de persona: allí, a menos que fuera ordenado durante la noche. Y, ¿por qué están ausentes tres pilotos y dos mecánicos con la cantidad de trabajo que hay a partir del lunes? ¿Y por qué ha sido embarcado tal número de repuestos? «¡Oh, Dios mío, sácame de aquí!»

Hacía tanto frío y el tiempo estaba tan tormentoso que volvió al interior de la torre aunque dejando la puerta entreabierta por si acaso necesitara hacer una rápida retirada. Miró cauteloso por las ventanas y a través de las rendijas de las tablas. Si se movía con cuidado, podía observar casi toda la base sin ser visto. Ayre, Lochart y los mecánicos se encontraban junto a los «212». La puerta principal estaba bien vigilada por Green Bands regulares. Hasta donde él podía ver, no había actividad alguna en la base. Sintió recorrerle un escalofrío. Rumores de que habría otra purga a cargo del comité, de que él figuraba entre los primeros de la lista a causa de las pruebas aportadas contra Esvandiary y el ministro Kia.

—Por el Profeta —le habían contado—, he oído decir que quieren verte mañana. Pusiste tu vida en sus manos al hablar como lo hiciste. ¿Acaso no sabes que, aquí, la primera regla para la supervivencia durante cuatro mil años ha sido la de mantener la lengua quieta y los ojos cerrados respecto a lo que hacen los que están en las alturas o, de lo contrario, pronto no tendrás nada en la cabeza? Desde luego, los que están en las alturas son corruptos, ¿acaso ha sido alguna vez de otro modo?

Wazari gimió en medio de aquella vorágine y a punto de derrumbarse. Desde que Zataki lo golpeara con tanta brutalidad, hasta llegar a romperle la nariz de tal forma que casi no podía respirar, saltándole cuatro dientes y dejándole con un dolor de cabeza casi permanente, su espíritu le había abandonado y también su valor. Jamás le habían golpeado antes. Que tanto Hotshot como Kia eran culpables, ¿y qué, qué? ¿Acaso era asunto suyo? Y ahora su estupidez acabaría también con él.

Las lágrimas rodaban por su rostro herido. «Por Dios, por Dios, ayuda, necesito ayuda...» A su cabeza acudió lo de «funcionamiento defectuoso» y se aferró a ello. ¿De qué funcionamiento defectuoso hablaba? Ayer, el equipo funcionaba perfectamente.

Se secó las lágrimas de un manotazo. Sin hacer el menor ruido se deslizó hacia la mesa escritorio y conectó la radio, manteniendo el volumen en el mínimo posible. Todo parecía ir bien. Los discos funcionaban. Muchos ruidos a causa de una tormenta con aparato eléctrico, pero nada de tráfico. Algo desusado el que no hubiera tráfico en la frecuencia de la compañía, alguien, en alguna parte tenía que estar transmitiendo. Como no se atrevía a subir el volumen, sacó unos cascos del cajón y los conectó, evitando así el altavoz. Ahora podía poner la señal tan fuerte como quisiera. Curioso... Seguía sin oírse nada. Con gran cautela cambió el canal de la compañía a otros. Nada. Luego a VHF. Nada en parte alguna. De nuevo a la HF. Ni siquiera lograba captar un boletín meteorológico de rutina, registrado, que aún seguían emitiendo desde Teherán.

Era un buen operador de radio, bien adiestrado, y no necesitó mucho tiempo para darse cuenta de lo que estaba ocurriendo. Una ojeada a través de la rendija de la puerta que daba al tejado le confirmó su sospecha, el cable estaba suelto. «¡Hijo de puta! —se dijo—. ¿Cómo diablos no me di cuenta cuando estaba afuera?»

Desconectó con todo cuidado y se arrastró de nuevo hacia afuera. Una vez al pie del mástil comprobó que el cable había sido cortado, pero que habían limpiado la herrumbre del extremo, lo que le enfureció. Luego, le invadió la excitación. «¡Esos bastardos! —se dijo—. Esos hipócritas bastardos de McIver y Lochart. Cuando yo llegué, debían de estar escuchando y transmitiendo. ¿Qué diablos se traen entre manos?»

La avería quedó rápidamente reparada. Tan pronto como conectó la HF, empezó a oír hablar en farsi por todas partes en la frecuencia de la compañía: el cuartel general de Teherán hablando con Bandar Delam, luego llamando a Al Shargaz y a Lengeh y a él en Kowiss, algo relativo a cuatro helicópteros que no habían ido adonde debían ir. ¿A «Iran-Toda»? No a una de nuestras bases.

—Kowiss, aquí Bandar Delam. ¿Me reciben?

Reconoció la voz de Jahan, de Bandar Delam. De manera automática, su dedo se dirigió a la clavija de transmisión, pero no llegó a pulsarla. «Aún no es necesario contestar a la llamada —pensó—. Las ondas de la compañía se encuentran sobrecargadas ahora, Numir y Jahan desde Bandar Delam y Gelani en Teherán, y Siamaki vociferando y desvariando.»

—Hijo de puta. —farfulló al cabo de unos minutos, encajando todo el rompecabezas.

En los helicópteros, en las cercanías de Siri: 10.05 de la mañana.

La propia isla de Siri se encontraba a un kilómetro y medio de distancia, mas, antes de que Scragger y su equipo pudiesen girar hacia el Sudeste para dirigirse hacia la frontera internacional, tenían que pasar sobre tres instalaciones más. «Como por un condenado campo de minas», se dijo Scragger. Por el momento se hallaban a salvo y no había más sorpresas desagradables. Todas las agujas estaban en verde y el ruido de los motores era cadencioso. Su mecánico, Benson, sentado a su lado, contemplaba las olas que se deslizaban por debajo de ellos. Ruidos en los auriculares. De vez en cuando, vuelos internacionales que se encontraban sobre ellos informaban de sus posiciones al radar Kish, un punto de control en el área al que habían de contestar de inmediato.

—Estamos al alcance de Kish, Scrag.

—Volamos por debajo de su radar. No te preocupes.

—Estoy sudando la gota gorda, ¿tú no?

Scragger asintió con la cabeza. Kish se encontraba en su radio, a unos veinticinco kilómetros a la derecha. Miró a ambos lados. Vossi y Willi seguían junto a él. Scragger alzó los pulgares a lo que ellos contestaron de la misma manera, Vossi con verdadero entusiasmo.

—Veinte minutos más y estaremos sobre la frontera —dijo Scragger—. Tan pronto como la hayamos atravesado, ascenderemos a dos cientos.

—Estupendo. El tiempo está mejorando, Scrag —le comunicó Benson.

La capa de nubes que tenían sobre ellos se había despejado notablemente, aun cuando la visibilidad seguía siendo más o menos la misma. Con tiempo más que suficiente, los dos vieron delante de ellos el petrolero que zarpaba, con una inmensa carga. Scragger, al igual que Willi, se ladeó por la popa con mucho espacio pero Vossi, exhuberante, ascendió sobre él y luego, con toda tranquilidad, se mantuvo inmóvil a su lado.

Al punto, el aviso les llegó por los auriculares.

—Aquí Control Kish, helicóptero volando bajo, en ruta 225, informe altitud y destino.

Scragger hizo oscilar el helicóptero para atraer la atención de Willi y Vossi y, señalando hacia el Sudoeste, les hizo ademán de dirigirse hacia allí, ordenándoles que se mantuvieran a baja altura y que lo dejaran. Les vio reacios a obedecer, e indicó enérgicamente con el dedo hacia el Sureste, les dijo adiós con la mano y empezó a ascender, dejándoles prácticamente sobre la superficie del mar.

