CAPÍTULO XXXV

En la Base Aérea de Kawiss: 8.11 de la mañana.

Freddy Ayres apretó los puños.

—¡No, por Dios! Ya has oído las órdenes de Mclver. Si de madrugada Starke no está de vuelta, todos los vuelos quedarán suspendidos. Son ya pasadas las ocho de la mañana, Starke no ha regresado, así que tod...

—¡Obedecerás mis órdenes de vuelo! —le gritó Esvandiary, el gerente de «IranOil», resonando su voz por toda la base «S-G»—. Te he ordenado que suministres un nuevo depósito de lodo y tuberías de acuerdo con el contrato de «Guerney» al Rig Si...

—¡No se volará hasta que el capitán Starke haya regresado! —gruñó Ayres.

Se encontraban en la línea de vuelo, cerca de los «212» que Esvandiary había programado para las operaciones de aquel día, los tres pilotos equipados y preparados desde el amanecer, el resto de los expatriados observando con variable actitud de nerviosismo e ira. En derredor de ellos había un camión atestado de Green Bands hostiles y de militares de la base que acababan de llegar con Esvandiary. Cuatro de los hombres de Zataki se encontraban en cuclillas cerca de los helicópteros, pero ninguno de ellos se había movido desde que empezara la disputa, aunque todos la seguían con gran atención.

—¡Todos los vuelos quedan suspendidos! —repitió Ayre.

Esvandiary bramó furioso en farsi.

—¡Estos extranjeros se niegan a cumplir las órdenes legítimas de «IranOil»!

Entre sus partidarios corrió un murmullo furioso al tiempo que apuntaban con sus armas a los expatriados. Esvandiary señaló con un dedo a Ayre.

—Necesitan un escarmiento.

Sin previo aviso, unas manos toscas agarraron a Ayre y los golpes empezaron. Uno de los pilotos, Sandor Petrofi, se abalanzó para intervenir, pero lo rechazaron violentamente, resbaló y, a puntapiés, le hicieron retroceder hasta donde estaban los demás, impotentes ante las armas.

—¡Deteneos! —gritó un capitán muy alto, Pop Kelly, con el rostro lívido—. ¡Dejad en paz a Ayre! Cubriremos esos vuelos.

—Está bien. —Esvandiary ordenó a sus hombres que pararan. Éstos obligaron a Ayre a ponerse en pie—. Todos los vuelos en marcha. ¡De inmediato!

Una vez que los aparatos estuvieron en el aire, ordenó a los expatriados que se retirasen.

—No habrá más motines contra el Estado islámico. Por Dios que todas las órdenes de «IranOil» serán..., serán..., obedecidas inmediatamente.

Muy satisfecho consigo mismo por haber dominado el motín como prometiera al comandante del campo, entró en la oficina principal y, atravesando el pasillo, llegó a la oficina de Starke, de la que había tomado posesión y se acercó a la ventana para observar sus dominios.

Vio los dos helicópteros, ya bastante lejos y el tercero, inmóvil, a seis metros de altura sobre el depósito de cieno, a unos cien metros de distancia, a la espera de que el personal de tierra lo enganchara al helicóptero. Delante de la oficina, Ayre, rodeado de otros expatriados, estaba siendo atendido por el doctor Nutt. «¡Condenado bastardo —se dijo Esvandiary—. Creándome todas esas dificultades.» Con expresión admirativa consultó su reloj. Un «Rolex» de oro que había comprado en el mercado negro aquella misma mañana, como convenía a su nueva categoría. El dinero era pishkesh, aportado por un mercader que estaba interesado en que su hijo ingresara en «IranOil».

—¿Necesitas algo, Excelencia? —preguntó Pavoud con acento untuoso desde la puerta—Permíteme que te felicite por la forma en que has manejado a los extranjeros. Hace años que estaban pidiendo un buen escarmiento para ponerles en su sitio. ¡Qué inteligente has sido!

—Sí, de ahora en adelante la base irá como la seda. En el momento que haya un problema, a quienquiera que esté al cargo, se le dará un buen escarmiento. Alabado sea Dios porque dentro de una hora ese hijo de perro de Zataki se irá para Abadán junto con sus facinerosos.

