CAPÍTULO XL

En Zagros Tres: 4.05 de la tarde.

Lochart se encontraba apoyado contra la carlinga del «212» a la espera de despegar de nuevo con destino a Rig Rosa con otro cargamento de tuberías. El cielo estaba absolutamente despejado, las montañas aparecían tan nítidas y perfiladas que tenía la impresión de que si alargaba la mano, podría tocarlas. Miró a Rodrigues, su mecánico, quien, arrodillado sobre la nieve, examinaba un panel de inspección en la panza.

—Hace una tarde para esquiar o deslizarse en tobogán, Rod, no para trabajar.

—Hace una tarde para largarse de aquí rápidamente, Tom.

—Tal vez no tengamos que hacerlo —dijo Lochart. Desde el domingo en que se enfrentara con el Khan Nitchak no había vuelto a saber de él ni de nadie de la aldea—. Puede ser que el comité cambie de idea o que Mac consiga que cancelen la orden. Es estúpido que nos expulsen cuando necesitan todo el petróleo que puedan extraer y el nuevo pozo de Rosa es un verdadero regalo del cielo... Jesper Almqvist aseguró que calculaba que se podría bombear dieciocho mil barriles diarios cuando estuviera en pleno funcionamiento. Eso representa casi trescientos sesenta mil dólares diarios, Rod.

—A los mollahs les importa un bledo el petróleo o cualquiera otra cosa que no sea Alá, el Corán o el Paraíso. Eso lo has repetido un millón de veces —dijo Rodrigues mientras limpiaba una mancha de petróleo—. Debimos habernos ido todos con Jesper a Shiraz, y luego haber salido del país definitivamente. No nos quieren aquí. A Nasiri le volaron la cabeza, ¿no? ¿Y por qué? Era un buen tipo, jamás hizo daño a nadie. Nos han dicho que nos vayamos, ¿a qué diablos estamos esperando?

—A lo mejor el comité ha cambiado de parecer. Once yacimientos dependen de nuestro servicio.

—Los yacimientos funcionan en los mínimos, todo el personal está nervioso por salir con mil diablos de aquí y, de cualquier manera, hace semanas que no ha habido reemplazos. —Rodrigues se puso en pie, se sacudió la nieve de las rodillas y empezó a quitarse la gasolina de las manos—. Es estúpido permanecer donde no te quieren. El joven Scot actúa de manera muy extraña... y, pensándolo bien, también tú.

—Bobadas —dijo Lochart. No había hablado con nadie sobre lo que Scot le contara de lo sucedido realmente en la plaza de la aldea. Se sintió inquieto de nuevo, por Scot, por la base, por Sharazad, por «HBC» y siempre por Sharazad de nuevo.

—Nada de bobadas —estaba diciendo Rodrigues—. Tú has estado terriblemente nervioso desde que regresaste de Teherán. Quieres quedarte en Irán, de acuerdo, Tom, eso es diferente, estás casado en Irán. Pero yo quiero irme.

Lochart, reacio, apartó su pensamiento de Sharazad. Vio el temor reflejado en la cara de su amigo.

—¿Cuál es el problema, Rod?

El corpulento Rodrigues se apretó el cinturón sobre la ya incipiente «curva de la felicidad» y volvió a cerrarse la parka.

—Estoy condenadamente inquieto con mis documentos de identidad falsos, Tom. Mierda, tan pronto como abra la boca, sabrán que no soy británico. Todos mis permisos están caducados. Algunos de los otros muchachos se encuentran en mi misma situación, sólo que yo soy el único americano que hay aquí. Di una charla en la escuela sobre los Estados Unidos, y los malditos mollahs y Jomeiny dicen que soy Satanás..., ¡yo, católico a machamartillo! Te aseguro que me paso las noches en vela.

—¿Por qué no dijiste eso antes? No es necesario que te quedes, Rod. Está previsto que el «212» salga mañana. ¿Qué te parece si te vas con Scot? Una vez en Al Shargaz, puedes pedir el traslado a Nigeria, Kenya o adonde diablos te parezca.

Rodrigues permaneció callado por un instante; su gesto era sombrío. —Me gustaría hacerlo así, Tom. Desde luego, si puedes autorizarlo, me quitarás un gran peso de encima.

—Dalo por hecho. Hemos de enviar a un mecánico, ¿por qué no tú? Tienes la antigüedad necesaria.