—Apriétate los machos, Benson —murmuró, mientras comenzaba a sentir un peso en el estómago. Luego, empezó a transmitir y se apartaba y se acercaba el micrófono a la boca continuamente para dar la impresión de una comunicación defectuosa.

—Kish, helicóptero HVX con salida de Lengeh y destino Siri Nueve con repuestos, rumbo 225, creí haber visto un dhow volcado, falsa alarma. Ascendiendo de nuevo a doscientos.

Siri Nueve era la instalación más alejada de las que servían habitualmente y que daba la casualidad de encontrarse a ese lado de la frontera de Irán con los Emiratos. Como todavía estaba en construcción, carecía de su propia VHF.

—Helicóptero HVX, está dos por cinco. Su transmisión es intermitente, mantenga el rumbo e informe a doscientos metros. Confirme haber sido informado del nuevo reglamento obligatorio por el que se ordena solicitar autorización para poner en marcha los motores en Lengeh.

La voz del operador, con acento americano, se escuchaba cinco por cinco, enérgica y profesional.

—Lo siento Kish, acabó de volver de permiso y es mi primer servicio.

Scragger observó que Willi y Vossi habían desaparecido en la niebla—. ¿He de pedir autorización para poner en marcha el motor desde Siri Nueve cuando haya aterrizado? Permaneceré allí al menos una hora.

Scragger se limpió el sudor. Kish estaría en su derecho si le ordenara aterrizar primero en Kish para llamarle a capítulo por infringir las reglas.

—Afirmativo. Standby One.

—Y ahora, ¿qué, Scragger? —preguntó Benson nervioso a través del intercomunicador.

—Celebrarán una pequeña conferencia.

—¿Qué vamos a hacer?

Scragger sonrió de oreja a oreja.

—Depende de lo que ellos hagan —repuso e hizo funcionar la clavija del transmisor—. Khis, HVX a doscientos.

—Kish. Mantenga rumbo y altitud. Standby One.

—HVX. —Nuevo silencio. Scragger barajaba alternativas disfrutando con el peligro—. Esto es mejor que un vuelo rutinario. ¿No te parece, hijo mío?

—Para serte sincero, no. Si hubiese tenido cerca a Vossi, lo habría estrangulado.

Scragger se encogió de hombros.

—A lo hecho pecho. Desde que salimos hemos podido estar dentro y fuera del radar. Tal vez Qeshemi haya informado sobre nosotros. —Empezó a silbar una monótona melodía. Habían dejado ya bien atrás la isla Siri y las instalaciones de Siri Nueve se encontraban a cinco kilómetros de distancia—. Kish, aquí HVX —dijo Scragger, mientras seguía manipulando con el micro—. Abandonamos doscientos acercándonos a Siri Nueve.

—Negativo HVX. Manténgase a doscientos y no se mueva. Su transmisión intermitente y dos por cinco.

—HVX... Kish. Repita por favor, su transmisión se escucha entrecortada. Repito abandono doscientos en maniobra de acercamiento a Siri Nueve. —Scragger lo repitió despacio, continuando con su simulación de pésima transmisión. Sonrió de nuevo a Benson—. Es un truco que aprendí en la RAF, hijo mío.

—HVX, Kish. Repito, manténgase a doscientos y permanezca.

—Kish, hay baches y la niebla se está espesando. Bajo a cien. Informaré en cuanto aterrice y llamaré solicitando autorización puesta en marcha motores. Gracias y buenos días —dijo, y añadió una plegaria en su fuero interno.

—HVX, su transmisión es intermitente. Cancele aterrizaje en Siri Nueve. Dé un giro de 310 grados, manténgase a doscientos y preséntese directamente en Kish.

Benson se puso pálido. Scragger eructó.

—Repítalo, Kish. Está uno por cinco.

—Repito, cancele aterrizaje en Siri Nueve, gire a 310 grados y preséntese directamente en Kish. —La voz del operador era tranquila.

—Roger, Kish, entendido, hemos de aterrizar en Siri Nueve y luego informar a Kish. Bajamos a ciento cincuenta para un acercamiento a bajo nivel, gracias y buenos días.

—Kish, habla JAL, vuelo 664 procedente de Delhi —se oyó—. Volando a once mil quinientos destino Kuwait sobre 300 grados. ¿Me escucha?

—JAL, 664, Kish. Mantenga rumbo y altitud. Llame a Kuwait por 118.8, buenos días.

Scragger escudriñó a través de la niebla. Pudo ver la instalación a medio construir, una gabarra de obras amarrada a uno de los pilotes, Las agujas de todo el instrumental en verde y... «Eh, un momento, en el motor número uno la temperatura ha subido y la presión del combustible está baja.» Dio unos golpecitos a la esfera inclinándose más hacia delante. La aguja de presión del combustible subió ligeramente y luego volvió a caer, la temperatura estaba unos grados más alta de lo normal..., por el momento no había tiempo de preocuparse por eso. ¡«Prepárate

Los trabajadores que se encontraban en la cubierta les habían oído y visto, y, dejando de trabajar, se apartaban de la bien señalizada plataforma.

—Kish, HVX aterrizando. Buenos días —dijo Scragger cuando se encontraba a quince metros de la instalación.

—HVX. Preséntese directamente Kish luego. Solicite autorización puesta en marcha motores. Repito. Preséntese directamente Kish luego. —Todo dicho con una gran claridad—. ¿Me escucha?

Pero Scragger no acusó recibo y tampoco aterrizó. A sólo unos metros se quedó suspendido, y saludó con la mano a las personas que se encontraban en cubierta y que lo habían reconocido, pensando que se trataba sencillamente de un vuelo rutinario de prácticas de un nuevo piloto, costumbre habitual en Scragger. Saludó otra vez y se puso en movimiento hacia delante; se desplomó limpiamente de costado y prácticamente ceñido al agua, giró en dirección Sudoeste a todo motor.

En la Base Aérea de Kowiss: 10.21 de la mañana.

El mollah Hussain conducía, y detuvo el coche delante del edificio de oficinas McIver bajó de él.

—Gracias —dijo, sin saber qué esperar, ya que Hussain había permanecido en silencio desde que abandonaron la oficina. Lochart, Ayre y los demás se encontraban junto a los helicópteros. Kia salió de estampía de la oficina, deteniéndose al ver al mollah. Entonces, bajó los escalones.

—Buenos días, Excelencia Hussain, saludos, es un placer verle. —Recurrió al tono ministerial reservado para las altas personalidades, aunque no a sus iguales, Luego, se dirigió a McIver en inglés con tono cortante—: Hemos de salir de inmediato.

—Hummm, sí, Agha. Deme un par de minutos para organizarme. «Me alegro de no ser Kia, se dijo, mientras se alejaba sintiendo un peso en el estómago, luego, se acercó a Tom.

—Hola, Tom.

—¿Estás bien, Mac?

—Sí —y añadió hablando en voz baja y con calma—: Durante los próximos minutos hemos de actuar con la máxima cautela. No sé lo que el mollah se propone. Tenemos que esperar y ver qué hace con Kia, no sé si éste se encuentra o no metido en un atolladero. Tan pronto como lo sepamos, podremos actuar. —Bajó aún más la voz—. No puedo evitar llevar a Kia..., a menos que Hussain lo agarre por su cuenta. Tengo pensado llevarle durante medio vuelo, sólo hasta haber pasado las cumbres y estar fuera del alcance de la VHF, y, entonces, simularé una emergencia y aterrizaré. Cuando Kia esté fuera de la colina estirando las piernas, despegaré, volaré alrededor de esa área y me reuniré contigo en el punto de encuentro.