—Ése sí que es un vuelo que saldrá a su hora, Excelencia. —Ambos hombres rieron.

—Sí. Tráeme un poco de té, Pavoud. —Esvandiary prescindió deliberadamente de la cortesía habitual y se dio cuenta de que la humildad del hombre se acrecentaba. Volvió a mirar por la ventana. El doctor Nutt estaba curando un corte que Ayre tenía encima del ojo. «He disfrutado bien, viendo cómo Freddy recibía lo suyo —se dijo—. ¡Vaya si he disfrutado!»

Debido al viento glacial, el doctor Nutt había abrigado a Ayre con un parka sobrante.

—Más vale que vengas a la enfermería, muchacho —le dijo. —Estoy bien —aseguró Ayre, que sentía todo el cuerpo dolorido—. No creo..., no creo que tenga nada roto.

—¡Bastardos! —dijo alguien—. Tenemos que empezar a pensar en cómo salir de este infierno.

—Yo me voy en el primer helicóptero que salga... No voy a arriesgarme y...

Todos levantaron la vista al adquirir velocidad los motores jet del helicóptero planeando sobre el depósito de cieno. Levantar semejante peso en el aire era arriesgado, en especial con aquel viento, pero no presentaba problema alguno para un profesional como Sandor. El gancho entró a la primera y en el mismo momento en que los del equipo de tierra apartaban las manos, los motores aullaron con mayor fuerza, cogiendo el ritmo, y el helicóptero y su carga ascendieron al cielo. El guardia instalado en el asiento delantero, junto a Sandor, agitó excitado la mano..., y también el que se encontraba en la cabina.

—Lo está haciendo muy bien, capitán..., no se preocupe —llegó hasta Sandor la voz de Wazari desde su torre.

Mientras, Sandor calculaba la distancia y seguía ganando altura, con una coordinación perfecta de manos y pies... Pero lo único que veía era a Esvandiary en la ventana de la oficina, y él todavía estaba furioso por la paliza brutal que varios hombres armados, cumpliendo las órdenes de un cobarde, le habían administrado a Ayre. Aquello le hizo retroceder en el tiempo a su infancia en Budapest, durante la revolución húngara. Entonces se había encontrado impotente..., ahora no.

—Está en buena posición HFD, pero algo cerca —le advirtió la voz de Wasari—. Está algo cerca, aléjese hacia el Sur...

Sandor aumentó la potencia, moviéndose hacia la torre que coronaba el edificio de las oficinas.

—¿Está bien la carga? —preguntó—. Siento algo raro.

—Parece que está bien, no se preocupe, pero aléjese hacia el Sur mientras asciende. Todo cinco por cinco... Aléjese tracia el Sur, ¿me escucha?

—Maldita sea, claro que lo escucho... ¡La siento condenadamente suelta!

La aguja subió a la señal de los treinta metros. La expresión de Sandor se hizo hermética y su mano puso rápidamente la palanca derecha, al tiempo que accionaba con fuerza el timón de dirección. Al punto, éste osciló terriblemente, haciendo perder el equilibrio al guardia que iba sentado junto a él y que cayó contra la portezuela, agarrándose a Sandor para conservar el equilibrio, lo que le hizo enredarse con los controles. Sandor, de nuevo corrigió en exceso, imprecando al guardia como si aquel hombre aterrado fuera un peligro auténtico. Por un instante pareció que aquel terrible bandazo iba a derribar el helicóptero; luego, Sandor apartó de un empujón al frenético guardia.

—Mayday... ¡La carga ha sufrido corrimiento! —gritó, haciendo oídos sordos a las palabras de Wazari, con los ojos clavados en tierra, olvidado de todo salvo de sus ansias de venganza.

—¡La carga ha sufrido un corrimiento!

Accionó el «Dispositivo de Liberación de Carga», que soltaba el gancho. El depósito de acero cayó a plomo desde el cielo, directamente encima de la oficina. La tonelada y media de acero se desplomó sobre el tejado, y con su peso pulverizó vigas, paredes, cristales, metal y escritorio. Toda la esquina del edificio se hundió. El depósito quedó apoyado contra los restos del muro interior.