—Gracias, sí, gracias, Tom —dijo Rodrigues con el rostro resplandeciente—. No me queda más que tensar el pedal y estará como nuevo. Abajo, en el helipuerto de carga, Lochart vio que el cargamento de tuberías estaba ya preparado. Dos trabajadores iraníes se encontraban esperando para enganchar el garfio en la anilla del perno. Se dispuso a entrar en la carlinga, pero se detuvo al ver a dos hombres que subían rápidamente por el sendero de la aldea, a cien metros de distancia. Se trataba del Khan Nitchak y de otro hombre enarbolando una carabina. Incluso desde aquella distancia, era fácil distinguir el brazalete verde.

Lochart anduvo hacia ellos, preparando su mente para pensar y hablar en farsi.

—Salaam, Kalandar, Salaam, Agha —dijo dirigiéndose al otro hombre, también barbudo pero mucho más joven.

—Salaam —repuso Nitchak—. Se os ha concedido hasta la quinta puesta de sol.

Lochart trató de disimular su sobresalto. Era martes, de manera que el quinto día sería el domingo.

—Pero Excelencia, el...

—Hasta la quinta puesta de sol —repitió el Green Band sin el menor miramiento—. No podéis trabajar ni volar en el Día Santo, así que más os vale dedicaros a dar gracias a Dios y si al llegar la quinta puesta de sol a partir de esta noche no se han ido todos los extranjeros con sus aparatos, se abrirá fuego contra la base.

Lochart se limitó a mirarle. Detrás del hombre estaba la cocina y vio salir a Jean-Luc de allí y dirigirse hacia ellos.

—En cuatro días laborables será muy difícil, Agha y no cre...

—Insha'Allah.

—Si nos vamos, el trabajo quedará paralizado en todos los yacimientos. Sólo nosotros podemos llevarles suministros a sus hombres. Eso perjudicará a Irán y no cr...

—El Islam no necesita petróleo. Los extranjeros necesitan petróleo.

Cinco puestas de sol. La responsabilidad será toda suya si se quedan.

El Khan Nitchak miró al Green Band de soslayo.

—Quiero ir con este hombre a ver al kalandar de los extranjeros italianos, Agha —dijo luego a Lochart—. Quisiera ir ahora, por favor.

—Será un honor para mí, kalandar —repuso Lochart al tiempo que pensaba, «Mimmo Sera ha estado en las montañas durante años, él sabrá qué hacer»—. Tengo un cargamento de tuberías para entregar en Rig Rosa. Podremos partir de inmediato.

—¿Tuberías? —dijo con tono grosero el joven—. No se necesitan tuberías. Vamos directamente. Nada de tuberías.

—«IranOil» ha dicho que llevemos tuberías, y las tuberías irán. El Ayatollah Jomeiny ordenó que se normalizara toda la producción de petróleo..., ¿por qué le desobedece el comité?

El joven miró malhumorado al Khan.

—Es la Voluntad de Dios. El Ayatollah es el Ayatollah, los comités le obedecen solo a él —dijo el Khan sin inmutarse—. Pongámonos en marcha Agha.

Lochart apartó la mirada del joven.

—Muy bien. Partiremos ahora mismo.

—Salaam, kalandar —dijo Jean-Luc reuniéndose con ellos—. ¿Qué han contestado, Tom? —preguntó en inglés.

—El domingo a la puesta del sol. Para entonces tenemos que habernos ido. Y el viernes no podemos volar.

Jean-Luc contuvo una palabrota.

—¿Ninguna posibilidad de negociación?

—Ninguna. A menos que quieras discutir con ese tipo.

El joven de la pistola devolvió con insolencia la mirada a Jean-Luc.

—Dile a ese hijo de perra que apesta. Lochart ya había percibido un leve olor a ajo.

—Dice que tus guisos huelen formidablemente, Jean-Luc. Escucha, quieren ir a ver a Mimmo Sera. Estaré de vuelta tan pronto como me sea posible, y entonces decidiremos qué hacer. Ya podemos irnos, kalandar —dijo en farsi al tiempo que abría la portezuela de la cabina.

—Mirad —dijo de repente Rodrigues señalando hacia el Norte, a las alturas de las montañas. Vieron ascender humo al cielo—. ¿No es Maria?

—Puede ser Bellissima —dijo Jean-Luc.

El Khan Nitchak escudriñaba la lejanía.

—Eso está cerca de donde vamos ahora, ¿verdad?

El viejo pareció preocupado.