—No me gusta la idea, Mac. Más vale que me dejes hacerlo a mí. No conoces el terreno y todas estas dunas de arena parecen iguales durante kilómetros. Más vale que yo le lleve.

—He pensado en ello pero entonces me encontraría volando con uno de los mecánicos sin una licencia. Prefiero poner en peligro a Kia que a ellos. Además, puedes sentirte tentado a seguir volando y regresar a Teherán. Hasta allí mismo, ¿eh?

—Más vale que yo lo suelte y me reúna contigo en el punto de encuentro. Es más seguro.

McIver hizo un movimiento negativo con la cabeza, sintiéndose desolado por tener que acorralar a su amigo.

—Te irías. ¿Verdad que sí?

—Cuando te estaba esperando —reconoció Lochart al cabo de una extraña pausa—. Si hubiera podido despegar, le habría hecho subir a bordo y me hubiera ido. —Sonrió con amargura—. Los soldados dijeron que no, que había que esperar. Ándate con ojo con ellos, Mac, algunos hablan inglés. ¿Qué te ha ocurrido?

—Sólo que Hussain me estuvo interrogando sobre Kia..., y sobre Duke.

Lochart se le quedó mirando.

—¿Sobre Duke? ¿Respecto a qué?

—Todo cuanto se refiere a él. Cuando interrogué a Hussain sobre por qué me hacía las preguntas, se limitó a decirme: «Porque me interesa.» McIver se dio cuenta de que Lochart se estremecía.

—Creo que lo mejor será que yo lleve a Kia. Puede no localizar el punto de encuentro... Ve en tándem con Freddy. Yo despegaré primero y os esperaré.

—Lo siento, Tom, no puedo arriesgarme a que sigas el vuelo. Porque, en tu lugar, yo haría lo mismo y al infierno con el riesgo. Pero no puedo dejar que regreses. Si ahora lo hicieras, resultaría un desastre. Sería un desastre para ti, de eso estoy seguro, Tom, y también para todos nosotros. Ésa es la pura realidad.

—Al diablo con la realidad —dijo Lochart con amargura—. Muy bien, pero por Dios que en el momento en que toque tierra en Kuwait empiezo el mes de permiso que me debéis o me voy de «S-G», como te parezca. Desde el primer minuto.

—De acuerdo, pero habrá de ser en Al Shargaz. Tendremos que repostar en Kuwait, y salir de allí disparados..., eso si es que somos lo bastante afortunados para llegar hasta allí y si nos dejan escapar de allí. —No. Kuwait es el final de trayecto para mí.

—Como quieras —dijo Mclver endureciendo su postura—, pero me aseguraré de que no cojas avión alguna para Teherán, Abadán o cualquier otro lugar de Irán.

—¡Eres un bastardo! —le dijo Lochart, desesperado de que Mclver hubiera adivinado sus intenciones con tanta claridad—. ¡Vete al infierno

—Si, lo siento. Desde Al Shargaz te ayudaré cuanto me sea posible —McIver calló al oír a Lochart maldecir entre dientes. Se volvió. Kia Hussain seguían conversando junto al coche—. ¿Qué pasa?

—En la torre.

McIver alzó la vista. Entonces vio a Wazari, medio oculto por una de las ventanas con tablas, haciéndoles señas con toda claridad de que acudieran allí. No podían simular que no lo habían visto. Mientras se guían mirando, Wazari volvió a hacerles señas, apartándose luego de la ventana.

—¡Maldito sea! —estaba diciendo Lochart—. Poco antes de que te fueras subí a cerciorarme de que no se había ocultado allí y, en efecto no estaba, así que pensé que había huido. —Tenía el rostro con gestionado por la furia—. Pensándolo bien, sólo eché un vistazo a la habitación, así que pudo estar oculto en el tejado... Ese hijo de puta debe de haber estado allí todo el tiempo.

—¡Dios Todopoderoso! Tal vez haya descubierto también el cable roto. —McIver se sentía realmente conmocionado.

El gesto de Lochart era hermético.

—Quédate aquí. Si intenta crearnos dificultades, lo mataré. Se alejó rápido.

—Espera, iré contigo. Volveremos dentro de un instante, Freddy —dijo.

—Voy a pedir la autorización de vuelo, ministro —dijo McIver al pasar junto a Hussain y Kia—. Despegaremos dentro de cinco minutos.

—Insha'Allah —dijo el mollah enigmático antes de que Kia pudiera contestar.

—No habrá olvidado, capitán, que le dije que debía estar en Teherán para asistir a una reunión importante a las siete de la tarde. Bien —dijo Kia con tono cortante. Luego, les volvió la espalda, y prestó de nuevo toda su atención a Hussain—. ¿Decía, Excelencia?

Los dos pilotos entraron en la oficina, furiosos ante la tosquedad de Kia, pasaron junto a Pavoud y el resto del personal y subieron la escalera que conducía a la torre.

Ésta aparecía vacía. Luego, se dieron cuenta de que la puerta del tejado estaba entreabierta y oyeron a Wazari musitar, «Aquí». Estaba afuera, agazapado contra el muro.

Wazari no se movió.

—Sé lo que intentáis hacer. La radio funcionaba bien —dijo, sin apenas poder contener su excitación—. Cuatro helicópteros han despegado de Bandar Delam y han desaparecido. Su director gerente, Siamaki, está chillando como un cerdo en plena matanza porque no puede comunicarse con Lengeh, con nosotros o con Al Shargaz y Mr. Gavallan aquí..., ¿están esperando, verdad? ¿No es verdad? ¿Eh?

—¿Qué tiene eso que ver con nosotros? —preguntó Lochart inquieto. —Desde luego, todo; porque todo encaja al fin. Numir, en Bandar Delam, dice que todos los extranjeros se han ido, no queda nadie en Bandar. Siamaki dice lo mismo de Teherán, incluso ha dicho a Numir que sirviente, capitán McIver, que su sirviente, el de usted, les ha contado que su sirviente ha sacado de su apartamento todos sus efectos personales y también los de un tal capitán Pettikin.

McIver se encogió de hombros y se acercó a conectar la VHF. —Sencillas precauciones de seguridad mientras Pettikin esté con permiso y yo fuera. Ha habido muchísimos robos.

—No haga todavía esa llamada. Por favor. ¡Escúcheme, por Dios Santo, escúcheme, se lo estoy suplicando...! ¡No hay forma de que pueda evitar que la verdad se descubra! Sus «212» y el personal extranjero se han ido de Bandar; Lengeh permanece en silencio, luego ha ocurrido lo mismo; Teherán está cerrado, lo mismo. Sólo queda esta base y ustedes están preparados. —El tono de Wazari resultaba curioso y aún no podían adivinar lo que se ocultaba tras de él—. No voy a descubrirles, quiero ayudarles. Quiero ayudar. Juro que quiero ayudarles.

—¿Ayudarnos? ¿A qué?

—A irse.

—¿Y por qué habrías de hacerlo suponiendo incluso que sea verdad lo que dices? —preguntó Lochart enfadado.