Por un instante, un silencio aterrado reinó en todo el campamento, silencio que se rompió cuando el aullar de los motores invadió el cielo y el helicóptero, liberado súbitamente de su carga, ascendió como un rayo fuera de todo control. Los reflejos de Sandor lucharon con los controles, mientras que a su mente parecía no importarle si los dominaba o no, si lograría aterrizar o no. En aquel momento, sólo sabía que había tomado venganza contra un bruto sin sentimientos. El guardia sentado junto a él estaba vomitando y a través de sus auriculares le llegaba desde la torre, una y otra vez, la misma invocación.

—¡Jesucristo...! ¡Jesucristo!

—¡Dios mío! ¡Cuidad00000! —gritó alguien al descender el helicóptero sobre ellos como un torbellino.

Todo el mundo huyó en cualquier dirección, pero los reflejos de Sandor le hicieron parar los motores y disponerse a realizar un aterrizaje de emergencia casi imposible. Los patines tajaron la nieve del margen herboso, el aparato no se ladeó y patinó hacia delante, hasta detenerse, incólume, a cuarenta metros de distancia.

Ayre fue el primero en acercarse a la carlinga. Abrió la puerta de golpe. Sandor apareció en ella, blanco como el papel, sin habla, con la mirada fija ante sí.

—La carga se corrió... —logró finalmente articular con voz bronca. —Sí —fue todo cuanto Ayre pudo decir, aun a sabiendas de que no era verdad.

Luego, los demás se acercaron y ayudaron a Sandor, incapaz de controlar brazos y piernas.

Detrás de él, ya cerca del edificio, Ayre vio a Green Bands mirando los escombros con la boca abierta. Pavoud y los demás empleados salieron por la puerta principal realmente conmocionados. El chaflán en cuya ventana había estado Esvandiary había quedado completamente destruido. El doctor Nutt se abrió paso entre toda aquella gente y corrió presuroso hacia los escombros al tiempo que Wazari bajaba por la escalera de emergencia, fuera de la torre, que se encontraba en estado muy precario, medio arrancada del edificio. «Santo Cielo —se dijo Ayre—,

Wazari debe de haberlo visto todo.»

—¿Te encuentras bien, Sandy? —preguntó arrodillándose junto a su amigo.

—No —repuso Sandor, temblando todavía—. Creo que me volví loco. No podía parar.

Wazari se acercaba a la cabina abriéndose paso entre la gente, sufriendo todavía el impacto del pánico al ver que el depósito se le venía encima y sabedor de que el piloto había hecho caso omiso de sus instrucciones.

—¡Maldita sea! ¿Está loco? —increpó a Sandor, intentando que se le oyera por encima del estruendoso ruido de los motores.

Ayre dio rienda suelta a su genio.

—¡La carga se corrió, maldición! ¡Todos lo vimos, y usted también!

—¡Vaya si lo vi, y usted! —La mirada de Wazari pasaba, frenética, de un lado a otro, buscando Green Bands, pero no había ninguno cerca... y entonces divisó a Zataki que salía de uno de los remolques y se acercaba. Su miedo no conoció límites, Todavía sufría las consecuencias del palizón que Zataki le suministrara. Tenía la nariz aplastada, la boca le dolía, había perdido tres dientes y sabía que admitiría cualquier cosa si con ello evitaba nuevos golpes. Se arrodilló junto a Sandor, arrastrando prácticamente a Ayre con él.

—Escuchen —musitó con tono desesperado—, ¿juran por Dios que me ayudarán? ¿Lo prometen?

—Dije que haría lo que pudiese —contestó Ayre, furioso, mientras daba un violento tirón de su brazo, con todo el cuerpo dolorido debido a su postura agachada. Se enderezó, encontrándose con la cara de Zataki. Lo súbito del encuentro lo dejó paralizado..., sobre todo, por aquellos ojos.

Todo el mundo se había apartado de ellos.

—Lo hiciste para matar a Esvandiary, ¿no es verdad, piloto? Sandor, desde el suelo nevado, alzó la mirada hacia él,

—Hubo un corrimiento de carga, coronel.