—Tal vez fuera preferible que llevara las tuberías en su próximo vuelo, piloto. Hace días que sabemos que por las colinas se están infiltrando izquierdistas para hacer sabotaje y provocar disturbios. Anoche, a uno de mis pastores lo degollaron y le arrancaron los genitales... He enviado hombres a la captura de los asesinos.

Subió a la cabina con expresión inexorable seguido del Green Band. —Saca el «206», Rod —dijo Lochart—. Permanece atento a la HF, Jean-Luc. Me comunicaré contigo.

—Oui, pas probléme. —Jean-Luc volvió a mirar en dirección al humo,

Lochart dejó en la base el cargamento de tuberías y enfiló rápidamente hacia el Norte. En efecto, había un incendio en Bellissima. Desde lejos podían verse llamas de diez metros que salían de uno de los remolques que, seco como la yesca por la falta de humedad ambiental, había ardido prácticamente en su totalidad. A un lado, cerca de las instalaciones de perforación, había otro incendio. Y en las proximidades del cobertizo de la dinamita, yacía un cuerpo sobre la nieve. Arriba, dominando la base, la cima nevada de la montaña, remodelada por la explosión de Pietro y la subsiguiente avalancha, parecía benévola. Abajo, el barranco descendía hasta dos mil quinientos metros.

Al acercarse más pudo ver a una media docena de personas que bajaban corriendo por el sendero zigzagueante que conducía al valle..., todas ellas iban armadas. Sin dudarlo un instante, descendió y fue tras ellos. Los alcanzó rápidamente. Ya los tenía exactamente delante de él..., y maldijo para sus adentros por no volar en un caza, los habría barrido a todos sin compasión. Seis hombres barbudos con indumentaria tribal indefinida. De repente, vio que un hombre se detenía y en seguida el centelleo familiar en la boca del arma. Se alejó de inmediato iniciando una acción evasiva y al retornar de nuevo a mayor altura y más seguro, aquella gente había desaparecido.

Volvió la cabeza, mirando hacia la cabina. El Khan Nitchak y el Green Band miraban hacia abajo por las ventanillas laterales, con las narices aplastadas contra los cristales. Les gritó algo pero no consiguió hacerse oír, así que golpeó contra el tabique de cristal que les separaba e hizo señas al Khan Nitchak. El anciano se inclinó hacia delante al tiempo que se sujetaba, incómodo al tener que volar.

—¿Los ha visto? —le gritó.

—Sí..., sí —gritó a su vez el Khan Nitchak—. No son montañeses..., son los terroristas.

Lochart concentró de nuevo su atención en los mandos.

—¿Me oyes, Jean-Luc? —Perfectamente, Tom. Adelante.

Le dijo lo que había visto y que permaneciera a la escucha. Luego se concentró en el aterrizaje, en la inmensidad del barranco, como era habitual, sólo que aquel día había corrientes altas y un viento áspero. Era la primera vez que volvía a Bellissima desde que regresara de Teherán. Con la muerte de Guineppa, Bellissima había alcanzado los mínimos de producción con un solo turno.

Al tomar tierra, vio a Pietro que por su antigüedad ocupaba el puesto de Guineppa, apartarse del fuego junto a las instalaciones y dirigirse presuroso hacia ellos.

—Necesitamos ayuda, Tom —gritó a través de la ventanilla del piloto, casi a punto de llorar—. Gianni ha muerto y hay un par de heridos en el incendio...

—Muy bien, no te preocupes. —Lochart procedió a parar los motores—. En la cabina viene Nitchak con un Green Band. No te pongas nervioso, ¿de acuerdo?

El hombre de más edad asintió.

—¿Qué diablos ha pasado aquí, Pietro? —preguntó, manipulando las clavijas.

—No lo sé..., te aseguro que no lo sé, amito. —Pietro metió prácticamente la cabeza por la ventanilla de la carlinga—. Estábamos almorzando cuando esa stronzo botella de gasolina y un trapo ardiendo entraron por la stronzo ventana y, de pronto, todo empezó a arder. —Se volvió a a mirar hacia allí al tiempo que las llamas alcanzaban un barril medio lleno de petróleo y ascendían como lenguas gigantescas hacia el cielo, escupiendo un humo denso y negro. Los cuatro hombres que luchaban contra el fuego retrocedieron—. Sí, el comedor pronto se vio envuelto en llamas y cuando nos precipitamos afuera, ahí estaban esos hombres, banditos... Maroma empezaron a disparar de modo que todos corrimos para protegernos. Luego, Gianni les vio iniciar un fuego en la sala del generador, cerca de donde está la dinamita..., y corrió para advertirles, pero uno de ellos disparó contra él. Maroma mia, no tenía por qué haberle disparado. Bastardi, stronzi bastardi...