—Tuvo razón en no confiar en mí antes, capitán, pero juro por Dios, que ahora puede hacerlo plenamente. Ahora estoy con ustedes, antes no lo estaba pero ahora sí, y ustedes son mi única esperanza de salir de aquí. Mañana he de presentarme ante el Comité y... y, ¡mírenme, por Dios Santo! —exclamó violentamente—. Estoy hecho polvo y a menos que un doctor me atienda como es debido, no me recuperaré en la vida e incluso tal vez sea hombre muerto. Hay algo que me presiona aquí, que me duele como un demonio. —Wazari se tocó la parte superior de la nariz rota—. Desde que ese bastardo de Zataki me golpeó me duele terriblemente la cabeza y me he comportado como un loco, desde luego que lo he hecho, lo sé, pero aún puedo ayudar. Puedo cubrirles desde aquí si están dispuesto a llevarme con ustedes, sólo les pido que me dejen subir en el último de los helicópteros... ¡Juro que los ayudaré!

Tenía los ojos llenos de lágrimas. Los dos hombres se quedaron mirándole.

McIver pulsó el transmisor de la VHF.

—Torre de Kowiss, IHC probando, probando.

Una larga pausa. Luego una voz con fuerte acento inglés.

—Aquí la Torre IHC. Está cinco por cinco.

—Gracias. Parece que hemos subsanado la deficiencia. Nuestro charter «206» con destino Teherán despegará dentro de diez minutos, también nuestro vuelo matinal para las instalaciones Forty, Abu Sal y Gordy, transportando repuestos.

—Okay. Informe cuando esté en el aire. Su Bandar Delam ha estado intentando ponerse en contacto.

Mac sintió que empezaba a sudar.

—Gracias, Torre. Buenos días. —Miró a Lochart y luego cambió a HF. Al punto escuchó la voz de Jahan en farsi y Lochart empezó a interpretar—. Jahan está diciendo que la última vez que los vieron volando fue hacia el Noroeste, hacia el interior desde la costa... que Zataki... —por un instante le falló la voz—... que Zatakí había ordenado a los cuatro helicópteros que dieran servicio a «Iran-Toda» y que ahora ya debían estar allí, que seguramente llamará o enviará un mensaje... —Entonces McIver reconoció a Siamaki. Lochart estaba sudando—. Siamaki dice que estará fuera del aire de media hora a una hora, pero que volverá a llamar cuando se encuentre de regreso y que siga intentando ponerse en contacto con nosotros o con Al Shargaz... Jahan dice que de acuerdo, que esperará, y que si tiene alguna noticia llamará.

Por un instante sólo ruidos. Luego Jahan diciendo en inglés:

—Kowiss, aquí Bandar Delam, ¿me reciben?

—Si la torre ha estado oyendo todo esto, ¿por qué no estamos todos en la cárcel?

—Es viernes. No tienen por qué estar escuchando la frecuencia de su compañía. —Wazari se limpió las lágrimas, dueño otra vez de sí mismo—. En viernes, el personal es el mínimo necesario y aprendices, no hay vuelos, no ocurre nada, el comité despidió a todos los expertos en radar y a cinco de los sargentos... los enviaron a la estacada. —Se estremeció y luego continuó presuroso—: Tal vez uno de esos tipos haya conectado una o dos veces con Bandar Delam. Así que Bandar ha perdido contacto con algunos de sus helicópteros, bueno, ¿y qué? Son extranjeros y eso ocurre constantemente. Pero si no cierra Bandar y Teherán por completo, capitán, alguien atará cabos. —Sacó un pañuelo sucio y se limpió un hilillo de sangre que le caía de la nariz—. Si cambia a su canal alterno estará más seguro, la torre no lo tiene.

McIver se le quedó mirando.

—¿Estás seguro?

—Por completo. Escuche, ¿por qué no...? Calló. Se oyeron pisadas que se acercaban. Sin hacer el menor ruido, salió de nuevo al tejado, y volvió a su escondrijo.

Kia se detuvo a mitad de la escalera.

—¿A qué espera, capitán?

—Estoy..., estoy esperando que me confirmen la autorización ministro. Lo siento. Me han dicho que espere. Yo no puedo hacer nada.

—Claro que puede. Podemos subir a bordo e irnos. ¡Ahora! Estoy cansado de esperar...

—¡Yo también estoy cansado, pero no quiero que me vuelen la cabeza! —Finalmente, McIver se dejó llevar por su genio y añadió con tono tajante—: ¡Esperará! ¡Vaya si esperará! ¿Entendido? Esperará con mil demonios y si sus condenados modales no mejoran, cancelaré el vuelo y mencionaré al mollah Hussain uno o dos pishkesh que olvidé durante el interrogatorio. Y ahora, váyase de aquí.

Por un momento, pareció que Kia iba a explotar, pero lo pensó mejor y, dando media vuelta, salió. Mclver se frotó el pecho, maldiciéndose por haber perdido los estribos.

—¿Qué hacemos con él, Tom? —musitó señalando con el pulgar hacia el tejado.

—No podemos dejarle. Nos podría descubrir en un instante. —Lochart miró en derredor. Wazari estaba en la puerta.

—¡Juro que ayudaré! —susurró desesperado—. Escuche, ¿qué planea hacer con Kia cuando despegue? Soltarle en cualquier sitio, ¿verdad? McIver no contestó, todavía inseguro.

—¡Dios mío, capitán, tiene que confiar en mí! Verá, llame a Bandar por el alterno y hable a Numir como lo ha hecho con ese bastardo y dígale que ha ordenado a todos los helicópteros que acudan aquí. Así ganará una o dos horas.

McIver miró a Lochart.

—¿Por qué no? —dijo Lochart excitado—. Diablos, es una buena idea. Entonces podrás despegar con Kia y... y Freddy puede ponerse en marcha. Yo esperaré aquí y... —dejó la frase sin terminar.

—Y entonces, ¿qué, Tom? —preguntó McIver.

Wazari se acercó y cambió al canal alterno.

—Usted se demora un rato, capitán, y una vez que el capitán Mclver se haya ido y Ayre se encuentre fuera del área, le dice a Numir que está seguro de que sus cuatro helicópteros han cortado su HF, porque no necesitan utilizarla y que están en VHF. Eso le da una excusa para despegar y dar unas vueltas Luego vuela rápido adonde tengan almacenado el combustible... —Se dio cuenta de cómo lo miraban—. Dios mío, capitán, cualquiera puede imaginarse que no pueden atravesar el Golfo de una tirada, no hay forma, así que tienen que haber almacenado combustible en alguna parte En la playa o en alguna de las instalaciones.

Mclver lanzó un hondo suspiro y pulsó el transmisor.

—Kowiss... Bandar Delam, hace horas que estamos intentando comunicarnos y...

—Que se ponga Agha Numir, Jahan —dijo McIver con tono incisivo. Transcurrió un momento y luego Numir se puso al habla, pero antes de que el gerente de «IranOil» pudiera lanzarse a una diatriba, McIver le interrumpió con la suya propia.

—¿Dónde están mis cuatro helicópteros? ¿Por qué no se han presentado? ¿Qué está pasando ahí? ¿Y por qué es usted tan ineficaz que no sabe que he ordenado a mis helicópteros y a mi personal que se presenten aquí...?

En el cuartel general en Al Shargaz:

—... y por qué no recuerda que se espera en Bandar Delam al personal de remplazo después del fin de semana?

A través del altavoz les llegaba la voz de McIver, lejana, pero clara, y Gavallan, Scot y Manuela se le quedaron mirando, fastidiados de que McIver siguiera todavía en Kowiss y, naturalmente, Lochart, Ayre y todos los demás.

—Pero si le hemos estado llamando toda la mañana, capitán —dijo Numir, sonando su voz más lejana—. ¿Ordenó que se presentaran nuestros helicópteros en Kowiss? Pero, ¿por qué? ¿Y por qué no se me informó? Estaba previsto que nuestros helicópteros fueran esta mañana a «Iran-Toda», pero no aterrizaron allí sino que, por el contrario, se esfumaron. Agha Siamaki también ha estado intentando comunicarse con usted.