Zataki clavó entonces los ojos en Ayre que recordó lo que el doctor Nutt dijera respecto a aquel hombre. La cabeza le dolía y también el bajo vientre, todo el cuerpo le dolía.

—La, hummm, la operación era difícil a causa del viento. La carga se corrió. La Voluntad de Dios, Excelencia.

Wazari retrocedió un paso cuando Zataki se volvió hacia él.

—Es verdad, Excelencia —dijo al punto—. Arriba, los vientos son muy fuertes y violentos. —Lanzó un grito al recibir el puñetazo de Zataki en el estómago, y el dolor le obligó a encorvarse.

Zataki lo agarró por la ropa y lo empujó de espaldas contra el helicóptero.

—Y ahora, ¡dime la verdad, sabandija!

—¡Es la verdad! —musitó Wazari que apenas podía hablar debido a las náuseas—. ¡Es la verdad! ¡Ha sido Insha'Allah! —Vio el puño de Zataki dispuesto a golpearle de nuevo y gritó, con una mezcla de inglés y farsi—: Si me golpea, diré cualquier cosa que usted quiera que diga, cualquier cosa. No podría soportar más golpes y juro que diré cualquier cosa que a usted le guste oír, cualquier cosa, pero la carga se corrió...

¡Por Dios que la carga se corrió! ¡Juro por Dios que la carga se corrió! Zataki se le quedó mirando.

—Dios te enviará a las ardientes llamas por toda la eternidad si has jurado en falso en Su Nombre —dijo—. ¿Juras que fue la Voluntad de Dios? ¿Que la carga se corrió? ¿Juras que fue la Voluntad de Dios?

—¡Sí, sí, lo juro! —Wazari estaba temblando, impotente bajo el férreo puño de Zataki. Trató de mantener una mirada convincente, a sabiendas de que su única posibilidad de supervivencia estaba en manos de Ayre, demostrando el valor que tenía para él—. Juro por Dios y el Profeta que fue un accidente, la... la Voluntad de Dios, Insha'Allah...

—Hágase la Voluntad de Dios —repitió Zataki como una absolución, soltándole luego.

Wazari se dejó ir, cayó sobre la nieve y se puso a vomitar, en tanto que todos los demás daban gracias a Dios, o al cielo o a karma de que, por el momento, la crisis hubiera sido superada. Zataki apuntó con el pulgar hacia los escombros.

—Sacad de ahí los restos de Esvandiary.

—Sí, sí..., de inmediato —dijo Ayre.

—A menos de que el capitán regrese a tiempo, me llevará a mí y a mis hombres a Bandar Delam. —Zataki se alejó acompañado de sus Green Bands.

—¡Santo Cielo! —dijo alguien.

Todos ellos se sintieron casi enfermos por el alivio. Ayudaron a Sandor a ponerse en pie y también a Wazari.

—¿Se encuentra bien, sargento? —preguntó Ayre.

—¡No, maldita sea, no! ¡No me encuentro bien! —Wazari escupió un resto de vómito. Cuando vio que los Green Bands se alejaban con Zataki, su rostro se contrajo por el odio—. ¡Bastardo! ¡Espero que se fría en el infierno!

Ayre llevó a un lado a Wazari y le habló en voz baja.

—No olvidaré que le he prometido que intentaré ayudarle. Cuando Zataki se vaya, estará bien. No lo olvidaré.

—Yo tampoco —dijo Sandor con voz apenas audible—. Gracias, sargento.

—Me debe su maldita vida —dijo el hombre más joven, escupiendo de nuevo, con las piernas flojas y un fuerte dolor en el pecho—. ¡Pudo haberme matado a mí también con ese condenado depósito!

—Lo siento —dijo Sandor alargando la mano.

Wazari le miró la mano, y luego al rostro.

—Le estrecharé la mano cuando yo me encuentre, sano y salvo, fuera de este maldito país. —Se alejó cojeando.

—¡Freddy! —llamó el doctor Nutt que se encontraba entre los escombros con un par de mecánicos, apartando vigas y todo lo demás y le hacía señas de que se acercara. Los Green Bands se encontraban allí en pie, observando—. ¿Quieren hacer el favor de echarnos una mano?