Lochart y los demás bajaron del aeroplano rápidamente. El único ruido que se oía era el del viento, el crepitar de las llamas y el de la única bomba contra incendios en funcionamiento. Pietro había parado todos los generadores y bombas y había procedido a una operación de emergencia en toda la instalación. El techo del remolque se derrumbó lanzando chispas y ascuas por doquier, algunas de ellas sobre los techos cercanos, pero que al estar cubiertos de nieve no ofrecieron peligro alguno. Seguían sin poder dominar el incendio cerca del pozo, alimentado por residuos y vapores de petróleo, altamente peligrosos. Los hombres lo rociaban con espuma pero las llamas seguían avanzando hacia el cobertizo de la dinamita, lamiendo una pared de hierro ondulado.

—¿Cuánto hay ahí, Pietro? —Demasiado..., eso es lo que hay.

—Entonces, saquémoslo.

—Mamma mia... —Pietro siguió a Lochart, protegiéndose las caras con las manos contra las llamas.

Abrieron la puerta de una feroz patada..., no había tiempo para buscar la llave. La dinamita estaba cuidadosamente colocada en cajas. Una docena de ellas. Lochart cogió una y salió, sintiendo el impacto del calor. Uno de los hombres le cogió la caja y corrió a ponerla en lugar seguro mientras Lochart volvía a por otra.

Junto al helicóptero, Nitchak y el Green Band se resguardaban del viento, lejos del peligro.

—Es Voluntad de Dios.

—Es Voluntad de Dios —repitió como un eco el Green Band—. ¿Qué hacemos ahora?

—Hay que tener en cuenta a los terroristas. Y al hombre muerto.

El joven dirigió la mirada hacia el cuerpo caído sobre la nieve, semejante a un muñeco roto.

—Si no hubiera venido a nuestras colinas, no estaría muerto. Es culpa suya el que esté muerto..., y de nadie más. —Una gran verdad.

El Khan Nitchak observaba el incendio y a los hombres luchando contra él. Para cuando Lochart y Pietro hubieron vaciado el cobertizo de la dinamita, el incendio estaba ya controlado.

Lochart se apoyó contra la pared de un remolque para recuperar el aliento.

—Sólo disponemos de tiempo hasta la puesta de sol del domingo, Pietro. Para entonces, tendremos que haber salido de aquí o atenernos a las consecuencias.

La expresión de Pietro se hizo hermética. Miró al Green Band y al Khan Nitchak que se encontraban junto al helicóptero.

—¡Cinco días! Eso me evita tomar una decisión, Tom. Evacuaremos e iremos a Shiraz... vía Rig Rosa o directos. —Pietro hizo un ademán con el puño cerrado, en dirección al incendio, y con la otra mano sobre el bícep—. Por el momento, Bellissima está hundida. Necesitaré a Almqvist para taponar los pozos. Mamnia mia, hay que transportar un montón de hombres. ¡Qué desperdicio! Me alegro de que el viejo Guineppa no esté aquí para vivir este terrible día. Lo mejor es que vaya a ver a Mimmo.

—En seguida, junto con los heridos. ¿Y Gianni? Pietro miró el cuerpo.

—Lo dejaremos aquí hasta el final. Pobre amigo mío —dijo con inmensa tristeza—. No se descompondrá.

En Rig Rosa: Mimmo Sera se encontraba frente al Khan Nitchak y el Green Band en la sala de oficiales, junto con Lochart, Pietro y otros tres mecánicos con antigüedad. Durante media hora, Mimmo, que hablaba bien el farsi, había estado intentando convencer al Green Band del comité para que ampliara el plazo o, de no ser así, permitir que un número de hombres indispensables se quedara mientras él y Lochart le acompañaban a Shiraz a entrevistarse con el jefe de «IranOil».

—¡En el nombre de Dios, basta!

—Pero, Excelencia, sin helicópteros, tendremos que cerrar el campo totalmente y empezar la evacuación de inmediato. Teniendo en cuenta, Excelencia, que el Ayatollah, Dios le bendiga, como también su Primer Ministro Bazargan, quieren que la producción de petróleo vuelva a la normalidad, deberíamos consultar con «IranOil» en Sh...