—Hemos tenido deficiencias en nuestra HF. Y ahora escúcheme bien, Numir, ordené que mis helicópteros se presentaran en Kowiss, jamás di mi aprobación a un contrato con «Iran-Toda», no sé nada sobre un contrato con «Iran-Toda». Y hemos terminado con todo este asunto. Ahora, deje ya de hacer una montaña de un grano de arena.

—Pero los helicópteros son nuestros y todo el mundo se ha ido, técnicos y pilotos y...

—¡Maldición! Ordené que todos se presentaran aquí para una inve tigación en curso. Le repito, estoy muy descontento con su operación: E informaré a «IranOil». ¡Y ahora, deje de llamar!

En la oficina, todos estaban conmocionados. Era un verdadero de sastre el que Mclver se encontrara todavía en Kowiss. Torbellino estaba fracasando de mala manera. Eran las diez y cuarenta y dos de la mañana y Rudi, con sus otros tres llegaban ya con retraso a Bahrein.

—... pero no sabemos de qué dirección les sopla el viento, papá —ha bía dicho Scot—, o cuánto tiempo necesitarán para repostar. Pueden con un retraso de tres cuartos a una hora y, aun así, cumplir con el plan Digamos un ETA en Bahrein de once a once y cuarto.

Pero todo el mundo sabía que no podían llevar a bordo tal cantidad de combustible con plenas garantías.

Aún no tenían noticias de Scrag y los otros dos, pero eso era de es perar. «No llevan HF a bordo —se dijo Gavallan—. Su vuelo hasta Al Shargaz necesitaría alrededor de hora y media. Si han despegado, diga mos, a las siete cuarenta y cinco, su ETA es de nueve quince como quiera que lo consideremos.»

—No hay motivo de preocupación, Manuela —le había dicho—. sabes que depende de la dirección de los vientos y, en realidad, no sabemos cuándo salieron.

«Hay tantas cosas que pueden ir mal. Este no saber nada es desesperante, Dios mío.» Gavallan se sentía muy viejo. Cogió el teléfono llamó a Bahrein.

—¿«Gulf Air de France»? ¿Haría el favor de comunicarme con Jean-Luc Sessonne? ¿Algo de nuevo, Jean-Luc?

—No, Andy. Acabo de llamar a la torre y no hay nada en el sistema. Pas probléme, Rudi estará ahorrando combustible. La torre ha dicho que me llamará tan pronto como los vea. ¿Hay algo sobre alguno de los otros?

—Acabamos de enterarnos de que Mac sigue en Kowiss. —Gavallan pudo oír una exclamación sobresaltada seguida de una sarta de tacos—Estoy de acuerdo contigo. Ya te llamaré. —Marcó el número de Kuwait—. ¿Está Genny contigo, Charlie?

—No, se encuentra en el hotel, Andy y yo...

—Acabamos de enterarnos de que Mac está todavía en Kowiss y..

—¡Santo Cielo! ¿Qué ha ocurrido?

—No lo sé, todavía sigue transmitiendo. Te volveré a llamar cuando tenga algo definitivo. No se lo digas aún a Genny. Hasta luego.

De nuevo, la angustiosa espera. De repente, la HF cobró vida.

—Teherán, aquí Kowiss, habla el capitán Mclver. Adelante.

—Kowiss, Teherán, llevamos llamando toda la mañana. Agha Siamaki ha estado intentando comunicar con usted. Estará de regreso dentro de una hora más o menos. Rogamos confirme que ordenó la presentación de los cuatro «212» en Kowiss.

—Teherán, al habla Kowiss, Bandar Delam manténgase también a la escucha. —La voz de Mclver era más pausada y clara, pero irritada en extremo—. Confirmo. Tengo a todos mis «212», repito, a todos mis

«212» bajo mi control. A todos ellos. No estaré disponible para hablar con Agha Siamaki ya que tengo la autorización para despegar con dirección a Teherán junto con el ministro Kia, pero esperamos que Agha Siamaki acuda a recibir el «206» en el Internacional de Teherán. Dentro de unos momentos cerraremos para que se efectúen reparaciones, por orden de las autoridades, y operaremos únicamente con la VFR. Para su información, el capitán Ayre partirá dentro de cinco minutos en dirección a Rig Abu Sal transportando repuestos y el capitán Lochart permanecerá en Standbv para recibir mis «212» de Bandar Delam. ¿Ha tomado nota, Teherán?

—Afirmativo, capitán Mclver, pero, ¿querrá por favor...? Mclver le cortó en seco.

—¿Ha tomado nota, Numir, o acaso se está mostrando más inepto que de costumbre?

—Sí, pero debo insistir en que hemos de...

—¡Estoy harto de todas estas tonterías! Soy el director gerente de toda esta operación y mientras sigamos trabajando en Irán, así es como se hará, con sencillez, directamente y sin alharacas. Kowiss se dispone a cerrar para proceder a las reparaciones según lo ordenado por el coronel Changiz y nos comunicaremos tan pronto como volvamos a estar en el aire. Permanezca en este canal, pero manténgalo libre para pruebas. Todo se desarrollará tal como ha sido planeado. ¡Fuera y corto!

En ese mismo instante, la puerta se abrió y apareció Starke y una enfermera, joven y desconcertada tras él. Manuela se había quedado de piedra. Gavallan, se levantó de un salto y le ayudó a sentarse. Llevaba el pecho cubierto de vendajes. Vestía sólo el pantalón del pijama y un batín suelto.

—Estoy bien, Andy —dijo Starke y luego dirigiéndose a Manuela—: ¿Cómo estás tú, cariño?

—¿Estás loco, Conroe?

—Nada de eso, Andy. Dime qué está ocurriendo.

—En realidad no podemos hacernos respons... —empezó a decir la enfermera.

—Prometo que estaré tan sólo un par de horas y que tendré un cuidado extremo —dijo pacientemente Starke—. Haz el favor de acompañarla de nuevo al coche, Manuela, ¿quieres, cariño? —La miró con esa mirada especial que los maridos tienen para sus mujeres y éstas para sus maridos cuando no es el momento de discusiones.

Manuela se levantó al instante y salió, llevándose consigo a la enfermera.

—Lo siento, Andy. No podía aguantar por más tiempo. ¿Qué está pasando? —dijo Starke una vez ellas hubieron salido.

En Kowiss: 10.48 de la mañana.

Mclver bajó la escalera de la torre, sintiéndose enfermo, vacío y sin tener la seguridad de poder llegar hasta el «206», y mucho menos de llevar el plan a cabo. «Tienes que hacerlo —se dijo—. Saca fuerzas de flaqueza.»

El mollah Hussain aún seguía hablando con Kia, apoyado en el coche, su «AK47» colgado del hombro.

—Todo está preparado, ministro —dijo Mclver—. Naturalmente, si Su Excelencia Hussain está de acuerdo.

—Sí, hágase la Voluntad de Dios —respondió Hussain con extraña sonrisa. Alargó cortés la mano—. Adiós, ministro Kia.

—Adiós, Excelencia —dijo Kia, y dando media vuelta, se dirigió con paso enérgico al «206».

McIver, incómodo, alargó a su vez la mano al mollah.

—Adiós, Excelencia.

Hussain se volvió a mirar cómo Kia subía a la carlinga. De nuevo apareció la extraña sonrisa.

—Está escrito: «Los molinos del Señor muelen despacio, pero muelen extraordinariamente fino.» ¿No es así, capitán?