Todos ellos se apresuraron a ayudar. Aunque ninguno deseara ser el primero en encontrar a Esvandiary.

Lo hallaron acurrucado en un hueco, debajo de uno de los lados del depósito. El doctor Nutt logró introducirse junto a él, y comenzó a examinarle con dificultad.

—¡Está vivo! —gritó y a Sandor se le revolvió el estómago.

Todos ayudaron rápidamente a apartar los escombros y los restos de la mesa escritorio de Starke y sacaron al hombre con sumo cuidado.

—Creo que está bien —dijo el doctor con voz bronca—. Llévenlo a la enfermería. Tiene un feo golpe en la cabeza, pero las extremidades parecen estar bien y no hay nada roto. Que alguien traiga una camilla.

La gente corrió a cumplir sus órdenes, ya libres de aquella sensación agobiante. Aborrecían a Hotshot, pero tenían la esperanza de que estuviera vivo. Inadvertido para todos, Sandor se dirigió a la parte trasera del edificio, sintiendo un alivio tal que hubiera podido llorar incluso, y vomitó a placer.

Al regresar, sólo Ayre y Nutt le estaban esperando.

—Más vale que vengas tú también, Sandy. Conviene que te haga un reconocimiento —dijo Nutt—. Parece que vamos a tener la condenada enfermería ocupada. Vaya que sí.

—¿Estás seguro de que Hotshot está bien?

—Bastante seguro. —Los ojos del médico eran acuosos y de un azul claro. Y en aquellos momentos, algo inyectados en sangre—. ¿Qué pasó, Sandy? —preguntó con calma.

—No lo sé, «doc». Todo lo que quería era darle un escarmiento a ese bastardo y en ese momento el depósito me pareció la mejor forma de hacerlo.

—¿Sabes que hubiera sido un asesinato?

—¿No crees que sería mejor dejarlo, «doc»? —dijo Ayre incómodo. —No, no. No lo creo —respondió Nutt y su voz se hizo más dura—.

¿Sabes bien, Sandy, que hubiera sido un intento deliberado de asesinato?

—Sí. —Sandor sostuvo la mirada—. Sí, lo sé, y lo siento.

—¿Sientes que no haya muerto?

—Lo juro, «doc». Doy gracias a Dios de que esté vivo. Sigo opinando que se ha convertido en un vil canalla, que representa aquello que yo más odio y no puedo perdonarle que..., que ordenara que golpeasen a Freddy, pero no hay excusa para lo que yo he hecho. Ha sido una locura imperdonable. Y de verdad doy gracias a Dios de que esté vivo.

—Más vale que no vueles durante un día o dos, Sandy —dijo el doctor Nutt con voz aún más tranquila—. Te has visto empujado hasta el límite... No hay de qué preocuparse, muchacho, siempre que te des perfecta cuenta. Descansa un par de días. Esta noche lo pasarás mal, pero no te preocupes. Tú también, Freddy. Desde luego, todo esto queda entre nosotros tres. La carga se corrió. Yo la vi correrse. —Se apartó los mechones ralos que aún le quedaban en su calva cabeza, agitados por el viento—. La vida es extraña, muy extraña, pero, entre nosotros tres, Sandy, Dios estuvo hoy contigo. Si es que existe. —Se alejó, arrugado como un saco viejo de patatas.

Ayre lo siguió con la mirada.

—«Doc» tiene razón, ¿sabes? Ha sido una condenada suerte, tan cerca como hemos estado del desastre, así que...

Se oyó un grito y toda miraron en aquella dirección. Uno de los pilotos que se encontraba cerca de la puerta principal volvió a gritar al tiempo que señalaba algo. El corazón les dio un salto. Starke bajaba por la carretera procedente del pueblo. Iba solo. Por lo que pudieron ver desde aquella distancia, estaba indemne, erguido con toda su estatura. Agitaron las manos, saludándole excitados, y él les devolvió el saludo. Por todo el campamento se propagó la voz. Ayre corrió ya hacia él, olvidados sus dolores. «Después de todo, tal vez haya un Dios en el cielo», pensaba feliz.

Torbellino
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