—¡Basta, Kalandar! —dijo el Green Band dirigiéndose al Khan Nitchak Si estos cerebros de mosquito desobedecen, serás tú quien responda. ¡Estarás acabado, y también Yazdeh y toda tu gente! Si llegada la quinta puesta de sol queda un solo extranjero o una máquina voladora y no habéis prendido fuego a la base, lo haremos nosotros. Luego, haremos arder la aldea por tierra o por aire. Tú —ordenó hosco el Green Band a Lochart— pon en marcha el avión. Regresamos. ¡Ahora mismo!

Salió precipitadamente.

Le vieron alejarse, desolados. Lochart sintió lástima de todos aquellos que habían descubierto petróleo y puesto en marcha los yacimientos, consagrando a ellos tanta energía, talento, dinero y corriendo grandes riesgos. «Escandaloso —se dijo—, pero no tenemos opción. Nada se puede hacer. Evacuaremos. Cancelaré el permiso de Scot y utilizaremos todos los aparatos para llevar a cabo la labor. Trabajaremos como demonios durante cinco días y me olvidaré de Teherán, de Sharazad y de que hoy es precisamente el día de la «Marcha de Protesta» a la que se le ha prohibido asistir.

—Sin tu benevolencia, y ayuda, Kalandar, hemos de irnos —dijo.

El Khan Nitchak vio que todos los ojos se volvían hacia él.

—Tengo que elegir entre la base y mi aldea —repuso con gravedad—. No hay elección. Intentaré encontrar a los terroristas y los llevaré ante la justicia. Entretanto, lo mejor que podéis hacer es no correr riesgos. Esas colinas están llenas de escondrijos.

Se levantó con una gran dignidad y anduvo hacia la puerta, completamente seguro de que ahora ya no tendría que incendiar la base aun cuando si fuese la Voluntad de Dios sabía que lo haría sin un instante de vacilación, tanto si estuviese ocupada como vacía.

Se permitió esbozar el atisbo de una sonrisa. Su plan había sido un absoluto éxito. Todos los extranjeros habían quedado convencidos de que Hassan, el Cabrero, era un auténtico Green Band. Su simulación de la arrogancia y el genio había sido algo digno de ver. También los extranjeros se habían tragado la fábula que urdiera de que los terroristas habían asesinado a un pastor, y él había percibido perfectamente el temor que los embargaba; y también que esos mismos terroristas eran los que habían medio desmantelado el yacimiento de petróleo, el que resultaba más difícil de alcanzar de los once y que, durante las horas oscuras de esa noche esos mismos «terroristas» incendiaron parte de Rig Rosa, desapareciendo luego como por encanto..., es decir, reintegrándose a la vida habitual en la aldea de la que procedían. Y había pensado que al día siguiente, con el alba, el terror habría producido sus frutos y todos los extranjeros estarían forcejeando entre sí por irse. Su evacuación era segura y la paz volvería a imperar en Yazdek.

«Unos verdaderos locos por querer practicar juegos donde sólo nosotros conocemos las reglas. Pero todavía está sin resolver el problema del joven piloto. ¿Fue o no testigo? Los ancianos han aconsejado un "accidente" para solventar las dudas. Ayer hubiera sido la ocasión perfecta cuando el joven salió solo a cazar. Hubiera sido tan fácil que tropezara y cayera sobre su arma... Sí, pero mi mujer me desaconsejó un "accidente".»

—¿Por qué?

—Porque la escuela era algo maravilloso —había dicho ella—. ¿Acaso no fue la primera que jamás hayamos tenido? Sin los pilotos, nunca hubiera existido. Pero ahora nosotros ya sabemos cómo y podemos construir fácilmente una propia; porque los pilotos han sido buenos con nosotros, sin ellos jamás hubiéramos sabido lo que ahora sabemos y tampoco tendríamos una aldea tan rica; y porque creo que ese joven ha dicho la verdad. Yo te aconsejaría que le dejaras ir. No olvides lo que ese joven nos hizo reír con sus historias fantásticas sobre ese lugar llamado Kong, en la tierra llamada China, donde hay mil veces de mil veces de mil veces miles de personas, donde todos tienen el pelo negro, todos tienen los ojos negros y todos comen con trozos de madera.

Recordó cuánto había reído con ella. ¿Como era posible que hubiera tanta gente en una tierra, todos iguales?

—A pesar de todo, aún existe el peligro de que esté mintiendo.

—Entonces, ponle a prueba —le había dicho ella—Todavía tenemos tiempo.

«Sí —se dijo—, quedan cuatro días para descubrir la verdad..., cinco incluyendo el Día Santo.»

Torbellino
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