—Sí. ¿Por qué lo dice?

—Como regalo de despedida. Puede decírselo a su amigo Kia.

—No es amigo mío. Y, ¿por qué, entonces?

—Es usted prudente al tenerlo por amigo. ¿Cuándo volverá a ver al capitán Starke?

—No lo sé. Espero que pronto. —McIver vio al mollah mirar de nuevo en dirección a Kia y su inquietud aumentó—. ¿Por qué?

—Me gustaría verle pronto. —Hussain se colgó el arma al hombro. Se dirigió al coche y subió a él alejándose con sus Green Bands.

—¿Capitán? —Era Pavoud. Estaba tembloroso y sobresaltado.

—Sí, Mr. Pavoud, un momento. ¿Freddy? —McIver hizo señas a Ayre que se acercó presuroso—. ¿Sí, Mr. Pavoud?

—Dígame, por favor, ¿por qué se ha cargado en los «212» repuestos, equipaje y todos los...?

—¡Cambio de personal! —le interrumpió McIver ignorando el bizqueo de Ayre—. Estoy esperando que lleguen aquí cuatro «212» de Bandar Delam. Más vale que se disponga a hacer los arreglos oportunos. Cuatro pilotos y cuatro mecánicos. Se les espera dentro de unas dos horas.

—Pero aquí no tenemos manifiesto alguno ni motivo para...

—¡Hágalo! —La tensión de McIver volvió a subir al punto de ebullición—. ¡Soy yo quien da las órdenes! ¡Yo! ¡Yo, personalmente! ¡He ordenado que mis «212» se presenten aquí! ¿A qué diablos estás esperando, Freddy! ¡Ponte en marcha con tus repuestos! —McIver se alejó furioso con Ayre, rezando para que Pavoud hubiese quedado convencido.

—¿Qué demonios está pasando, Mac?

—Espera a que lleguemos junto a los demás.

Cuando McIver llegó a los «212», dio la espalda a Pavoud, que seguía en los escalones de la oficina, y les comunicó lo que pasaba. —Nos veremos en la costa.

—¿Te encuentras bien, Mac? —dijo Ayre, preocupado por el color de su cara.

—Claro que me encuentro bien. ¡En marcha!

En los alrededores de Bahrein: 10.59 de la mañana.

Rudi y Pop Kelly seguían en tándem, luchando contra el viento, pendientes de sus motores, las válvulas de combustible marcando vacías y encendidas las luces rojas de alerta. Hacía ya media hora que los dos se habían inmovilizado. Los mecánicos habían abierto las portezuelas de la cabina y quitado los tapones del depósito, todo ello con medio cuerpo fuera. Luego, desenrollaron las mangueras e introdujeron la boquilla en el cuello del depósito, metiéndose de nuevo en la cabina. Con las bombas provisionales habían bombeado laboriosamente el primero de los bidones de ciento cincuenta litros, hasta la última gota. Luego, el segundo. Ninguno de los mecánicos había repostado jamás en el aire de aquella manera. Ambos vomitaron violentamente una vez hubieron terminado. Pero la operación había resultado un éxito.

La niebla seguía siendo densa; el oleaje del mar, embravecido por el viento, y salvo el momento crucial de repostar, todo había sido pura rutina. Avanzaba lentamente. Buscaban el alcance máximo, ajustaban, volvían a ajustar incesantemente y rezaban. Rudi no sabía nada de Dubois o de Sandor. Uno de los jets de Rudi escupió, pero recuperó su ritmo de inmediato.

Faganwitch hizo una mueca.

—¿Hasta dónde hemos de llegar?

—Demasiado lejos —respondió Rudi que conectó su VHF rompiendo el silencio de su radio—. Pop, cambia a HF, escucha —dijo rápidamente y cambió—. Sierra Uno, habla Delta Uno, ¿me recibís?

—Fuerte y claro, Delta Uno —volvió al punto la voz de Scot—. Adelante.

—Off Boston a doscientos cincuenta, rumbo 185, combustible bajo. Delta Dos está conmigo. Tres y Cuatro van por su cuenta.

Off Boston, su clave por Bahrein.

—Bienvenidos desde Gran Bretaña a las tierras soleadas, G-HTXX y G-HJZI, repito, G-HTXX y G-HJZI, Jean-Luc os está esperando. No tenemos noticias de Delta Tres y Cuatro.

—HTXX y HJZI. —Rudi acusó recibo de inmediato de sus nuevas señales de llamada británicas—. ¿Qué hay de Lima Tres y Kilo Dos?

Lima correspondía a los tres de Lengeh y Kilo a los dos de Kowiss.

—Sin noticias salvo de Kilo Dos, se encuentra todavía en su lugar. —Rudi y Pop Kelly se sobresaltaron.

—Aquí Cuartel General de Teherán —escucharon de repente, seguido rápidamente de la voz de Siamaki—. Aquí Teherán, ¿quién está llamando por este canal? ¿Quién es Kilo Dos y Lima Tres? ¿Quién Sierra Uno?

La voz de Scot se interpuso estentórea.

—No te preocupes, HTXX, algún estúpido está utilizando nuestro canal. Telefonéanos tan pronto como aterrices —añadió para ponerles en guardia frente a una charla innecesaria.

—¡Bancos de arena delante, HTXX! —intervino excitado Pop Kelly.

—Ya los veo, Sierra Uno, HTXX, ahora estamos casi en la costa.

Uno de los motores de Rudi volvió a escupir, esa vez peor que antes, pero se recuperó en seguida. Las agujas del contador de revoluciones giraban como borrachas. Luego Rudi, a través de la niebla, divisó la costa, una punta de tierra y algunos bancos de arena y finalmente la playa. Supo al punto dónde estaba.

—Tú ocúpate de la torre, Pop. Sierra Uno, decid a Jean-Luc que...

En el Cuartel General de Al Shargaz

Gavallan estaba ya marcando Bahrein y a través del altavoz se seguía oyendo a Rudi que proseguía con acento apremiante.

—... me encuentro en el punto noroeste de la playa de Abu Sabh, hacia el Este... —Una explosión de ruidos y luego silencio.

—¿«Gulf Air de France»? —dijo Gavallan al teléfono—. Jean-Luc, por favor, Jean-Luc. Soy Andy, Rudi y Pop están... Standby One...

—Sierra Uno —llegó con fuerza la voz de Kelly—. Estoy siguiendo a Delta Uno abajo, ha tenido que...

—Habla Teherán, ¿quién ha tenido que bajar y dónde? ¿Quién esta llamando por este canal? Aquí Teherán llamando...

En la playa de Bahrein

La playa era de fina arena blanca, pero en aquella parte se encontraba casi desierta, navegando muchos barcos de vela y otras embarcaciones de placer, infinidad de surfistas aprovechando la hermosa brisa, el día fragante. En la parte alta de la playa se alzaba el «Hotel Starbreak», de un blanco deslumbrante, con palmeras, jardines y sombrillas multicolores dispersas por todas las terrazas y las playas El «212» de Rudi surgió rápido de la niebla, los rotores girando enloquecidos y los jets escupiendo, perdida ya toda utilidad. Su línea de descenso le ofrecía escasa elección, aunque se sentía agradecido de tener que aterrizar y no de amerizar. La playa se precipitaba hacia ellos y Rudi eligió el punto exacto en el que caer, junto a una sombrilla solitaria, hacia la parte más alta de la playa, próxima a la carretera. Ahora iba con el viento, muy cegado, se afirmó. Accionó el colector alterando el cabeceo de las palas para lograr un ascenso momentáneo que le permitiera amortiguar la caída y patinó unos metros hacia delante sobre el terreno desigual, golpeó ligeramente pero no lo bastante para causar avería alguna. Ya estaban a salvo.

—Por todos los demonios... —dijo Faganwitch respirando de nuevo, el corazón, enloquecido todavía, el esfínter obturado.

Rudi inició el cierre, en un silencio misterioso, con las manos y las rodillas temblorosas. En la playa, los bañistas y la gente que se encontraban en las terrazas se habían puesto de pie y los miraban. Entonces, Faganwitch lanzó una exclamación, sobresaltándole. Se volvió y también lanzó una exclamación.

Cubría sus ojos con gafas oscuras, y poco más había debajo de su sombrilla. No llevaba la parte superior del bikini y tampoco la inferior, rubia y bella, apoyada sobre un codo, observándoles. Luego, se levantó con calma y se endosó, a modo de excusa, la parte superior de un bikini.

—¡Caramba...! —Faganwitch se había quedado mudo.

—Lo siento, me he quedado sin combustible —dijo Rudi con voz ronca, saludando con la mano.

Ella se echó a reír, pero, entonces, Kelly cayó del cielo estropeándolo todo. Ambos lo maldijeron mientras el viento de sus rotores sacudía la sombrilla y el largo cabello de ella, haciendo volar la toalla y levantando arena por doquier. También Kelly la vio, retrocedió, cortés, más hacia la carretera y, tan deslumbrado como los otros, aterrizó rápidamente un metro más arriba.

En el puerto internacional de Bahrein: 11.13 de la mañana.

Jean-Luc y el mecánico Rod Rodrigues salieron corriendo del edificio v cruzando el asfalto se dirigieron hacia un pequeño camión cisterna con la marca GAdeF, «Gulf Air de France», que habían obtenido prestado. En aquel aeropuerto había mucho movimiento, imponente la moderna terminal y los edificios adyacentes de centelleante blancura. Muchos jets de diversas nacionalidades cargando y descargando, un jumbo TAL que acaba de aterrizar.

—On y va, en marcha —dijo Jean-Luc.

—Desde luego, Sayyid.

El conductor subió el volumen del intercomunicador y con un suave giro puso el motor en marcha y se puso en movimiento.

Era un joven cristiano palestino, delgado, con gafas oscuras y el mono de la compañía.

—¿Adónde vamos?

—¿Conoces la playa Abu Sabh?

—Sí, claro, Sayyid.

—Dos de nuestros helicópteros han aterrizado allí por falta de combustible. ¿Vamos hacia allá?

—!Ya casi estamos! —El conductor hizo un cambio de velocidades y aceleró. A través del altavoz del intercomunicador se oyó—: ¿Alpha Cuatro? El conductor cogió con una mano el micro y con la otra siguió conduciendo alegremente—. Aquí Alpha Cuatro.

—Ponme con el capitán Sessone.

Jean-Luc reconoció la voz de Mathias Delarne, el gerente de «Gulf Air de France» en Bahrein... Un viejo amigo de los tiempos de las Fuerzas Aéreas Francesas y Argelia.

—Al hablar Jean-Luc, viejo amigo —dijo en francés—. La torre me ha llamado para decirme que acaba de entrar otro helicóptero en el sistema en la dirección que tú esperabas, Dubois o Petrofi, ¿eh? La torre sigue llamando pero todavía no han podido establecer contacto.

—¿Sólo uno? —Jean-Luc se sintió preocupado de repente.

—Sí. Se encuentra en el acercamiento correcto al helipuerto 16. El problema de que hablamos, ¿eh?

—Sí —Jean-Luc había informado a su amigo de lo que realmente estaba sucediendo y del problema de la matriculación Mathias, di a la torre por mí que se trata de un G-HTTE en tránsito —dijo dando la tercera de sus cuatro señales de llamada distribuidas—. Luego, telefonea a Andy y dile que enviaré a Rodrigues para que se ocupe de Rudi y Kelly. Nosotros lo haremos de Dubois o Sandor, tú y yo. Tráete el segundo lote de combustible. ¿Dónde nos encontramos?

—Dios mío, Jean-Luc, después de esto tendremos que alistarnos en la Legión Extranjera. Reúnete conmigo delante de la oficina.

Jean-Luc se dio por enterado y colgó el «micro» en su sitio.

—¡Para aquí! —El camión se detuvo al instante y a punto estuvieron Rodrigues y Jean-Luc de salir de estampía por el parabrisas—. Ya sabes lo que tienes que hacer, Rod. —Saltó del camión—. ¡En marcha!

—Escucha, prefiero caminar y... —El resto se perdió en el aire al volver corriendo Jean-Luc y ponerse en marcha de nuevo el camión con un chirrido de neumáticos, atravesando veloz la verja para salir a la carretera que conducía hacia el mar.

En la torre de Kowiss: 11.17 de la mañana.

Lochart y Wazari observaban el ya lejano «206» de Mclver para sobrevolar las montañas Zagros.

—Kowiss, aquí HCC —decía Mclver a través de la VHF—. Ahora salimos de vuestro sistema. Buenos días.

—HCC, Kowiss. Buenos días —dijo Wazari.

—Bandar Delam, aquí Teherán. ¿Tiene ya noticias de Kowiss? —se oyó a través del altavoz de HF en farsi.

—Negativo. Al Shargaz, aquí Bandar Delam, ¿me reciben? Ruidos, luego la llamada repetida. Y de nuevo silencio.

Wazari se secó el sudor de la cara.

—¿Cree que el capitán Ayre estará todavía en su punto de encuentro? —preguntó terriblemente ansioso de agradar. No era difícil darse cuenta de que a Lochart no le caía bien o que, al menos, desconfiaba de él—. ¿Eh?

Lochart se limitó a encogerse de hombros, pensando en Teherán y lo que tenía que hacer. Había dicho a Mclver que enviaría a los dos mecánicos con Ayre.

—Por si me capturan, Mac, o descubren a Wazari o nos traiciona. —No hagas ninguna estupidez, Tom, como por ejemplo irte a Teherán en el «212», con o sin Wazari.

—No hay manera de que pueda largarme a Teherán sin alertar a todo el sistema y hacer fracasar Torbellino. Tendría que repostar y me detendrían.

«¿Habrá alguna forma?», se preguntaba, y se dio cuenta de que Wazari le observaba.

—¿Qué?

—Le preguntaba si el capitán Mclver le dará alguna señal o le llamará cuando haya soltado a Kia. —Lochart se limitó a mirarle, lo que impulsó a decir a Wazari quejumbroso—. Maldición... ¿Acaso no comprenden que son ustedes mi única esperanza de poder salir de aquí...?

Los dos hombres dieron rápidamente media vuelta, sintiendo que los miraban. Pavoud los espiaba a través de los barrotes de la escalera.

—Conque ésas tenemos —dijo tranquilamente—. Es la Voluntad de Dios. Los dos han quedado atrapados en sus traiciones.

Lochart avanzó un paso.

—No sé de qué te preocupas —empezó a decir con la garganta seca—. No hay nad...

—Estáis atrapados. ¡Tú y el Judas! ¡Os estáis yendo todos, os estáis fugando con nuestros helicópteros!

Wazari tenía la cara contraída.

—¿Judas, eh? —dijo entre dientes—. ¡Sube aquí tu trasero comunista! ¡Lo sé todo de ti y de tus camaradas tudeh!

Pavoud se quedó lívido.

—Estás diciendo tonterías. Tú eres el que estás atrapado, tú eres... —Tú eres el Judas, asqueroso bastardo comunista. El cabo Alí Fedagi es mi compañero de cuarto. Es el comisario en la base y tu jefe. Lo sé todo de ti..., hace meses intentó que me hiciera del partido. ¡Arriba con ese trasero! —Al ver vacilar a Pavoud, Wazari le advirtió—. Si no lo haces de inmediato, llamaré al Comité y descubriré todo lo relacionado contigo, con Fedagi y también con Mohammed Berani y una docena más y me importa una mierda... —Sus dedos se acercaron al transmisor de VHF.

—¡No! —dijo Pavoud jadeante, y subió al rellano, tembloroso.

Por un instante no pasó nada. Pero Wazari, de repente, agarró al quejumbroso y petrificado individuo empujándole hacia un rincón y cogió una llave inglesa que se dispuso a descargar sobre su cabeza. Lochart detuvo el golpe justo a tiempo.

—¿Por qué me lo ha impedido? —Wazari temblaba de miedo—. ¡Nos traicionará!

—No es necesario..., no es necesario eso. —De momento Lochart encontraba difícil hablar—. Ten paciencia. Escucha, Pavoud, si tú callas, nosotros callamos.

—Juro por Dios que, desde luego no dira..

—Uno no puede fiarse de estos bastardos —dijo Wazari entre dientes.

—¡No me fío! —dijo Lochart—. ¡De prisa, escríbelo todo! ¡De prisa! Todos los nombres que puedas recordar. De prisa..., y haz tres copias. —Lochart puso una pluma en la mano del joven. Wazari vaciló un instante y luego cogiendo el bloc empezó a garrapatear. Lochart se acercó más a Pavoud que se encogió todavía más, suplicándole misericordia—. Cállate y escucha, Pavoud. Haré un trato, si tú no dices nada, nosotros tampoco lo haremos.

—¡Por Dios! ¡Claro que no diré nada, Agha! ¿Acaso no he servido con lealtad a la compañía, con lealtad durante todos estos años, no he hecho nada..?

—¡Embustero! —dijo Wazari, añadiendo luego ante el asombro de Tom—: Te he oído, a ti y a los otros, mentir, engañar, babear detrás de Manuela Starke y espiándola por la noche.

—Mentiras, no son más que mentiras, no crea por un mom... —¡Cállate, bastardo! —ordenó Wazari.

Pavoud obedeció, aterrado por el veneno que destilaba Wazari y se acurrucó en un rincón.

Lochart apartó la mirada de aquel hombre tan falso y cogiendo una de las listas se la metió en el bolsillo.

—Tú guárdate una, sargento. Toma —dijo luego a Pavoud metiéndole prácticamente la tercera en la cara. El hombre intentó retroceder sin conseguirlo y cuando le puso la lista en la mano gimió y la soltó como si quemara—. Si nos detienen, te juro ante Dios que le entregaré ésta al primer Green Band que vea y no olvides que los dos hablamos farsi y que conozco a Hussain. ¡Entendido! —Pavoud asintió, atontado. Lochart se inclinó, cogió la lista y se la metió al hombre en el bolsillo—. ¡Siéntate allí! —Indicó un asiento que había en un rincón y limpiándose las sudorosas manos en los pantalones, cambió a VHF y cogió el «micro».

—Kowiss llamando a los helicópteros procedentes de Bandar Delam, ¿me reciben? —Lochart esperó, repitiendo luego la llamada. Y por último—: Torre, aquí la base, ¿me reciben?

Al cabo de una pausa, se escuchó una voz, con un fuerte acento. —Sí, le escuchamos,

—Estamos esperando cuatro helicópteros de Bandar Delam. Solo van equipados con VHF. Voy a subir al aire para tratar de comunicar con ellos. Estaremos fuera de la frecuencia hasta que regrese, acuerdo?

—De acuerdo.

Lochart cortó.

—Kowiss, aquí Teherán, ¿me reciben? —se oyó a través de la —¿Qué hacemos con él? —preguntó Lochart. Los dos miraron a Pavoud que pareció encogerse en su asiento.

Wazari sentía más que nunca aquel espantoso dolor detrás del ojo. Voy a tener que matar a Pavoud, ésa es la única manera de demostrarle a Lochart que estoy de su lado,

—Yo me ocuparé de él —dijo al tiempo que se ponía en pie.

—No —dijo Lochart —Vas tomarte el resto del día libre, Pavoud. Irás abajo y les dirás a los otros que estás enfermo y que te vas a casa. No dirás nada más y te marcharás de inmediato. Podemos verte desde aquí y también oírte. Si nos traicionas, ¡por Dios Nuestro Señor que tu y todos los demás hombres de la lista seréis denunciados!

—Jure que usted..., jurará... —Las palabras salían precipitadas de su boca—. ¿Jura que no se lo dirá a nadie? ¿Lo jura?

—¡Lárgate a casa! ¡Y es tu cabeza la que te juegas, no la nuestra ¡Vamos, lárgate!

Le observaron salir de allí a toda prisa. Y cuando le vieron pedaleando lentamente carretera abajo en dirección a la ciudad, respiraron algo más tranquilos.

—Debimos matarle. Debimos hacerlo, capitán. Yo lo hubiera hecho.

—De esta forma es igualmente seguro y..., bueno, matándole no hubiéramos solucionado nada. «Y tampoco me habría ayudado a con Sharazad», se dijo Lochart.

De nuevo por la HF, de nuevo la importuna llamada.

—Kowiss, aquí Bandar Delam, ¿me reciben?

—No es seguro dejar a estos bastardos emitiendo, capitán. Tarde o temprano la torre los captará, por muy ineficaces y poco experimentado que sean.

Lochart se concentró en el problema.

—Transmite por la HF por un instante, sargento, simula ser un mecánico de radio fastidiado porque le han estropeado el día de fiesta. Diles, en farsi, que cierren el pico, que por todos los diablos se manten gan alejados de nuestro canal hasta que lo hayamos reparado, que ese lunático de Lochart ha despegado solo para comunicarse por la VHF con los cuatro helicópteros, tal vez alguno de ellos haya sufrido alguna avería y los otros se encuentren en tierra con él. ¿De acuerdo?

—Claro. —Wazari cumplió perfectamente. Una vez hubo desconectado, se sujetó la cabeza con las dos manos ya que el dolor era lacerante. Luego miró a Lochart.

—¿Confía ahora en mí?

—Sí.

—¿Puedo ir con usted? ¿De veras?

—Sí. —Lochart le alargó la mano—. Gracias por la ayuda.

Arrancó el cristal de la frecuencia HF de la compañía, lo rompió colocándolo de nuevo y luego sacando la clavija de la VHF se la guardo. —Vamos.

Una vez abajo, se detuvo un momento en la oficina.

—Voy a volar —dijo a los tres empleados que le miraban de una manera extraña—. intentaré conectar con los helicópteros de Bandar a través de la VHF. —Ninguno de los tres hombres dijo palabra, pero Lochart tuvo la sensación de que también ellos conocían el secreto. Luego se volvió hacia Wazari—: Te veré mañana, sargento.

—Espero que no le importe que me vaya, me duele la cabeza.

—Te veré mañana.

Lochart abandonó la oficina, consciente del escrutinio, para dar a Wazari tiempo suficiente de simular que se iba a su casa, cuando, en realidad, iría por detrás del hangar y se deslizaría a bordo.

—Una vez fuera de la oficina, todo depende de ti —le había dicho Lochart—. Yo no miraré en la cabina. Sencillamente, despegaré,

—¡Que Dios nos ayude a todos, capitán!

Torbellino
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